miércoles, 25 de mayo de 2016

Seven Minutes in Heaven - Capítulo 34 - La reina está muerta (Larga vida a la reina)



            El funeral de Sutton se realizó en una bella iglesia estilo renacimiento español en la ladera de la montaña Catalina. Las paredes de adobe color crema se elevaban desde las gruesas alfombras rojas, y había montones de flores ubicados en cada superficie. Cada banco estaba repleto—toda la escuela estaba aquí, junto a lo que parecía la mitad de Tucson. Los ojos de Emma escanearon la multitud. Los profesores de Sutton estaban sentados conversando con los estudiantes. La directora Ambrose estaba sentada de forma incómoda al frente, con un sombrero redondo sin ala color negro en su tieso cabello.  Una media docena de oficiales de policía también estaban aquí, brillando en sus trajes azules. Quinlan estaba sentado junto a una bella mujer asiática, quien Emma estuvo sorprendida de notar que debía ser su esposa. Corcoran estaba sentado tras ellos, con su cara tan estoica como siempre.
            Frente al altar había una foto agrandada de Sutton. A diferencia de la mayoría de sus fotos, en donde hacía gestos o sonreía  de forma altanera o hacía una mueca como de estrella de cine, en esta aparecía una chica quieta e indescifrable. Sus ojos lucían grandes y claros, sus labios separados en una sonrisa enigmática. La expresión no era maliciosa ni traviesa, sino que tenía un toque de la presencia de un yo secreto, más profunda y más bella de lo que todos podrían haber supuesto.
            Yo seguí la mirada de mi hermana cuando miró sobre la multitud. Había tantas caras que yo a penas reconocía, gente que había pasado por mi vida sin una conexión real. Chicos al lado de quienes pasé en los pasillo, gente a quienes yo les rodaba los ojos, vecinos con quienes sólo había hablado una o dos veces. La gran cantidad de gente me hizo sentir extrañamente triste. ¿A quiénes de aquí me había perdido de conocer?
            Emma se sentó en la fila de enfrente con el resto de la familia de Sutton, sus manos cerradas sobre su regazo. Junto a ella, Laurel estaba sollozando en el pañuelo del St. Mercer, sus hombros temblaban. El Sr. Y la Sra. Mercer estaban abrazados entre sí como si estuvieran afirmados de una liana. Al otro lado de ellos estaba sentada la abuela Mercer en un ajustado traje negro, con sus labios apretados en una salvaje línea roja de duelo.
            Emma miró hacia el frente al brillante ataúd de madera, con los ojos secos, el dolor en su pecho era demasiado enorme para comprenderlo. Había estado viviendo la pérdida de su hermana por cuatro largos meses—cuatro meses en los que no pudo sufrir, en los que vivió bajo terror constante. Ahora que tenía la oportunidad de despedirse, no estaba segura de qué sentir. Había perdido a alguien a quien ni siquiera había conocido. Pero de cierta forma, se sentía más cercana a Sutton que todos. Volvió a pensar en la silueta brillante del cañón. Translúcida, cegadoramente bella. Ella y Sutton habían estado conectadas por algo más profundo más fuerte de lo que ella podría entender—y no sabía cómo dejarlo ir.
            Y yo tampoco.
            Al otro lado del pasillo desde donde estaban los Mercer, estaban sentadas las chicas del Juego de las Mentiras. Charlotte enrollaba un pañuelo en sus manos. Madeline y Thayer estaban sentados juntos, El brazo de Thayer estaba alrededor de su hermana, de forma protectora, mientras ella lloraba. El lucía aturdido, su mirada estaba pegada atentamente a la foto de Sutton. Incluso las Gemelas Twitter, quienes usualmente eran optimistas, estaban inclinadas entre sí para apoyarse. Gabby miraba el suelo, con lágrimas cayendo en línea recta desde la punta de su nariz. Lili tenía su cara escondida en el brazo de su hermana, sus hombros temblaban.
            Los Mercer le habían pedido al capellán del hospital que dirija el funeral—nunca habían sido una familia religiosa, pero el padre Maxwell había conocido a Sutton desde que era una niña pequeña. Él lloraba abiertamente al hacer el elogio, rememorando a la revoltosa y alegre chica que él había visto crecer en una prometedora jovencita. Emma apenas escuchaba. Las palabras del sacerdote habían sido bien escogidas, pero no había modo de que él pudiera hablar de la Sutton a la que ella conocía. Porque a pesar de que nunca se conocieron, ahora ella conocía a Sutton mejor que nadie. Ella conocía partes de ella que habían sido altivas o egoístas—pero más que eso, conocía las partes que habían sido leales y feroces, y compasivas. Sabía que su hermana había sido una luchadora. Sutton le había prestado parte de su fuerza, esa noche en el cañón.
            Casi no notó cuando el sacerdote dio la bendición final. Luego todos los asistentes se levantaron, un suave murmullo salió al aire en la iglesia repleta. La gente se amontonó alrededor de los Mercer para dar sus condolencias. Laurel ya estaba envuelta en un histérico abrazo por su profesora de alfarería, la Sra. Gilliam, y el Sr. Mercer hablaba profundamente con el Dr. Banerjee, dos hombres unidos por la pérdida de sus hijas. De repente Emma se sintió claustrofóbica. Se alejó de su familia hacia un rincón tras una columna. Después de tanto tiempo viviendo como Sutton, y luego como una mujer buscada, se sentía extraño alejarse y volverse invisible, tal como había sido la vieja Emma.
            Chocó de espaldas con alguien y se tropezó. - ¡Oh! Lo... siento. – dejó de hablar cuando se volteó y vio a Garrett Austin, vestido en un traje negro y una corbata celeste. Sus mejillas ardieron cuando se miraron a los ojos.
            - Um, hola, - dijo él, sonrojándose tanto como ella.
            - Hola, - ella repitió. Tras el pequeño rincón, el sistema de sonidos de la iglesia había comenzado a reproducir un audio de una delicada guitarra acústica.
            - No tienes idea de lo mucho que lo siento, - dijo, sin mirarla a los ojos. – No puedo creer cómo te traté.
            Emma sacudió su cabeza. – No lo sabías.
            - No importa. – Se acomodó, metiendo sus manos en sus bolsillos. – Incluso si tú hubieras sido Sutton, no debí haber actuado de la forma en que lo hice.
            - Fue una… situación confusa, lo sé. – Emma se estiró la falda para enderezarla. – Lamento no haber podido decírtelo antes. Todo lo del cumpleaños—sé que parecía que yo te había rechazado en la cara. No quería humillarte. Simplemente no podía…
            - Lo sé, - dijo rápidamente, sonrojándose aún más profundamente. – Lo entiendo. – Se apoyó contra la columna, evitando los ojos de Emma. – La verdad es que, Sutton estaba por romper conmigo. Lo supe esa noche que la vi en el cañón. Cuando te vi al día siguiente y no dijiste nada al respecto, no podía creer lo afortunado que era. Pensé que Sutton había cambiado de opinión. – Se miró hacia abajo a los zapatos. - ¿Supiste alguna vez lo que le pasó a mi hermana?
            - Sí, - Emma murmuró, mordiéndose el labio.
            - Sé que no es excusa. Pero he estado tan…tan enojado desde que eso pasó. Y no sé por qué no puedo superarlo. – Una solitaria lágrima bajó por su mejilla. – Sutton fue más paciente conmigo de lo que debería haber sido.
            Emma escuchaba, su corazón se retorcía con compasión. – Eso es mucho con lo que trabajar por ti mismo. – Impulsivamente le tomó la mano, apretándola.
            Él sacudió su cabeza. – Bueno, ya terminé de poner excusas. Voy a comenzar una terapia el lunes. Si soy tan inestable que alguien sospecharía que yo asesiné, necesito ayuda.
            - ¿Entonces supiste que Ethan estaba intentando inculparte?
            - Si. – Movió su cabeza con perplejidad. – Ese tipo… digo, él nos tenía a todos engañados. Todos pensábamos que estaba loco por ti.
            Un nudo se formó en la garganta de Emma. Miró hacia otro lado, volteándose hacia un pequeño crucifijo de mármol en un hueco. – Sí, - dijo, su voz era a penas más alta que un susurro. – Yo también.
            Una voz incorpórea habló por el intercomunicador, haciendo eco a través de la iglesia.
            - Sutton Mercer… ¡Te saludamos!
            Emma apenas tuvo tiempo para darse cuenta de que era la voz de Charlotte antes de que el redoble en staccato de “We are Young” de Fun. comenzara a sonar por los parlantes. En ese momento exacto, un proyector oculto en la parte de atrás de la iglesia empezó a funcionar. Sobre el altar se proyectaron videos de Sutton y sus amigas, editadas con la  música. Una mostraba a Sutton, Madeline, Charlotte y Laurel haciendo un brindis con botellas en las termas a las que se solían meter. En otro, alguien sostenía una cámara temblando frente a la cara de Sutton en una montaña rusa. Ella gritaba con risa, su cabello ondeaba alrededor de su cara. Había un video de Sutton haciendo una bola de cañón en la piscina de Charlotte, videos de ella cantando karaoke con Laurel y bailando con Thayer. En uno, ella, Gabby, y Lili hicieron una guerra de comida, las Gemelas Twitter la superaron y le hicieron una corona de crema batida en el cabello, todas riéndose.
            Y finalmente había una toma de Sutton haciendo una posa pin-up en un elegante vestido plateado. Estaba en la terraza de Charlotte, y tras ella, una de las exclusivas fiestas del Juego de las Mentiras se desataba.
            - Una buena diva siempre se pone en pie, - dijo coquetamente, su voz se amplificó a través de la iglesia. Luego le sopló un beso a la cámara, y el video se volvió a negro.
            Emma se dio cuenta de que pasaba un arroyo de lágrimas por sus mejillas. Cuando las luces volvieron a perderse, un largo silencio tomó lugar. El Sr. Mercer se había puesto a llorar, su cara oculta en el hombro de su esposa. La mitad del equipo de tenis estaba sollozando—Clara lloraba fuertemente, sus llantos cortaban la tranquilidad.
            Al ver el video, el final tributo de mis amigas, mi corazón se sintió como una flor abriéndose al sol. Explosiones de color y luces llenaron mi mente, y de repente todo—cada recuerdo, cada momento de mi vida—vino a mí en una inundación. Todo lo que pensé que había perdido, había vuelto. Recordé servirle té de mentira a mi madre en su juego de té antiguo. Recordé a mi padre pasándome un set de binoculares, apuntando hacia un halcón de cola roja en un árbol. Allí estaba yo, jugando con Laurel en un fuerte de almohadas en una noche lluviosa. Conociendo a Charlotte en el bus de la escuela en tercer grado, y a Madeline durante el receso al año siguiente. Recibiendo mi primera raqueta de tenis en navidad. Nadando en el océano pacífico durante unas vacaciones, mirando las millas y millas de solitario azul. Imprimiendo las tarjetas oficiales del Juego de las Mentiras en la casa de Charlotte, riéndonos por los títulos que nos habíamos inventado.
            Besando a Thayer por primera vez, y la segunda, y la tercera. Todos nuestros besos, cada momento al sol que pasamos juntos, volvieron a un enfoque perfecto.
            Cada broma, cada secreto, cada aventura regresó a mí. Y todo era tan bello, tan vibrante, tan real. Era mi vida. Ethan no podía llevarse eso.
            En la parte de atrás de la iglesia Emma escuchó ajetreo. Las luces volvieron a prenderse, y se volteó para ver a una mujer vieja escoltando a Lili y a Gabby afuera de la cabina de audiovisuales tomadas de las orejas. Las Gemelas Twitter levantaron sus manos en forma de heavy metal, levantando el dedo meñique y el índice. El Padre Maxwell se apresuró en quitarle el micrófono a Charlotte en el altar, y un hombre que llevaba una corbata estaba sacando a Madeline de la caja de control de las luces.
            Pero antes de que las Chicas del Juego de las Mentiras pudieran ser removidas del edificio, alguien empezó a aplaudir.
            Emma no pudo identificar dónde comenzó, pero una vez que lo hizo, el aplauso creció, más y más fuerte. Alguien silbó. Una chica que Emma nunca había visto gritó - ¡Te quiero, Sutton!
            - ¡Sutton, te vamos a extrañar! – alguien más gritó tras ella. Y pronto, todos estaban aplaudiendo y gritándole cosas a Sutton.
            - ¡Hollier nunca volverá a ser lo mismo!
            - ¡Eres la única reina del baile por quien vamos a votar!
            La Abuela Mercer estaba aplaudiendo más que nadie, Laurel lloraba junto a ella. La mujer anciana soltó a Gabby y a Lili impactada, y ellas corrieron para unirse a Charlotte y a Madeline bajo una estatua de la virgen María. Luego las cuatro se unieron al aplauso y se volvieron hacia el retrato de Sutton, con lágrimas brillando en sus ojos.
            Yo flotaba sobre ellas, el aplauso vibraba a través de mí ser. Por un momento, casi lo confundí con un latido de corazón.

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