domingo, 8 de febrero de 2015

Vicious - Capítulo 18: La Joya en la Corona

<<Capítulo 17


Traducido por: Daniela
Corregido por: Brayan,Julieta y Andrea F.



Más tarde el jueves, después de que Spencer sufrió otro largo y horrorifico día más en la corte, Rubens le hizo un gesto a ella y a Hanna para que hablen con él en el pasillo. Spencer mantuvo su cabeza baja, evitando los reporteros que estaban clamando a la orilla de las puertas de la corte. Algunos de sus testigos también estaban allí. Como Andrew Campbell, a quien Spencer no había visto en meses, pero quien dio dulce testimonio en el estrado diciendo que ella era una buena persona. Kristen Cullen también estaba allí, así como algunos de los profesores de Spencer, e incluso había un representante del comité del ensayo de la Orquídea de Oro. Spencer había plagiado el paper de su hermana, pero le había tomado mucha fortaleza y carácter el salir adelante y decir que había mentido. No fue, dijo el representante, el comportamiento de una asesina.
           Spencer podía sentirlos a todos ellos ahí, y quiso tomarse el tiempo para agradecerle a cada uno de ellos. Pero Rubens las estaba llevando a ella y a Hanna hacia adelante. Les sonrió rápidamente, y luego se apresuró tras de él.
           Rubens las guió hacia una sala de conferencias con una gran mesa de madera y una enorme pintura en óleo de un hombre de nariz achatada usando una peluca estilo antiguo de George Washington. Él se sentó y juntó sus manos, luego dio un gran suspiro.
           - Me voy a poner a su nivel -Rubens miraba de una a la otra. Spencer y Hanna estaban sentadas a tanta distancia como era posible, sin mirarse entre sí-. He oído rumores de que el fiscal de distrito traerá un testigo sorpresa. Es inusual, ya que ya han presentado a todos sus testigos, pero puede hacerse cuando alguien no accede a testificar hasta más avanzado el juego. Es alguien quien, dicen, daría la última estocada.
           Hanna arrugó su nariz.
- ¿Quién podría ser?
           - Sí, además de que fantasma de Ali venga y diga que la matamos. -Spencer añadió con ironía, jugando con un botón de su blazer.
           Rubens golpeaba su lápiz en la mesa.
- No estoy muy seguro de quien podría ser, pero parece que el fiscal de distrito tiene algo bajo la manga —algo que no es bueno. Me pregunto si sería mejor que hagan una declaración pactada.
           Spencer se dobló del dolor.
- ¿Qué?
           El abogado no parecía estar bromeando:
- Hacemos un trato. Significará una multa muy alta. E igual significará tiempo en prisión. Pero podría significar menos tiempo en prisión.
           Spencer lo miró.
- Pero no lo hicimos.
           - No deberíamos tener que ir a prisión en lo absoluto. -Hanna añadió.
           Rubens se frotó la sien.
- Entiendo eso. Pero lo que están buscando, exoneración absoluta, podría no ocurrir. Sólo quiero administrar sus expectativas.
           Spencer se apoyó en el respaldo.
- Se supone que usted tiene que probarle al jurado que este crimen no puede ser demostrado por encima de una sombra de duda. Todo lo que los policías tienen son un diente y algo de sangre y a nosotras en la escena cuando no debimos estar allí. Emily perdiendo el  control, todo esto sobre nuestros pasados, no nos hace asesinas. ¿Por qué nos rendiremos?
           Rubens se encogió de hombros.
- Es cierto que la ausencia del cuerpo de Alison debería ser importante, y voy a enfatizar eso en mi alegato. No me estoy rindiendo, ¿está bien? Solo estoy poniendo esto a la luz como una opción -luego se paró-. Piénsenlo, ¿ok? Estamos en receso por otras pocas horas. Podríamos acabar con esto hoy.
           ¿E ir a prisión inmediatamente? Spencer pensó, su estómago se retorcía. No, gracias.
           Rubens salió al pasillo, dejando a Spencer y a Hanna solas. Spencer miró a su vieja amiga, incómoda.
- Esto apesta. -Hanna finalmente murmuró.
           Spencer asintió. Miró el brazalete de lacrosse en la muñeca de Hanna, queriendo decir algo. Lo que sea. Si tan sólo pudiera alcanzarla y darle a Hanna un gran abrazo y que todo estuviera perdonado.
           Luego notó algo en la cartera de Hanna. Lucía como una invitación. Spencer miró con más esfuerzo, notando el propio nombre de Hanna, junto al de Mike. Hanna Marin y Michelangelo Montgomery le invitan a su boda en la mansión Chanticleer este sábado a las ocho de la tarde.
           Dolió, especialmente porque ella no había sido invitada.
           Hanna notó a Spencer mirando las invitaciones. Su cara se empalideció.
- Oh, Spence. De hecho, toma. -metió su mano a su cartera y le pasó una invitación.
           Spencer la miró. Su cabeza se levantó rápidamente.
- No tienes que invitarme solo porque ocurrió que las vi.
           Los ojos de Hanna estaban muy abiertos.
- ¡No, yo quiero invitarte! -se rió de los nervios-. Spence, quiero que seamos amigas otra vez. Esa discusión fue estúpida. Tenemos que superarlo, ¿no crees?
           Spencer rotó su mandíbula. Quería creerle a Hanna, pero algo en lo que acababa de decir no quedaba bien. No podía sacar su discusión de su mente. No te hagas la mártir. Nadie había sido tan pesada con ella, ni siquiera Melissa.
Luego se dio cuenta de qué era lo raro. Hanna no había pedido perdón por culpar a Spencer de la muerte de Emily. Lo que realmente, realmente quería eran unas disculpas. No una invitación de matrimonio.
Hanna la miraba con grandes ojos de cierva. Spencer se enderezó y le devolvió la invitación.
- Estoy ocupada esa noche. -dijo con voz entrecortada, luego se dio vuelta y salió por la puerta.
           - ¡Spencer! -Hanna dijo, persiguiendola. Spencer seguía avanzando, ganándole en el paso a Hanna.
           Spencer pasó por la entrada trasera, sus emociones estaban enredadas tanto por la invitación de Hanna como por la sugerencia de Rubens de la declaración pactada. ¿Deberían hacer eso? Pondría un fin al juicio y a la persecución. Pero hacer un pacto significaba que eran culpables de algo —y no lo eran. Spencer no quería ir a prisión por menos tiempo. Ella no quería ir en lo absoluto.
           Cerró los ojos y volvió a pensar en Angela diciendo ese estrafalario precio para ayudar a Spencer a desaparecer. Había acabado su cerebro pero no se le había ocurrido otro modo para encontrar el dinero. Las expectativas eran tan buenas como un muerto.
           - Spencer.
           Se volteó. Melissa estaba metiéndose de prisa por la rampa hacia la corte. Spencer quedo boquiabierta.
- ¿Estabas allí?
           Melissa asintió.
- Tenía que ver cómo iban las cosas -dirigió sus ojos hacia abajo, luciendo tan derrotada como Spencer se sentía-. No sabía que estaba tan mal, cariño. ¿Necesitas un abrazo?
           Los ojos de Spencer se llenaron de lágrimas. Se derritió en su hermana, apretándola con fuerza. Luego Melissa le palmeó el brazo.
- Vamos, yo te llevaré a casa. Cancelé tu servicio de automóvil.
           Spencer se subió al Mercedes de su hermana y se sentó contra la calidez de los asientos de cuero. Mientras conducían por Rosewood, Melissa trató de distraer a Spencer de todo eso hablándole sobre las cosas de bebé para las que planeaba registrarse.
- Es una locura, todas las cosas que necesitas para una persona tan pequeña -dijo-. Tantas mantas y biberones, botellas y juguetes, y no sabemos si usar una cama familiar o si usar un moisés…
           Su anillo brillaba mientras hacía gestos con sus manos. Era tan incongruente ver a Melissa usando el antiguo anillo de su madre; Spencer se preguntaba qué pensaba su papá al respecto. Las ofensivas palabras de su madre volvieron a su mente también. Ustedes chicas van a heredar una valiosa colección de cosas de su padre. Bueno, no vas a recibir nada. Tú estarás en prisión, allí no te será útil.
           De repente, se le ocurrió una idea. Resopló.
           Melissa la miró.
- ¿Estás bien?
           Spencer se puso un mechón de cabello tras la oreja y trató de sonreír.
- Claro.
           Pero el resto del camino a casa fue moviendo su pierna repetitivamente. Cuando era pequeña, solía meterse al armario de su mamá y mirar las joyas al interior de su joyero de marfil rojo y negro. A veces, incluso se las probaba. ¿Seguía allí? ¿Cuándo fue la última vez que su mamá hizo inventario?
           ¿Podía Spencer realmente considerar tomar algunas de esas joyas… para pagarle a Angela?
           Tan pronto como su hermana condujo hacia el camino de entrada, Spencer le dio otro abrazo de agradecimiento, corrió al interior de la casa, y azotó la puerta. Esperó a que Melissa parta otra vez, luego se lanzó escaleras arriba. Como era lo usual, el dormitorio en suite de su mamá olía como al típico Chanel No. 5 de su madre, y estaba impecable tipo habitación-de-hotel-cinco-estrellas: las almohadas acolchadas, el cubrecamas estirado, toda la ropa guardada. La señora de la limpieza incluso planchaba las sabanas de la mamá de Spencer todas las mañanas antes de ponerlas en la cama.
           Caminó hacia el closet walk-in de su mamá. El ropero de la Sra. Hastings colgaba a un lado, y los trajes del Sr. Pennythistle en el otro, sus zapatos estaban colocados en racks sobre racks en la parte de atrás. Y después, en un estante al medio, allí estaba: la misma caja roja con negro que recordaba.
           Con las manos temblando, Spencer trató de abrir el cerrojo. No se movió. Lo levantó a la luz, luego pilló un vistazo de un pequeño teclado número junto a la bisagra. Por supuesto: tenía un código.
           Se sentó, tratando de recordar cual había sido el antiguo código. El cumpleaños de Melisa, ¿cierto? Escribió 1123 por Noviembre 23, pero una luz LED roja se prendió. Spencer frunció el ceño. ¿Por qué lo habría cambiado su madre?
           Trató 0408 por el cumpleaños de Amelia, y luego el del Sr. Pennythistle, pero la luz roja aparecía una y otra vez. Luego, ya casi sin esperanzas, escribió el código de su propio cumpleaños. La luz LED se puso verde, y la bisagra se desbloqueó. Spencer apretó los labios, llenándose de culpa. Pero quizás el uso de su cumpleaños por parte de su madre era justamente arbitrario, sólo otra combinación de números semi-significativa después de otras combinaciones de números semi-significativas que ya habían sido usadas. No significaba nada, ¿o sí?
           Varios brazaletes de diamantes estaban ordenados cuidadosamente en una bandeja de terciopelo. Dos cajas rojas Cartier estaban acomodadas en un espacio, junto a una caja de Tiffany y un joyero de Philadelphia que el Sr. Hastings frecuentaba. Spencer abrió la primera Cartier para encontrar un masivo anillo de esmeralda que su padre le había dado a su madre hace algunas navidades atrás. La siguiente caja tenía un par de aros de diamante que él le había presentado para un aniversario. Había más cajas de terciopelo en una segunda bandeja, que contenían brazaletes, pendientes de diamante, y un anillo de diamante con forma de pera que parecía ser de al menos tres quilates, y un prendedor de diamante rosa que Spencer recordaba que su padre le dio a su mamá para su cumpleaños.
           Spencer escuchó un sonido y miró. ¿Su mamá estaba aquí? Con las manos temblando, tomó algunas de las cajas de terciopelo y las puso en su bolsillo. Escogió el diamante rosa —probablemente su mamá ni siquiera notaría que ya no estaba— algunos brazaletes, y un par de grandes aros de diamante que lucían idénticos a los que ya estaban en las orejas de la Sra. Hastings, luego ordenó todo en la caja para que luzca como si no hubiera sido tocado.
           Cerró el pestillo, salió del closet, y casi estaba en su cuarto cuando alguien aclaró su garganta tras ella. Spencer se volteó. Amelia estaba parada en medio del pasillo, observando.
           - ¡O-oh! -Spencer tartamudeó- No sabía que estabas en casa.
           Amelia miró a Spencer de arriba abajo, sus labios estaban apretados. Miró la puerta abierta del dormitorio de la Sra. Hastings y no dijo nada.
           El corazón de Spencer saltó.
- Yo, um, quería tomar prestado el encrespador de mi mamá -parloteó-, es mucho mejor que el mío. -fue lo primero que se le ocurrió.
           Pero luego la mirada de su hermanastra se dirigió a las manos de Spencer. No sólo no había un encrespador, sino que estaba usando el diamante con forma de pera que había sacado del joyero. El corazón de Spencer saltó. Sólo vete, gritaba una voz en su cabeza. Vete antes de que te metas en un agujero aún más profundo.
           Pasó junto a Amelia hacia su propio dormitorio, azotando la puerta. Luego de un momento, escuchó a Amelia cerrar su puerta y la estación de música clásica SiriusXM comenzó a sonar. La culpa comenzó a serpentear alrededor de ella como un nudo corredizo. Amelia iba a decir algo. ¿Debería Spencer simplemente devolver todo?
           Aunque lo único que pudo imaginarse en su mente eran las cuatro paredes de una celda de prisión. Y las palabras del abogado: sería mejor que hagan una declaración pactada. Se sentían como los únicos dos pensamientos válidos en su cerebro, dejando fuera todo lo demás.
           Huyó de su habitación y se metió a la oficina del Sr. Pennythistle. Tenía una línea separada del teléfono de la casa, el cual ella sabía que estaba siendo monitoreado. Odiaba usar este teléfono en caso de que los policías también lo estén monitoreando, aunque dudaba que fueran tan meticulosos. Y de todos modos, sólo hablaría con Angela por pocos segundos —no lo suficiente para rastrear.
           Angela contestó al primer ring con: - ¿Quién es?
           Por un momento, Spencer no pudo encontrar su voz.
- E-es Spencer Hastings -finalmente dijo-. Solo quería hacerte saber que tengo el dinero que buscas para que yo pueda… tu sabes. Para que puedas ayudarme con lo que necesito.
           - Estoy escuchando -Angela dijo quejumbrosa-, ¿cuándo puedes entregarme este dinero?
           - Bueno, es en joyas, no en efectivo -Spencer explicó-. No puedo ir porque tengo un brazalete de rastreo, pero te podrás pagar, lo juro. Quiero ir tan pronto como sea posible -añadió-, cuando sea que puedas hacer que ocurra.
           Hubo un silencio. Spencer revisó el reloj, recordando de un antiguo episodio de 24 que sólo tenía veinte segundos o algo así para que la llamada pudiera ser rastreada.
- Bien -la mujer al otro lado dijo finalmente-. Envíame una foto de las joyas para que yo sepa que son aceptables. Y luego te quiero afuera de tu casa la noche del sábado a las 10 pm. En punto. Haremos la transacción y haremos que te vayas, todo el mismo día. Llegas un minuto tarde, o las joyas son una mierda, y las apuestas quedan anuladas. ¿Entendido?
           - Por supuesto -las manos de Spencer tiritaban-, pero ¿podrás sacarme la tobillera cuando me recojas?
           Angela resopló.
- Tengo modos de sacar esa cosa y engañar al sistema por un tiempo, pero estarás a contrarreloj. Tendremos que ponerte fuera de alcance, y rápido.
           - Gracias -Spencer dijo, sintiendo un ardor en sus ojos-. Te veré entonces.
           Hubo un click, y Angela se fue. Spencer miró su reflejo en el tocador al otro lado de la habitación. Sus bolsillos estaban abultados con joyas. Cerró sus ojos. Noche del sábado. Eso era en dos días. Podía aguantarse hasta entonces.
Tenía que aguantar.
          

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