sábado, 17 de noviembre de 2012

Ruthless - Capítulo 14: Spencer libera su mente.



Traducción: Daniela
Corrección: Daniela

La siguiente tarde, la cual era gris y fría, Spencer se puso una bufanda cuadrillé alrededor de su cuello, caminó por la curva en una calle lateral en Old Hollis, y miró la intrincada casa victoriana frente a ella. Frunciendo el ceño, chequeó la dirección en la hoja de llamadas del club de teatro una vez más. Estaba de pie frente a la Casa Morada, llamada así acertadamente por la brillante pintura morada que cubría cada pulgada de su revestimiento. La casa era una institución de Rosewood — cuando Spencer estaba en sexto grado, ella, Ali, y las otras solían andar en bici por esta calle, contando los rumores que habían escuchado sobre la gente que vivía en ese lugar. “Alguien me dijo que nunca se bañaban,” Ali dijo. “El lugar se arrastra con chinches de cama.”

“Bien, yo escuché que organizaban orgías,” Hanna añadió. Todas soltaron un Ew colectivo, pero luego una cara había aparecido en la ventana de la Casa Morada y rápidamente se fueron pedaleando.

Asesina.

Spencer dejó de subir por los escalones frontales, su corazón latiendo en su garganta. Miró las tranquilas, de apariencia casi vacía, casas en la calle. Una sombra se escurrió tras un par de basureros de metal en el callejón.

Ella tembló y pensó en su más reciente nota de A. Quizás sus amigas no estaban convencidas de que Kelsey pudiera ser su nuevo mensajero malvado, pero era la respuesta más lógica. Spencer había arruinado la vida de Kelsey. Ahora Spencer tenía que detenerla antes de que Kelsey arruine la de ella —y la de sus amigas también.

Por el verano, Spencer y Kelsey se habían hecho amigas rápidamente. Kelsey confesó que luego de que sus padres se divorciaron, comenzó a comportarse mal y se comenzó a juntar con un loco grupo de chicas. Se metieron en la marihuana, y luego comenzaron a venderla. Durante una inspección de casilleros en la escuela, los de seguridad encontraron sus provisiones. La única razón por la que no fue expulsada de St. Agnes fue que su padre recientemente había donado el ala de ciencias, pero sus padres la amenazaron con enviarla a un súper estricto colegio católico en Canadá si volvía a salirse de la línea.

“Decidí cambiar las cosas,” Kelsey dijo una noche cuando ella y Spencer descansaban en su cama luego de una noche de estudios. “Mis padres se negaron a pagar por ello, diciendo que sería una perdida luego de todos los problemas en los que se había metido, pero, increíblemente, una organización sin fines de lucro de la cual nunca había escuchado apareció en último minuto y me dio una beca para el programa de Penn. Quiero mostrarle a mis padres que valió la pena.”

A cambio, Spencer contó a Kelsey sobre sus problemas también —bueno, algunos. Como el cómo fue torturada por A. Cómo robó el informe de su hermana y lo entregó como el suyo para el premio de la Orquídea de Oro. Cómo quería ser la mejor en todo, todo el tiempo.

Ambas eran las perfectas candidatas para A Fácil. Al comienzo, las pastillas no habían tenido mucho efecto, además de hacerlas sentir muy despiertas incluso cuando habían pasado la noche en vela. Pero con el tiempo, ambas comenzaron a notar cuándo no las habían tomado. “No puedo mantener mis ojos abiertos,” Spencer dijo durante las clases. “Me siento como un Zombie,” Kelsey se quejó. Miraron a Phineas al otro lado de la habitación, tomándose encubiertamente otra pastilla. Si él estaba bien tomando más, quizás ellas también lo estarían.

Un auto con un alboroto intenso pasó, sacando a Spencer de sus pensamientos. Se enderezó, subió los escalones hacia el pórtico frontal de Beau, se inspeccionó en la ventana lateral —estaba vestida con jeans ajustados, un suave sweater de cachemira, y botas altas, las cuales ella pensó que se veían apropiadamente lindas pero no como si estuviera tratando de impresionar a Beau —y tocó el timbre.

Nadie respondió. Lo tocó otra vez. Aun nadie.

“¿Ho-la?” Spencer dijo impacientemente, golpeando fuertemente la puerta.

Finalmente, una luz se prendió, y Beau apareció en la ventana. Él abrió la puerta. Sus ojos estaban adormecidos y su pelo estaba desordenado, y estaba sin remera. Spencer casi se tragó el chicle Trident que estaba masticando. ¿Dónde había estado escondiendo esos pectorales?

“Lo siento,” Beau dijo somnolientamente. “Estaba meditando.”

“Por supuesto que sí,” Spencer murmuró, tratando de no mirar su torso de 100-abdominales-diarias. Era como la vez que ella y Aria tomaron una clase de pintura de la vida en Hollis que tenía modelos desnudos masculinos. Los modelos estaban despreocupados, pero Spencer quería ponerse a reír.

Entró al recibidor, notando que el interior de la Casa morada era de apariencia tan caótica como el exterior. Las paredes del pasillo estaban llenas de una mezcla de tapices eclécticos hechos a mano, pinturas en óleo, y símbolos de metal publicitando marcas de cigarrillos y ya extintas cafeterías. Muebles gastados de estilo moderno del medio siglo adornaban el gran living a la izquierda, y una mesa rústica de maple cubierta en libros de tapas duras de todas las formas y tamaños tomaban la mayor parte del comedor. Al final del hall había una alfombra de yoga desenrolladla. Un pequeño estéreo portátil estaba por ahí tocando una tranquila canción en harpa, y un porta inciensos sostenía un incienso prendido que esparcía el humo en el aire desde la mesa.

“¿Así que tu familia renta este lugar?” Spencer preguntó.

Beau se acercó a la alfombra, recogió una remera blanca del piso, y se la puso por sobre su cabeza. Spencer estaba al mismo tiempo aliviada y extrañamente decepcionada de que él se estuviera cubriendo. “No, hemos sido dueños de este lugar por casi 20 años. Mis padres se la rentaban a profesores, pero luego mi padre obtuvo un trabajo en Philly y decidimos mudarnos de vuelta aquí.”

“¿Tus padres la pintaron morada?”

Beau se rio. “Sip, por ahí por los setenta. Era para que todos supieran dónde eran las orgías.”

“Oh, oí algo sobre eso,” Spencer dijo, tratando de sonar despreocupada.

Beau se rio. “Estoy bromeando. Eran ambos profesores de literatura en Hollis. Su idea salió de cuando leyeron Los Cuentos de Canterbury en inglés antiguo. Pero escuché los rumores.” La miró reconociéndola. “La gente de Rosewood ama hablar, ¿o no? Oí algunos rumores sobre ti también, Pequeña mentirosa.”

Spencer se alejó, pretendiendo estar fascinada con una escultura de arte popular de un gran gallo negro. A pesar de que todos en la ciudad —en el país — habían oído sobre su dura experiencia con la Verdadera Ali, era extraño que alguien como Beau le haya puesto atención. “La mayoría de los rumores no son ciertos,” dijo tranquilamente.

“Por supuesto que no lo son.” Beau se le acercó. “Pero es fastidioso, ¿cierto? Todos hablando. Todos mirándote.”

“Si es fastidioso.” Dijo, sorprendida de que Beau la haga luchar tan rápidamente.

Cuando volvió a mirar hacia arriba, él la estaba mirando con una enigmática mirada en su cara. Era como si él hubiera estado tratando de memorizarse cada pulgada de sus rasgos. Spencer lo miró de vuelta. Ella no había notado lo verdes que eran sus ojos antes. O la linda pequeña margarita en su mejilla izquierda.

“Entonces, em, ¿Comenzamos?” preguntó luego de un momento incómodo.

Beau dejó de mirarla, caminó por la habitación y se acomodó en una silla de cuero. “Seguro. Si quieres.”

Spencer sintió una puñalada de exasperación. “Me dijiste que viniera para que me enseñes. Así que… enséñame.”

Beau inclinó la silla hacia atrás y puso su mano en sus labios. “Bien, yo creo que tu problema es que tu no entiendes a Lady Macbeth. Sólo eres una chica de secundaria repitiendo sus líneas.”

Spencer enderezó su columna. “Por supuesto que la entiendo. Es determinada. Es ambiciosa. No sabe con lo que se mete. Y luego se llena de culpa por lo que hizo.”

“¿De dónde sacaste eso? ¿SparkNotes?” Beau dijo.

“Saber hechos no es lo mismo que meterse en el personaje. Tienes que experimentar lo que ella experimenta, y realmente sentirla. Ese es el método de actuar.

Spencer resistió la necesidad de reír. “Eso es basura.”

Los ojos de Beau brillaron. “Quizás estás asustada de realmente hacerlo. El método de actuar puede desenterrar algunos demonios.”

“No estoy asustada.” Spencer cruzó sus brazos sobre su pecho.

Beau se levantó de la silla y se acercó a ella. “Ok, entonces no estás asustada. Pero vas a hacerlo para sacar un cuatro punto cero, ¿o no? No porque te importe actuar. No porque te importe la integridad de la obra.”

Calor subió por las mejillas de Spencer. “¿Sabes qué? No necesito esto.” Giró sobre sus pies y comenzó a salir de la sala. Idiota arrogante.

“Espera.” Beau puso su mano en la de ella y la giró.” “Te estoy desafiando. Creo que eres buena, mejor de lo que crees. Pero también creo que puedes subir al siguiente nivel.”

El repentino aroma de incienso de sándalo cosquilleó la nariz de Spencer. Miró hacia abajo a los largos, y tibios dedos de Beau fuertemente entrelazados con los de ella. “¿T-tú crees que soy buena?” Preguntó en una voz que apenas superaba un susurro.

“Creo que eres muy buena,” Beau dijo en una repentinamente sensible voz. “Pero también tienes que dejar ir un montón de cosas primero.”

“¿Dejar ir qué?”

“Necesitas convertirte en Lady Macbeth. Ir a un lugar especial en tu interior que comprenda sus motivaciones. Sentir lo que ella siente. Saber lo que harías, si estuvieras frente a sus dilemas.”

“¿Por qué importa lo que yo haría?” Spencer protestó. “Ella es el personaje sobre el que Shakespeare escribió. Sus líneas están en las páginas. Ella ayuda a matar al rey y se sienta silenciosamente junto a su marido mientras él mata a todos en su camino. Luego se vuelve loca.”

“Bien, ¿no te volverías loca si tú mataras a alguien y guardaras terribles secretos?”

Spencer miró a otro lado, un bulto subiendo por su garganta. Eso había sido un poquito demasiado cerca para su gusto. “Por supuesto que me volvería loca. Pero yo nunca haría eso.”

Beau suspiró. “Te lo tomas muy literal. Tú no eres Spencer Hastings, chica buena, estudiante de puras As, la mascota de los profesores. Eres Lady Macbeth. Siniestra. Confabulante. Ambiciosa. Convenciste a tu marido de que mate a un hombre inocente. Si no fuera por ti, él no se habría vuelto loco. ¿Qué se siente ser responsable de tanto daño?”

Spencer tomó un hilo suelto en su sweater de cachemira, incómoda con el escrutinio de Beau. “¿Cómo te conviertes en uno con Macbeth? ¿Dónde es ese lugar especial al que hay que ir?”

Beau miró a otro lado. “No es importante.”

Spencer puso sus manos en sus caderas.

Beau juntó sus labios. “Bien. Si debes saberlo, fui víctima de bullying cuando era joven.” Su voz estaba contraída. “Pensé un montón en vengarme. Ahí es a donde voy. Pienso en…ellos.”

Las manos de Spencer se aflojaron a su costado. Las palabras flotaban fuertemente en el aire. “¿Quieres hablar sobre eso?”

Beau se encogió. “Eran unos estúpidos en mi salón de octavo grado. Quería agredirlos tanto. No es la misma ambición que la de Macbeth, pero deja mi mente en el lugar exacto.”

Caminó por el living y giró un gran y viejo guante una y otra vez. Con sus hombros encorvados, y cabeza pesada, casi parecía vulnerable. Spencer cambió su peso de una pierna a la otra. “Lamento mucho lo que te ocurrió.”    

Las esquinas de la boca de Beau formaron una irónica sonrisa. “Supongo que tenemos algo en común, ¿huh? Tú también fuiste víctima de bullying.”

Spencer frunció el ceño. Nunca había pensado en A como una bully, exactamente, pero no era muy lejano a la realidad. Y ponerse a pensar que Su Ali les hizo bullying también…a pesar de que era su mejor amiga.

Levantó la mirada a Beau y estaba sorprendida de ver que él estaba mirándola otra vez. Se miraron por unos momentos. Luego, con un suave movimiento, Beau atravesó la habitación y acercó a Spencer. Su aliento, en la mejilla de Spencer, era mentolado. Spencer estaba segura de que se iban a besar. Y lo más loco, quería.

La cara de Beau se aproximó provocativamente cerca. Deslizó sus brazos por la espalda de Spencer y pasó sus dedos entre su cabello, lo cual la hizo temblar. Luego se alejó. “Ese es un modo de dejar ir.”

Se giró y volvió a ir al Hall. Spencer lo miró, su piel débilmente sudada y sus emociones en un revoltijo. Quizás sí dejó ir por un momento. ¿Pero podría dejar ir realmente del modo en que necesitaba y conectarse con Lady Macbeth? Significaría encarar lo que hizo con Tabitha. Confrontar la culpa.


Se preocupó, de repente, en qué rayos se acababa de meter.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Los comentarios pasan por moderación así que no aparecen de inmediato :) (Para evitar spam y/o spoilers)

Recuerda suscribirte a tu comentario para recibir una notificación cuando alguien responde :)