jueves, 1 de enero de 2015

Vicious - Capítulo 5: Emily Se Lanza al Agua

<<Capítulo 4

Traducido por: Daniela
Corregido por: Brayan, Julieta



Emily yacía perfectamente quieta en el arrugado colchón de la cama matrimonial en el hotel. Hanna estaba a su lado, durmiendo sobre su estómago, con una máscara de satín sobre sus ojos y audífonos en sus oídos. Aria y Spencer estaban apiñadas en la otra cama matrimonial, respirando suavemente. El climatizador sonaba en el rincón y la luz de alerta del teléfono de alguien parpadeaba en el escritorio.
           El viento había comenzado a aullar, y Emily podía oír las olas chocando incluso desde arriba en la habitación. Sonaba como que la tormenta estaba desatándose antes de lo predicho. El año pasado, Emily había visto videos de un huracán como éste. En un video, un hombre estaba encallado en su bote de remos adentro en el mar. La cámara permaneció filmándolo mientras él trataba de luchar contra la corriente una y otra vez, remando sin resultados. Los helicópteros de rescate no habían podido alcanzarlo. Ningún salvavidas se atrevía a nadar, ni hubo un bote de rescate que pueda acercarse. Y aún así, los noticiarios mantuvieron las cámaras enfocadas en él, hasta el final. Emily básicamente había visto a un hombre morir en televisión.
           ¿No te gustó eso, o sí, Em? Ali se rió en su cabeza.
           Emily miró el reloj: 5:03 AM. No podía dejar de pensar en Ali. Es un truco, Spencer había dicho sobre la vainilla. Pero ¿Lo era? ¿Lo era realmente?
           Emily se pasó la mano sobre su estómago desnudo. Esa tarde habían comprado helados, luego se obsequiaron comida de pescado frito, e incluso encontraron un sitio donde el barman les sirviera margaritas. Pero Emily apenas había saboreado algo de todo eso. Se sentía como si su cabeza estuviese con niebla, reaccionando medio segundo más tarde a lo que sus amigas decían, perdiéndose por completo los chistes, tardando demasiado incluso en parpadear. ¿Em, estás bien? Sus amigas no paraban de preguntar. Pero era como si le estuvieran hablando bajo el agua; apenas podía oírlas. Se había sentido asentir, se había sentido tratando de sonreír. El pescado con papas fritas que ordenaron había estado muy caliente, pero cuando comió un bocado, apenas registró que se había quemado la lengua.
           Quizás nunca volvería a saborear. Quizás nunca volvería a sentir. Pensándolo bien, quizás ese era una buena actitud para ir a la prisión.
           Vaya que sí, Ali dijo.
           Emily pensó nuevamente en el aroma a vainilla. Ali había estado en esa casa —ella lo sabía. Quizás había ordenado un Klondike de ese mismo camión de helados. Había paseado por la playa, se había relajado en la arena, había ido a bañarse. Había dormido pacíficamente, profundamente, despertando cada mañana para leer más malas noticias sobre Emily, Spencer, Hanna, y Aria. Emily podía imaginarse la satisfacción que Ali estaba sintiendo por saber que ellas cuatro pronto estarían encerradas por siempre. Probablemente había echado su cabeza hacia atrás, riéndose, emocionada de que finalmente había ganado.
           Pero Ali solo ganaría si Emily se iba obedientemente a la prisión, como se suponía que hiciera. Había otra salida. Otra respuesta más oscura, más tenebrosa. Otro camino que Emily podía atreverse a tomar.
           ¿Debería? Echó atrás las mantas y llevó sus piernas a la alfombra, sintiendo un déjà vu. Se puso su traje de baño y sus shorts. Se detuvo a escuchar el viento mientras aullaba violentamente, sacudiendo las ventanas, haciendo crujir las paredes.
           Luego miró a sus amigas. Hanna se dio vuelta. Spencer daba patadas dormida. Emily sintió una punzada de culpa. Ella sabía que esto las devastaría, pero era la única opción. Cerró la boca, sacó un papel del motel y escribió las palabras que había estado componiendo mentalmente. Luego, salió por la puerta, sin molestarse en llevar una llave. Con suerte, se habría ido para cuando sus amigas despierten.
           El pasillo olía a cerveza. Sintió las paredes hasta que alcanzó las escaleras exteriores, luego, cuidadosamente, las bajó. Una ráfaga de viento la golpeó por el costado, presionándola contra las barandas. Se paró allí un momento, preparándose, pensando de nuevo en sus amigas y en la angustia que sentirían pronto, y luego continuó caminando hacia la acera. Desde allí, luchó para llegar hasta el camino de la playa, el viento la empujaba hacia atrás con cada paso. El sol apenas estaba saliendo, el cielo era una mezcla a rayas de azules oscuros y rosados. Sobre un stand de salvavidas se había colocado una profética bandera roja indicando que nadar estaba estrictamente prohibido. El viento estaba haciendo un trabajo rápido rompiéndola en tiras.
           Emily bajó con dificultad los escalones a la playa y plantó sus pies en la fría arena. Las olas daban vueltas de aquí hacia allá sin un patrón discernible. Chocaban enojadas, cáusticamente, con tanto poder que de seguro haría pedazos cualquier cosa que se ponga en su camino. De repente, pensó oír algo sobre el oleaje y el viento, ¿una risa? ¿Alguien respirando? Se dio vuelta, mirando las oscuras escaleras de la playa, mirando y mirando hasta que sus ojos comenzaron a jugarle bromas. ¿Era esa una chica agachada en las dunas, mirando? ¿Podría Ali estar aquí?
           Emily se enderezó, mirando con gran esfuerzo, pero por mucho que quisiera ver algo, no había nada allí. Cerró sus ojos y se imaginó lo que Ali haría si la viera ahora mismo. ¿Se reiría? Esto no era parte de su plan, después de todo. Quizás respetaría a Emily por lo que estaba a punto de hacer. Quizás incluso le temería.
           Tal como las otras chicas, Emily también tenía un recuerdo de Ali en Cape May, pero ella y Ali no habían venido aquí juntas. Su recuerdo era de quinto grado, antes de que Emily y Ali fueran amigas —por lo que el recuerdo era de la Verdadera Ali, no de Courtney. Ali había estado sentada a unas pocas toallas de distancia de la familia de Emily, luciendo misteriosa tras sus lentes de sol de marco grande, susurrando y riéndose con Naomi Zeigler y Riley Wolfe. Emily la había mirado mucho, sintiendo algo destellando en su interior. No quería sólo ser Alison DiLaurentis, la chica a quien todos adoraban. Quería estar con ella. Tocarla. Trenzarle el cabello. Oler su ropa cuando se la sacara a la hora de dormir. Bebérsela.
           Ali había mirado a Emily y se había reído. Luego le dio un codazo a Naomi y Riley, y las tres se rieron. Segura de que Ali había sentido sus deseos, Emily se paró de un salto y corrió hacia el agua, luego se lanzó bajo las olas.  Nadó rápido y con fuerza hacia las rugientes olas grandes, ignorando el silbato del salvavidas avisándole que había ido muy lejos. Esa clase de chica nunca será tu amiga, decía una voz en su cabeza. Y ciertamente nunca le gustarás.
           Una ola la pilló y la hundió. Cuando salió a la superficie, estaba titilante y jadeando. Todos la estaban mirando, probablemente sabían sus pensamientos impuros y ridículos. Mientras caminaba de vuelta hacia su toalla, Ali la estaba observando otra vez, aunque esta vez se veía un poco asombrada.
- El agua no te asusta, ¿o sí? -señaló.
           La pregunta había tomado a Emily por sorpresa.
- No. -dijo calmadamente. Era la verdad, no eran las olas a lo que le temía.
           Y tampoco les temía ahora.
           Emily se volteó hacia las olas otra vez, guardando ese recuerdo de Ali —de la Verdadera Ali, la loca Ali— bien adentro. Poco sabía ella en ese entonces que, algún día, esa bella y horrible chica sería el centro de su vida. Poco sabía ella que Ali le quitaría todo.
           - No tengo miedo. -Emily suspiró, quitándose la remera. Esperó a que la Ali en su cabeza responda pero, sorprendentemente, la voz se quedó en silencio.
           Las olas caían, sacando espuma blanca. Emily entendía el poder del océano; sabía que podría llevársela abajo rápidamente, incluso aún más rápido que aquella vez en quinto grado. En éstas condiciones, la hundiría, la daría vueltas como a una piedrecilla. Se imaginó su cabeza golpeando rocas, o el muelle cercano, o simplemente hundiéndose bien, bien, bien abajo, hasta no sentir nada.
           No tengo miedo, pensó otra vez, sacándose los shorts. Y con eso, caminó por la playa y hasta el mar.

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