La siguiente tarde, la madre de Emily Fields movió el
manubrio del Volvo de su familia y salió de la Universidad de Lyndhurst, donde
Emily acababa de competir en el encuentro de finales de natación del año. Las
ventanas del auto estaban empañadas, y la mezcla de aromas a cloro, shampoo
UltraSwim, y el latte de vainilla de la Sra. Fields flotaban en el aire.
“Tu estilo mariposa se ve muy bien,” la Sra. Fields dijo
efusivamente, palmeando la mano de Emily. “El equipo de la UNC estará
emocionado de tenerte.”
“Mm-hmm.” Emily corrió sus dedos por el interior afelpado
de su chaqueta de natación. Ella sabía que debería estar emocionada por su beca
de natación para la Universidad de North Carolina el próximo año, pero únicamente
estaba aliviada de que esta temporada de natación se haya acabado. Estaba
exhausta.
Sacó su celular y chequeó la pantalla por la onceava vez
ese día. No hay nuevos mensajes.
Apagó su celular luego lo prendió otra vez, pero el buzón seguía en blanco.
Hizo click en la aplicación para el horóscopo diario y leyó Tauro, su signo. Hoy brillarás en el trabajo, decía. Prepárate para las sorpresas que se
vienen.
Sorpresas… ¿Cómo buenas sorpresas o malas sorpresas? Toda
una semana había pasado sin siquiera una nota del Nuevo A.
Y no había habido amenazas, nada de burlas de lo que Emily y las otras habían
hecho en Jamaica, nada de “tsk tsk” por creer que Kelsey Pierce, una chica que
a Emily le había gustado, fuera la persona tras ellas. Pero la ausencia de A
era incluso más espeluznante que una lluvia de mensajes sobre sus más oscuros
secretos. Emily no podía evitar el imaginarse a
A esperando y planeando un
nuevo asalto, algo peligroso y devastador. Le temía a lo que podría ser.
La madre de Emily se detuvo en un disco pare en un
pequeño plan de viviendas. Modestas casas estaban enmarcadas por viejos robles,
y había un aro de basquetbol al final de un pasaje sin salida. “Esta no es la
ruta usual que usamos para ir a casa,” murmuró. Miró el GPS. “Me pregunto por
qué esta cosa me envía a estos caminos.” Se encogió de hombros y siguió
conduciendo. “Como sea, ¿has estado en contacto con alguna de las chicas del
equipo de UNC? Sería bueno comenzar a conocerlas.”
Emily corrió sus manos por su húmedo cabello
rubio-rojizo. “Oh, sí. Debería hacerlo.”
“Algunas de ellas viven en residencias ‘limpias’—tu sabes, donde fumar, el uso del
alcohol, y la actividad sexual son mal vistos? Deberías solicitar una de sus
habitaciones. No querrías perder tu beca de natación por pasar mucho en
fiestas.”
Emily evitó quejarse. Por supuesto
que su súper-conservativa madre querría que ella viva como una monja en la
universidad. A comienzos de esa semana, cuando se enteró de que Kelsey, la
chica con la que ella se había estado juntando, tenía problemas con las drogas,
interrogó a Emily imaginándose que Emily también usaba drogas. Emily estaba
sorprendida de que su mamá no le haya pedido que orine en un frasco para un
test de drogas.
Mientras la Sra. Fields parloteaba
sobre las residencias limpias, Emily cogió su celular otra vez y bajó por los
mensajes anteriores que había recibido de A, terminando en el último:
Busquen todo lo que quieran, perras.
Pero NUNCA me encontrarán.
Hundió su estómago. De cierta forma,
ella casi deseaba que A simplemente exponga todo sobre ellas y acabe con esto—la
culpa y mentiras eran muy horribles para soportarlas. También deseaba que A se
revele como la persona que ella sabía que era—la Verdadera Ali. Sus amigas
podrían no creerlo, pero Emily sabía en el fondo de sus huesos que Ali había
sobrevivido al incendio en la casa en Poconos. Después de todo, Emily le había
dejado un camino para escaparse a Ali, abriendo la puerta para ella antes de
que la casa explote.
Las piezas estaban comenzando a encajar.
Ali y Tabitha estuvieron en la Reserva al mismo tiempo, y quizás eso era el por
qué de que Tabitha actuado tan similar a Ali en Jamaica. Quizás las dos habían
trabajado juntas de algún modo—quizás Ali se había puesto en contacto con Tabitha
luego de escapar del incendio en Poconos. Quizás Ali incluso envió a Tabitha a
Jamaica para arruinar la mente de las chicas y volverlas locas.
Todo el asunto rompía el corazón de
Emily. Ella sabía, lógicamente, que su atormentadora no era Su Ali, la chica que ella había adorado
por años, con la que paso un montón de tiempo, y a quien besó en la casa del
árbol de los DiLaurentis al final de séptimo grado. Pero no podía evitar
afligirse por ese momento el año pasado cuando la Verdadera Ali volvió, se hizo
pasar por Su Ali, y besó a Emily con tanta pasión. Parecía tan…genuina, no como una loca desalmada.
“Sabes, podrías apuntarte para un
lugar en la residencia limpia ahora,” la Sra. Fields decía mientras subía una
cuesta junto a un gran patio de una escuela. Muchos adolescentes estaban
sentados en los columpios, fumando cigarrillos. “Me encantaría tener esto
terminado antes de que tu padre y yo vayamos fuera de la ciudad el Miércoles.”
El Sr. y la Sra. Fields iban de viaje a Texas por el sexagésimo quinto
aniversario de bodas de los abuelos de Emily, dejando a Emily sola en la casa
por primera vez en su vida. “¿Quieres que llame a la oficina de vivienda
estudiantil mañana y pregunte?”
Emily se quejó. “Mamá, no sé si
quiero—“
Se desconcentró, de repente notando
dónde estaban. SHIP LANE, decía un letrero verde de la calle. Adelante había un
familiar rancho blanco pequeño con persianas verdes y un gran pórtico frontal.
Era en ese mismo pórtico que ella y sus amigas habían dejado cierto asiento
para bebé meses atrás.
“Detente,” dijo.
La Sra. Fields apretó el freno.
“¿Qué ocurre?”
El corazón de Emily latía tan rápido
que estaba segura de que su mamá podía escuchar cada válvula abriéndose y
cerrándose. Esta casa había aparecido en los sueños de Emily casi cada noche,
pero se había prometido nunca volver a conducir por aquí otra vez. Parecía
extra-raro que el GPS las haya guiado por aquí, casi como si el computador
supiera que esta casa guardaba dolorosos recuerdos. O quizás, pensó
temblorosamente, era alguien más quien sabía, alguien que de algún modo había
programado el GPS.
A.
De todos modos, ahora que estaba
aquí, no pudo alejar su mirada. El plato de perro que decía BIENVENIDOS GOLDEN
RETRIEVERS ya no estaba en el
pórtico, pero la mecedora seguía allí. Los arbustos en el patio delantero se veían
un poco demasiado crecidos, como que no habían sido podados en un tiempo. Las
ventanas estaban oscuras, y había un montón de periódicos atados en el piso,
una señal segura de que la familia estaba de vacaciones.
Todo tipo de recuerdos volvieron a
Emily, espontáneamente. Se vio a ella misma tambaleándose abajo del avión desde
Jamaica, con nauseas y mareada y exhausta. Se había imaginado que solo era por
algo que había comido en el resort, pero con el pasar del tiempo, los síntomas
empeoraron. Apenas podía mantenerse despierta en clases. No podía retener la
comida. Ciertas cosas, como el café, queso, y flores, olían horrible.
Luego, una semana después, estaba
cambiando de canal y pilló el final de un episodio de True Life en MTV sobre chicas que habían estado embarazadas en la
secundaria. Una chica se había sentido mal por meses pero pensó que era
mononucleosis; para cuando se hizo un test de embarazo, ya tenía cuatro meses. Mirándolo,
una luz se prendió en el cerebro de Emily. Al día siguiente, condujo a una
farmacia a unos cuantos pueblos de distancia de Rosewood y compró un test de
embarazo. Asustada de que su madre pudiera encontrar la evidencia, se hizo el
test en un frío, húmedo y oscuro baño en un parque local.
Dio positivo.
Se pasó los siguientes días con un
aturdimiento horroroso, sintiéndose confundida y perdida. El padre tenía que
ser Isaac, su solo y único novio de ese año. Pero ellos solo habían tenido sexo
una vez. Ni siquiera estaba segura de
que le gustaran los chicos. Y ¿qué
rayos iba a decirles a sus padres sobre esto? Ellos nunca, jamás la
perdonarían.
Cuando su mente se aclaró, comenzó a
hacer planes: Se escaparía a Philly ese verano y se quedaría con su hermana
Carolyn, quien estaba haciendo un programa de verano en la Universidad de
Temple. Usaría blazers y poleras anchas para ocultar que había ganado peso
hasta que la escuela se termine. Vería a un doctor en la ciudad y le pagaría en
efectivo para que sus citas no aparezcan en la cuenta de seguros de sus padres.
Contactaría una agencia de adopciones y haría arreglos. E hizo todas esas
cosas, así fue como conoció a los Bakers, quienes vivían en esa misma casa.
Luego de que Emily llamó a Rebecca,
la coordinadora de adopciones, y le dijo que había tomado la decisión, tomó el
SEPTA hacia New Jersey para visitar a Derrick, su amigo de Poseidon’s, el
restaurant de pescado en Philly donde ella trabajaba como mesera. Derrick era
el único amigo en quien había confiado todo el verano, sus suaves ojos y
sencillos modales la calmaban. Él fue su sabio consejero, su roca, y ella le
contó casi todo sobre ella misma, desde su sufrimiento con A hasta su capricho
con Maya St. Germain. A veces, Emily lamentaba que ella era la única que le
contaba cosas—ella no sabía mucho sobre él—pero Derrick simplemente se encogía
de hombros y decía que su vida era aburrida en comparación a la de ella.
Derrick trabajaba como jardinero en
una gran casa en Cherry Hill los fines de semana y le dijo a Emily que lo
encuentre allí. Era el tipo de mansión con portón metálico, una casa para
invitados en la parte de atrás, y una entrada de autos larga y serpenteante
hecha de empedrado azul en vez de asfalto. Derrick dijo que los dueños no se
molestarían si hablaban en el gazebo, y allí fue donde Emily le contó las
noticias. Él escuchó pacientemente y la abrazó cuando terminó, lo cual la hizo
llorar. Derrick era un enviado del señor—había aparecido justo cuando ella lo
necesitaba, escuchando todos sus problemas.
Mientras hablaban, la puerta trasera
de la mansión, la cual miraba a un espléndido jardín con una grande y
rectangular piscina, se abrió, y una alta mujer con corto cabello rubio y una
larga y empinada nariz salió. Notó a Emily inmediatamente y la miró de los pies
a la cabeza, desde su cabello con frizz hasta sus grandes senos y su enorme
estómago. Un pequeño y atormentado chillido salió de su boca. Atravesó el patio
y se acercó a Emily, mirándola con una expresión tan triste que hizo que el
corazón de Emily se parta.
“¿Cuánto tienes?” preguntó
suavemente.
Emily se encogió de miedo. Ya que
era una adolescente, la mayoría de las personas desviaban sus ojos de su
embarazo como si fuera un gran tumor. Era extraño escuchar que alguien suene
tan realmente interesado. “Um, como siete meses y medio.”
La mujer tenía lágrimas en sus ojos.
“Eso es precioso. ¿Te sientes bien?”
“Supongo.” Emily miró cautelosamente
a Derrick, pero él solo se mordió su labio inferior.
La mujer extendió su mano. “Soy
Gayle. Esta es mi casa.”
“Yo soy, eh, Heather,” Emily
respondió. Era el nombre falso que le había dado a todos ese verano, excepto a
Derrick. Heather incluso estaba en su chapa con nombre en el restaurant. La
delgada, pre-embarazada Emily estaba por todo el internet, conectada a la
historia de Alison DiLaurentis, y Emily ya se imaginaba un ítem sobre su
embarazo ilícito en un blog de chismes local, seguido por una horrorificada
llamada de sus padres.
“Eres tan afortunada, Gayle murmuró,
mirando amorosamente al estómago de Emily. Casi se veía como que quería
acercarse y tocarlo. Luego, la sonrisa de Gayle se transformó en un ceño
fruncido, y las lágrimas bajaron por sus mejillas. “Oh, dios,” dijo, luego se
dio vuelta y corrió retorcidamente al interior de la casa, cerrando fuertemente
la puerta.
Emily y Derrick estuvieron en
silencio por un momento, escuchando el sonido de una cortadora de pasto en la
casa de al lado. “¿Hice algo para ponerla triste?” Emily preguntó preocupada.
La mujer parecía tan frágil.
Derrick rodó sus ojos. “Como sea. No
te preocupes.”
Así que Emily no se preocupó. Poco
sabía de que unas pocas semanas después le estaría prometiendo su bebé a Gayle…
y luego retractándose.
Los furiosos mensajes que Gayle dejó
el día que Emily puso al bebé en la entrada de los Bakers pasaron por su mente.
Voy a encontrarte. Voy perseguirte.
Afortunadamente, nunca lo hizo.
“Emily, cariño, ¿estás bien?” La
Sra. Fields preguntó, alejando los pensamientos de Emily.
Emily se mordió fuertemente el
interior de su mejilla. “Eh, conozco a la chica que vive aquí,” incómoda,
sintiendo cómo sus mejillas aumentaban de temperatura. “Creí haberla visto en
la ventana, pero supongo que no. Ya podemos irnos.”
La Sra. Fields echó un vistazo al
terreno. “Oh Dios, el pasto se ve horrible,” murmuró. “Nunca venderán esta casa
con tanta maleza.”
Emily entrecerró los ojos. “¿A qué
te refieres con vender la casa?”
“Está en venta. ¿Ves?”
Apuntó a un letrero en el patio
delantero. EN VENTA, decía, con una foto del agente inmobiliario y un número de
teléfono. Un globo de exclamación en la parte superior derecha decía ¡ENTRÉGA RAPIDA!
Y ¡DUEÑOS REUBICADOS! Y ¡COMPRELA AHORA! También había un anuncio de que harían
un puertas abiertas el próximo sábado desde medio día hasta las cuatro.
Un sentimiento de enfermedad pasó rápidamente
por el cuerpo de Emily. Con solo saber que esa casa estaba ahí, que su bebé estaba
cerca, la hacía sentir reconfortada y aliviada—podía cerrar sus ojos e imaginarse
dónde estaba su bebé todo el tiempo. Pero los Bakers no estaban de vacaciones—se
habían mudado.
Su bebé se había ido.
Capítulo 3 | Capítulo 5
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