- Por favor, cuénteme otra vez lo
que pasó después de que dejó de hablar por teléfono con la Señorita Paxton. –
El detective Quinlan les pasó a Laurel, Emma y Thayer una taza de chocolate
caliente, sus ojos brillaban por sobre las profundas marcas de cansancio que
tenía bajo ellos. Era después de la medianoche, pero el oficial encargado de
arrestar, llamó a la casa de Quinlan. Había llegado a la estación aún
abotonándose la camisa, con el pelo desarreglado, pero con una expresión alerta
e inquieta.
- Llamé a Thayer, - dijo Laurel. Sus
mejillas estaban rojas por el frío. Miró furtivamente a Emma, luego de nuevo a
Quinlan. – Él me fue a buscar, y fuimos a la casa del Dr. Banerjee, aunque no
vi el auto de Ethan en ningún lado. Miramos por todas las ventanas y no pudimos
ver a nadie adentro.
Los tres estaban sentados en un sofá
de vinilo en una sala que claramente estaba preparada para niños. Había caricaturas
de tigres y monos sonriendo en el papel mural temático de jungla. Una caja de
madera que estaba llena de juguetes rotos se encontraba junto a una alfombra
decorada con un dibujo de una rayuela. Emma miraba con la mente en blanco un
juguete de laberinto de madera sobre una pila de revistas Highlights. Sus ojos trazaron las líneas del puzle, sus
pensamientos estaban vagando y tan perdidos como si estuviera en un laberinto
real.
Hasta ahora, Quinlan había dejado
que Laurel y Thayer hablen la mayor parte, y estaba agradecida. Intentó tomar
un trago del chocolate caliente, pero su mano temblaba, así que lo bajó
cuidadosamente. Le dolía el cuerpo hasta los huesos. Por su mente pasaban
imágenes al azar, de forma alarmante, sin que Emma las solicite. El brillo del cuchillo
en la mano de Ethan. El cuerpo descompuesto de Sutton, los agujeros de sus ojos
vacíos, mirando al cielo. La cara de Ethan inclinándose hacia ella para
besarla, sus ojos bien cerrados. Los dedos de Ethan enlazados con los de ella.
Con cada imagen tiritaba. Todo lo que había sabido, todo lo que había creído,
había sido una mentira—y ahora ya no le quedaba nada a que aferrarse.
- ¿Cómo supieron que habían ido al
cañón? – Quinlan preguntó, rascándose la barba que le estaba creciendo en la
mandíbula.
Laurel miraba hacia abajo a su
chocolate caliente. – Fue un presentimiento. Pensamos que la llevaría al mismo
lugar donde mató a Sutton. Supimos que estábamos en lo cierto cuando vimos su
auto cerca de la entrada. Así que llamamos a la policía y los seguimos.
El bigote de Quinlan temblaba. –
Después de que la operadora del 911 les dijo que no los persigan.
- No íbamos a quedarnos allí
sentados simplemente y no hacer nada, - Thayer intervino enojado. – No sabíamos
cuánto le tomaría a los policías llegar allí.
- Y fue bueno que los hayamos
seguido, - Laurel añadió cortantemente. – Estaba a punto de matarla.
Emma entonces miró al detective. Sus
grises ojos, normalmente severos, se habían suavizado, y descansaron en ella.
Emma tragó saliva. – Es cierto. Ethan me habría matado si no hubieran estado
allí para detenerlo. – Los paramédicos le habían vendado el corte que le había hecho
en la garganta—apenas le había cortado la superficie, pero ahora parecía
palpitar con sus latidos.
Alcanzó su taza otra vez y tomó otro
trago del chocolate caliente. Era del tipo barato al que sólo se le agregaba
agua, pero estaba dulce y relajante. Los nudos en su estómago se soltaron un
poco por el calor. Thayer y Laurel estaban sentados en actitud de protección a
cada lado de ella. La pierna de Laurel tocaba la de Emma, y la mano de Thayer
estaba apoyada entre los hombros de Emma, cálidos y gentiles. No se sentía
exactamente segura—no sabía si volvería a sentirse segura alguna vez. Pero la
habían rescatado y no la habían dejado sola desde entonces. Al otro lado de la
turbulenta y desgarradora confusión de shock y pena, se sentía llena de
gratitud. Había perdido tanto. Pero no los había perdido a ellos.
Yo me concentré en Thayer. Él estaba
pálido y cansado, la expresión vulnerable de sus ojos hacía contraste con la
postura feroz de su mandíbula. Eso era lo que siempre había amado de él—lo
fuerte que era, y lo profundo de sus sentimientos.
Quinlan puso sus manos alrededor de
una de sus rodillas, sacudiendo sus mocasines. – Le debo una disculpa, Señorita
Paxton. A usted y a Sutton. – Suspiró, abriendo un archivador que estaba lleno.
– De hecho hemos estado interesados en Ethan por un tiempo. He estado revisando
las fotos de la cámara de seguridad del estacionamiento de los últimos meses, y
él aparece en docenas de ellas. Está allí todo el tiempo. Parece…
- Demasiada coincidencia, - dijo
Emma miserablemente. Él asintió.
- Los detectives no creen en las coincidencias,
- dijo. – Así que empezamos a fijarnos en él. Al comienzo pensé que era tu
cómplice. Que quizás ustedes dos habían planeado esto juntos, quizás, o que él
se había enamorado de ti y tú lo habías metido en esto. Pero esta mañana
encontramos que tenía un informe sellado. Pusimos una citación para abrirlo,
pero no se finalizó hasta esta noche, después de que ya lo teníamos bajo
custodia.
Laurel levantó su mentón se forma
altiva. – Entonces qué bueno que Thayer y yo estábamos allí, ya que ustedes se
estaban tomando el tiempo que se les dio la gana.
Quinlan rodó sus ojos. – Por favor
no convierta a su pandilla en un grupo de justicieros, Señorita Mercer. Es lo
último que necesito. – Se volvió hacia Emma. – Por supuesto que la
investigación está en marcha. Pero entre lo que pasó esta noche y lo que he
visto de sus registros médicos, tenemos prueba suficiente para detenerlo. Tengo
a un grupo de investigadores de la escena del crimen camino a su casa ahora, y
otro en la unidad del depósito. Ethan es un chico inteligente—supongo que habrá
hecho un buen trabajo escondiendo la evidencia. Pero si es que la hay, la
encontraremos. Siempre lo hacemos.
Emma asintió, sintiéndose como si
estuviera a kilómetros de distancia de la cámara de interrogación, a kilómetros
de Quinal y Laurel y Thayer. Se sentía vacía hasta el corazón. Ethan había
estado mintiéndole todo el tiempo. Ella lo había amado, y todo este tiempo, él
solo había mentido y mentido.
Pero ya había acabado. Ethan había
sido atrapado, y sólo era cuestión de tiempo antes de que la policía encontrara
toda la evidencia que necesitaran para presentar cargos. Así que yo no podía dejar de preguntarme— ¿Por
qué seguía aquí? Nunca había estado segura de qué esperar, pero siempre me había
imaginado que algo ocurriría en este
momento. Que se abran unas puertas de perla, o un gran túnel con una luz
brillante al fondo, o una escalera mecánica cósmica que me llevara a un mall
celestial donde mi halo serviría de tarjeta platino. Pero seguía aquí, seguía
siendo la sombra silente de mi hermana. ¿Estaré aquí para siempre,
persiguiéndola hasta que se muera y se me una en el más allá?
La puerta se abrió repentinamente, y
la Sra. Mercer entró corriendo, seguida por su marido. Claramente se habían
vestido apurados—el Sr. Mercer seguía con su remera gastada de la UC Davis que
solía usar para irse a la cama, y la Sra. Mercer se había puesto pantalones de
chándal y una blusa manchada con vino que lucía como si hubiera estado de los
primeros en el cesto de la ropa sucia. Thayer y Laurel se araron para
recibirlos. La abuela de Emma abrazó fuertemente a Laurel, sus labios formaban
una línea ansiosa en su cara. Mientras tanto, el Sr. Mercer le dio un abrazo de
oso a Thayer. Thayer lucía avergonzado, pero palmeó la espalda del Sr. Mercer y
sonrió débilmente.
Emma los observaba desde el sofá,
con dolor en el corazón. Por primera vez, pensaba que entendía completamente
cómo se habían sentido después de enterarse de quién era ella realmente. Ella
les había hecho exactamente lo que Ethan le había hecho a ella—había pretendido
ser alguien que no era. No podía culparlos por quererla fuera de sus vidas.
Pero entonces el Sr. Mercer soltó a
Thayer, sus ojos brillaban al sentarse junto a Emma, y luego la abrazó.
Por sólo un momento, se quedó tiesa
entre sus brazos. Luego su cuerpo empezó a temblar, y puso sus brazos alrededor
de su cuello. Las lágrimas se asomaron en sus ojos. – Lamento mucho todo, -
murmuró, su voz era ensordecida contra el hombro del Sr. Mercer.
- Lo sé, - susurró, meciéndola de un
lado a otro. – Todo va a estar bien.
Emma no sabía si nada volvería a
estar bien. Tener el hombro del Sr. Mercer para llorar en él, era una comodidad
que ella no se merecía, pero aun así no pudo alejarse de él.
Ese era el punto de la familia. Eran
una comodidad que nadie se merecía.
Pensé en las enojadas últimas palabras que le dije a mi papá, y en las
constantes discusiones con mi mamá mientras yo seguía viva. Pero ellos de todos
modos me amaban, sin importar lo que hiciera.
Finalmente, la Sra. Mercer se puso
en el sofá junto a Emma, sus manos enrolladas entre sí con nervios. Le dirigió
una mirada lenta y de incertidumbre a Emma, luego le tomó la mano. Sus ojos
azules eran serios y penetrantes.
- No es justo que hayas tenido que
enfrentar todo esto sola, - dijo suavemente. – Sigo intentando entenderlo todo…
pero sé que debes haber estado aterrorizada todo este tiempo.
Emma asintió, nuevamente salieron
lágrimas de sus ojos. – Quería tanto decirles.
La Sra. Mercer le apretó la mano. –
Hay muchas cosas a las que vamos a tener que acostumbrarnos. ¿Crees que podrás
darnos tiempo para trabajar en todos esos sentimientos?
Emma frunció el ceño. - ¿Tiempo?
- Perdimos a dos hijas, - dijo el
Sr. Mercer, su voz temblaba. – No queremos perder otra.
- Nos gustaría que vengas y te
quedes con nosotros. Al menos por ahora, - dijo la Sra. Mercer. – Sé que tienes
dieciocho, y quizás después de todo esto estás lista para seguir tu camino.
Pero nos gustaría tener la oportunidad de conocerte, Emma. Como tú misma.
Emma abrió la boca para responder,
pero las palabras se negaron a formarse. Miró al Sr. Mercer y él asintió para
alentarla. Quinlan estaba sentado tranquilamente en un sillón, con el rostro
más indiferente que nunca, pero Emma creyó poder ver una punzada de compasión
en su boca.
- Por supuesto que va a venir a
quedarse con nosotros, - Laurel dijo con frescura. – No le salvé el trasero en
medio del bosque sólo para que pueda escaparse de nuevo. – Miró fijamente a
Emma.
Emma miró alrededor de la sala a su
familia, todos esperando su respuesta. Puede que no la hayan perdonado aun—pero
querían intentarlo. Y si ellos podían hacerlo, quizás ella podría perdonarse a
sí misma.
- Me gustaría, - dijo, sonriendo a
través de sus lágrimas.
Yo estaba entre ellos, rodeada por
mi familia nuevamente. Y podía sentir su amor por mí, incluso a través de la
división entre la vida y la muerte.
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