miércoles, 27 de febrero de 2013

PLS - Hanna - Capítulo 5: Desde el Monte Olympus

 <<<Capítulo 4

Traducido por: Daniela
Corregido por: Raúl S, Daniela, Pilar y Brayan.

A la mañana siguiente, Hanna daba vueltas y vueltas en el entrenador elíptico en Body Tonic, el elegante gimnasio al que iba desde octavo grado. Cada máquina tenía una TV integrada con chorrocientos canales de cable; un bar de jugos y un spa estaban junto a la mesa de recepción, y la sala de los casilleros alardeaba un sauna de eucalipto, una tina de hidromasaje y productos de Kiehl en todas las duchas. A su alrededor habían hombres y mujeres tonificados, y el estudiante ocasional de una de las muchas escuelas privadas del área corrían en la trotadora, pedaleaba en bicicletas inclinadas o hacían sentadillas que se veían algo vulgares en balones de ejercicio. Una clase de yoga se estaba llevando a cabo en la sala de ejercicios en la parte de atrás, y en ese mismo momento, la clase estaba intentando hacer la posición de la media luna, sus cuerpos estaban en forma de T, sus piernas temblaban.
Había sudor en los ojos de Hanna, sus brazos y piernas quemaban, y acababa de ver un molesto reportaje en la TV que mencionaba que Ian Thomas estaba proclamando su inocencia tras las rejas. Pero no podía dejar de ejercitar ahora. No había modo en que siguiera siendo una talla seis. No dejaría que una vendedora se riera de ella otra vez.
Su teléfono vibró y lo buscó ansiosamente, viendo una vez más si Lucas había llamado, enviado un mensaje, publicado algo en Facebook, algo siquiera, pero sólo era Aria, pidiéndole prestados los apuntes de inglés.
El pecho de Hanna se sintió apretado. La hacía sentir increíblemente patética, pero extrañaba a Lucas—y no parecía que él la extrañara para nada. Devolvió su celular al pequeño vaso plástico en la máquina, que se suponía que era para botellas de agua, y aumentó la resistencia unos pocos  niveles más. No importaba. Perdería diez libras, se vería fabulosa otra vez y retendría todo el afecto cuando Lucas volviera.
Pero lo pensó bien. ¿Y si Lucas ni siquiera se preocupaba por ella cuando volviera? ¿Y si decidía cambiarla por la Princesa Puke-a-tan?
- De verdad vas a por ello, ¿ah?
Hanna saltó, miró hacia abajo y vio a un chico musculoso, con una remera de Body Tonic apretada, shorts largos de malla y zapatillas New Balance grises, de pie junto a su máquina. Tenía los ojos más azules que había visto en su vida, cabello oscuro muy corto y una maravillosa piel dorada, sus músculos resaltaban sin que parecieran de un fisicoculturista. Hanna lo reconoció al instante—cuando ella y Mona iban juntas a Body Tonic, lo apodaron Apolo, por razones obvias. Él rondaba por la sala de ejercicios, le sonreía a las chicas, ocasionalmente levantaba una pesa o hacía unos abdominales, y entrenaba a toda la clientela femenina súper-rica de Main Line. Pero el factor decisivo fue cuando lo agarraron sentado en su auto en el estacionamiento, rockeando al ritmo de “Stairway to Heaven,” simulando una batería con su manubrio. Apolo era un perdedor transformado, igual que Hanna y Mona.
Hanna miró hacia atrás para ver si Apolo le hablaba a alguien más, pero ella era la única persona en esa fila de entrenadores elípticos. - Eh, ¿disculpa? - preguntó, tratando de sonar relajada. Deseaba haber traído una toalla de mano para secarse la cara.
Apolo sonrió e hizo un gesto a la pantalla LCD en la máquina de Hanna. - Has estado ejercitando por ochenta minutos. Eso es intenso.
- Oh. - Hanna siguió pedaleando. - Estoy tratando de ponerme en forma otra vez. He ido a muchas fiestas navideñas. - Se rió autoconscientemente, luego se maldijo a sí misma por dirigir la atención hacia su redondo trasero de galletas navideñas.
- Las festividades pueden ser duras. - Apolo se apoyó en la máquina junto a la de ella. - Estoy organizando un retiro de fitness que comienza hoy, diseñado especialmente para superar los festejos. Se enfoca en el ejercicio, la nutrición y el bienestar mental.
- Suena genial, - dijo Hanna. Kirsten Cullen, una conocida de Rosewood Day, había ido a un retiro de fitness en San Barts el verano entre noveno y décimo grado y había vuelto veinte libras más delgada y con la piel más impecable que nunca. - ¿Un retiro en dónde?
- Oh, en ningún lado. - Apolo le sonrió tímidamente. - Lo tendremos aquí en el gimnasio. Pero te sentirás transportada—e impresionante para cuando esté terminado. ¿Te interesaría apuntarte?
Hanna vio a sí misma sudando en el reflejo del espejo frente a ella. - No lo sé. - No le gustaban tanto las clases grupales.
Apolo le sonrió deslumbrantemente. - ¿Estás segura? Creo que lo encontrarías realmente increíble. Hanna, ¿cierto?
Hanna quedó con la boca abierta. - ¿Cómo lo supiste?
- Te he visto por aquí antes. - Esta vez, cuando sonrió, reveló dos adorables hoyuelos. - Me encantaría tenerte en la clase.
Su interior cosquilleó. ¿Estaba coqueteando con ella? Por un segundo, no podía esperar a bajarse de la máquina, llamar a Mona y contarle que Apolo de Body Tonic estaba prácticamente rogándole que fuera parte de su retiro de fitness—hasta que lo recordó, otra vez. Cada vez que se acordaba que Mona había sido A, y que ahora estaba muerta, se sentía como si alguien hubiera lanzado un balón medicinal a su estómago.
- Las libras se derretirán de ti - prometió Apolo. - Estarás en la forma más impresionante de tu vida. Por favor di que lo harás.
Ya que lo ponía de ese modo, ¿cómo podía decir que no? Sus brillantes ojos azules tampoco hacían daño. - Está bien, me has convencido, - dijo, pausando la máquina. - Cuenta conmigo.
- Genial. - Apolo le sonrió otra vez. El sólo estar junto a él la hacía temblar por completo. Y él la había notado. Él sabía su nombre. Todos los pensamientos sobre Lucas y Puke-a-tan Brooke se fueron volando de su cabeza. Si Lucas podía coquetear, entonces ella también.
- Mi nombre es Vince, - añadió. - La clase comienza hoy a las cinco, y nos juntaremos por la mañana y la noche hasta fin de año. Estoy tan emocionado por que vas a venir, Hanna.
- Yo también estoy emocionada, - respondió Hanna, mirando profundamente a los ojos de Apolo—Vince. Y lo decía absoluta y completamente en serio.

sábado, 23 de febrero de 2013

Stunning - Capítulo 6: Spencer está dentro


Esa noche, poco después de las seis, Spencer entró a Striped Bass, un restaurant en la calle Walnut en Philadelphia. El lugar tenía altos tejados que provocaban eco, el piso de madera de cerezo brasileño estaba pulido hasta brillar, y había columnas corintias por el perímetro. Grandes luces en forma de barril colgaban sobre las cabezas, garzones daban vueltas alrededor de mesas blancas enmanteladas, y el aire olía a mantequilla derretida, pez espada al grill, y vino tinto

CENA DE BIENVENIDA PARA LA ADMISIÓN ADELANTADA DE PRINCETON decía un pequeño letrero justo pasando el stand del jefe de cocina, apuntando a una pequeña sala a la izquierda. Todos los chicos estaban vestidos con kakis, camisas, y corbatas, y tenían esa ligeramente nerd, súper-confiada mirada que cada mejor alumno de la clase que Spencer haya conocido tenía. Las chicas usaban sweaters, faldas hasta las rodillas, y recatados tacones altos de algún-día-me-uniré-a-una-firma-de-abogados. Algunas de ellas eran flaquísimas y parecían modelos, otras eran más gorditas o usaban lentes de marcos oscuros, pero todas se veían como que habían sacado un 4.0 en la GPA y puntaje perfecto en el SAT.

Una TV iluminada arriba del bar principal captó la mirada de Spencer. ESTE VIERNES, UNA REPETICIÓN DE PEQUEÑA LINDA ASESINA, un banner anunciaba en letras amarillas. La chica que hacía de Alison DiLaurentis apareció, diciéndole a las actrices de Spencer, Aria, Hanna, y Emily que ella quería que fueran BFFs otra vez. “Las he extrañado a todas,” sonrió con afecto. “Las quiero de vuelta.”

Spencer se dio vuelta, el calor subía a su cara. ¿No era momento de que ya dejaran de mostrar ese estúpido documental? De todos modos, la película no contaba toda la historia. Dejaba fuera la parte sobre las chicas pensando que la Verdadera Ali había aparecido en Jamaica.

No pienses en Ali —o Jamaica. Spencer se regañó silenciosamente poniendo sus hombros derechos y marchando hacia el comedor. La última cosa que necesitaba era volverse loca, al estilo de Lady Macbeth, en su primera fiesta formal de Princeton.

            Tan pronto como pasó por la puerta doble, una chica rubia y amplios ojos violeta le sonrió enormemente. “¡Hola! ¿Estás aquí por la cena?”

“Si,” Spencer dijo, enderezándose. “Spencer Hastings. De Rosewood.” Rezaba para que nadie reconociera su nombre—ni notara que una versión de veintitantos de ella estaba en la TV en la sala tras ella.
“¡Bienvenida! Soy Harper, una de las embajadoras estudiantiles.” La chica buscó entre un montón de credenciales y encontró una con el nombre de Spencer escrito en mayúsculas. “Oye, ¿conseguiste eso en la Conferencia de Liderazgo de D.C. hace dos años?” preguntó, mirando el llavero plateado con forma del monumento de Washington que colgaba de la gran cartera de cuero de Spencer.

“¡Sí!” Spencer dijo, agradecida de haber puesto el llavero en el cierre a último minuto. Había esperado que alguien lo reconozca.

Harper sonrió. “Tengo uno de esos en alguna parte. Pensé que solo le decían a universitarios que vayan.”

“Normalmente es así,” Spencer dijo con timidez actuada. “¿También estuviste allí?”

Harper asintió anímicamente. “Fue genial, ¿No crees? Conocer a todos esos senadores, hacer todas esas reuniones falsas de la ONU, a pesar de que esa cena de inauguración fue medio…” Harper se fue quedando callada, haciendo una cara extraña.

“¿Rara?” Spencer se arriesgó, riendo. “Hablas sobre ese mimo, ¿cierto?” Los coordinadores del evento habían contratado un mimo como entretenimiento. Él se pasó toda la cena pretendiendo que estaba atrapado en una caja invisible o paseando a su perro imaginario.

“¡Sí!” Harper se rio. “¡Era tan raro!”

“¿Recuerdas que el senador de Idaho lo amó?” Spencer se rio nerviosamente.

Totalmente.” La sonrisa de Harper era acogedora y genuina. Su mirada se movió a la credencial de Spencer. “¿Vas a Rosewood Day? Una de mis mejores amigas fue allí. ¿Conoces a Tansy Gates?”

“¡Ella estaba en mi equipo de Hockey de pasto!” Spencer dijo, emocionada por otra conexión. Tansy era una de las chicas que había hecho la petición a Rosewood Day para que deje a las de séptimo grado entrar al equipo universitario junior, con la esperanza de que Spencer sea escogida. En vez de eso, Ali fue escogida, y Spencer fue relegada al patético equipo de sexto grado, que dejaba a cualquiera jugar.

Luego Spencer miró a la credencial de Harper. Listaba las actividades en las que estaba involucrada en Princeton. Hockey de pasto. El Diario Princetoniano. Al final, en pequeñas letras, estaban escritas las palabras Silla de Discusiones, Eating Club de Honor.

Casi jadeó. Había hecho un montón de investigaciones sobre los Eating Clubs desde que fue pillada inadvertida en la degustación de tortas. El de Honor mixto, el cual presumía jefes de estado, líderes de compañías importantes, y grandes literarios como alumnos, estaba en la cima de su lista de debo-unirme-a. Si Harper era de Discusión, eso significaba que estaba a cargo de escoger nuevos miembros. Ella definitivamente era la persona que tenía que conocer.

De repente alguien comenzó a aplaudir en la parte frontal de la habitación. “¡Bienvenidos, futuros estudiantes!” un larguirucho tipo con cabello crespo rubio-rojizo gritó. “Soy Steven, uno de los embajadores. Vamos a comenzar la cena, así que ¿podrían todos tomar sus asientos?”

Spencer miró a Harper. “¿Nos sentamos juntas?”

La cara de Harper cambió de golpe. “Me encantaría, pero nuestros asientos están asignados.” Apuntó a la credencial de Spencer. “Ese número en tu credencial es la mesa en la que estas. ¡Pero estoy segura de que conocerás gente genial!”

“Si,” Spencer dijo, tratando de esconder su decepción. Y entonces, antes de que pudiera decir algo más, Harper se alejó.

Spencer encontró la mesa cuatro y se sentó frente a un chico asiático con cabello puntiagudo y lentes angulares quien estaba pegado a la pantalla de su iPhone. Dos chicos con chaquetas iguales de Pritchard Prep estaban conversando sobre un torneo de golf en el que habían competido el verano pasado. Una chica flaca que usaba un traje de sastre estaba gritándole al celular sobre vender stock. Spencer levantó una ceja, preguntándose si la chica ya tenía un trabajo. Estos chicos de Princeton no perdían el tiempo.

“Hello.”

Un chico con barbilla de cabrío, cabello café desordenado, y ojos dormilones miró a Spencer desde el asiento adyacente. Sus pantalones grises de tela tenían el borde deshilachado, y olía como el enorme bong que Mason Byers trajo de Ámsterdam.

El chico drogata estiró su mano. “Soy Raif Fredricks, pero la mayoría me llama Reefer. Soy de Princeton, así que tengo ganas de ir a la universidad comunitaria del lugar. Mi gente me ruega que no vaya, pero es como ‘¡Por supuesto que no! ¡Necesito libertad! ¡Quiero hacer mis rondas de batería a las cuatro de la mañana! ¡Quiero tener juntas de protesta durante la cena!’”

Spencer parpadeó ante él. Lo dijo todo tan rápido que ella no estaba segura de haberlo captado todo. “Espera. ¿Tu vas a Princeton?”

Reefer—Dios, qué estúpido sobrenombre—sonrió. “¿No es por eso por lo que todos estamos aquí?” Su mano aun estaba estirada frente a Spencer. “Eh, normalmente esta es la parte donde la gente se da la mano. Y tú dices, ‘Hola, Reefer, mi nombre es…’”

“Spencer,” Spencer dijo aturdida, estrechando la enorme palma de Reefer por medio segundo. Su mente daba vueltas. Este chico pertenecía a una loma de hierba en Hollis con todos los otros chicos que se graduaban de sus escuelas secundarias en medio del montón. No parecía como el tipo que agonizaba por exámenes Avanzados y se aseguraba de haber hecho suficientes horas de servicio comunitario.

“Entonces, Spencer.” Reefer se apoyó en el respaldo y miró a Spencer de arriba abajo. “Creo que es el destino que nos hayamos sentado juntos. Tú pareces entenderlo, ¿sabes? Pareces no ser una prisionera del sistema.” La codeó. “Además, eres totalmente linda.”

Ew, Spencer pensó, volviéndose a la dirección opuesta expresamente y pretendiendo estar enamorada con la ensalada de escarola que los garzones estaban sirviendo. Solo ella tenía la suerte de estar sentada junto a este perdedor.

Reefer no captó la señal de todos modos. Se acercó, tocándole el hombro. “Está bien si eres tímida. Mira: estaba pensando en ir al Salón de la Independencia y chequear el rally de Occupy Philly después de esto. Se supone que será realmente inspirador.”

“Eh, no gracias,” Spencer dijo, molesta por lo alto que este tipo estaba hablando. ¿Y si todos pensaban que eran amigos?

Reefer se metió un poco de escarola a la boca. “Tú te lo pierdes. Toma, en caso de que cambies de opinión.” Rasgó un trozo de papel de un bien gastado cuaderno de espiral en su bolso, escribió algo, y se lo pasó a Spencer. Ella le echó un ojo a las palabras. Que largo, y extraño viaje ha sido. ¿Ah?

“Jerry es mi gurú,” Reefer dijo. Luego apuntó a un grupo de dígitos bajo la cita. “Llama cuando sea—día o noche. Siempre estoy en pie.”

“Eh, gracias.” Spencer guardó el papel en su cartera. Notó a Harper mirándola desde el otro lado de la habitación, se encontraron miradas, y le hizo una mirada de Oh-mi-dios-creo-que-él-es-desagradable.

Afortunadamente, Steven, el otro embajador, comenzó a hablar, y su largo discurso fortalecedor-de-ego sobre cómo todos en la sala eran maravillosos e impresionantes y probablemente cambiarían el mundo algún día porque fueron a Princeton tomó el resto de la hora. Tan pronto como los garzones limpiaron los postres, Spencer se levantó de su asiento tan rápido como sus modeladas-por-el-hockey-sobre-pasto piernas pudieron llevarla. Encontró a Harper junto a la urna de café y le sonrió ampliamente.

“Veo que conociste a Reefer.” Harper guiñó el ojo.

Spencer arrugó su cara. “Si, que afortunada soy.”

Harper la miró de una forma indescifrable, luego se acercó. “Escucha, sé que es de último minuto, pero ¿tienes planes para este fin de semana?”

“No lo creo.” Además de ayudar a su mamá a aun más degustaciones para la boda. ¿Acaso una segunda boda realmente necesitaba una torta y una torre de Cupcakes?

Los ojos de Harper brillaron. “Genial. Porque tengo una fiesta y me encantaría llevarte. Creo que realmente te llevarías bien con mis amigos. Podrías quedarte conmigo en una gran casa en la que vivo en el campus. Conocer un poco las cosas.”

“Suena maravilloso,” Spencer dijo rápidamente, casi como si, si se quedara quieta un milisegundo, Harper cancelaría su oferta. La gran casa en el campus era la casa de Honor— como silla de Discusión, Harper podía vivir allí.

“Genial.” Harper tocó algo en su teléfono. “Dame tu email. Te enviaré mi número e indicaciones de donde encontrarme. A las seis.”

Spencer le dio su dirección email a Harper y su número de teléfono, más temprano que tarde, el email de Harper apareció en su inbox. Cuando lo leyó, casi dijo wow en voz alta. Como era de esperar, Harper le había dado las indicaciones hacia la Casa de Honor en la avenida Prospect.

Salió de la habitación, caminando en el aire. Mientras pasó la puerta giratoria hacia la calle, su celular, el cual estaba en su cartera, sonó. Cuando lo saó y vio la pantalla, su corazón cayó de golpe como una piedra. Nuevo mensaje de texto de Anónimo.

¡Hola Spence! ¿Crees que tus amigos universitarios te aceptarían en su Eating Club si supieran sobre tu apetito por asesinato? ¡Besos! —A

miércoles, 20 de febrero de 2013

PLS - Hanna - Capítulo 4: Nunca volverás a trabajar en este mall


Traducido por: Daniela
Corregido por: Raúl S, Pilar y Brayan.

El martes después de la escuela, Hanna pasó entre las puertas dobles que decían ¡BIENVENIDO A LA GRAN APERTURA DEL MALL DEVON CREST! en el vidrio. Entró a un gran patio interior y tomó aire. Olía a una combinación de pretzels Auntie Anne, café de Starbucks y una mezcla de perfumes. Una gran fuente burbujeaba y chicas bien vestidas que llevaban bolsas de Tiffany & Co., Tory Burch, y Cole Haan pasaron pavoneándose. Era similar al centro comercial King James, donde regularmente Hanna salía a cazar, pero lo suficientemente diferente como para que no evocase un sólo recuerdo de sus muchas salidas de compras con Mona allí.
El solo estar rodeada por negocios hizo que Hanna se sintiera mejor. Debería haber visitado el centro comercial antes, pero no había tenido tiempo. Ayer, como parte del espectáculo de los Doce Días de Navidad, había ido con su padre, Isabel y Kate a una presentación de El Mesías de Handel en Villanova—aburrido. El día anterior a eso, había ido a una degustación de rompope en Williams-Sonoma, y para el disgusto de Hanna, a ella y Kate solo se les permitió beber el rompope sin alcohol, el cual sabía a leche en polvo sin lactosa y rancia. Tenían planes para ir a una de las grandes tiendas para ver alguna especie de patético display de luces esa noche, pero la tienda había sido cerrada porque estaba infestada con chinches. Qué pena.
Ahora, Hanna pasó un área de descanso con una pequeña cafetería que vendía 208 tipos diferentes de té y una pastelería libre de gluten. Sacó su celular para chequear una vez más si Lucas la había llamado o enviado un mensaje, pero no había ni un email, correo de voz o tweet. Se había ido hace dos días y ya había olvidado su promesa de llamar a diario.
Como sea. Podía confiar en Lucas, ¿cierto? Hanna levantó su mentón al aire, tratando de permanecer calmada, y se detuvo para mirar el directorio del centro comercial. Había un Otter, su boutique favorita. Ahogaría sus frustraciones comprando el mejor atuendo de todos los tiempos.
- Hey, linda.
Hanna volteó su cabeza para ver al chico universitario que seguramente había hecho el comentario, pero no había nadie allí. En vez de eso, vio un pueblito de Santa Land repleto con bastones de dulce inflables, una casa de jengibre y un montón de elfos universitarios que parecían aburridos, usando zapatos y sombreros puntiagudos. Santa Claus estaba sentado en un trono dorado, su gorro estaba doblado.
- Linda sonrisa, preciosa, - dijo la voz otra vez, y Hanna se dio cuenta de que era Santa. Le hizo señas con su guante blanco para que se acercara . - ¿Quieres sentarte en mi regazo?
Ew!- susurró Hanna, escabulléndose lejos. Pudo oír su jo-jo-jo resonando todo el camino hasta las escaleras mecánicas.
Otter brillaba desde el corredor como un reconfortante foco de moda. Hanna entró, moviendo la cabeza de arriba abajo con una relajada mezcla de música. Levantó una bufanda de seda y la presionó contra su cara. Luego inhaló el costoso aroma de las carteras de Kooba de suave cuero y pasó sus dedos por los jeggings y los vestidos Marc Jacobs de raso ajustados a la cintura . Su ritmo cardíaco se desaceleró. Prácticamente podía sentir bajar su nivel de estrés.
- ¿Puedo ayudarte? - Dijo una voz cantarina. Una menuda vendedora rubia, que vestía una falda tubo a la cintura y la misma blusa de seda a puntitos que Hanna estaba mirando lujuriosamente en el colgador, apareció junto a ella. - ¿Buscas algo en especial?
- Definitivamente necesito unos nuevos jeans. - Hanna palmeó un par de pitillos J Brands en la mesa. - Y quizás este vestido, y esto. - Hizo una seña al suéter de cachemira de Alice + Olivia.
- Oh, ese es hermoso, - la vendedora dijo con entusiasmo. - Tienes un gran gusto. ¿Quieres que te busque algunas cosas y prepare un probador mientras echas un vistazo?
- Claro, - dijo Hanna.
- Genial. - La vendedora miró a Hanna de arriba abajo, luego asintió. - Déjamelo todo a mí. Soy Lauren, por cierto.
- Hanna. - Sonrió. Parecía como el comienzo de una bella amistad. Quizás Lauren le guardaría artículos nuevos para que ella se los pudiera probar antes de que otras chicas pudieran poner sus sucias manos en ellos, tal como Sasha en el Otter de King James lo hacía.
Dio una vuelta por la tienda, escogiendo varios suéteres y vestidos más. Lauren escogió otros artículos que pensó que a Hanna le gustarían, incluyendo un montón de jeans, y los llevó a la parte de atrás. Cuando Hanna estaba lista para probarse las cosas, notó que Lauren había seleccionado el probador de la esquina más grande para ella. Otros tres vestidores estaban ocupados, pero eran mucho más pequeños, como si esas chicas no fueran tan importantes.
Hanna cerró las cortinas, se arregló el cabello y miró los bellos conjuntos que colgaban de sus perchas en el poste. Era tiempo de hacerle algo de daño a su tarjeta de crédito. Pero de repente, su mirada se congeló en la etiqueta de uno de los leggings de mezclilla que Lauren había escogido que estaba sobre la silla estampada.
Talla seis.
Frunció el ceño e inspeccionó el siguiente par en la pila de Lauren. Este también era un seis. Miró las etiquetas de los vestidos que Lauren había elegido. También seis. No había nada de malo en ser talla seis—para la mayoría de las chicas—pero Hanna no había sido un seis desde antes de su transformación con Mona en octavo grado.
- Eh, ¿Lauren? - Hanna sacó su cabeza del vestidor. Lauren apareció al final del pasillo y Hanna le dio una sonrisa de disculpa. - Creo que ha habido un error. Soy un dos.
Una mirada incómoda apareció en la cara de Lauren. - De verdad creo que deberías probarte el seis. Los leggins de J Brand son un poco pequeños.
Hanna se enfureció. - Ya tengo tres pares de J brands. Sé exactamente cómo son sus tallas.
Lauren presionó sus labios. Un segundo largo pasó, y alguien en uno de los otros vestidores suspiró. - Está bien, - dijo Lauren luego de un momento, encogiéndose de hombros. - Veré si tenemos dos y cuatros en stock.
La cortina se cerró otra vez. Mientras Lauren se iba por el pasillo, Hanna juró haber oído una suave risa. ¿Acaso Lauren se estaba riendo de ella? Las otras chicas en los vestidores adyacentes se habían puesto muy silenciosas, casi como si estuvieran escuchando—y juzgando.
Lauren estuvo de vuelta en segundos con los nuevos jeans. Hanna los tomó de sus manos y cerró las cortinas otra vez. ¡¿Cómo se atrevía esa estúpida vendedora a reírse de ella?! ¿Y cómo pudo haber mirado a Hanna de arriba abajo y haber asumido que era seis? ¿No se suponía que las vendedoras tenían un agudo sentido para saber qué talla un cliente era? ¿No pasaban por algún tipo de entrenamiento? Hanna nunca había sido tratada tan desconsideradamente en el otro Otter. Tan pronto como Hanna se fuera de allí, iba a llamar a la oficina corporativa de Otter para reclamar.
La mezclilla de los jeans talla dos se sintió suave en sus desnudos tobillos. Hanna los estiró por sus pantorrillas, pero cuando los levantó hacia sus muslos, el algodón no cedió. Hanna se miró en el espejo. Obviamente este par estaba defectuoso.
Se salió del talla dos y se probó la siguiente talla. Pudo pasarlos por su trasero, pero no había modo de abotonarlos. ¿Qué rayos estaba ocurriendo?
Como último recurso, se probó el seis que Lauren había escogido para ella. Cerró el botón y se miró en el espejo. Sus piernas se veían hinchadas. Había un poquitito de grasa saliendo por la cintura del pantalón. Las costuras se estiraban como si fueran a soltarse en cualquier segundo. El corazón de Hanna comenzó a latir fuertemente. ¿Podrían estar defectuosos todos estos jeans?
¿O  es que había subido de peso?
Hanna pensó en las galletas que había comido en la fiesta navideña. Y las sobras de la fiesta que había comido la noche anterior mientras veía TV en su habitación, escondida de su papá, Isabel y Kate. Y los trozos de dulce de leche que había sacado de una caja abierta en la isla cuando había pasado por la cocina.
Su piel comenzó a hormiguear. Se sentía a un paso de volver a ser la gorda, fea y estúpida perdedora que había sido antes de que Ali se hiciera su amiga en sexto grado. Echó un vistazo a su reflejo otra vez y por un pequeño segundo, vio una chica con cabello marrón caca, bandas elásticas rosadas en sus frenillos, y granos en su frente. Era la vieja Hanna, la chica que juró que nunca, jamás volvería a ser.
- No,- balbuceó Hanna en voz baja, cubriéndose los ojos con las manos y cayendo sobre la silla.
- ¿Hanna? - Las plataformas de Lauren aparecieron bajo la puerta. - ¿Todo bien?
Hanna forzó un sí, pero todo estaba muy, muy lejos de estar bien. De repente, sentía como si su vida estuviera saliéndose de control. Y tenía que hacer algo al respecto—rápido.

lunes, 18 de febrero de 2013

PLS - Hanna - Capítulo 3: Los Viejos Hábitos nunca mueren

 <<<Capítulo 2

 Traducido por: Daniela
Corregido por: Daniela, Catalina F, Pilar y Brayan.

Hanna rodeó a Brooke, salió por la puerta, y sacó su Prius tan rápido como pudo de la casa de los Beatties. La último que quería era oír otra palabra sobre las metas de bronceado de Brooke, de los Jell-O shots o de frases de doble sentido ligeramente encubiertas sobre cómo Brooke iba a llevar a Lucas a la cama.
Su celular sonó justo cuando doblaba en la esquina de la calle de Lucas. El nombre de Lucas apareció en la pantalla, Hanna consideró no responder, luego suspiró, respondió, y dijo hola.
- No tienes nada de qué preocuparte, - dijo Lucas. - Lo prometo.
Hanna no respondió, pero apretó el manubrio tan fuerte que estaba segura de que le estaba sacando ampollas a sus palmas.
- Mi papá me acaba de decir que el hotel donde nos quedaremos tiene WiFi. Te llamaré por Skype todos los días y te enviaré toneladas de fotos y te diré cuanto te adoro por Facebook a cada pocas horas.
           - ¿Qué tal cada hora en punto? - Si Lucas iba a estar constantemente en contacto con ella, no podría meterse en tantos problemas, ¿cierto?  - Y promete comprarme un regalo— algo bueno. Y no te atrevas a mirar ningunos pechos en esa playa nudista.
           Cuando colgaron unos minutos después, se sentía un poco mejor. Hanna serpenteaba por las calles de Rosewood, el único sonido en el auto era el del calefactor. Mientras pasaba el ocupado distrito comercial, notó dos luces delanteras detrás de ella. La siguieron mientras conducía por la escuela, las iluminadas ventanas de Otto, el elegante restaurante Italiano y la tienda de comestibles Fresh Fields. Con cada vuelta, el auto le seguía el ritmo. Miró a la oscura figura tras la manubrio por el espejo retrovisor, su corazón comenzó a latir más fuerte. ¿La estaban siguiendo? ¿Y si era Ian?— ¿Habría escapado de la prisión? Se detuvo en una intersección y esperó. El conductor la pasó sin disminuir la velocidad, y Hanna exhaló aliviada.
           Hanna miró el letrero de la calle y notó dónde había parado. Era la vieja calle de Mona—y de Ali.
           Algunas de las casas de la cuadra ya estaban decoradas para las fiestas. La propiedad de los Hastings tenía luces parpadeantes que seguían el borde del techo. La casa de Jenna Cavanaugh tenía solemnes velas en las ventanas. La vieja casa de Ali, en la cual ahora vivía una nueva familia, tenía una corona luminosa en la puerta. El santuario de Ali, el cual tanto amigos como conocidos pusieron poco después de que el cuerpo de Ali fuera encontrado, resplandecía en la esquina. Nadie sabía quien mantenía esas velas encendidas.
           La propiedad de los Vanderwaal estaba oscura.  Hanna podía ver el largo garage de cinco autos en la esquina del terreno, en donde ella y Mona se habían subido y escrito HM+MV=BBBBBFF en grandes letras blancas en el techo. - Prométeme que nunca seremos otra cosa que mejores amigas, - le había dicho Mona luego de que terminar y mientras se lavaban la pintura blanca de las manos con la manguera del jardín. - Lo prometo, - había dicho Hanna. Y ella le había creído a Mona con todo su corazón.
           Ahora Hanna quería incendiar el garage. O escalar hasta allí arriba y dejar un ramo de flores en recuerdo de Mona. Sus emociones cambiaban tan bruscamente de un segundo a otro que era difícil saber qué sentía.
           Y luego, sin querer, el recuerdo del auto que había conducido hacia Hanna en el estacionamiento dos meses atrás apareció en su mente. Hanna había tratado de correr, pero se le había venido encima demasiado rápido. Recordó el agudo e inmovilizador terror que había sentido cuando se dio cuenta de que el auto la iba a atropellar—que Mona la iba a atropellar.
           - No pienses en ello, - se susurró Hanna.
           Condujo lentamente el resto del camino a casa, tomando respiraciones profundas y purificadoras. Luego de dirigir el auto hacia la entrada de su familia, por poco choca con una fila de vehículos que no reconoció. Tenía que haber como quince sedanes, todo terrenos y una mezcla de estos estacionados en el camino circular. Luego notó algo pestañeando junto al garage. Luces navideñas. ¿Y era eso un Santa que brilla en la oscuridad, y un hombre de jengibre inflable en el jardín delantero?
           Dio pasos indecisos hacia la casa. Dot, que llevaba una especie de prenda extravagante en la cabeza, gimió a sus pies cuando ella entró. Un momento. ¿Esos eran cuernos de reno? Hanna lo acarició y miró las dos ramas de peluche en su cabeza. Cada una estaba decorada con un pequeño cascabel.
           - ¿Quién te hizo esto? - Hanna susurró, sacándoselas. Dot sólo lamió su cara.
           Miró alrededor de la sala de estar y resopló. Hojas navideñas enrolladas alrededor de la baranda. Un Santa Claus mecánico saludaba desde la mesa auxiliar que alguna vez sostuvo los jarros de cerámica de su madre. Un alto árbol cargado de espumillón estaba de pie en un rincón, y la chimenea, la cual Hanna no podía recordar una sola vez en que su familia la hubiera usado, estaba prendida. “Rudolph el Reno de Nariz Roja” sonaba en el estéreo a máximo volumen, y toda la casa olía a jamón acaramelado.
           - ¿Hola? - llamó Hanna.
           Se oían risas desde la cocina, primero los alegres graznidos de Isabel, luego las carcajadas explosivas de su papá. Hanna rodeó la esquina. La cocina estaba llena de gente que sostenía copas de champaña y platos de aperitivos llenos con quiches pequeños y rodajas de queso Brie. Muchos de ellos usaban gorros de Santa, incluyendo el papá de Hanna. Isabel estaba en la esquina, usando un vestido de terciopelo rojo con algodón de Sra. Claus en las mangas y el borde, y Kate tenía un ajustado vestido rojo y tacones blanco y negro de Kate Spade. Un muérdago colgaba del candelabro, una garrafa de sidra estaba en la encimera, y platos y más platos con galletas navideñas y aperitivos de apariencia más deliciosa llenaban la isla.
           Isabel vió a Hanna y se acercó. - ¡Hanna! ¡Merry Christmas! ¡O Tannenbaum! ¡Feliz Navidad!
           Hanna suspiró. - Em, de hecho, soy judía. Y mi padre también.
           Isabel parpadeó tontamente, como si no pudiera comprender que alguien, mucho menos su propio prometido, pudiera celebrar otra cosa que no fuera Navidad.
           El Sr. Marin apareció junto a Isabel. - Hey, cariño, - dijo, acariciando el pelo de Hanna.
           Hanna lo miró incrédula. - ¿Desde cuándo celebras Navidad? - Dijo la palabra como si hubiera dicho el cumpleaños de Satanás.
           El Sr. Marin se cruzó de brazos defensivamente. - La he estado celebrando con Isabel y Kate los últimos años. Le dije a Kate que te dijera.
           - Bueno, no lo hizo, - dijo Hanna, llanamente.
           - Celebramos los Doce Días de Navidad todos los años. Siempre lo inauguramos con una fiesta. - Isabel tomó un trago de champaña. - Es una tradición maravillosa. La comenzamos antes este año con esta cosa tipo estreno de casa-y-navidad esta noche.
           - Y nos gustaría que fueras parte de la tradición también, por supuesto, - añadió el Sr. Marin.
           Hanna miró toda la parafernalia roja y verde. Su familia nunca había sido tan religiosa, pero prendían velas menorah cada noche de Hanukkah. El día de navidad, ordenaban comida China, veían maratones de películas e iban a dar un largo paseo familiar en bicicleta si el clima era decente. A ella le gustaban esas tradiciones.
           El timbre sonó, e Isabel y el Sr. Marin se dirigieron hacia la puerta principal. Hanna fue hacia la mesa de bebidas, preguntándose en qué tantos problemas se metería si se sirviera una copa gigante de whisky. Luego, una silueta familiar, vestida en rojo, apareció.
           - Qué interesante traje para esta fiesta. - Kate miró la sudadera ancha de los Eagles que Hanna estaba usando. - Esta fiesta es importante para Tom, sabes. Un montón de sus nuevos colegas están aquí. Podrías haber hecho un poco más de esfuerzo.
           Hanna quería golpear a Kate en la cabeza con una salchicha de pepperoni de la mesa de comida. - No sabía que habría una fiesta.
           - ¿No sabías? - Kate levantó una ceja perfectamente depilada. - Yo lo sabía desde hace una semana. Supongo que olvidé decírtelo.
           Se dio vuelta y se fue. Hanna tomó un petit four y se lo llevó a la boca sin siquiera saborearlo, mirando a su papá al otro lado de la habitación. Él estaba congraciando con un hombre de cabello gris en un traje ajustado y negro y una esbelta mujer usando enormes aros de diamantes. Cuando Kate se acercó, el Sr. Marin puso su mano sobre su hombro y los presentó, parecía orgulloso. Sin embargo, no se dio vuelta para hacerle señas a Hanna para también presentarla.
           Ella era solamente una gran bola no deseada en una sudadera de los Eagles. Una chica que no era siquiera invitada a las fiestas en su propia casa. Se sintió como Reina en la Dama y el Vagabundo, una de sus películas favoritas de niña. Cuando Jaimito y Linda tuvieron un nuevo bebé, echaron a Reina afuera. Excepto que Hanna no tenía siquiera un sucio y malvado Golfo a quien poder recurrir y compartir espaguetis porque su supuesto novio iba a estar a cientos de millas de distancia tomando sol en una playa nudista con una zorra.
           Se echó en una silla en el rincón alejado, junto a Edith, una vieja mujer de más abajo en la calle quien usaba lentes gigantes y siempre se veía como si se hubiera tragado su dentadura falsa. - ¿Quién es? - Edith preguntó, acercando su oído hacia la silla de Hanna. Olía ligeramente a violetas.
           - Hanna Marin, -  dijo Hanna en voz alta. - ¿Me recuerda?
           - Oh, Hanna, sí, por supuesto. - Edith buscó la mano de Hanna y le dio unas palmaditas. - Que lindo verte, querida. - Le acercó un plato de papel que tenía galletas con chispas de chocolates. - Toma una galleta. Yo misma las cociné. Traté de ponerlas en la mesa con toda la otra comida, pero esa mujer nueva que vive aquí no parecía quererlas. - Arrugó su nariz como si hubiera olido algo rancio.
           - Gracias, - murmuró Hanna, queriendo besar a Edith porque tampoco le agraba Isabel. Puso una galleta en su lengua, extasiándose con el sabor a azúcar, mantequilla y chocolate. - Están deliciosas.
           - Que bueno que te gusten. - Edith le acercó otra galleta. - Toma otra. Estás muy flaca.
           Hanna le había parecido muy flaca a Edith incluso cuando era una robusta y fea perdedora, pero igual se sentía bien oírlo. El azúcar la aliviaba. Una tercera galleta la pondría eufórica. No deberías, decía una voz dentro su cabeza. Te comiste todas esas palomitas en la casa de Lucas. Estas usando tus jeans de gorda, y aun así se sienten apretados.
           Pero las galletas olían tan bien. Hanna alzó la vista y vio a Kate riéndose con otro de los colegas de su papá, y algo en su interior se rompió. No lo hagas, se ordenó, pero sus manos parecían moverse por voluntad propia, envolviendo seis galletas en una servilleta. Sus piernas tenían mente propia también, ya que se levantaron del asiento y pasaron entre los invitados. Hanna llegó hasta la escalera vacía antes de abrir la servilleta y comenzar a meterse las galletas en la boca una por una. Las masticaba y las tragaba con desesperación. Las migajas cayeron sobre su pecho. Había chocolate en todos sus dedos y boca. Era como si algo en su interior le dijera que sólo podría detenerse cuando se terminara todas y cada una de las galletas—sólo entonces estaría satisfecha.
           Eso fue exactamente lo que ocurrió la primera vez que conoció a Kate y a Isabel en Annapolis: se había sentido tan nerviosa e incómoda que lo único que la había calmado había sido comer abundantes cantidades de comida. Kate y Ali, a quien Hanna había invitado, la miraban atónitas como si no hubiera sido humana. Y cuando Hanna había doblado del dolor de estómago el Sr. Marin había bromeado, ¿La cerdita comió mucho?
           Esa fue la primera vez que Hanna se hizo vomitar—y no fue la última. Con los años trabajó arduamente para detenerse, pero a veces los viejos hábitos eran difíciles de erradicar.
           Una risita aguda salió del pasillo, y Hanna se levantó de golpe. Sonaba como Ali. Cuando miró por la ventana de enfrente, juró haber visto a alguien moviéndose entre los arbustos.
           Hanna miró a la oscuridad. Luego sintió miradas sobre su espalda y se dio vuelta. Su padre y Kate la estaban mirando desde la cocina.
           Sus ojos iban desde la boca rodeada de chocolate de Hanna, pasando por las migas en su pecho, hasta las galletas en sus manos. Kate sonreía con superioridad. La frente del Sr. Marin se arrugó. Eventualmente, él levantó su mano hacia su cara e hizo un movimiento de limpieza en sus labios. Hanna se limpió una chispa de chocolate que estaba en su mejilla. Kate se dio vuelta y se tapó la boca, suprimiendo una risa.
           Las galletas restantes cayeron de su mano hacia el piso. Con la cara ardiendo, Hanna subió las escaleras y cerró de golpe la puerta de su dormitorio, sacándole el dedo del medio a las ruidosas carcajadas de los invitado y al villancico Bing Crosby Christmas en el estéreo. Ya había tenido suficiente de la Navidad por el resto de su vida.