martes, 17 de febrero de 2015

Vicious - Capítulo 26: Melancolía de Prisión

<<Capítulo 25

Traducido por: Analía:)
Corregido por: Andrea F.



    Aria usualmente tenía un estómago de hierro cuando se trataba de mareos, pero algo sobre el calvo y corpulento trabajador con chaqueta caqui de la prisión que conducía la furgoneta al Centro de Penitenciaría de Pensilvania, enviaba su estómago a dar vueltas todo el camino hasta que pasaron a través de las rejas de prisión. Tal vez era la errónea conducción, o tal vez era la manera en que él olía a carne seca—cecina de res, la esencia de eso literalmente escapaba de sus poros.
    El auto llegó se detuvo, arrojando a Aria, Spencer y a Hanna  hacia delante bruscamente contra sus cinturones de seguridad. El trabajador las miró, salió, y tiró de la puerta trasera corrediza de la furgoneta. - Fin del viaje, - él ordenó, luego se rió por lo bajo. - Bienvenidas a su nueva casa, perras.
    Aria arrastró los pies fuera de la furgoneta lo mejor que pudo con las cadenas alrededor de sus tobillos. Hanna y Spencer la siguieron, ninguna de ellas dijo una palabra. En realidad, no habían hablado desde que el veredicto había sido legado. Llorar en los hombros de las unas y las otras, si. Mirarse entre sí con horror, definitivamente. ¿Pero que había que decir, realmente?   
    Culpable. Todavía era muy horrible como para creerlo. Cualquier cosa que Rubens había dicho, cualquier lógica sobre lo que posiblemente haya pasado, cualquier garantía de que ellas apelarían tan pronto como pudieran, entraron en un oído de Aria y salieron por el otro. Un grupo de personas la encontraron culpable. Eso la hacía sentir más bajo que bajo. Personas en verdad pensaban que era una asesina. Ellos habían escuchado ese ridículo caso y habían tomado el lugar de Ali. No podía creerlo.
    El trabajador las empujó hacia una puerta de metal. Otro guardia, una corpulenta mujer de cabello marrón corto y una cara con papada, esperaba por ellas, con un cesto de metal en sus alargadas manos. Aria miró hacia el nombre en su placa. BURROUGHS. Había leído en algún lugar que las personas se hacían llamar sólo por sus apellidos  en prisión—los nombres eran muy personales. O tal vez te daban demasiada identidad. Así que aquí, Aria ya no sería Aria, sino que Montgomery. Ya no sería un individuo, sino que un número. Ya no sería una artista, sino que una asesina.
    - Entregue todas sus pertenencias, - Burroughs le ordenó a Spencer, quien era la primera en la fila. - Cualquier joya, cualquier cosa que tenga en sus bolsillos, entréguelos aquí.
    Spencer se quitó un par de aretes y los arrojó al cesto. Aria no tenía nada que soltar— se había quitado el brazalete Cartier que Noel le había dado anteriormente y se lo entregó a Ella para que se lo resguardara. Le había dicho que se lo devolviera a la familia Kahn, aunque con sólo decirlo se había quedado sin habla. Ahora deseaba que no se hubiera acobardado de hablarle en la boda de Hanna y Mike. Él había parecido tan… enojado. Y no había ido al juicio. Pensándolo bien, su propio juicio probablemente sería pronto. Se preguntaba qué pensó cuando escuchó que ella había sido encontrada culpable. Tal vez no le interesaba en lo absoluto.
    De pronto, Burroughs la había empujado contra la pared, la barbilla de Aria golpeándose contra los bloques. Ella sintió las manos de Burroughs moviéndose bruscamente arriba y hacia abajo por su cuerpo, pinchando sus axilas, ahuecando el espacio bajo sus pechos, y haciendo un barrido completo entre sus piernas. Burroughs se paró detrás y las miró a ellas tres con ojos entrecerrados. - Antes de que vayamos adentro, no quiero nada raro, - Ella gruñó. - Nada de hablar. Nada de mirar a las otras presas. Nada de reclamos. Harán lo que se les diga, y no causarán problemas.
    Aria alzó su mano. - ¿Cuándo podré hacer una llamada por teléfono?
    Burroughs resopló indignada. - Cariño, los privilegios de llamadas son ganados. Y definitivamente no has hecho nada para merecerlo todavía. - miró a las otras. - Y también hay privilegios de baño, privilegios de dormir, incluso privilegios para comer.
    - ¿Privilegios de comer? - Spencer repitió, su voz partiéndose. - Eso no parece humano.
    Whap. La mano de la mujer voló y golpeó la mandíbula de Spencer tan rápido que Aria casi no captó. Spencer se volteó hacia la derecha e hizo un sonido torturado. Aria se volvió hacia ella, queriendo reconfortarla, pero temía que la mujer pudiera golpearla, también.
    - ¡Dije nada de reclamos! - Burroughs siseó, luego las empujó por un largo, sucio corredor, que olía como a pies, sudor, y a los más sucios baños portátiles. Hasta que llegaron a la entrada de lo que lucía como un baño, aunque éste no tenía puerta. - Tiempo de bañarse, - les instruyó, empujándolas hacia la habitación.
    Aria miró hacia los sucios azulejos, el grifo que goteaba, los retretes abiertos. El lugar estaba lleno de otras mujeres— mujeres que lucían terroríficas con sus tatuajes y despiadadas muecas, y encorvadas, en posturas masculinas, paseandose por ahí totalmente desnudas y sin vergüenza. Una pareja de ellas se estaban gritando la una a la otra como al borde de una pelea. Una delgada chica asiática estaba acurrucándose en una esquina, murmurando algo en un idioma que Aria jamás había escuchado. Una mujer, que estaba depilándose las cejas en el fregadero, tenía una cicatriz que recorría la longitud de su rostro. Cuando vió a Aria mirando, rompió en una amplia, rara sonrisa, mantuvo las pinzas en alto. - Hola, - se burló.
    Aria se encogió. Sus pies no se podían mover. Ella no se podía bañar allí. Ni siquiera podía quedarse allí. ¿Cómo iba a hacer esto? ¿Cómo se mantendría fuerte? Pensó en lo que Rubens les había dicho después de que el veredicto había sido legado: - Todo estará bien. Apelaremos. Todavía seremos capaz de vencer.
    - ¿Y si no lo logramos?
    Rubens tiró de su labio inferior en su boca. - Bueno, entoncespodrían estar enfrentando veinticinco años. Veinte tal vez, si tienen un buen comportamiento. He visto a prisioneros salir en quince.
    Quince años. Aria tendría treinta y tres para entonces. La mitad de su vida se habría ido. Noel no habría esperado por ella de todas maneras, ni siquiera si hubiesen estado juntos.
    De alguna manera, lo logró en la ducha, que no tenía cortinas. Hizo todo lo posible para cubrirse y fregarse al mismo tiempo, aunque el jabón estaba resbaladizo, no enjabonaba, y olía a vómito. Burroughs se acercó por el corredor, con los brazos cruzados en su pecho, mirándolas a cada una por razones que Aria no entendía realmente— Tal vez sólo para que se acostumbren a la humillación. Justo a las afueras de la cabina, las prisioneras circulaban como tiburones. - ¿Chicas nuevas? - Aria oyó a una de ellas preguntarle al guardia. - Son terriblemente lindas,-  Dijo otra. - Lucen como perras, - Alguien más dijo. Aria incinó su cabeza contra los sucios azulejos de la pared y dejó que las lágrimas cayeran.
    Después de cerca de tres minutos, la guardia se inclinó y cerró el agua, ordenándole a Aria que salga. - Ropas puestas - Ladró. Aria, Spencer y Hanna se secaron lo mejor que pudieron y rápidamente entraron en los monos naranjas. La piel de Aria ahora olía como al nauseabundo jabón que había usado. Su húmedo cabello goteaba en su espalda, un sentimiento que siempre había odiado.
    Entonces, Burroughs les hizo señas para que la siguieran por otro oscuro corredor sin ventanas— Todo el lugar le recordaba a Aria a uno de esos laberintos científicos donde ponen ratas para experimentos— y pasaron una habitación abierta de literas de mujeres. Las prisioneras merodeaban el espacio agresivamente. Hip-hop flotaba a través del aire. Había más gritos desde la esquina trasera, aunque la voz de un guardia se elevó bruscamente, diciéndole a quien quiera que fuese que se callara.
    La guardia dio un giro por otro vestíbulo, pero sólo tomó la mano de Aria, instruyéndole al otro guardia que guiara a Hanna y Spencer a otro lugar. - Orientación para ti, Montgomery. D’Angelo, envió a Hastings y a Marin a sus literas.
    Aria resopló. - ¿No podremos ir todas juntas?
    Burroughs se rió. - Lo siento, encanto.
    Aria encontró la mirada de Spencer. La mirada que Spencer le dió estaba tan aterrorizada, tan atrapada, que el propio corazón de Aria se apresuró. Hanna levantó una mano en saludo. Algo sobre esto parecía finito, como si fuese posible que ellas no se volvieran a ver otra vez. Los guardias debieron haber sabido lo cercanas que eran todas ellas, y que presuntamente ellas habían cometido el crimen juntas. Si su meta era hacer a todas aquí miserables, entonces por supuesto que harían todo para mantenerlas a ella y sus amigas separadas.
    Puedes hacerlo, Aria se dijo a sí misma. Pero en realidad, no estaba segura.
    Burroughs sostuvo apretadamente el antebrazo de Aria y la empujó hacia una pequeña sala de conferencia al final del pasillo. Tenía un par de sillas plegables y estaba tan caluroso y sofocante que Aria inmediatamente empezó a sudar. Cerró sus ojos, tratando de pretender que estaba en una calurosa clase de yoga— Menos el Yoga— pero no hizo ningún bien en verdad.
    Una delgada mujer rubia con una sobremordida dramática se paró en el frente de la habitación. - Siéntese, - Le dijo a Aria, señalando hacia algunas sillas vacías. Algunos asientos ya estaban ocupados por otras mujeres en monos naranjas. Aria miró a cada una de ellas, preguntándose de cuál en la tierra podría sentarse cerca sin temer por su vida. Allí había una Latina obesa con tatuajes en su sien; una chica pálida que estaba temblando un poco, ya sea en desintoxicación o en el borde de un ataque psicótico; un grupo de mujeres todas sentadas juntas que, por sus expresiones amenazantes idénticas, lucían como miembros de la misma banda; y una chica alta morena con lentes que estaba quieta en el fondo de la sala,  tan atenta como un gato.
    Aria miró a la chica morena con optimismo. Ella parecía cuerda. Cabizbaja, Aria agarró una silla a su lado y cruzó sus manos en su regazo, preguntándose qué seguiría.
    Olive, alias Señora Sobremordida, cerró la puerta, lo que solo incrementaba el sofocante sentimiento dentro de  la habitación. Se acercó a la esquina e hizo clic en un pequeño ventilador del escritorio, pero luego sólo lo lo giró en dirección a ella misma. - Bienvenidas al Centro de Penitenciaría Estatal Keystone, - Dijo en tono soso. - Estoy aquí para decirles todo lo que necesitan saber, incluyendo las reglas, el horario, sus asignaciones de empleo, los horarios de cafetería, inquietudes médicas, privilegios especiales, y qué hacer si se empiezan a sentir suicidas.
    Aria presionó sus manos sobre sus ojos. Ella ya se sentía suicida
    Olive continuó hablando por un tiempo sobre varios protocolos de prisión, transformando los más pequeños derechos civiles— tener un poco de tiempo para ver a la familia en la mañana del sábado, que te permitan comprar cosas como cepillos para el cabello o sandalias de la comisaría si los fondos eran adecuados, una normal media hora cada día de tiempo al aire libre en el patio de la prisión— en lujos. Aria deseó poderle preguntar a Olive si allí había una biblioteca, o si sería capaz de comprar materiales para pintar, o si había un psicólogo en el personal que pudiera ser capaz de guiarla sobre cómo, exáctamente, iba a salir de esto sin perder la cabeza. Pero ya había aceptado el hecho de que probablemente no conseguiría ninguna de esas cosas.
    Ella se recostó en su asiento y miró hacia arriba al techo, una gota de sudor lentamente bajó por su frente. La chica morena con lentes se movió a su lado, y mientras Aria se volteaba, ella captó su mirada. Aria se atrevió a una sonrisa tímida. - Hola, - susurró. - ¿También es tu primer día?
    La chica asintió y le sonrió de vuelta. El corazón de Aria se elevó — ella parecía tan normal. Tal vez incluso una nueva amiga. Necesitaría tantas como pudiera tener. Luego la chica añadió. - Pero he estado aquí antes, Aria.
    Aria parpadeó fuerte, sintiendo como si la imagen positiva se hubiese vuelto en una foto negativa. - ¿C-cómo sabes mi nombre?
    La chica se acercó lentamente hasta que sus cuerpos casi se tocaron. - Porque he estado esperándote. - Susurró. - Eres la chica que asesinó a Alison Dilaurentis, ¿Verdad?
    La mandíbula de Aria colgó abierta. Le tomó mucho tiempo encontrar las palabras para responder. - N-no, - Dijo, su voz temblando. - Yo no la asesiné. El veredicto es incorrecto.
    La chica miró hacia adelante otra vez, su sonrisa ahora conocedora e implacable. - Sí, tu lo hiciste. Y todos lo sabemos. Ella es una heroína para algunas de nosotras, sabes. Ella es la que nos anima a continuar.
    Cada célula en el cuerpo de Aria empezó a agitarse. Quería brincar y salir disparada lejos de esta chica, pero estaba casi muy afectada para moverse. Ella es lo que nos anima a continuar. La barbilla de la chica se mantuvo alta, su expresión convencida y honrada. Ella creía lo que estaba diciendo sobre Ali— Creía en Ali ella misma. Y luego, cuando Aria bajó la mirada, notó un costroso tatuaje negro sobre el interior de la muñeca de la chica. Era una sola letra: A.
    La sangre de Aria corrió fría, e instintivamente palmeó sus bolsillos por su celular, pero por supuesto no había nada allí. Pero si ella hubiese tenido su teléfono consigo, le hubiese escrito a sus amigas inmediatamente. SOS. Había una Ali Cat—  en prisión.
    De repente, Aria revisó su diagnóstico aquí. Sería un milagro si sobrevivía los próximos quince años. Puede que  ni siquiera sobreviviera hasta mañana.

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