viernes, 25 de enero de 2013

Ruthless - Capítulo 36: El verdadero Spencer F.



“Disculpen que huela a cloro,” Spencer dijo, quitando la cubierta del jacuzzi del patio trasero de su familia, el cual había estado cerrado desde el otoño pasado. Jugueteaba con el nudo del tirante de su bikini de Burberry.


“Estoy acostumbrada,” dijo Emily. Ella estaba usando uno de sus trajes de baño de las practicas, los tirantes de los hombros ajustados y el logo de Speedo casi borrado

“Mientras esté tibia, no me importa,” Hanna añadió, quitándose su polera para revelar un nuevo bikini de Missoni. Y Aria se encogió de hombros, bajándose el cierre de su polerón, mostrando un traje de bañopunteado punteado que parecía como que había sido sacado de una capsula del tiempo de los años ’50.

Salía vapor de por debajo de la cubierta del jacuzzi. El agua burbujeaba acogedoramente. Percival, el viejo patito de goma amarillo de Spencer, se balanceaba en el agua, dejado allí desde la última vez que ella se había metido. Llevar a Percival allí era su ritual, desde que ella era pequeña y sus padres solo la dejaban meterse unos pocos minutos. Su Ali siempre la molestaba por eso, diciendo que era tan patético como usar una manta para bebes, pero Spencer amaba ver la cara sonriente del pato balanceándose en las burbujas.

Una por una, las chicas se metieron al baño tibio. Spencer las invitó para retocar el tema de lo que había pasado con Kelsey, pero tan pronto como vio al Sr. Pennythistle—debería empezar a llamarlo Nicholas—jugando con la cubierta del jacuzzi temprano ese día, pensó que también podrían aprovechar de relajarse un poco en la visita.

“Se siente genial,” Aria murmuró.

“Muy buena idea,” Emily aceptó. Sus pálidas mejillas y frente ya estaban rojas del calor.

“¿Recuerdan la última vez que íbamos a meternos a un jacuzzi juntas?” Hanna preguntó. “¿En Poconos?”

Todas asintieron, mirando el vapor. Ali había bajado de la terraza para prender el jacuzzi, dejando a las chicas solas en el pórtico. Todas se abrazaron y decían lo felices que estaban por ser amigas otra vez.

“Recuerdo que me sentía tan feliz,” Emily dijo.

“Y luego todo cambió tan rápido,” Hanna dijo, con la voz un poco tensa.

Spencer arqueó su cuello hacia arriba y buscó formas en las grises nubes. Esa noche en Poconos se sentía como si hubiera sido al mismo tiempo ayer y hace un millón de años. ¿Podrían superarlo algún día, o sería algo que las perseguiría por el resto de sus vidas?

“Supe en qué hospital de rehabilitación está Kelsey,” dijo luego de un momento. “La Reserva.”

Todas levantaron la vista, atónitas. La Reserva era a donde A envió a Hanna el año pasado… y donde la Verdadera Ali había pasado todos esos años.

“La enfermera en el teléfono dijo que ella puede tener visitantes a partir de mañana,” Spencer continuó. “Creo que deberíamos ir.”

“¿Hablas en serio?” Los ojos de Hanna estaban redondos. “¿No crees que deberíamos mantenernos alejadas de ella?”

“Necesitamos averiguar lo que realmente sabe,” Spencer dijo. “Saber cómo se convirtió en A. Qué quería con nosotras.”

“Quería lo que todo A quería.” Hanna se pinchaba sus cutículas. “Venganza.”

“¿Pero por qué trató de suicidarse?” Spencer había pasado el problema por su mente toda la noche. “No es como Mona o Ali. Habría pensado que nos querría muertas a nosotras.”

“Quizás quería hacernos saber que nosotras la llevamos a suicidarse,” Aria sugirió. “El último viaje de culpabilidad. Lo habríamos tenido en nuestra conciencia por el resto de nuestras vidas.”

El fuerte olor a cloro cosquilleaba la nariz de Spencer. Ella nunca habría sospechado que Kelsey era suicida—siempre había sido tan efervescente y despreocupada en Penn, incluso tomando A Fácil. ¿Habría sido el centro de detención lo que la cambio? ¿Habría sido la adicción a las drogas? Esa era la mayor sorpresa de todas: En los recuerdos de Spencer, Kelsey se había negado a tomar las pastillas, aparentemente disgustada por su pasado con las drogas. Ella nunca habría pensado que Kelsey habría vuelto a ellas luego del centro de detención juvenil. Luego de la experiencia de casi-arresto de Spencer, ella dejó las A Fácil de una sola vez. Había sido difícil, especialmente con todo el estudio que aun necesitaba, pero de todos modos logró sacar 5s en los exámenes. Hoy en día, Spencer ya ni siquiera sentía ansias por las pastillas.

Pero entonces, la vida de Kelsey había tomado un giro tan diferente al de ella. Incluso sin que haya saltado exitosamente en la Cantera del Hombre Flotante, solo el hecho de haber querido hacerlo era más de lo que Spencer podía soportar. Podría haber sido todo su culpa, tanto por meterla a las drogas otra vez como por enviarla al centro de detención. Las visiones que Spencer había estado teniendo de Kelsey y Tabitha no eran por el stress de la escuela, como Spencer había querido creer. La culpa por lo que había hecho la estaba comiendo por dentro. Era algo bueno el que nadie importante la haya visto atacando a Kelsey en la fiesta del elenco, como Wilden o su madre o cualquiera de los profesores de Rosewood Day—Pierre estaba ahí, pero los rumores decían que él además estaba borracho. Si Spencer no encontraba una salida saludable de esta culpabilidad pronto, tenía miedo de lo que podría ver—o hacer— a continuación.

“Quizás Spencer tiene razón.” Emily rompió el silencio. “Quizás deberíamos ir a ver a Kelsey a La Reserva. Tratar de entender las cosas.”

Hanna se mordía su dedo pulgar. “Chicas, y no estoy cómoda con volver ahí. Es un lugar horrible.”

“Estaremos contigo,” Aria dijo. “Y si se pone muy difícil, te llevare a casa.” Luego miró a Spencer. “Yo también creo que deberíamos ir. Juntas.”

“Cuando entremos nos haré una cita para mañana,” Spencer dijo.

Gordas gotas de lluvia comenzaron a caer en el jacuzzi, primero lentamente, y luego rápidas y constantes. Truenos retumbaban a la distancia. Spencer miró el cielo color-metal. “Demasiado para nuestra gran idea del jacuzzi.”

Se salió del jacuzzi y se envolvió en una toalla naranja, y les paso tres toallas a sus viejas amigas. Todas estaban en silencio mientras volvieron hacia la cocina. Hanna y Aria entraron, pero mientras Emily pasaba, Spencer la tomó del brazo. “¿Estás bien?”

Emily asintió sutilmente, sus ojos miraban los listones de madera en la terraza. “Lo siento mucho, otra vez,” suspiró. “Fue incorrecto que yo le haya dicho a Kelsey lo que hiciste. No debería haber confiado en ella antes que en ti.”

“Yo tampoco debería haberte dicho lo que te dije. Yo no sé lo que me ocurrió.”

“Quizás me lo merecía,” Emily dijo tristemente.

“No es así.” Pobre Emily, siempre pensando que se merecía lo peor. Spencer se le acercó. “Hemos sido terribles la una a la otra desde Jamaica. A estas alturas deberíamos saber que tenemos que mantenernos unidas, no pelear.”

“Lo sé.” Una pequeña sonrisa se formó en los labios de Emily. Luego, torpemente, se acercó y abrazó los hombros de Spencer. Spencer también la abrazó, sintiendo lagrimas viniendo a sus ojos. En segundos, Aria y Hanna volvieron de adentro y las vieron. Spencer no estaba segura de si ellas habían escuchado la conversación o no, pero ambas se acercaron y pusieron sus brazos alrededor de Spencer y Emily también, convirtiéndose en un sándwich de cuatro-chicas, tal como se abrazaban en sexto y séptimo grado. Tenían una chica menos, pero Spencer no la extrañaba para nada.


Una hora después, luego de que las amigas de Spencer se habían ido a casa, hizo una llamada para hacer la cita para visitar a Kelsey al día siguiente. Luego se sentó en el sofá del living inconscientemente haciendo cariño al cabello maté de Beatrice. Por una vez, la casa estaba completamente tranquila. EL grupo de la orquesta de Amelia no ensayaba hoy. Spencer se preguntaba cómo sonarían las canciones con un violinista menos.

Cuando el teléfono sonó, Spencer se asustó tanto que su cuerpo entero tiritó. Comité de Admisiones de Princeton, decía el identificador de llamadas. Lo miro por un momento, asustada de contestar. Era el momento. La gran decisión de los Spencers estaba hecha.

“¿Señorita Hastings?” dijo una fresca voz cuando Spencer contesto. “Aun no nos hemos conocido, pero mi nombre es Georgia Price. Estoy en el comité de admisiones de la Universidad Princeton.”

“Ajá.” Las manos de Spencer estaban tiritando tan fuerte que apenas podía sostener el teléfono. Se imaginaba la próxima oración Lamentamos informártelo, pero Spencer F. era un candidato mucho mas fuerte…

“Me preguntaba si aun estabas planeando unirte a nosotros para la reunión de admisión adelantada la próxima semana,” la alegre voz de Georgia dijo.

Spencer frunció el ceño. “¿Pardon?”

Georgia lo repitió. Spencer se rio confusamente. “Y-Yo pensé que aun estaban revisando mi postulación.”

Hubo un sonido de pasando hojas. “Uh…no. No lo creo. Aquí dice que te aceptamos hace seis semanas. Felicidades nuevamente. Este fue un año duro con las admisiones.”

“¿Y qué pasó con el otro Spencer Hastings?” Spencer dijo. “¿El chico con mi mismo nombre quien también postuló? Recibí una carta de que parte del comité de admisiones revisaron nuestras postulaciones pensando que éramos la misma persona, y…”

“¿Recibiste una carta de nosotros?” Georgia sonaba paralizada. “Señorita Hastings, nunca haríamos algo como eso. Su postulación es revisada por cinco diferentes rondas de lectores. Discutida en comités. Aprobada por el mismo decano. Le aseguro que no cometemos errores en a quienes admitimos. Somos muy, muy cuidadosos.”

Spencer miró su reflejo en el gran espejo en el pasillo. Su cabello estaba alocado alrededor de su cara. Había una arruga en el medio de su frente que siempre le aparecía cuando estaba muy confundida.

Georgia le dijo los detalles sobre la reunión a Spencer, y luego colgó. Después, Spencer se sentó en el sofá pestañeando fuertemente. ¿Qué rayos acababa de ocurrir?

Y luego se le ocurrió. Se levantó y fue por el pasillo hacia la ex oficina de su papá, la cual aun contenía un montón de equipamiento de computador y oficina. Le tomó cinco segundos entrar a internet y otros cinco poner a cargar Facebook. Con las manos temblando, escribió el nombre de Spencer F. en la ventana de búsqueda. Muchos perfiles de Spencer Hastings aparecieron, pero ninguno era del chico dorado de Darien, Connecticut, que Spencer había acechado días atrás.

Se imaginó la carta de Princeton en sus manos. Pensándolo bien, el sello parecía fraudulento. Y si era sospechoso que Kelsey sabía que Spencer había entrado a Princeton…

Por supuesto. Kelsey le había escrito la carta. Ella había creado el perfil de Spencer F, también, para molestarla. Spencer F. no existía. Todo era un juego mental.

Spencer cerró sus ojos, avergonzada de haber sido tan inocente. “Buena esa, Kelsey,” dijo en la sala silenciosa. Tenía que reconocérselo a su vieja amiga: Era clásico de A, de la cabeza a los pies.

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