Esa noche,
Emily entró al Rosewood Arms, un hotel cercano a Hollis que era medio b&b
pintoresco, medio resort elegante. La vieja mansión alguna vez fue propiedad de
un barón de vía férrea, y cada habitación estaba decorada con ebanistería
antigua de valor incalculable y unas cuantas cabezas de ciervos, bisontes, y
leones. El viejo garaje del barón, el cual solía albergar docenas de carruajes
de primera línea y antiguos autos de carrera, ahora era el hall de banquete.
Esta noche
en particular, el espacio había sido rentado para la charla del ayuntamiento
del Sr. Marin. Había largas hileras de sillas frente a un escenario. Un único
micrófono estaba en el centro del escenario, y había bandas proclamando
mensajes como TOM MARIN POR EL CAMBIO y PENNSYLVANIA NECESITA A MARIN. Era raro
ver la cara del papá de Hanna en posters de campaña. Emily aun pensaba en él
como el hombre que retó a Ali por tirar un Bubble Yum por la ventana de su
auto. Luego, Ali las hizo formarse en círculo, y llamar al papá de Hanna el Sr.
zonzo—incluso a Hanna, quien lo hizo con lágrimas en los ojos.
Emily
escaneó la multitud. Había gente que no había visto en años—La Sra. Lowe, su
antigua profesora de piano, cuya cara angular siempre hacía a Emily recordar a
un galgo, estaba bebiendo de un mug térmico de Starbucks en el rincón. El Sr.
Polley, quien solía presentar los banquetes del equipo de natación de Emily,
estaba mirando su BlackBerry cerca de una de las ventanas. El Sr. y la Sra.
Roland, quienes se mudaron a la vieja casa de los Cavanaugh, estaban sentados
en sillas que habían sido instaladas cerca del escenario, Chloe, sentada junto
a ellos. Emily se sintió mal. El Sr. Roland le había conseguido la beca para
UNC, pero su comportamiento lascivo le costó a Emily su amistad con Chloe.
Las únicas
personas que Emily no veía eran sus amigas. Cuando se dio vuelta para buscarlas
en otra habitación, chocó con alguien de catering quien llevaba una bandeja
plateada llena con aperitivos. El caterista se fue hacia adelante, pero
milagrosamente atrapó la bandeja antes de caer al piso. “¡Lo siento!” Emily
dijo.
“No
importa,” respondió airoso. “Afortunadamente tengo reflejos rápidos como un
rayo.” Luego se dio vuelta y volvió a mirar. “¿Emily?”
Emily
parpadeó. Mirándola, vestido en un esmoquin de caterista, estaba Isaac Colbert,
su ex-novio—y el padre de su hija. Ella no lo había visto desde que
terminaron hace más de un año.
“H-hola.”
El corazón de Emily latía. Isaac se veía más alto de lo que ella recordaba—más
ancho también. Su cabello castaño estaba largo hasta su mentón, y se asomaba un
tatuaje desde debajo del cuello. Miró la espiral negra en su piel. ¿Qué habría
dicho su sobreprotectora madre por eso? Dado que la Sra. Colbert había cortado
la cabeza de Emily de las fotos de ella e Isaac juntos y la llamó una puta,
Emily no pudo imaginarse lo emocionada que estaría de que su hijo se haya
tatuado.
“¿Qué
haces aquí?” ella dijo.
Isaac hizo
un gesto hacia el logo en el bolsillo de su camisa. COLBERT CATERING. “La
compañía de mi papá es proveedora de refrescos. Él es un fan de Tom Marin.”
Luego se quedó quieto y miró a Emily de arriba abajo. “Te ves… diferente.
¿Bajaste de peso?”
“Lo dudo.
Siento que estoy manteniendo unos kilos desde haber—“ se detuvo a su misma
antes de decir estado embarazada y casi se tragó la lengua. ¿Qué estaba malo
con ella?
Casi llamó
a Isaac para confesar unas cuantas veces mientras estaba embarazada—Isaac había
sido maravilloso con ella antes de que pasaron esas cosas con su mamá. Solían
hablar por horas, y él había sido tan comprensivo cuando le dijo que había
salido con chicas en el pasado. Entonces una tarde de invierno, se desvistieron
lentamente en el dormitorio de él. Él fue tan dulce por querer que su primera
vez fuera significativa.
Pero cada
vez que levantaba el teléfono para llamarlo, no sabía cómo dar la noticia.
“¡Hola! ¡Te tengo una historia!” o, “Oye, ¿recuerdas esa única vez que nos
acostamos?” ¿Y qué habría dicho Isaac? ¿Habría querido dar el bebé en adopción
también, o habría querido criarlo juntos? Emily no se podía imaginar haciendo
algo así—amaba a los niños, pero no estaba lista para uno propio. Pensándolo
bien, Isaac podría no haberle creído. O se habría puesto muy, muy enojado
porque no le dijo antes. Era algo, ella lo decidió, ella tenía que hacerse
cargo sola. Así que revisó perfiles online de parejas adoptivas ella misma.
Cuando llegó a la cuenta de dos personas felices y sonrientes que decía Amorosa
pareja casada por ocho años con muchas ganas de ser mami y papi, se detuvo.
Charles y Lizzie Baker decían ser almas gemelas, iban a viajes en kayak los
fines de semana, leían el mismo libro al mismo tiempo para poder comentarlo
durante el postre, y estaban arreglando su vieja casa en Wessex. Siempre le diremos
a tu hijo que él o ella fue puesto en adopción por amor, decía el perfil.
Algo en eso tocó el corazón de Emily.
Ahora,
Isaac puso la bandeja en una mesa cercana y puso su mano en el brazo de ella.
“Quise llamar tantas veces. Oí sobre las cosas terribles por las que pasaste.”
“¿Qué?”
Emily sintió como su cara se decoloraba.
“Alison
DiLaurentis de vuelta,” Isaac dijo. “Recuerdo que hablaste sobre Ali, cuánto significó
para ti. ¿Estás bien?”
El corazón
de Emily volvió lentamente a su ritmo normal. Por supuesto—Alison. “Supongo,”
respondió temblorosamente. “Y, um, ¿Cómo estás? ¿La banda sigue junta? ¿Y qué
es eso?” Apuntó a su tatuaje. Lo que sea para cambiar de tema.
Isaac
abrió su boca para hablar, pero un tipo alto y mayor en uniforme de caterista
lo tocó en el hombro y le dijo que lo necesitaban en la labor de preparación.
“Debo irme,” le dijo a Emily, mirando hacia la puerta. Luego se detuvo y la
volvió a mirar a ella. “¿No querrías que nos juntemos luego de la charla y nos
pongamos al día, o si?”
Por un
momento, Emily consideró aceptar. Pero luego pensó en lo tensa que estaría todo
el tiempo, el secreto abultado en su interior como un globo muy lleno de agua.
“Emm, en realidad ya tengo planes,” mintió. “Lo siento.”
La cara de
Isaac se entristeció. “Oh. Bueno, quizás en otro momento.”
Siguió al
otro caterista entre la multitud. Emily se dio vuelta y fue en dirección
opuesta, sintiéndose como si acabara de escaparse apenas de algo terrible, pero
también triste y arrepentida de haber rechazado a Isaac.
“¿Emily?”
Emily se
dio vuelta a la izquierda. Hanna estaba junto a ella, vestida con un vestido
ajustado y a rayas y fornidos tacones. El Sr. Marin estaba a su lado, se veía
como un senador en su roja corbata. “Hola,” dijo ella, abrazándolos.
“Gracias
por venir.” Hanna se oía agradecida.
“Estamos
felices de tenerte, Emily,” el Sr. Marin dijo.
“Estoy
feliz de estar aquí,” Emily respondió, a pesar de que luego de su encuentro con
Isaac, lo único que quería hacer era irse a casa.
Luego el
Sr. Marin se giró hacia una mujer que acababa de unirse al grupo. Tenía el pelo
rubio-ceniza, postura perfecta, y usaba un impecable traje que se veía como que
había costado una pequeña fortuna. Emily la miró, su cuerpo de repente se
sintió en llamas. No. No podía ser. Emily tenía que estar viendo cosas.
La mujer
la notó también, y dejó de hablar en mitad de una oración. “¡Oh!” dijo,
mientras su cara se ponía blanca.
Bilis
subió por la garganta de Emily. Era Gayle.
El Sr.
Marin notó la extraña mirada entre ellas y aclaró su garganta. “Eh, Emily, esta
es la Srta. Riggs, una de mis mayores donantes. Ella y su marido recientemente
se mudaron a la región desde New Jersey. Srta. Riggs, esta es la amiga de mi
hija, Emily.”
Gayle sacó
un mechón de su rubio cabello de sus ojos. “Pensé que tu nombre era Heather,”
dijo en una controlada voz fría.
Todas las miradas
estaban en ella. Hanna se dio vuelta y miró a Emily. Se sintió como si diez años
pasaron antes de que Emily hablara nuevamente. “Uh debes haberme confundido con
alguien más,” dijo. Y luego, sin poder estar allí por un minuto más, se dio vuelta
y corrió tan rápido como pudo hacia la puerta más cercana, la cual guiaba a la bodega.
Se encerró adentro y se apoyó en el muro, su corazón latía hasta sus oídos.
Como si fuera
planeado, su celular sonó. Emily lo buscó, su estómago saltaba por todo el lugar.
Un nuevo mensaje de texto, decía la pantalla.
Hola, baby mama. ¡Supongo que llegó el fin! —A
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