Emma estaba acurrucada en la cama de Sutton la
mañana del sábado, mirando sombríamente la pantalla. Había colocado el
computador en la mesa de noche de Sutton, donde podía verlo desde el montón de
almohadas. Había estado viendo cosas desde que se despertó, haciendo click en
diferentes blogs y agencias de noticias para escuchar veinte diferentes
versiones del mismo evento—el hecho de que Emma Paxton estaba libre de cargos,
y que Ethan Landry había supuestamente matado a Nisha Banerjee y a Sutton
Mercer.
En tan sólo unos minutos tendría que moverse.
Tendría que levantarse, a pesar de que su cuerpo se sentía como si estuviera
hecho de plomo, y bajar las escaleras para reunirse con los Mercer. Esa tarde,
Sutton finalmente sería enterrada—y finalmente encontraría la paz.
¿La encontraría? Me había estado imaginando mi
funeral por meses, pero ahora que estaba aquí, ya no estaba tan segura. ¿Este
último adiós de mis amigos y familia me haría descansar finalmente? ¿O seguiría
en la sombra de Emma por el resto de su vida, sin voz y sin poder y completamente
sola?
- La policía ahora dice que Landry tentó a
Paxton a venir a Tucson bajo el pretexto de que conocería a su hermana gemela
perdida. – Tricia Melendez no pudo evitar un tono de regocijo en su voz. Estaba
parada frente a la estación policial usando una chaqueta Armani de tweed, lo
cual era un paso delante de su usual poliéster—parecía como que le hubieran
dado un aumento. – Cuando llegó, él le enviaba mensajes y notas de amenaza para
forzarla a suplantar a su hermana para que él pueda cubrir su crimen. La
investigación sigue en marcha, ero una fuente le dijo a Canal Cinco que una
unidad de depósito en las afueras de Tucson fue revisada la noche del
miércoles, y aunque había sido registrada bajo un nombre falso, el empleado
logró identificar a Landry como la persona que abrió la cuenta. No se sabe aún
qué contenía la unidad, pero parece seguro asumir que la policía encontró
evidencia importante al interior.
Emma sonrió levemente, preguntándose qué diría
Tricia Melendez si hubiera abierto la unidad para encontrar un animal de
peluche andrajoso esperando pacientemente al interior. Socktopus aún estaba
retenido como “evidencia” pero deseaba tenerlo aquí. Sabía que era infantil,
pero quería atarlo alrededor de su cuello para que la proteja, de la forma en
que Becky lo hizo hace tanto tiempo. Una parte de ella aun sentía como que
necesitaba toda la protección que pudiera conseguir. Quizás una parte de ella
siempre se sentiría así.
Ethan. Un abismo oscuro e insondable se abría
en su pecho cada vez que pensaba en él—sus honestos ojos azul-lago; su risa;
sus labios en los de ella. Cada vez que un fragmento de sus conversaciones
aparecía dando vueltas por su mente, sus coqueteos y sus promesas, un espacio
frío y vacío se abría en su interior donde le habían quitado algo—algo puro y
confiable y frágil. No sabía si volvería a confiar en alguien otra vez.
- Ayer, hablé con Beverly Landry, la madre del
acusado, cuando ella salía de la corte, - continuó Tricia Melendez. Emma se
levantó rápidamente de la cama, mirando la pantalla. La Sra. Landry estaba
parada con inseguridad en los escalones de la corte, su cabello castaño claro
estaba tomado en un moño al costado. A la luz brillante del día, lucía más
asustada que hostil, sus ojos bien abiertos y vulnerables, en una delgada y
hundida cara. – Lo vi cruzar el terreno hacia la casa de la chica Banerjee
cerca de las tres la tarde del día en que murió, - dijo la Sra. Landry,
acercándose nerviosamente hacia el micrófono. – Y hace unas semanas encontré un
bolso verde metido en un rincón en el ático. Tenía un diario de vida y ropa de
chica. Intenté decirme a mí misma que sólo lo había robado. Pero… pero tenía
miedo. Tenía miedo de preguntar qué más habría hecho.
Emma sintió una sacudida no intencional de
compasión hacia la mujer. No había lugar a dudas de que la Sra. Landry se haya
sentido tan incómoda con Emma. Ella había sabido todo el tiempo quién era Emma,
y de qué era capa su hijo—y, o bien no
quería creerlo, o estaba muy asustada para intervenir.
La cámara volvió a la reportera. – La oficina
del fiscal distrital de Tucson planea acusar a Landry con dos cargos de
asesinato y uno de intento de asesinato, además de fraude, conspiración, chantaje,
secuestro, y ataque, - dijo. – La petición de libertad bajo fianza ha sido
negada. Habla Tricia Melendez, me despido.
Emma caminó hacia el escritorio de Sutton y
cerró el computador. El día anterior, se había encontrado con el fiscal
distrital de Tucson, una mujer robusta y energética con un traje rojo
autoritario. Había accedido a testificar en la corte y a proveer toda la
evidencia que pueda para el caso. Le habían ofrecido inmunidad a ser acusada—la
fiscal de distrito le dijo que podrían haberla acusado de fraude y robo de
identidad si quisieran—pero no era ese el motivo por el cual accedió a
testificar. Había jurado hacer justicia en el asesinato de su hermana, y
planeaba cumplir su promesa hasta el final. La idea de volver a estar en una
sala con Ethan, incluso separados por el podio del testigo y una docena de
corpulentos alguaciles, hacía que el sitio hueco en su interior se sienta aún
más fuerte. Pero el juicio sería en meses. Tenía tiempo para fortalecerse, para
intentar sanar, antes de eso.
De acuerdo a la fiscal, el computador de Ethan
mostraba que Ethan había hackeado la información personal de Sutton y de
Emma—sus teléfonos, sus computadores, sus archivos médicos. También había
copias de todas las fotos que le había tomado a Emma en su viaje a Las Vegas, y
docenas y docenas de fotos de Sutton. Había encriptado todo, pero el equipo forense
tenía un tipo que era más o menos un genio, y él había logrado conseguirlo
todo.
Se recostó sobre el montón de
cojines, repentinamente exhausta nuevamente. Había sido tan fácil engañarla
para Ethan, hacerla enamorarse de él. Él había sido su novio perfecto,
divertido y sensible y detallista. ¿Acaso todo había sido un acto para
mantenerla en Tucson? ¿Había alguna pequeña parte de eso que haya sido real? ¿Y
ella quería que la haya? No estaba segura de qué era peor: ser engañada por un
monstruo—o enamorarse de un asesino.
Hubo un suave golpe en su puerta. Emma se paró
un poco y miró el reloj con forma de frijol que estaba sobre la ventana de
Sutton. Era justo pasadas las una—pronto tendrían que salir. – Pase.
La Sra. Mercer abrió un poco la puerta y se
asomó. Su sonrisa era casi tímida, pero sus ojos azules lucían cálidos. - ¿Cómo
vas?
- Estoy casi lista – Emma dijo. Se quedaron
quietas en un silencio incómodo por un momento, la cara de la Sra. Mercer
estaba enmarcada con la puerta a penas abierta.
- ¿Puedo pasar? – Finalmente preguntó. Emma parpadeó.
No se había dado cuenta de que su abuela estaba esperando una invitación.
- ¡Claro! Lo siento, yo… claro. Adelante.
La Sra. Mercer abrió la puerta y entró al
cuarto, sentándose cuidadosamente en la cama. Llevaba puesto un limpio traje
negro, y su melena había sido peinado tirante hacia atrás. Si no fuera por las
arrugas en sus ojos, podría haber sido la hermana mayor de Becky. Cruzó sus
pantorrillas y miró a su alrededor, con el fantasma de una sonrisa en los
labios.
- Se siente tan raro aquí. Es como si ella
estuviera a la vuelta de la esquina—en el baño, o en su closet. Y luego te veo
aquí, luciendo tal como ella.
Emma no supo qué decir. Los últimos días, ella
y los Mercer habían sido vacilantes y educados entre sí, como si estuvieran
acercándose lentamente desde una gran distancia. Emma sabía que ellos
necesitaban espacio para estar de duelo por Sutton, y había intentado no
entrometerse. Pero a la vez, ellos parecían querer conocerla. Ayer, la Sra.
Mercer le había preguntado cuál era su comida favorita, y esa tarde durante la
cena, había un pastel de pollo a la cacerola humeando en medio de la mesa,
junto la ensalada de hortalizas para acompañar y una garrafa de té dulce. El
Sr. Mercer la había invitado a ir a caminar con él y con Drake, y al caminar le
hizo preguntas sobre su vida antes de Tucson. Todos parecían estar evitando
cuidadosamente el tema de Sutton o Ethan—Emma asumió que su luto y enojo
estaban aún muy frescos— pero sus oberturas eran sinceras, y era un comienzo.
La única persona que no colaboraba era la
abuela Mercer, quien había volado durante la noche anterior para el funeral.
Cuando entró, miró a Emma por largo rato, sus ojos eran rojos y vidriosos, y
luego subió por las escaleras hacia el cuarto de invitados con una dignidad
fría. – Le tenía mucho cariño a Sutton, - le susurró el Sr. Mercer a Emma. –
Todo esto es impactante para ella. Pero ya va a entenderlo. – Pero hasta ahora,
la abuela Mercer no había mostrado señales de
“entenderlo”. Se refería a Emma como “esa chica” y le dio énfasis a
sentarse tan lejos de ella como fuera posible durante la cena. Emma intentó no
tomárselo a pecho, pero era difícil.
- Sé que esto también es difícil para ti, -
dijo ahora la Sra. Mercer, mirando a Emma a los ojos. – No tienes idea de
cuánto deseo que hubiésemos sabido de ti antes de que todo esto ocurriera.
Habríamos ido a buscarte hace mucho tiempo. – Sonrió con tristeza. – Pero no
tiene sentido desear lo que no puede ser cambiado.
- Desearía haber podido conocerla, - Emma dijo.
Se abrazó a sí misma, aferrándose al cárdigan de lana gris que se había puesto
para el funeral. Cuando levantó la mirada, la Sra. Mercer estaba secándose una
solitaria lágrima.
- Lo sé. – Le dio una palmada a la cama junto a
ella, y Emma se sentó. Su abuela le tomó la mano y la apretó. – Y espero que
seas que esto no fue culpa de nadie más que de Ethan.
Emma no respondió. Sus propias mentiras casi le
habían permitido que se salga con la suya. Si tan solo hubiera seguido
intentándolo ese primer día, si hubiera insistido a la policía que revisen sus
registros. Si tan solo no hubiera estado tan asustada.
La Sra. Mercer sacudió la cabeza, parecía que
le hubiera leído los pensamientos. – No te culpamos, Emma. ¿Cuántos de nosotros
hemos cometido errores en nuestras vidas? Si Ted y yo hubiéramos podido apoyar
mejor a Becky, quizás no te habría mantenido en secreto. Si Becky no hubiera
hecho de su vida un desastre tan grande, quizás hubiera podido cuidarlas a las
dos, o hubiera sido inteligente y nos hubiera entregado a las dos. Si tú no
hubieras sido un secreto para todos, Ethan nunca podría haberte usado de la
forma en que lo hizo. Por supuesto que duele que hayas sentido que tenías que
mentirnos. Pero estabas cargando con un peso terrible y doloroso, tú sola. No
sé si alguno de nosotros hubiera actuado diferente a como actuaste tú. – El labio
de la Sra. Mercer tembló por un momento. – Todos hemos cometido errores. Pero
fue Ethan quien escogió quitarle la vida a mi hija. Nadie más.
Emma tragó saliva. Quería creerle a la Sra.
Mercer. Quería perdonarse a si misma. Quizás, con el tiempo, lo lograría.
Puse mi mano sobre la de Emma. – Yo te perdono,
- susurré, deseando poder absolverla de su culpa.
La Sra. Mercer se volvió a aclarar la garganta.
– Ted y yo hemos estado discutiendo las cosas, y nos gustaría que te quedes
aquí—si eso es lo que quieres, por supuesto. – Sus pestañas se agitaron. –
Puedes terminar la secundaria en Hollier. Vamos a tener una reunión con la
directora Ambrose para que tengas tu propio horario. Y te vamos a ayudar a
mirar universidades. Tus notas de Las Vegas son impresionantes.
Emma se puso rosada. De repente notó que este
era el primer cumplido que la Sra. Mercer le hacía como ella misma, como Emma.
En algún lugar en el dolor vacío de su hecho, una pequeña ceniza se iluminó.
La Sra. Mercer continuó. – Sutton tenía fondos
para la universidad. Supongo que lo entendería si los usáramos para ti.
Por supuesto que lo entendía. Después de todo
lo que había ocurrido, después de todo lo que Emma había hecho por mí, ella se
merecía esto.
Emma levantó la mirada para encontrarse con los
ojos de su abuela, tan parecidos a los suyos. – Gracias, - susurró, con la voz
tiritando. – Es sólo que—yo nunca supe, antes de haber venido aquí, cómo se sentía.
Tener una familia.
La Sra. Mercer la abrazó fuertemente. Emma
podía oler su perfume de Elizabeth Arden y un pequeño aroma a té Earl Grey.
Después de separarse, permanecieron sentadas en
silencio por un momento. Emma miró a su alrededor al conocido dormitorio. Había
velas a medio derretir en frascos de vidrio sobre el escritorio de madera
blanca. Había botellas de vino llenas de flores secas en el borde de la ventana
con asiento. Los cojines de Sutton repletaban todas las superficies, gruesos y
esponjosos. En el vestidor había chucherías y recuerdos ordenados
cuidadosamente alrededor de la TV LCD de pantalla grande—conchas luminosas, una
pequeña caja con incrustaciones de nácar, una lechuza de cerámica blanca. El cuarto
olía suavemente a menta y a lirios del valle, tal como la primera noche en que
Emma llegó. Ella no había hecho muchos cambios en el cuarto desde que volvió a
casa de los Mercer como ella misma. Había una pequeña pila de libros en la mesa
de noche, y una bufanda Hermès vintage que había comprado en la tienda de
segunda mano que había dejado colgando del respaldo de una silla. Había dejado
todas las viejas fotografías de Sutton puestas en la pizarra de corcho tras el
escritorio—pero había añadido algunas de sí misma también. Una de Alex parada
frente a la fuente del Bellagio, las luces coloridas se reflejaban en su cara.
Una de Emma y Laurel, con sus brazos alrededor de los hombros de la otra.
Tanto le había pasado a ella aquí—en esta casa,
en este cuarto. Gran parte había sido dolorosa, pero eso no eliminaba lo bueno.
Finalmente había encontrado a su familia. Finalmente había encontrado el lugar
al que pertenecía.
La Sra. Mercer le siguió la mirada. – Este es
tu cuarto ahora, - dijo suavemente, pasando sus manos por la manta rosada de
Sutton. – Podemos redecorarlo de la forma que quieras.
Emma sacudió su cabeza. – Quiero mantenerlo
así, sólo por un tiempo más. Me hace sentir cerca de ella.
La Sra. Mercer sonrió. – Yo igual. – Fue hacia
la puerta y puso una mano en el marco. – Vamos a salir como en media hora. Baja
cuando estés lista. – Y con eso, desapareció.
Emma se quedó sentada en el silencioso cuarto
por un momento. En el cuarto de al lado podía oír la música de Laurel a través
de la pared, los bajos retumbaban. En el piso de abajo, la abuela Mercer y el
Sr. Mercer discutían sobre la corbata que él había escogido.
Estos eran los sonidos de una familia normal—una
a la que ella de hecho, pertenecía. Y que, ojalá, crecería en uno más,
eventualmente. Pensó en el secreto que le había dicho a los Mercer tan pronto
llegaron a casa desde la estación policial: que Becky tenía otra hija, en algún
sitio en California. Tendría doce a estas alturas., Emma ni siquiera sabía cuál
era su nombre, pero los Mercer habían prometido ubicarla también. Con suerte
era una niña feliz, donde sea que esté, pero si no lo era—bueno, los Mercer
tenían una gran casa.
Pero eso podía esperar. Hoy, finalmente, Emma
podría decirle adiós a una hermana. Mañana se preocuparía de la otra.
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