sábado, 23 de febrero de 2013

Stunning - Capítulo 6: Spencer está dentro


Esa noche, poco después de las seis, Spencer entró a Striped Bass, un restaurant en la calle Walnut en Philadelphia. El lugar tenía altos tejados que provocaban eco, el piso de madera de cerezo brasileño estaba pulido hasta brillar, y había columnas corintias por el perímetro. Grandes luces en forma de barril colgaban sobre las cabezas, garzones daban vueltas alrededor de mesas blancas enmanteladas, y el aire olía a mantequilla derretida, pez espada al grill, y vino tinto

CENA DE BIENVENIDA PARA LA ADMISIÓN ADELANTADA DE PRINCETON decía un pequeño letrero justo pasando el stand del jefe de cocina, apuntando a una pequeña sala a la izquierda. Todos los chicos estaban vestidos con kakis, camisas, y corbatas, y tenían esa ligeramente nerd, súper-confiada mirada que cada mejor alumno de la clase que Spencer haya conocido tenía. Las chicas usaban sweaters, faldas hasta las rodillas, y recatados tacones altos de algún-día-me-uniré-a-una-firma-de-abogados. Algunas de ellas eran flaquísimas y parecían modelos, otras eran más gorditas o usaban lentes de marcos oscuros, pero todas se veían como que habían sacado un 4.0 en la GPA y puntaje perfecto en el SAT.

Una TV iluminada arriba del bar principal captó la mirada de Spencer. ESTE VIERNES, UNA REPETICIÓN DE PEQUEÑA LINDA ASESINA, un banner anunciaba en letras amarillas. La chica que hacía de Alison DiLaurentis apareció, diciéndole a las actrices de Spencer, Aria, Hanna, y Emily que ella quería que fueran BFFs otra vez. “Las he extrañado a todas,” sonrió con afecto. “Las quiero de vuelta.”

Spencer se dio vuelta, el calor subía a su cara. ¿No era momento de que ya dejaran de mostrar ese estúpido documental? De todos modos, la película no contaba toda la historia. Dejaba fuera la parte sobre las chicas pensando que la Verdadera Ali había aparecido en Jamaica.

No pienses en Ali —o Jamaica. Spencer se regañó silenciosamente poniendo sus hombros derechos y marchando hacia el comedor. La última cosa que necesitaba era volverse loca, al estilo de Lady Macbeth, en su primera fiesta formal de Princeton.

            Tan pronto como pasó por la puerta doble, una chica rubia y amplios ojos violeta le sonrió enormemente. “¡Hola! ¿Estás aquí por la cena?”

“Si,” Spencer dijo, enderezándose. “Spencer Hastings. De Rosewood.” Rezaba para que nadie reconociera su nombre—ni notara que una versión de veintitantos de ella estaba en la TV en la sala tras ella.
“¡Bienvenida! Soy Harper, una de las embajadoras estudiantiles.” La chica buscó entre un montón de credenciales y encontró una con el nombre de Spencer escrito en mayúsculas. “Oye, ¿conseguiste eso en la Conferencia de Liderazgo de D.C. hace dos años?” preguntó, mirando el llavero plateado con forma del monumento de Washington que colgaba de la gran cartera de cuero de Spencer.

“¡Sí!” Spencer dijo, agradecida de haber puesto el llavero en el cierre a último minuto. Había esperado que alguien lo reconozca.

Harper sonrió. “Tengo uno de esos en alguna parte. Pensé que solo le decían a universitarios que vayan.”

“Normalmente es así,” Spencer dijo con timidez actuada. “¿También estuviste allí?”

Harper asintió anímicamente. “Fue genial, ¿No crees? Conocer a todos esos senadores, hacer todas esas reuniones falsas de la ONU, a pesar de que esa cena de inauguración fue medio…” Harper se fue quedando callada, haciendo una cara extraña.

“¿Rara?” Spencer se arriesgó, riendo. “Hablas sobre ese mimo, ¿cierto?” Los coordinadores del evento habían contratado un mimo como entretenimiento. Él se pasó toda la cena pretendiendo que estaba atrapado en una caja invisible o paseando a su perro imaginario.

“¡Sí!” Harper se rio. “¡Era tan raro!”

“¿Recuerdas que el senador de Idaho lo amó?” Spencer se rio nerviosamente.

Totalmente.” La sonrisa de Harper era acogedora y genuina. Su mirada se movió a la credencial de Spencer. “¿Vas a Rosewood Day? Una de mis mejores amigas fue allí. ¿Conoces a Tansy Gates?”

“¡Ella estaba en mi equipo de Hockey de pasto!” Spencer dijo, emocionada por otra conexión. Tansy era una de las chicas que había hecho la petición a Rosewood Day para que deje a las de séptimo grado entrar al equipo universitario junior, con la esperanza de que Spencer sea escogida. En vez de eso, Ali fue escogida, y Spencer fue relegada al patético equipo de sexto grado, que dejaba a cualquiera jugar.

Luego Spencer miró a la credencial de Harper. Listaba las actividades en las que estaba involucrada en Princeton. Hockey de pasto. El Diario Princetoniano. Al final, en pequeñas letras, estaban escritas las palabras Silla de Discusiones, Eating Club de Honor.

Casi jadeó. Había hecho un montón de investigaciones sobre los Eating Clubs desde que fue pillada inadvertida en la degustación de tortas. El de Honor mixto, el cual presumía jefes de estado, líderes de compañías importantes, y grandes literarios como alumnos, estaba en la cima de su lista de debo-unirme-a. Si Harper era de Discusión, eso significaba que estaba a cargo de escoger nuevos miembros. Ella definitivamente era la persona que tenía que conocer.

De repente alguien comenzó a aplaudir en la parte frontal de la habitación. “¡Bienvenidos, futuros estudiantes!” un larguirucho tipo con cabello crespo rubio-rojizo gritó. “Soy Steven, uno de los embajadores. Vamos a comenzar la cena, así que ¿podrían todos tomar sus asientos?”

Spencer miró a Harper. “¿Nos sentamos juntas?”

La cara de Harper cambió de golpe. “Me encantaría, pero nuestros asientos están asignados.” Apuntó a la credencial de Spencer. “Ese número en tu credencial es la mesa en la que estas. ¡Pero estoy segura de que conocerás gente genial!”

“Si,” Spencer dijo, tratando de esconder su decepción. Y entonces, antes de que pudiera decir algo más, Harper se alejó.

Spencer encontró la mesa cuatro y se sentó frente a un chico asiático con cabello puntiagudo y lentes angulares quien estaba pegado a la pantalla de su iPhone. Dos chicos con chaquetas iguales de Pritchard Prep estaban conversando sobre un torneo de golf en el que habían competido el verano pasado. Una chica flaca que usaba un traje de sastre estaba gritándole al celular sobre vender stock. Spencer levantó una ceja, preguntándose si la chica ya tenía un trabajo. Estos chicos de Princeton no perdían el tiempo.

“Hello.”

Un chico con barbilla de cabrío, cabello café desordenado, y ojos dormilones miró a Spencer desde el asiento adyacente. Sus pantalones grises de tela tenían el borde deshilachado, y olía como el enorme bong que Mason Byers trajo de Ámsterdam.

El chico drogata estiró su mano. “Soy Raif Fredricks, pero la mayoría me llama Reefer. Soy de Princeton, así que tengo ganas de ir a la universidad comunitaria del lugar. Mi gente me ruega que no vaya, pero es como ‘¡Por supuesto que no! ¡Necesito libertad! ¡Quiero hacer mis rondas de batería a las cuatro de la mañana! ¡Quiero tener juntas de protesta durante la cena!’”

Spencer parpadeó ante él. Lo dijo todo tan rápido que ella no estaba segura de haberlo captado todo. “Espera. ¿Tu vas a Princeton?”

Reefer—Dios, qué estúpido sobrenombre—sonrió. “¿No es por eso por lo que todos estamos aquí?” Su mano aun estaba estirada frente a Spencer. “Eh, normalmente esta es la parte donde la gente se da la mano. Y tú dices, ‘Hola, Reefer, mi nombre es…’”

“Spencer,” Spencer dijo aturdida, estrechando la enorme palma de Reefer por medio segundo. Su mente daba vueltas. Este chico pertenecía a una loma de hierba en Hollis con todos los otros chicos que se graduaban de sus escuelas secundarias en medio del montón. No parecía como el tipo que agonizaba por exámenes Avanzados y se aseguraba de haber hecho suficientes horas de servicio comunitario.

“Entonces, Spencer.” Reefer se apoyó en el respaldo y miró a Spencer de arriba abajo. “Creo que es el destino que nos hayamos sentado juntos. Tú pareces entenderlo, ¿sabes? Pareces no ser una prisionera del sistema.” La codeó. “Además, eres totalmente linda.”

Ew, Spencer pensó, volviéndose a la dirección opuesta expresamente y pretendiendo estar enamorada con la ensalada de escarola que los garzones estaban sirviendo. Solo ella tenía la suerte de estar sentada junto a este perdedor.

Reefer no captó la señal de todos modos. Se acercó, tocándole el hombro. “Está bien si eres tímida. Mira: estaba pensando en ir al Salón de la Independencia y chequear el rally de Occupy Philly después de esto. Se supone que será realmente inspirador.”

“Eh, no gracias,” Spencer dijo, molesta por lo alto que este tipo estaba hablando. ¿Y si todos pensaban que eran amigos?

Reefer se metió un poco de escarola a la boca. “Tú te lo pierdes. Toma, en caso de que cambies de opinión.” Rasgó un trozo de papel de un bien gastado cuaderno de espiral en su bolso, escribió algo, y se lo pasó a Spencer. Ella le echó un ojo a las palabras. Que largo, y extraño viaje ha sido. ¿Ah?

“Jerry es mi gurú,” Reefer dijo. Luego apuntó a un grupo de dígitos bajo la cita. “Llama cuando sea—día o noche. Siempre estoy en pie.”

“Eh, gracias.” Spencer guardó el papel en su cartera. Notó a Harper mirándola desde el otro lado de la habitación, se encontraron miradas, y le hizo una mirada de Oh-mi-dios-creo-que-él-es-desagradable.

Afortunadamente, Steven, el otro embajador, comenzó a hablar, y su largo discurso fortalecedor-de-ego sobre cómo todos en la sala eran maravillosos e impresionantes y probablemente cambiarían el mundo algún día porque fueron a Princeton tomó el resto de la hora. Tan pronto como los garzones limpiaron los postres, Spencer se levantó de su asiento tan rápido como sus modeladas-por-el-hockey-sobre-pasto piernas pudieron llevarla. Encontró a Harper junto a la urna de café y le sonrió ampliamente.

“Veo que conociste a Reefer.” Harper guiñó el ojo.

Spencer arrugó su cara. “Si, que afortunada soy.”

Harper la miró de una forma indescifrable, luego se acercó. “Escucha, sé que es de último minuto, pero ¿tienes planes para este fin de semana?”

“No lo creo.” Además de ayudar a su mamá a aun más degustaciones para la boda. ¿Acaso una segunda boda realmente necesitaba una torta y una torre de Cupcakes?

Los ojos de Harper brillaron. “Genial. Porque tengo una fiesta y me encantaría llevarte. Creo que realmente te llevarías bien con mis amigos. Podrías quedarte conmigo en una gran casa en la que vivo en el campus. Conocer un poco las cosas.”

“Suena maravilloso,” Spencer dijo rápidamente, casi como si, si se quedara quieta un milisegundo, Harper cancelaría su oferta. La gran casa en el campus era la casa de Honor— como silla de Discusión, Harper podía vivir allí.

“Genial.” Harper tocó algo en su teléfono. “Dame tu email. Te enviaré mi número e indicaciones de donde encontrarme. A las seis.”

Spencer le dio su dirección email a Harper y su número de teléfono, más temprano que tarde, el email de Harper apareció en su inbox. Cuando lo leyó, casi dijo wow en voz alta. Como era de esperar, Harper le había dado las indicaciones hacia la Casa de Honor en la avenida Prospect.

Salió de la habitación, caminando en el aire. Mientras pasó la puerta giratoria hacia la calle, su celular, el cual estaba en su cartera, sonó. Cuando lo saó y vio la pantalla, su corazón cayó de golpe como una piedra. Nuevo mensaje de texto de Anónimo.

¡Hola Spence! ¿Crees que tus amigos universitarios te aceptarían en su Eating Club si supieran sobre tu apetito por asesinato? ¡Besos! —A

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