miércoles, 25 de mayo de 2016

Seven Minutes in Heaven - Capítulo 32 - De vuelta en la estación



            - Por favor, cuénteme otra vez lo que pasó después de que dejó de hablar por teléfono con la Señorita Paxton. – El detective Quinlan les pasó a Laurel, Emma y Thayer una taza de chocolate caliente, sus ojos brillaban por sobre las profundas marcas de cansancio que tenía bajo ellos. Era después de la medianoche, pero el oficial encargado de arrestar, llamó a la casa de Quinlan. Había llegado a la estación aún abotonándose la camisa, con el pelo desarreglado, pero con una expresión alerta e inquieta.

            - Llamé a Thayer, - dijo Laurel. Sus mejillas estaban rojas por el frío. Miró furtivamente a Emma, luego de nuevo a Quinlan. – Él me fue a buscar, y fuimos a la casa del Dr. Banerjee, aunque no vi el auto de Ethan en ningún lado. Miramos por todas las ventanas y no pudimos ver a nadie adentro.
            Los tres estaban sentados en un sofá de vinilo en una sala que claramente estaba preparada para niños. Había caricaturas de tigres y monos sonriendo en el papel mural temático de jungla. Una caja de madera que estaba llena de juguetes rotos se encontraba junto a una alfombra decorada con un dibujo de una rayuela. Emma miraba con la mente en blanco un juguete de laberinto de madera sobre una pila de revistas Highlights. Sus ojos trazaron las líneas del puzle, sus pensamientos estaban vagando y tan perdidos como si estuviera en un laberinto real.
            Hasta ahora, Quinlan había dejado que Laurel y Thayer hablen la mayor parte, y estaba agradecida. Intentó tomar un trago del chocolate caliente, pero su mano temblaba, así que lo bajó cuidadosamente. Le dolía el cuerpo hasta los huesos. Por su mente pasaban imágenes al azar, de forma alarmante, sin que Emma las solicite. El brillo del cuchillo en la mano de Ethan. El cuerpo descompuesto de Sutton, los agujeros de sus ojos vacíos, mirando al cielo. La cara de Ethan inclinándose hacia ella para besarla, sus ojos bien cerrados. Los dedos de Ethan enlazados con los de ella. Con cada imagen tiritaba. Todo lo que había sabido, todo lo que había creído, había sido una mentira—y ahora ya no le quedaba nada a que aferrarse.
            - ¿Cómo supieron que habían ido al cañón? – Quinlan preguntó, rascándose la barba que le estaba creciendo en la mandíbula.
            Laurel miraba hacia abajo a su chocolate caliente. – Fue un presentimiento. Pensamos que la llevaría al mismo lugar donde mató a Sutton. Supimos que estábamos en lo cierto cuando vimos su auto cerca de la entrada. Así que llamamos a la policía y los seguimos.
            El bigote de Quinlan temblaba. – Después de que la operadora del 911 les dijo que no los persigan.
            - No íbamos a quedarnos allí sentados simplemente y no hacer nada, - Thayer intervino enojado. – No sabíamos cuánto le tomaría a los policías llegar allí.
            - Y fue bueno que los hayamos seguido, - Laurel añadió cortantemente. – Estaba a punto de matarla.
            Emma entonces miró al detective. Sus grises ojos, normalmente severos, se habían suavizado, y descansaron en ella. Emma tragó saliva. – Es cierto. Ethan me habría matado si no hubieran estado allí para detenerlo. – Los paramédicos le habían vendado el corte que le había hecho en la garganta—apenas le había cortado la superficie, pero ahora parecía palpitar con sus latidos.
            Alcanzó su taza otra vez y tomó otro trago del chocolate caliente. Era del tipo barato al que sólo se le agregaba agua, pero estaba dulce y relajante. Los nudos en su estómago se soltaron un poco por el calor. Thayer y Laurel estaban sentados en actitud de protección a cada lado de ella. La pierna de Laurel tocaba la de Emma, y la mano de Thayer estaba apoyada entre los hombros de Emma, cálidos y gentiles. No se sentía exactamente segura—no sabía si volvería a sentirse segura alguna vez. Pero la habían rescatado y no la habían dejado sola desde entonces. Al otro lado de la turbulenta y desgarradora confusión de shock y pena, se sentía llena de gratitud. Había perdido tanto. Pero no los había perdido a ellos.
            Yo me concentré en Thayer. Él estaba pálido y cansado, la expresión vulnerable de sus ojos hacía contraste con la postura feroz de su mandíbula. Eso era lo que siempre había amado de él—lo fuerte que era, y lo profundo de sus sentimientos.
            Quinlan puso sus manos alrededor de una de sus rodillas, sacudiendo sus mocasines. – Le debo una disculpa, Señorita Paxton. A usted y a Sutton. – Suspiró, abriendo un archivador que estaba lleno. – De hecho hemos estado interesados en Ethan por un tiempo. He estado revisando las fotos de la cámara de seguridad del estacionamiento de los últimos meses, y él aparece en docenas de ellas. Está allí todo el tiempo. Parece…
            - Demasiada coincidencia, - dijo Emma miserablemente. Él asintió.
            - Los detectives no creen en las coincidencias, - dijo. – Así que empezamos a fijarnos en él. Al comienzo pensé que era tu cómplice. Que quizás ustedes dos habían planeado esto juntos, quizás, o que él se había enamorado de ti y tú lo habías metido en esto. Pero esta mañana encontramos que tenía un informe sellado. Pusimos una citación para abrirlo, pero no se finalizó hasta esta noche, después de que ya lo teníamos bajo custodia.
            Laurel levantó su mentón se forma altiva. – Entonces qué bueno que Thayer y yo estábamos allí, ya que ustedes se estaban tomando el tiempo que se les dio la gana.
            Quinlan rodó sus ojos. – Por favor no convierta a su pandilla en un grupo de justicieros, Señorita Mercer. Es lo último que necesito. – Se volvió hacia Emma. – Por supuesto que la investigación está en marcha. Pero entre lo que pasó esta noche y lo que he visto de sus registros médicos, tenemos prueba suficiente para detenerlo. Tengo a un grupo de investigadores de la escena del crimen camino a su casa ahora, y otro en la unidad del depósito. Ethan es un chico inteligente—supongo que habrá hecho un buen trabajo escondiendo la evidencia. Pero si es que la hay, la encontraremos. Siempre lo hacemos.
            Emma asintió, sintiéndose como si estuviera a kilómetros de distancia de la cámara de interrogación, a kilómetros de Quinal y Laurel y Thayer. Se sentía vacía hasta el corazón. Ethan había estado mintiéndole todo el tiempo. Ella lo había amado, y todo este tiempo, él solo había mentido y mentido.
            Pero ya había acabado. Ethan había sido atrapado, y sólo era cuestión de tiempo antes de que la policía encontrara toda la evidencia que necesitaran para presentar cargos.  Así que yo no podía dejar de preguntarme— ¿Por qué seguía aquí? Nunca había estado segura de qué esperar, pero siempre me había imaginado que algo ocurriría en este momento. Que se abran unas puertas de perla, o un gran túnel con una luz brillante al fondo, o una escalera mecánica cósmica que me llevara a un mall celestial donde mi halo serviría de tarjeta platino. Pero seguía aquí, seguía siendo la sombra silente de mi hermana. ¿Estaré aquí para siempre, persiguiéndola hasta que se muera y se me una en el más allá?
            La puerta se abrió repentinamente, y la Sra. Mercer entró corriendo, seguida por su marido. Claramente se habían vestido apurados—el Sr. Mercer seguía con su remera gastada de la UC Davis que solía usar para irse a la cama, y la Sra. Mercer se había puesto pantalones de chándal y una blusa manchada con vino que lucía como si hubiera estado de los primeros en el cesto de la ropa sucia. Thayer y Laurel se araron para recibirlos. La abuela de Emma abrazó fuertemente a Laurel, sus labios formaban una línea ansiosa en su cara. Mientras tanto, el Sr. Mercer le dio un abrazo de oso a Thayer. Thayer lucía avergonzado, pero palmeó la espalda del Sr. Mercer y sonrió débilmente.
            Emma los observaba desde el sofá, con dolor en el corazón. Por primera vez, pensaba que entendía completamente cómo se habían sentido después de enterarse de quién era ella realmente. Ella les había hecho exactamente lo que Ethan le había hecho a ella—había pretendido ser alguien que no era. No podía culparlos por quererla fuera de sus vidas.
            Pero entonces el Sr. Mercer soltó a Thayer, sus ojos brillaban al sentarse junto a Emma, y luego la abrazó.
            Por sólo un momento, se quedó tiesa entre sus brazos. Luego su cuerpo empezó a temblar, y puso sus brazos alrededor de su cuello. Las lágrimas se asomaron en sus ojos. – Lamento mucho todo, - murmuró, su voz era ensordecida contra el hombro del Sr. Mercer.
            - Lo sé, - susurró, meciéndola de un lado a otro. – Todo va a estar bien.
            Emma no sabía si nada volvería a estar bien. Tener el hombro del Sr. Mercer para llorar en él, era una comodidad que ella no se merecía, pero aun así no pudo alejarse de él.
            Ese era el punto de la familia. Eran una comodidad que nadie se merecía. Pensé en las enojadas últimas palabras que le dije a mi papá, y en las constantes discusiones con mi mamá mientras yo seguía viva. Pero ellos de todos modos me amaban, sin importar lo que hiciera.
            Finalmente, la Sra. Mercer se puso en el sofá junto a Emma, sus manos enrolladas entre sí con nervios. Le dirigió una mirada lenta y de incertidumbre a Emma, luego le tomó la mano. Sus ojos azules eran serios y penetrantes.
            - No es justo que hayas tenido que enfrentar todo esto sola, - dijo suavemente. – Sigo intentando entenderlo todo… pero sé que debes haber estado aterrorizada todo este tiempo.
            Emma asintió, nuevamente salieron lágrimas de sus ojos. – Quería tanto decirles.
            La Sra. Mercer le apretó la mano. – Hay muchas cosas a las que vamos a tener que acostumbrarnos. ¿Crees que podrás darnos tiempo para trabajar en todos esos sentimientos?
            Emma frunció el ceño. - ¿Tiempo?
            - Perdimos a dos hijas, - dijo el Sr. Mercer, su voz temblaba. – No queremos perder otra.
            - Nos gustaría que vengas y te quedes con nosotros. Al menos por ahora, - dijo la Sra. Mercer. – Sé que tienes dieciocho, y quizás después de todo esto estás lista para seguir tu camino. Pero nos gustaría tener la oportunidad de conocerte, Emma. Como tú misma.
            Emma abrió la boca para responder, pero las palabras se negaron a formarse. Miró al Sr. Mercer y él asintió para alentarla. Quinlan estaba sentado tranquilamente en un sillón, con el rostro más indiferente que nunca, pero Emma creyó poder ver una punzada de compasión en su boca.
            - Por supuesto que va a venir a quedarse con nosotros, - Laurel dijo con frescura. – No le salvé el trasero en medio del bosque sólo para que pueda escaparse de nuevo. – Miró fijamente a Emma.
            Emma miró alrededor de la sala a su familia, todos esperando su respuesta. Puede que no la hayan perdonado aun—pero querían intentarlo. Y si ellos podían hacerlo, quizás ella podría perdonarse a sí misma.
            - Me gustaría, - dijo, sonriendo a través de sus lágrimas.
            Yo estaba entre ellos, rodeada por mi familia nuevamente. Y podía sentir su amor por mí, incluso a través de la división entre la vida y la muerte.

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