lunes, 18 de febrero de 2013

PLS - Hanna - Capítulo 3: Los Viejos Hábitos nunca mueren

 <<<Capítulo 2

 Traducido por: Daniela
Corregido por: Daniela, Catalina F, Pilar y Brayan.

Hanna rodeó a Brooke, salió por la puerta, y sacó su Prius tan rápido como pudo de la casa de los Beatties. La último que quería era oír otra palabra sobre las metas de bronceado de Brooke, de los Jell-O shots o de frases de doble sentido ligeramente encubiertas sobre cómo Brooke iba a llevar a Lucas a la cama.
Su celular sonó justo cuando doblaba en la esquina de la calle de Lucas. El nombre de Lucas apareció en la pantalla, Hanna consideró no responder, luego suspiró, respondió, y dijo hola.
- No tienes nada de qué preocuparte, - dijo Lucas. - Lo prometo.
Hanna no respondió, pero apretó el manubrio tan fuerte que estaba segura de que le estaba sacando ampollas a sus palmas.
- Mi papá me acaba de decir que el hotel donde nos quedaremos tiene WiFi. Te llamaré por Skype todos los días y te enviaré toneladas de fotos y te diré cuanto te adoro por Facebook a cada pocas horas.
           - ¿Qué tal cada hora en punto? - Si Lucas iba a estar constantemente en contacto con ella, no podría meterse en tantos problemas, ¿cierto?  - Y promete comprarme un regalo— algo bueno. Y no te atrevas a mirar ningunos pechos en esa playa nudista.
           Cuando colgaron unos minutos después, se sentía un poco mejor. Hanna serpenteaba por las calles de Rosewood, el único sonido en el auto era el del calefactor. Mientras pasaba el ocupado distrito comercial, notó dos luces delanteras detrás de ella. La siguieron mientras conducía por la escuela, las iluminadas ventanas de Otto, el elegante restaurante Italiano y la tienda de comestibles Fresh Fields. Con cada vuelta, el auto le seguía el ritmo. Miró a la oscura figura tras la manubrio por el espejo retrovisor, su corazón comenzó a latir más fuerte. ¿La estaban siguiendo? ¿Y si era Ian?— ¿Habría escapado de la prisión? Se detuvo en una intersección y esperó. El conductor la pasó sin disminuir la velocidad, y Hanna exhaló aliviada.
           Hanna miró el letrero de la calle y notó dónde había parado. Era la vieja calle de Mona—y de Ali.
           Algunas de las casas de la cuadra ya estaban decoradas para las fiestas. La propiedad de los Hastings tenía luces parpadeantes que seguían el borde del techo. La casa de Jenna Cavanaugh tenía solemnes velas en las ventanas. La vieja casa de Ali, en la cual ahora vivía una nueva familia, tenía una corona luminosa en la puerta. El santuario de Ali, el cual tanto amigos como conocidos pusieron poco después de que el cuerpo de Ali fuera encontrado, resplandecía en la esquina. Nadie sabía quien mantenía esas velas encendidas.
           La propiedad de los Vanderwaal estaba oscura.  Hanna podía ver el largo garage de cinco autos en la esquina del terreno, en donde ella y Mona se habían subido y escrito HM+MV=BBBBBFF en grandes letras blancas en el techo. - Prométeme que nunca seremos otra cosa que mejores amigas, - le había dicho Mona luego de que terminar y mientras se lavaban la pintura blanca de las manos con la manguera del jardín. - Lo prometo, - había dicho Hanna. Y ella le había creído a Mona con todo su corazón.
           Ahora Hanna quería incendiar el garage. O escalar hasta allí arriba y dejar un ramo de flores en recuerdo de Mona. Sus emociones cambiaban tan bruscamente de un segundo a otro que era difícil saber qué sentía.
           Y luego, sin querer, el recuerdo del auto que había conducido hacia Hanna en el estacionamiento dos meses atrás apareció en su mente. Hanna había tratado de correr, pero se le había venido encima demasiado rápido. Recordó el agudo e inmovilizador terror que había sentido cuando se dio cuenta de que el auto la iba a atropellar—que Mona la iba a atropellar.
           - No pienses en ello, - se susurró Hanna.
           Condujo lentamente el resto del camino a casa, tomando respiraciones profundas y purificadoras. Luego de dirigir el auto hacia la entrada de su familia, por poco choca con una fila de vehículos que no reconoció. Tenía que haber como quince sedanes, todo terrenos y una mezcla de estos estacionados en el camino circular. Luego notó algo pestañeando junto al garage. Luces navideñas. ¿Y era eso un Santa que brilla en la oscuridad, y un hombre de jengibre inflable en el jardín delantero?
           Dio pasos indecisos hacia la casa. Dot, que llevaba una especie de prenda extravagante en la cabeza, gimió a sus pies cuando ella entró. Un momento. ¿Esos eran cuernos de reno? Hanna lo acarició y miró las dos ramas de peluche en su cabeza. Cada una estaba decorada con un pequeño cascabel.
           - ¿Quién te hizo esto? - Hanna susurró, sacándoselas. Dot sólo lamió su cara.
           Miró alrededor de la sala de estar y resopló. Hojas navideñas enrolladas alrededor de la baranda. Un Santa Claus mecánico saludaba desde la mesa auxiliar que alguna vez sostuvo los jarros de cerámica de su madre. Un alto árbol cargado de espumillón estaba de pie en un rincón, y la chimenea, la cual Hanna no podía recordar una sola vez en que su familia la hubiera usado, estaba prendida. “Rudolph el Reno de Nariz Roja” sonaba en el estéreo a máximo volumen, y toda la casa olía a jamón acaramelado.
           - ¿Hola? - llamó Hanna.
           Se oían risas desde la cocina, primero los alegres graznidos de Isabel, luego las carcajadas explosivas de su papá. Hanna rodeó la esquina. La cocina estaba llena de gente que sostenía copas de champaña y platos de aperitivos llenos con quiches pequeños y rodajas de queso Brie. Muchos de ellos usaban gorros de Santa, incluyendo el papá de Hanna. Isabel estaba en la esquina, usando un vestido de terciopelo rojo con algodón de Sra. Claus en las mangas y el borde, y Kate tenía un ajustado vestido rojo y tacones blanco y negro de Kate Spade. Un muérdago colgaba del candelabro, una garrafa de sidra estaba en la encimera, y platos y más platos con galletas navideñas y aperitivos de apariencia más deliciosa llenaban la isla.
           Isabel vió a Hanna y se acercó. - ¡Hanna! ¡Merry Christmas! ¡O Tannenbaum! ¡Feliz Navidad!
           Hanna suspiró. - Em, de hecho, soy judía. Y mi padre también.
           Isabel parpadeó tontamente, como si no pudiera comprender que alguien, mucho menos su propio prometido, pudiera celebrar otra cosa que no fuera Navidad.
           El Sr. Marin apareció junto a Isabel. - Hey, cariño, - dijo, acariciando el pelo de Hanna.
           Hanna lo miró incrédula. - ¿Desde cuándo celebras Navidad? - Dijo la palabra como si hubiera dicho el cumpleaños de Satanás.
           El Sr. Marin se cruzó de brazos defensivamente. - La he estado celebrando con Isabel y Kate los últimos años. Le dije a Kate que te dijera.
           - Bueno, no lo hizo, - dijo Hanna, llanamente.
           - Celebramos los Doce Días de Navidad todos los años. Siempre lo inauguramos con una fiesta. - Isabel tomó un trago de champaña. - Es una tradición maravillosa. La comenzamos antes este año con esta cosa tipo estreno de casa-y-navidad esta noche.
           - Y nos gustaría que fueras parte de la tradición también, por supuesto, - añadió el Sr. Marin.
           Hanna miró toda la parafernalia roja y verde. Su familia nunca había sido tan religiosa, pero prendían velas menorah cada noche de Hanukkah. El día de navidad, ordenaban comida China, veían maratones de películas e iban a dar un largo paseo familiar en bicicleta si el clima era decente. A ella le gustaban esas tradiciones.
           El timbre sonó, e Isabel y el Sr. Marin se dirigieron hacia la puerta principal. Hanna fue hacia la mesa de bebidas, preguntándose en qué tantos problemas se metería si se sirviera una copa gigante de whisky. Luego, una silueta familiar, vestida en rojo, apareció.
           - Qué interesante traje para esta fiesta. - Kate miró la sudadera ancha de los Eagles que Hanna estaba usando. - Esta fiesta es importante para Tom, sabes. Un montón de sus nuevos colegas están aquí. Podrías haber hecho un poco más de esfuerzo.
           Hanna quería golpear a Kate en la cabeza con una salchicha de pepperoni de la mesa de comida. - No sabía que habría una fiesta.
           - ¿No sabías? - Kate levantó una ceja perfectamente depilada. - Yo lo sabía desde hace una semana. Supongo que olvidé decírtelo.
           Se dio vuelta y se fue. Hanna tomó un petit four y se lo llevó a la boca sin siquiera saborearlo, mirando a su papá al otro lado de la habitación. Él estaba congraciando con un hombre de cabello gris en un traje ajustado y negro y una esbelta mujer usando enormes aros de diamantes. Cuando Kate se acercó, el Sr. Marin puso su mano sobre su hombro y los presentó, parecía orgulloso. Sin embargo, no se dio vuelta para hacerle señas a Hanna para también presentarla.
           Ella era solamente una gran bola no deseada en una sudadera de los Eagles. Una chica que no era siquiera invitada a las fiestas en su propia casa. Se sintió como Reina en la Dama y el Vagabundo, una de sus películas favoritas de niña. Cuando Jaimito y Linda tuvieron un nuevo bebé, echaron a Reina afuera. Excepto que Hanna no tenía siquiera un sucio y malvado Golfo a quien poder recurrir y compartir espaguetis porque su supuesto novio iba a estar a cientos de millas de distancia tomando sol en una playa nudista con una zorra.
           Se echó en una silla en el rincón alejado, junto a Edith, una vieja mujer de más abajo en la calle quien usaba lentes gigantes y siempre se veía como si se hubiera tragado su dentadura falsa. - ¿Quién es? - Edith preguntó, acercando su oído hacia la silla de Hanna. Olía ligeramente a violetas.
           - Hanna Marin, -  dijo Hanna en voz alta. - ¿Me recuerda?
           - Oh, Hanna, sí, por supuesto. - Edith buscó la mano de Hanna y le dio unas palmaditas. - Que lindo verte, querida. - Le acercó un plato de papel que tenía galletas con chispas de chocolates. - Toma una galleta. Yo misma las cociné. Traté de ponerlas en la mesa con toda la otra comida, pero esa mujer nueva que vive aquí no parecía quererlas. - Arrugó su nariz como si hubiera olido algo rancio.
           - Gracias, - murmuró Hanna, queriendo besar a Edith porque tampoco le agraba Isabel. Puso una galleta en su lengua, extasiándose con el sabor a azúcar, mantequilla y chocolate. - Están deliciosas.
           - Que bueno que te gusten. - Edith le acercó otra galleta. - Toma otra. Estás muy flaca.
           Hanna le había parecido muy flaca a Edith incluso cuando era una robusta y fea perdedora, pero igual se sentía bien oírlo. El azúcar la aliviaba. Una tercera galleta la pondría eufórica. No deberías, decía una voz dentro su cabeza. Te comiste todas esas palomitas en la casa de Lucas. Estas usando tus jeans de gorda, y aun así se sienten apretados.
           Pero las galletas olían tan bien. Hanna alzó la vista y vio a Kate riéndose con otro de los colegas de su papá, y algo en su interior se rompió. No lo hagas, se ordenó, pero sus manos parecían moverse por voluntad propia, envolviendo seis galletas en una servilleta. Sus piernas tenían mente propia también, ya que se levantaron del asiento y pasaron entre los invitados. Hanna llegó hasta la escalera vacía antes de abrir la servilleta y comenzar a meterse las galletas en la boca una por una. Las masticaba y las tragaba con desesperación. Las migajas cayeron sobre su pecho. Había chocolate en todos sus dedos y boca. Era como si algo en su interior le dijera que sólo podría detenerse cuando se terminara todas y cada una de las galletas—sólo entonces estaría satisfecha.
           Eso fue exactamente lo que ocurrió la primera vez que conoció a Kate y a Isabel en Annapolis: se había sentido tan nerviosa e incómoda que lo único que la había calmado había sido comer abundantes cantidades de comida. Kate y Ali, a quien Hanna había invitado, la miraban atónitas como si no hubiera sido humana. Y cuando Hanna había doblado del dolor de estómago el Sr. Marin había bromeado, ¿La cerdita comió mucho?
           Esa fue la primera vez que Hanna se hizo vomitar—y no fue la última. Con los años trabajó arduamente para detenerse, pero a veces los viejos hábitos eran difíciles de erradicar.
           Una risita aguda salió del pasillo, y Hanna se levantó de golpe. Sonaba como Ali. Cuando miró por la ventana de enfrente, juró haber visto a alguien moviéndose entre los arbustos.
           Hanna miró a la oscuridad. Luego sintió miradas sobre su espalda y se dio vuelta. Su padre y Kate la estaban mirando desde la cocina.
           Sus ojos iban desde la boca rodeada de chocolate de Hanna, pasando por las migas en su pecho, hasta las galletas en sus manos. Kate sonreía con superioridad. La frente del Sr. Marin se arrugó. Eventualmente, él levantó su mano hacia su cara e hizo un movimiento de limpieza en sus labios. Hanna se limpió una chispa de chocolate que estaba en su mejilla. Kate se dio vuelta y se tapó la boca, suprimiendo una risa.
           Las galletas restantes cayeron de su mano hacia el piso. Con la cara ardiendo, Hanna subió las escaleras y cerró de golpe la puerta de su dormitorio, sacándole el dedo del medio a las ruidosas carcajadas de los invitado y al villancico Bing Crosby Christmas en el estéreo. Ya había tenido suficiente de la Navidad por el resto de su vida.



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