Emma corría a ciegas y a toda velocidad hacia
las profundidades del cañón. Las ramas le arañaban sus piernas y le golpeaban
la cara. La puerta del auto de Ethan se cerró en algún sitio tras ella, pero no
se volteó a mirar. La adrenalina se disparaba por su sangre, y se metió entre
los árboles que estaban más allá del estacionamiento. Un cuervo gritó sobre una
roca, advirtiéndole al bosque su llegada.
El sedero era empinado, y sus
zapatillas soltaban tierra al escalar. Tras ella podía escuchar a Ethan
luchando por afirmarse, alcanzándola. Emma gimió, la desesperación estaba
abriéndose paso en ella. Era como una pesadilla—excepto que en una pesadilla,
podías despertar.
Mientras más se adentraba en el
cañón, yo podía sentir más fuerte su lazo hacia mí—la horrible fuerza magnética
que me atraía. Aquí, el mundo parecía más agudo y más aterrorizador. Pero aquí
también me sentía más fuerte, las sensaciones que Emma y yo compartíamos de
algún modo se sentían más claras. Aquí era donde mi cuerpo había sido quebrado.
Y ahora mi hermana estaba corriendo hacia el mismo destino. – ¡Emma, tienes que
volver! – yo gritaba. - ¡Tienes que salir de allí!
Tucson se veía hacia abajo una vez
que llegó el mirador. A lo lejos, podía escuchar el ruido del tráfico, los
bajos del estéreo de un auto. Se arriesgó a mirar atrás y vio la silueta de
Ethan siguiéndola incesantemente. Un sollozo entrecortado se retorcía en sus
pulmones, y partió nuevamente, intentando aumentar la velocidad.
Su pie se pilló con una raíz medio
enterrada en el sendero. Por un momento, pudo mantener su equilibrio, sus
piernas bailaron bajo ella. Pero entonces Ethan estuvo sobre ella, tacleándola
al suelo. Su cabeza se golpeó contra una roca, y sus ojos se llenaron de
estrellas.
Cuando su visión se aclaró, estaba
mirando hacia arriba a Ethan. Él se arrodillo encima de ella, sus ojos ardían,
sus labios estaban tensos. Luego sintió algo metálico contra su cuello, y bajó
la mirada para ver el borde de un cuchillo en la mano de Ethan.
El mundo se inclinó alrededor mío, y
por un momento, no podía diferenciar donde terminaba mi recuerdo y dónde
comenzaba el presente de Emma. Ambos eran uno. Y ahora ella iba a morir… de la
misma forma que yo.
- ¿Por qué estás haciendo esto? –
susurró. La mano de Ethan se apoyó sobre su hombro, presionándola hacia la
tierra. Emma se preguntó si así era como había ocurrido con Sutton, si él la
había perseguido, arrojado al suelo, y arrojado por el precipicio. Un sollozo
hizo temblar su garganta.
Ethan frunció el ceño y rechinó sus
dientes. – Yo lo hice todo, todo, por
ti. ¡Por dios, Emma! – Los músculos en su cuello se tensaron cuando dijo esas
palabras. – Te advertí tantas veces que dejes de investigar. Y no lo hiciste.
Es como una obsesión enfermiza para ti, ¿no? ¿Por qué no podías simplemente ser
feliz con la vida que te entregué? ¿Por qué tuviste que arruinarlo todo?
Emma lo miró suplicantemente. En su
cabeza, se preguntó fugazmente si es que Laurel la estaría buscando ahora mismo—pero
Laurel pensaba que estaba en la casa de los Banerjee. Nadie venía a ayudarla.
- ¿Por qué mataste a mi hermana? –
preguntó, desesperada para mantenerlo hablando, para ganar todo el tiempo que
pudiera. - ¿Fue por la broma de la feria de ciencias? – Las chicas del Juego de
las Mentiras le habían hecho algo a Ethan en octavo grado, que le había costado
una beca. ¿Acaso matar a Sutton había sido alguna clase de venganza atrasada?
La risa burlona de Ethan hizo eco en
el cañón. En las cercanías, algún animal pequeño se metió en un arbusto.
- ¿Eso? Eso fue hace años. Eso ya no
me importa.
- ¿Qué, entonces?
Por un segundo su expresión cambió.
Sus ojos se suavizaron, y lucía triste, incluso arrepentido. Sacudió su cabeza.
– Yo no tenía intenciones de que eso ocurra, - dijo suavemente.
- ¡Mentiroso! – grité yo, con una
rabia electrificante subiendo por mí. El cuerpo de Emma se tensó bajo el de él,
y cerró sus ojos, como si estuviera intentando oír algo lejano. Yo había podido
comunicarme con ella una vez antes, la noche en que se encontró con Becky aquí.
¿Podría hacerlo de nuevo?
Lentamente, Ethan alejó el cuchillo
de su garganta y se echó un poco hacia atrás, aunque mantuvo el cuchillo a su
lado. Emma ahora lo pudo ver con claridad—un cuchillo de cacería con el mango
de cuero y con una navaja larga y afilada, la luna se reflejaba en su metal
pulido. Intentó no quedarse mirándola.
- Yo la amaba, - dijo cortantemente,
sus labios se torcieron con amargura. – Vine aquí para decírselo. Pensé que
podría hacerle ver que estábamos hechos para estar juntos.
Una fresca ola de angustia azotó a
Emma La confusión y la traición daban vueltas en su cabeza. ¿Él amaba a Sutton? ¿Era eso todo lo que él había
visto en Emma? ¿Acaso solo la quiso como un substituto por la hermana que no
pudo tener?
Ethan miró a Emma hacia abajo, pero
algo en sus ojos lucía lejano y vago. Por un momento pensó en aprovechar la
oportunidad, intentar liberarse y correr, pero ver el cuchillo la mantuvo
quieta. – Había estado enamorado de ella por años, a pesar de que me trataba
como basura. Yo sabía que aún no estaba lista, que tenía que ser paciente.
Luego vine aquí esa noche, después de que todos los demás la habían dejado.
Después de que todos la habían herido y le habían mentido y la habían
abandonado. – Los dedos de Ethan se enroscaban en el hombro de Emma mientras
hablaba, enterrándose dolorosamente en su piel. – Pensé que era seguro que
vería que yo era el único que había estado allí para ella todo el tiempo. Pero
al único que ella quería era Thayer Vega.
Pensé en la silueta sin forma tras
el volante de mi auto, lanzándose contra Thayer. Volví a escuchar el sonido del
hueso quebrándose.
- ¿Así que lo atropellaste? – Emma
susurró.
Los ojos de Ethan se iluminaron. –
Desearía haberlo matado. Siempre odié a ese tipo. Lo odiaba cuando le gustaba a
Sutton, y lo odiaba cuando a ti te gustaba. No se merecía estar en su vida.
Tenía que demostrárselo.
Las lágrimas corrían por la cara de
Emma, dejando rastros salados en su piel. - Entonces tú y yo—todo era sobre
Sutton. Solo fue porque yo luzco como ella.
- ¡Emma, no! – suspiró, sus ojos se
suavizaron repentinamente. – Tienes que creerme. – Parecía perdido buscando
palabras por un momento, sus hombros se tensaron con la agitación. Luego tomó
aire profundamente. La presión de su mano sobre su hombro desapareció.
Lentamente la ayudó a sentarse, agachándose a su lado, pero el cuchillo aún
brillaba peligrosamente en su mano.
Los ojos de Emma miraron
agitadamente a su alrededor. La luz se filtraba a través de los árboles,
proyectando diseños de filigranas sobre el terreno. Más allá de los arbustos,
las luces de la ciudad brillaban. Una roca se asomaba en medio del sendero, y más
allá de ella el camino lucía aún más inclinado. No había escapatoria. Su única
esperanza era mantenerlo hablando.
Una sacudida de identificación pasó
por mí. Yo conocía esa piedra. Este era el lugar donde Garrett y yo habíamos
discutido. El claro mostraba señales de intervenciones recientes—la policía que
había registrado el área en busca de pistas de mi muerte había dejado huellas y
ramas rotas en el camino—pero no había señales de que hubiera alguien cerca a
esta hora. A varios metros más arriba del camino, la fila de árboles terminaba
para revelar el precipicio, abriéndose en su extensión.
Ethan le tomó la mano con su mano
libre, con una expresión destrozada en la cara. – Nunca intenté enamorarme de
ti, - susurró. – No sabía que había alguien allí que pudiera hacerme sentir de
esta forma.
Lucía tan honesto, tan herido, que a
pesar de todo, un pinchazo de sufrimiento le atravesó el corazón. Parte de ella
quería creerle tanto—quería olvidar todo lo que acababa de aprender y volver a
la amar ignorantemente y estúpidamente a Ethan. Si hubiera una forma de
deshacer lo que había aprendido, Emma lo habría hecho. Porque ella lo había
amado, más que a nadie que hubiera amado antes. Y esa era la parte más
dolorosa.
Pero luego recordó todo lo que él le
había hecho durante los últimos tres meses. El foco cayendo junto a ella, los
mensajes amenazadores, el medallón apretándose alrededor de su cuello mientras
él la ahorcaba. Él se había asegurado de hacerla sentir sola y asustada, y que
no tenía a nadie a quien recurrir excepto a él. La había forzado a mantenerse
en silencio, a perder su propia identidad, y a distanciar a la única familia
que había tenido en este mundo. Eso no era algo que le hacías a alguien que
amabas.
Miró su mano en la de ella, su piel
se erizaba con repugnancia. Pero no se atrevía a quitársela. Un vago destello
de esperanza brilló en su mente. Quizás si parecía comprensiva—incluso cariñosa—entonces
no la mataría. Al menos no aun.
- Entonces, todas esas fotos mías
que encontramos en la unidad del depósito— ¿Tú las tomaste? – preguntó.
Él asintió. – Al comienzo estaba
intentando encontrar a tu mamá. Sabía que Sutton era adoptada. Aun recordaba
cuando tuvo que leer su reporte del árbol familiar en noveno grado, lo triste
que estaba. – La mirada de Ethan se volvió distante nuevamente al mirar sus
recuerdos. – Lucía tan bella ese día—era una de esas chicas que lucía incluso
más linda cuando lloraba.
Emma suprimió un temblor. – Entonces
empezaste a buscar a su mamá biológica.
- Sí. Empecé a investigar a los Mercer
y casi de inmediato noté que Becky tenía que haber sido su hija. Hackeé los
registros del hospital—y ahí fue cuando supe que habían dos de ustedes.
- Los registros de hospital son
difíciles de conseguir, - Emma dijo. Intentó sonar impresionada, quizás incluso
admirándolo, pero en su interior no había nada más que un miedo frío y
metálico.
Pero él se volvió fácilmente más cálido
con el tono de Emma—como si se alimentara de su aprobación. Sus ojos brillaban
al hablar.
- Desde allí todo fue fácil. Encontré
toda tu información en internet. Hice un par de viajes a Vegas para echarte un
vistazo, asegurarme de que tuviera a la chica correcta. Incuso anduve en la
montaña rusa ese día. Caminé hacia ti y compré un ticket.
Emma lo miraba, intentando conjurar
una imagen de él en su quiosco. Parecía imposible creer que no lo había notado—ahora
había estado por meses mirándolo todos los días, pensando en lo lindo que era,
obsesionada con la curvatura de sus labios, los rizos de su cabello. Pero bien,
todo ese tiempo, no lo había visto por quien realmente era—un asesino.
- A penas noté lo loca que Becky
estaba, supe que no iba a ser el regalo romántico que esperaba que fuera. – Se rio
entre dientes, luego la miró y se calmó. - ¿Pero tú? Tú eras perfecta. No podía esperar a decirle
todo de ti a Sutton. Tú eras la prueba de cuánto la amaba—más que Thayer o
Garrett o quien sea. Ninguno de ellos podía entregarle su hermana. – Suspiró. – Se emocionaría tanto al saber que yo podía
llevarla hacia ti, si tan solo me escuchara. Pero las cosas no salieron bien,
así que tuve que usarte de un modo distinto.
Emma tragó saliva. - ¿Y qué hay de
esos emails en el teléfono de Travis?
Sonrió retorcidamente, sin poder
ocultar su satisfacción. – Falsos. Tenía ese archivo arreglado desde hace
semanas, y sólo estaba esperando la oportunidad para usarlo. Yo sí le envié el
link, pero no tuve que prometerle nada. Los tipos como él son muy predecibles.
Sabía que te lo iba a mostrar.
Emma asintió. Un pesado sentimiento
de resignación se acomodaba sobre ella—una tras otra, todas las piezas del
puzle estaban juntándose con una irreversibilidad implacable. Incluso cuando su
corazón se azotaba en su pecho como un pajarito asustado, un peso enfermizo y
apagado la presionaba. Ethan había pensado en todo. Todo el tiempo, él había
llevado las riendas. – Y supiste del video porque tú te encontraste con la
broma cuando ocurría. Sabías que tenía que estar en el computador de Laurel, y
lo hackeaste. Tal como hackeaste el código de alarma de Charlotte para colarte
en su casa y devolverme el medallón. – Se lamió sus labios secos. Su mano se
sentía como de madera en la de él, pero ella la apretó suavemente, sus ojos
seguían en el cuchillo brillando a la luz de la luna. – Eso es brillante,
Ethan.
Ella supo de inmediato que había
dicho lo correcto. Parpadeó sorprendido, un tono rojo de placer coloreó sus
mejillas, y Emma recordó lo que el psiquiatra había escrito, de que Ethan no
podía evitar de presumir de sus crímenes. - ¿Y qué hay de Nisha?
Nuevamente su expresión se volvió
inestable, como si estuviera luchando con algún sentimiento que se mantenía en
el fondo de su mente. – No tuve opción. Sabía que había encontrado esos
registros. Después de que me dijiste que los habías visto en el hospital, tuve
la sensación de que ella iría a buscarlos. Ese lunes estaba actuando raro
cuando volvió de su turno de voluntaria—por lo general, cuando menos me decía
hola cuando me veía en el pórtico, pero esta vez ni siquiera me miró. Se
escabulló al interior de su casa con su sobre amarillo en las manos. Llamé al
hospital para preguntar si podían enviar por fax mis registros a mi nuevo
psiquiatra, y me dijeron que los registros se habían perdido. – Se encogió de
hombros con tristeza. – ella iba a arruinarlo todo. Así que aliñé su botella de
agua con el Valium de mi mamá. Luego solo fue cuestión de darle un pequeño
empujón.
Un
pequeño empujón. Temblé, imaginándome a Nisha rodando lentamente hacia la
piscina. Me imaginé sus pulmones llenándose de agua. Me la imaginé abriendo los
ojos y mirando a través del ondeante color azul, viendo la silueta parada sobre
ella, observándola morir.
- Ustedes dos iban a arruinarlo
todo, - dijo. Entrecerró sus ojos, y miró a Emma como si ella acabara de decir
algo malo. Ella se estremeció ante el repentino cambio de humor. – Tenía todo
bajo control, pero tú tuviste que seguir investigando. – Levantó el cuchillo
muy arriba sobre sus cabezas, sus dientes se mostraban como los de un león.
Emma se encogió, esperando sentir la cuchilla en su carne. Pero en vez de eso,
la enterró en la tierra, gritando de frustración. – No tenías nada cuando llegaste aquí. Vi lo que tenías
en tu bolso. ¿Un animal de peluche y ropa desgastada? Oh, y el diario. Página
tras página tras página sobre lo triste que te sentías, sobre cuánto querías
una familia, lo sola que estaba la
pobre Emma Paxton. Sobre como querías un novio. – Emma lo observaba. Su corazón
se marchitaba en su pecho, como si alguna enfermedad estuviera devastándolo
hasta dejarlo en cenizas. Los ojos de Ethan brillaban. – Te di todo lo que
siempre quisiste. ¡Deberías estar agradeciéndomelo!
Emma mantuvo su cara muy
cuidadosamente quieta, aguantándose las lágrimas y el dolor que amenazaban con
estallar en cualquier momento. – No puedes matarme, - susurró. – Si lo haces,
sabrán que yo no maté a Sutton. Van a averiguarlo, y van a venir a buscarte. Me
necesitas. Yo soy tu coartada.
Él dijo que no con la cabeza. - ¿No
lo entiendes? No quiero matarte. Nunca quise matarte. Sólo quería
cuidarte, Emma, y ahora tú vas a obligarme a hacerte daño. Tal como ella lo
hizo. – Sus dedos soltaron los de ella, ahora apretándole la muñeca. – Va a ser
una historia muy triste. Van a pensar que te suicidaste por remordimiento por
lo que le hiciste a Sutton.
Un escalofrío la atravesó, y negó
con su cabeza furiosamente. – No, Ethan. No tiene que ser así. – Lo miró
profundamente a los ojos, asqueada por lo que estaba diciendo, esperando que él
vaya a creerle. – Tienes razón. Debería estar agradecida de ti. Estoy agradecida de ti. Todo ha sido muy
confuso. Pero no me importa lo que has hecho. Quiero estar contigo.
Su mandíbula se aflojó, toda la
furia se escapó de él de una vez. Una frente arrugada con incertidumbre levantó
sus cejas. Pero podía ver que estaba escuchándola.
- Es muy tarde, Emma. – La muñeca de
Emma dolía lentamente en donde la apretada, pero no dejó de mirarlo. – Ahora
que lo sabes, es muy tarde.
- ¿Por qué? – Emma dijo suavemente.
– Si realmente me amas por quien soy, no por Sutton, entonces nada más importa.
Podemos huir juntos. A algún sitio donde nadie nos conozca- Podemos ir a
cualquier lado. Giró su mano para poder acariciarle los dedos suavemente.
Pudo ver en su cara, por la forma en
que se inclinó sólo un poco, que quería creerle. Pero la duda nublaba sus facciones.
Casi le rompió el corazón, lo esperanzado que lucía, cuánto quería lo que ella
le proponía.
Casi.
- ¿Harías eso? – preguntó. Soltó el
mango del cuchillo, acercando su mano libre para tomarle la cara. Su mano se
sentía fría y seca, pero sentirla, le erizó la piel. De alguna forma se las
arregló para sonreír y asentir.
- Ethan, te amo. Iría a donde sea
contigo.
Entonces le soltó la muñeca,
abrazándola. Ella apoyó su cabeza contra él, tal como lo había hecho docenas de
veces antes—justo en el espacio entre su cuello y su hombro, en el sitio que se
sentía como si hubiera estado hecho para ella. Se tragó un sollozo. Había amado a Ethan, demasiado.
Luego llevó su codo a sus costillas
con cada gota de fuerza que tenía.
Los brazos de Ethan volaron a sus costados,
un gruñido de dolor se escapó de sus pulmones. Emma fue a tomar el cuchillo al
alejarse gateando, pero sus dedos se cerraron en el aire. No había tiempo. Su
única oportunidad era hacer distancia entre ellos. Sus dedos se enterraban en
la tierra, sus pies se deslizaban por el sendero, desesperados por encontrar
algo en que impulsarse. La mano de Ethan se cerró en su talón, y gritó con
furia. Ella lo pateó con tanta fuerza como pudo, pero la estaba afirmando
demasiado fuerte. Luego abrió su boca y dejó escapar un grito gutural y
coagulado.
Yo grité con ella, deseando que toda
la ciudad pudiera escuchar mis gritos. Yo ya había muerto en manos de Ethan, y
ahora lo mismo iba a ocurrirle a mi gemela mientras yo observaba inútilmente.
Ethan puso su mano sobre la boca de
Emma, sus pupilas estaban dilatadas y negras. – Pensé que eras diferente, -
chilló. – Pero eres tal como tu hermana. Otra perra mentirosa.
Emma le mordió la mano, con fuerza.
El sabor metálico a sangre corrió por su boca. Ethan maldijo y quitó su mano, y
ella volvió a gritar.
- ¡Eres un monstruo! –gritó, su voz
rebotaba en las paredes del cañón. - ¿Crees que iría a algún lado contigo
después de lo que le hiciste a Sutton?
Él rugió sin decir nada, sus músculos
se tensaban al empujarla con fuerza al suelo. Esta vez sacó una bandana de su
bolsillo, enrollándola y metiéndola tan adentro en la boca de Emma que sintió
arcadas. Y luego el cuchillo estuvo repentinamente en su garganta.
Emma lo miraba hacia arriba, las
lágrimas corrían por sus mejillas mientras él hacía un delgado corte en su
cuello. Una furia ardiente me atravesó
al ver eso, tan pura y fuerte que sentía que podría atravesar el velo entre la
vida y la muerte.
Y entonces, de algún modo, yo era Emma. O parte de ella—no era que la
estuviera poseyendo, exactamente, pero de alguna forma uní mi alma a la suya
por un momento, prestándole la fuerza de mi ira. Con un repentino movimiento,
su pierna derecha se liberó debajo de él, y llevamos su rodilla a su
entrepierna con toda nuestra gran fuerza unida.
Él se quejó, soltó un poco sus
muñecas por el tiempo justo que le tomó para salirse de debajo de él. Luego
estuvo de pie. Luchaba por respirar, y por medio segundo pensó ver algo
imposible.
Su hermana—brillante y translúcida a
la luz de la luna—estaba junto a ella, parada ferozmente sobre Ethan con sus
manos en puño. Y entonces, igual de rápido, desapareció.
Ethan ya estaba de pie de nuevo. Su
cara estaba retorcida de forma que era imposible reconocerlo, una máscara de
odio muy profundamente distinta al chico de quien se había enamorado. Se
tambaleó alejándose de él, girando para correr—pero perdió el equilibrio y se
cayó hacia adelante.
Ethan estaba parado como una torre
sobre ella, con el cuchillo en su mano. Una gota de su propia sangre colgaba
del borde filoso. – Ustedes las chicas Mercer son todas iguales, - dijo, y se lanzó
contra ella, el cuchillo brillaba frente a él.
Por medio segundo, el tiempo se
congeló. Emma vio su propio reflejo, pálido y congelado, en la cuchilla.
Pero luego un bajo gruñido sonó
desde algún sitio más atrás de Emma, y repentinamente él estaba volando con su
cabeza hacia la tierra. Thayer cayó sobre él, apretándole los brazos tras la
espalda.
Desde la lejanía, el sonido de
sirenas hacía eco en el paso de la montaña. Thayer torció la muñeca de Ethan
hasta que el cuchillo se cayó y rebotó en el polvo. Ethan luchaba, escupiendo
sangre y tierra por la boca.
Laurel apareció tras ellos, con sus
brazos cruzados. – Tienes razón. Las chicas Mercer somos todas iguales. – dijo,
su voz muy fría. – Somos perras con las que no quieres meterte.
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