Esa noche,
poco después de las seis, Spencer entró a Striped Bass, un restaurant en la
calle Walnut en Philadelphia. El lugar tenía altos tejados que provocaban eco,
el piso de madera de cerezo brasileño estaba pulido hasta brillar, y había
columnas corintias por el perímetro. Grandes luces en forma de barril colgaban
sobre las cabezas, garzones daban vueltas alrededor de mesas blancas
enmanteladas, y el aire olía a mantequilla derretida, pez espada al grill, y
vino tinto
CENA DE BIENVENIDA PARA LA ADMISIÓN ADELANTADA DE
PRINCETON decía un pequeño letrero justo pasando el stand del jefe de cocina,
apuntando a una pequeña sala a la izquierda. Todos los chicos estaban vestidos
con kakis, camisas, y corbatas, y tenían esa ligeramente nerd, súper-confiada
mirada que cada mejor alumno de la clase que Spencer haya conocido tenía. Las
chicas usaban sweaters, faldas hasta las rodillas, y recatados tacones altos de
algún-día-me-uniré-a-una-firma-de-abogados. Algunas de ellas eran flaquísimas y
parecían modelos, otras eran más gorditas o usaban lentes de marcos oscuros,
pero todas se veían como que habían sacado un 4.0 en la GPA y puntaje perfecto
en el SAT.
Una TV
iluminada arriba del bar principal captó la mirada de Spencer. ESTE VIERNES,
UNA REPETICIÓN DE PEQUEÑA LINDA ASESINA,
un banner anunciaba en letras amarillas. La chica que hacía de Alison
DiLaurentis apareció, diciéndole a las actrices de Spencer, Aria, Hanna, y
Emily que ella quería que fueran BFFs otra vez. “Las he extrañado a todas,”
sonrió con afecto. “Las quiero de vuelta.”
Spencer se
dio vuelta, el calor subía a su cara. ¿No era momento de que ya dejaran de
mostrar ese estúpido documental? De todos modos, la película no contaba toda la
historia. Dejaba fuera la parte sobre las chicas pensando que la Verdadera Ali
había aparecido en Jamaica.
No pienses en Ali —o Jamaica. Spencer
se regañó silenciosamente poniendo sus hombros derechos y marchando hacia el
comedor. La última cosa que necesitaba era volverse loca, al estilo de Lady
Macbeth, en su primera fiesta formal de Princeton.
Tan pronto como pasó por la puerta
doble, una chica rubia y amplios ojos violeta le sonrió enormemente. “¡Hola!
¿Estás aquí por la cena?”
“Si,”
Spencer dijo, enderezándose. “Spencer Hastings. De Rosewood.” Rezaba para que nadie
reconociera su nombre—ni notara que una versión de veintitantos de ella estaba
en la TV en la sala tras ella.
“¡Bienvenida!
Soy Harper, una de las embajadoras estudiantiles.” La chica buscó entre un
montón de credenciales y encontró una con el nombre de Spencer escrito en
mayúsculas. “Oye, ¿conseguiste eso en la Conferencia de Liderazgo de D.C. hace
dos años?” preguntó, mirando el llavero plateado con forma del monumento de
Washington que colgaba de la gran cartera de cuero de Spencer.
“¡Sí!”
Spencer dijo, agradecida de haber puesto el llavero en el cierre a último
minuto. Había esperado que alguien lo reconozca.
Harper
sonrió. “Tengo uno de esos en alguna parte. Pensé que solo le decían a
universitarios que vayan.”
“Normalmente
es así,” Spencer dijo con timidez actuada. “¿También estuviste allí?”
Harper
asintió anímicamente. “Fue genial, ¿No crees? Conocer a todos esos senadores,
hacer todas esas reuniones falsas de la ONU, a pesar de que esa cena de
inauguración fue medio…” Harper se fue quedando callada, haciendo una cara
extraña.
“¿Rara?”
Spencer se arriesgó, riendo. “Hablas sobre ese mimo, ¿cierto?” Los
coordinadores del evento habían contratado un mimo como entretenimiento. Él se
pasó toda la cena pretendiendo que estaba atrapado en una caja invisible o
paseando a su perro imaginario.
“¡Sí!”
Harper se rio. “¡Era tan raro!”
“¿Recuerdas
que el senador de Idaho lo amó?” Spencer se rio nerviosamente.
“Totalmente.”
La sonrisa de Harper era acogedora y genuina. Su mirada se movió a la
credencial de Spencer. “¿Vas a Rosewood Day? Una de mis mejores amigas fue
allí. ¿Conoces a Tansy Gates?”
“¡Ella
estaba en mi equipo de Hockey de pasto!” Spencer dijo, emocionada por otra
conexión. Tansy era una de las chicas que había hecho la petición a Rosewood Day
para que deje a las de séptimo grado entrar al equipo universitario junior, con
la esperanza de que Spencer sea escogida. En vez de eso, Ali fue escogida, y
Spencer fue relegada al patético equipo de sexto grado, que dejaba a cualquiera
jugar.
Luego Spencer
miró a la credencial de Harper. Listaba las actividades en las que estaba
involucrada en Princeton. Hockey de pasto. El Diario Princetoniano. Al
final, en pequeñas letras, estaban escritas las palabras Silla de
Discusiones, Eating Club de Honor.
Casi jadeó.
Había hecho un montón de investigaciones sobre los Eating Clubs desde que fue
pillada inadvertida en la degustación de tortas. El de Honor mixto, el cual
presumía jefes de estado, líderes de compañías importantes, y grandes
literarios como alumnos, estaba en la cima de su lista de debo-unirme-a. Si
Harper era de Discusión, eso significaba que estaba a cargo de escoger nuevos
miembros. Ella definitivamente era la persona que tenía que conocer.
De repente
alguien comenzó a aplaudir en la parte frontal de la habitación. “¡Bienvenidos,
futuros estudiantes!” un larguirucho tipo con cabello crespo rubio-rojizo
gritó. “Soy Steven, uno de los embajadores. Vamos a comenzar la cena, así que ¿podrían
todos tomar sus asientos?”
Spencer
miró a Harper. “¿Nos sentamos juntas?”
La cara de
Harper cambió de golpe. “Me encantaría, pero nuestros asientos están
asignados.” Apuntó a la credencial de Spencer. “Ese número en tu credencial es
la mesa en la que estas. ¡Pero estoy segura de que conocerás gente genial!”
“Si,”
Spencer dijo, tratando de esconder su decepción. Y entonces, antes de que
pudiera decir algo más, Harper se alejó.
Spencer
encontró la mesa cuatro y se sentó frente a un chico asiático con cabello
puntiagudo y lentes angulares quien estaba pegado a la pantalla de su iPhone.
Dos chicos con chaquetas iguales de Pritchard Prep estaban conversando sobre un
torneo de golf en el que habían competido el verano pasado. Una chica flaca que
usaba un traje de sastre estaba gritándole al celular sobre vender stock.
Spencer levantó una ceja, preguntándose si la chica ya tenía un trabajo. Estos
chicos de Princeton no perdían el tiempo.
“Hello.”
Un chico
con barbilla de cabrío, cabello café desordenado, y ojos dormilones miró a
Spencer desde el asiento adyacente. Sus pantalones grises de tela tenían el
borde deshilachado, y olía como el enorme bong que Mason Byers trajo de Ámsterdam.
El chico
drogata estiró su mano. “Soy Raif Fredricks, pero la mayoría me llama Reefer.
Soy de Princeton, así que tengo ganas de ir a la universidad comunitaria del
lugar. Mi gente me ruega que no vaya, pero es como ‘¡Por supuesto que no! ¡Necesito
libertad! ¡Quiero hacer mis rondas de batería a las cuatro de la mañana!
¡Quiero tener juntas de protesta durante la cena!’”
Spencer
parpadeó ante él. Lo dijo todo tan rápido que ella no estaba segura de haberlo
captado todo. “Espera. ¿Tu vas a Princeton?”
Reefer—Dios, qué estúpido sobrenombre—sonrió. “¿No es por eso
por lo que todos estamos aquí?” Su mano aun estaba estirada frente a Spencer.
“Eh, normalmente esta es la parte donde la gente se da la mano. Y tú dices,
‘Hola, Reefer, mi nombre es…’”
“Spencer,” Spencer dijo aturdida,
estrechando la enorme palma de Reefer por medio segundo. Su mente daba vueltas.
Este chico pertenecía a una loma de hierba en Hollis con todos los otros chicos
que se graduaban de sus escuelas secundarias en medio del montón. No parecía
como el tipo que agonizaba por exámenes Avanzados y se aseguraba de haber hecho
suficientes horas de servicio comunitario.
“Entonces, Spencer.” Reefer se apoyó
en el respaldo y miró a Spencer de arriba abajo. “Creo que es el destino que
nos hayamos sentado juntos. Tú pareces entenderlo, ¿sabes? Pareces no ser una
prisionera del sistema.” La codeó. “Además, eres totalmente linda.”
Ew, Spencer pensó, volviéndose a la
dirección opuesta expresamente y pretendiendo estar enamorada con la ensalada
de escarola que los garzones estaban sirviendo. Solo ella tenía la suerte de
estar sentada junto a este perdedor.
Reefer no captó la señal de todos
modos. Se acercó, tocándole el hombro. “Está bien si eres tímida. Mira: estaba
pensando en ir al Salón de la Independencia y chequear el rally de Occupy Philly después
de esto. Se supone que será realmente inspirador.”
“Eh, no gracias,” Spencer dijo, molesta
por lo alto que este tipo estaba hablando. ¿Y si todos pensaban que eran
amigos?
Reefer se metió un poco de escarola
a la boca. “Tú te lo pierdes. Toma, en caso de que cambies de opinión.” Rasgó
un trozo de papel de un bien gastado cuaderno de espiral en su bolso, escribió
algo, y se lo pasó a Spencer. Ella le echó un ojo a las palabras. Que largo, y extraño viaje ha sido. ¿Ah?
“Jerry es mi gurú,” Reefer dijo.
Luego apuntó a un grupo de dígitos bajo la cita. “Llama cuando sea—día o noche.
Siempre estoy en pie.”
“Eh, gracias.” Spencer guardó el
papel en su cartera. Notó a Harper mirándola desde el otro lado de la habitación,
se encontraron miradas, y le hizo una mirada de Oh-mi-dios-creo-que-él-es-desagradable.
Afortunadamente, Steven, el otro
embajador, comenzó a hablar, y su largo discurso fortalecedor-de-ego sobre cómo
todos en la sala eran maravillosos e impresionantes y probablemente cambiarían
el mundo algún día porque fueron a Princeton tomó el resto de la hora. Tan
pronto como los garzones limpiaron los postres, Spencer se levantó de su
asiento tan rápido como sus modeladas-por-el-hockey-sobre-pasto piernas
pudieron llevarla. Encontró a Harper junto a la urna de café y le sonrió
ampliamente.
“Veo que conociste a Reefer.” Harper
guiñó el ojo.
Spencer arrugó su cara. “Si, que
afortunada soy.”
Harper la miró de una forma
indescifrable, luego se acercó. “Escucha, sé que es de último minuto, pero
¿tienes planes para este fin de semana?”
“No lo creo.” Además de ayudar a su
mamá a aun más degustaciones para la boda. ¿Acaso una segunda boda realmente
necesitaba una torta y una torre de
Cupcakes?
Los ojos de Harper brillaron.
“Genial. Porque tengo una fiesta y me encantaría llevarte. Creo que realmente
te llevarías bien con mis amigos. Podrías quedarte conmigo en una gran casa en
la que vivo en el campus. Conocer un poco las cosas.”
“Suena maravilloso,” Spencer dijo
rápidamente, casi como si, si se quedara quieta un milisegundo, Harper
cancelaría su oferta. La gran casa en el
campus era la casa de Honor— como silla de Discusión, Harper podía vivir
allí.
“Genial.” Harper tocó algo en su
teléfono. “Dame tu email. Te enviaré mi número e indicaciones de donde
encontrarme. A las seis.”
Spencer le dio su dirección email a
Harper y su número de teléfono, más temprano que tarde, el email de Harper
apareció en su inbox. Cuando lo leyó, casi dijo wow en voz alta. Como era de
esperar, Harper le había dado las indicaciones hacia la Casa de Honor en la
avenida Prospect.
Salió de la habitación, caminando en
el aire. Mientras pasó la puerta giratoria hacia la calle, su celular, el cual
estaba en su cartera, sonó. Cuando lo saó y vio la pantalla, su corazón cayó de
golpe como una piedra. Nuevo mensaje de
texto de Anónimo.
¡Hola Spence! ¿Crees que tus amigos universitarios te
aceptarían en su Eating Club si supieran sobre tu apetito por asesinato?
¡Besos! —A
Cuando publican el capitulo 7??
ResponderBorrarDentro de esta semana :)
BorrarNo podía esperar para otro capitulo, en el seis ya apareció A lo/a detesto.(se re metía en los libros)
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