viernes, 15 de marzo de 2013

Stunning - Capítulo 8: Hola, Mi nombre es Heather


Esa noche, Emily entró al Rosewood Arms, un hotel cercano a Hollis que era medio b&b pintoresco, medio resort elegante. La vieja mansión alguna vez fue propiedad de un barón de vía férrea, y cada habitación estaba decorada con ebanistería antigua de valor incalculable y unas cuantas cabezas de ciervos, bisontes, y leones. El viejo garaje del barón, el cual solía albergar docenas de carruajes de primera línea y antiguos autos de carrera, ahora era el hall de banquete.

Esta noche en particular, el espacio había sido rentado para la charla del ayuntamiento del Sr. Marin. Había largas hileras de sillas frente a un escenario. Un único micrófono estaba en el centro del escenario, y había bandas proclamando mensajes como TOM MARIN POR EL CAMBIO y PENNSYLVANIA NECESITA A MARIN. Era raro ver la cara del papá de Hanna en posters de campaña. Emily aun pensaba en él como el hombre que retó a Ali por tirar un Bubble Yum por la ventana de su auto. Luego, Ali las hizo formarse en círculo, y llamar al papá de Hanna el Sr. zonzo—incluso a Hanna, quien lo hizo con lágrimas en los ojos.

Emily escaneó la multitud. Había gente que no había visto en años—La Sra. Lowe, su antigua profesora de piano, cuya cara angular siempre hacía a Emily recordar a un galgo, estaba bebiendo de un mug térmico de Starbucks en el rincón. El Sr. Polley, quien solía presentar los banquetes del equipo de natación de Emily, estaba mirando su BlackBerry cerca de una de las ventanas. El Sr. y la Sra. Roland, quienes se mudaron a la vieja casa de los Cavanaugh, estaban sentados en sillas que habían sido instaladas cerca del escenario, Chloe, sentada junto a ellos. Emily se sintió mal. El Sr. Roland le había conseguido la beca para UNC, pero su comportamiento lascivo le costó a Emily su amistad con Chloe.

Las únicas personas que Emily no veía eran sus amigas. Cuando se dio vuelta para buscarlas en otra habitación, chocó con alguien de catering quien llevaba una bandeja plateada llena con aperitivos. El caterista se fue hacia adelante, pero milagrosamente atrapó la bandeja antes de caer al piso. “¡Lo siento!” Emily dijo.

“No importa,” respondió airoso. “Afortunadamente tengo reflejos rápidos como un rayo.” Luego se dio vuelta y volvió a mirar. “¿Emily?”

Emily parpadeó. Mirándola, vestido en un esmoquin de caterista, estaba Isaac Colbert, su ex-novio—y el padre de su hija. Ella no lo había visto desde que terminaron hace más de un año.

“H-hola.” El corazón de Emily latía. Isaac se veía más alto de lo que ella recordaba—más ancho también. Su cabello castaño estaba largo hasta su mentón, y se asomaba un tatuaje desde debajo del cuello. Miró la espiral negra en su piel. ¿Qué habría dicho su sobreprotectora madre por eso? Dado que la Sra. Colbert había cortado la cabeza de Emily de las fotos de ella e Isaac juntos y la llamó una puta, Emily no pudo imaginarse lo emocionada que estaría de que su hijo se haya tatuado.

“¿Qué haces aquí?” ella dijo.

Isaac hizo un gesto hacia el logo en el bolsillo de su camisa. COLBERT CATERING. “La compañía de mi papá es proveedora de refrescos. Él es un fan de Tom Marin.” Luego se quedó quieto y miró a Emily de arriba abajo. “Te ves… diferente. ¿Bajaste de peso?”

“Lo dudo. Siento que estoy manteniendo unos kilos desde haber—“ se detuvo a su misma antes de decir estado embarazada y casi se tragó la lengua. ¿Qué estaba malo con ella?

Casi llamó a Isaac para confesar unas cuantas veces mientras estaba embarazada—Isaac había sido maravilloso con ella antes de que pasaron esas cosas con su mamá. Solían hablar por horas, y él había sido tan comprensivo cuando le dijo que había salido con chicas en el pasado. Entonces una tarde de invierno, se desvistieron lentamente en el dormitorio de él. Él fue tan dulce por querer que su primera vez fuera significativa.

Pero cada vez que levantaba el teléfono para llamarlo, no sabía cómo dar la noticia. “¡Hola! ¡Te tengo una historia!” o, “Oye, ¿recuerdas esa única vez que nos acostamos?” ¿Y qué habría dicho Isaac? ¿Habría querido dar el bebé en adopción también, o habría querido criarlo juntos? Emily no se podía imaginar haciendo algo así—amaba a los niños, pero no estaba lista para uno propio. Pensándolo bien, Isaac podría no haberle creído. O se habría puesto muy, muy enojado porque no le dijo antes. Era algo, ella lo decidió, ella tenía que hacerse cargo sola. Así que revisó perfiles online de parejas adoptivas ella misma. Cuando llegó a la cuenta de dos personas felices y sonrientes que decía Amorosa pareja casada por ocho años con muchas ganas de ser mami y papi, se detuvo. Charles y Lizzie Baker decían ser almas gemelas, iban a viajes en kayak los fines de semana, leían el mismo libro al mismo tiempo para poder comentarlo durante el postre, y estaban arreglando su vieja casa en Wessex. Siempre le diremos a tu hijo que él o ella fue puesto en adopción por amor, decía el perfil. Algo en eso tocó el corazón de Emily.

Ahora, Isaac puso la bandeja en una mesa cercana y puso su mano en el brazo de ella. “Quise llamar tantas veces. Oí sobre las cosas terribles por las que pasaste.”

“¿Qué?” Emily sintió como su cara se decoloraba.

“Alison DiLaurentis de vuelta,” Isaac dijo. “Recuerdo que hablaste sobre Ali, cuánto significó para ti. ¿Estás bien?”

El corazón de Emily volvió lentamente a su ritmo normal. Por supuesto—Alison. “Supongo,” respondió temblorosamente. “Y, um, ¿Cómo estás? ¿La banda sigue junta? ¿Y qué es eso?” Apuntó a su tatuaje. Lo que sea para cambiar de tema.

Isaac abrió su boca para hablar, pero un tipo alto y mayor en uniforme de caterista lo tocó en el hombro y le dijo que lo necesitaban en la labor de preparación. “Debo irme,” le dijo a Emily, mirando hacia la puerta. Luego se detuvo y la volvió a mirar a ella. “¿No querrías que nos juntemos luego de la charla y nos pongamos al día, o si?”

Por un momento, Emily consideró aceptar. Pero luego pensó en lo tensa que estaría todo el tiempo, el secreto abultado en su interior como un globo muy lleno de agua. “Emm, en realidad ya tengo planes,” mintió. “Lo siento.”

La cara de Isaac se entristeció. “Oh. Bueno, quizás en otro momento.”

Siguió al otro caterista entre la multitud. Emily se dio vuelta y fue en dirección opuesta, sintiéndose como si acabara de escaparse apenas de algo terrible, pero también triste y arrepentida de haber rechazado a Isaac.

“¿Emily?”

Emily se dio vuelta a la izquierda. Hanna estaba junto a ella, vestida con un vestido ajustado y a rayas y fornidos tacones. El Sr. Marin estaba a su lado, se veía como un senador en su roja corbata. “Hola,” dijo ella, abrazándolos.

“Gracias por venir.” Hanna se oía agradecida.

“Estamos felices de tenerte, Emily,” el Sr. Marin dijo.

“Estoy feliz de estar aquí,” Emily respondió, a pesar de que luego de su encuentro con Isaac, lo único que quería hacer era irse a casa.

Luego el Sr. Marin se giró hacia una mujer que acababa de unirse al grupo. Tenía el pelo rubio-ceniza, postura perfecta, y usaba un impecable traje que se veía como que había costado una pequeña fortuna. Emily la miró, su cuerpo de repente se sintió en llamas. No. No podía ser. Emily tenía que estar viendo cosas.

La mujer la notó también, y dejó de hablar en mitad de una oración. “¡Oh!” dijo, mientras su cara se ponía blanca.

Bilis subió por la garganta de Emily. Era Gayle.

El Sr. Marin notó la extraña mirada entre ellas y aclaró su garganta. “Eh, Emily, esta es la Srta. Riggs, una de mis mayores donantes. Ella y su marido recientemente se mudaron a la región desde New Jersey. Srta. Riggs, esta es la amiga de mi hija, Emily.”

Gayle sacó un mechón de su rubio cabello de sus ojos. “Pensé que tu nombre era Heather,” dijo en una controlada voz fría.

Todas las miradas estaban en ella. Hanna se dio vuelta y miró a Emily. Se sintió como si diez años pasaron antes de que Emily hablara nuevamente. “Uh debes haberme confundido con alguien más,” dijo. Y luego, sin poder estar allí por un minuto más, se dio vuelta y corrió tan rápido como pudo hacia la puerta más cercana, la cual guiaba a la bodega. Se encerró adentro y se apoyó en el muro, su corazón latía hasta sus oídos.

Como si fuera planeado, su celular sonó. Emily lo buscó, su estómago saltaba por todo el lugar. Un nuevo mensaje de texto, decía la pantalla.

Hola, baby mama. ¡Supongo que llegó el fin! —A

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