El Depósito Rosa Linda estaba
ubicado en una parte desolada de la calle a las afueras de Tucson, entre un
motel deteriorado llamado El Flamenco y una botillería cerrada. Al frente había
un letrero de neón, varias letras estaban quemadas así que sólo decía OS LIN
LLER. Una reja de cadenas estaba alrededor de la propiedad, el alambre de púas
estaba decorado con incongruentes lazos rojos para las fiestas.
Emma tocaba las iniciales de su
hermana en la placa de la llave mientras Ethan llegaba al estacionamiento. Ella
sabía que no encontrarían muebles viejos o equipamiento de futbol en esa unidad
de depósito. Sea lo que fuera, tenía algo que ver con Sutton.
Yo también lo sabía. Podía sentir la
verdad justo fuera de mi alcance, como un sueño que se desvanece de mi memoria
al despertar.
Ethan se estacionó, y se
bajaron hacia el patio de tapial.
Hileras de unidades de depósito, cerradas y silenciosas, se extendían hacia la
oscuridad en las cuatro direcciones. No había nadie más allí a esa hora.
- ¿Estás lista para esto? – Le preguntó
Ethan en voz baja.
- No lo sé, - Emma admitió. Respiró
profundo, el seco aire del desierto llenó sus pulmones y la calmó. – Vamos, - dijo, dándole un apretón de manos
a Ethan. – Terminemos con esto.
Caminaron por el pasillo de
edificios de la mano. Los focos que alumbraban cada unidad hacían que sus
sombras parpadeen grotescamente en el suelo, deformes y tenebrosos. Sus pasos
hacían eco en el silencio. A la lejanía en el desierto, un coyote dio un
estridente ladrido.
Los números de las unidades estaban
pintados en la puerta con naranja brillante, empezando en el 100. Emma contaba
en voz alta mientras caminaban por los pasillos. – Ciento cincuenta, - susurró.
– Doscientos… trescientos… trescientos cincuenta—debería estar por aquí Ethan.
– Apuntó con su cabeza hacia una esquina.
La unidad 356 lucía como todas las
otras, los números estaban pintados con esténcil en las placas plegables de la
puerta tipo garaje. Emma se había agachado para tomar el candado cuando Ethan
le tomó el hombro.
- Espera, - dijo, pasándole un par
de guantes rosados tejidos que tenía en uno de los bolsillos de sus pantalones
militares; los guantes, sin duda, pertenecían a su madre. Del otro bolsillo
sacó un par de guantes de escalar negros y se los puso en sus propias manos.
- Buena idea, - dijo Emma,
poniéndose sus guantes y tomando el candado una vez más. La llave entraba
perfectamente. Con un click casi inaudible, el cerrojo se abrió. Emma tomó la
manija de la puerta—y la levantó con fuerza.
El interior estaba completamente
oscuro. Toqueteó la pared buscando el interruptor, y una única ampolleta
fluorescente que colgaba al centro de la unidad, cobró vida. La unidad era
suficientemente grande para acoger los muebles de todo un apartamento, o unos cientos
de cajas—pero esta casi completamente vacío.
Casi.
Al centro del cavernoso espacio, un
único sobre amarillo yacía en el suelo, justo bajo la ampolleta. A su lado
había un pulpo de peluche al que le faltaba uno de sus ojos negros. Emma
conocía ese pulpo. Había abrazado esas piernas tejidas azules incontables veces
de pequeña, cuando necesitaba ser reconfortada. Era su Socktopus[1],
una de las pocas cosas que había traído consigo de las Vegas.
Lentamente caminó hacia adelante,
levantando el animal de peluche y mirándolo. Socktopus estaba en el bolso que
le robaron de la banca en el Cañón Sabino durante su primera noche en Tucson.
Quien sea que lo haya tomado había actuado rápidamente—sólo estuvo solo por
unos minutos antes de que ella volviera a buscarlo.
Ethan se quedó atrás, mirando la
puerta abierta de vez en cuando como si
tuviera miedo de que alguien fuera a abalanzarse contra ellos. - ¿Qué es eso? –
preguntó, frunciendo el ceño.
- Mi mamá me lo compró, - dijo. Su
voz sonaba lejana, incluso para sí misma. – Cuando era pequeña.
Por un momento la sórdida unidad de
almacenamiento se desvaneció, y pudo sentir a Becky atando dos de los brazos
del pulpo alrededor del cuello de Emma en la tienda, para que cuelgue por su
espalda como una capa. Para que te
proteja, le explicó Becky, con una rara sonrisa en su bella cara.
Emma parpadeó para sacarse las
lágrimas, y la polvorienta unidad volvió a entrar en foco. Se puso a Socktopus
bajo el brazo, agachándose para recoger el sobre. Por un momento luchó con el
broche que lo mantenía cerrado, sus dedos se sentían tiesos y torpes con los
guantes. Luego un montón de papeles y fotos salió en una gran pila. Encima
había un CD con tapa transparente marcado SUTTON EN AZ con Sharpie rojo.
- El video, - susurró Ethan.
Ella asintió, pero ya estaba
revisando las páginas tras el disco. Había una impresión del primer mensaje que
Emma le envió a Sutton. Esto va a sonar
loco, pero creo que somos familiares. Lucimos exactamente iguales, y tenemos la
misma fecha de nacimiento. Tras eso había una página con las contraseñas de
email y de Facebook de Sutton. Y tras eso había fotos—un grueso montón de
brillantes fotos en blanco y negro.
Emma se había acostumbrado tanto a
ver la cara de Sutton en todos lados que por un momento, pensó que las fotos
eran de su gemela. Pero eso no era cierto—en la misma foto de encima, la chica
estaba parada tras una ventanilla de entradas. El corazón de Emma se detuvo un
segundo. Era la montaña rusa de New York-New York en Vegas, donde había
trabajado el verano previo a venir a Tucson. En la foto, estaba ocupada
contándole el vuelto a un cliente, completamente inconsciente de que un lente
la estaba enfocando.
La próxima foto era de ella y Alex,
corriendo una al lado de la otra en un sendero en el Cañón Red Rock. Otra la
mostraba inclinándose para alcanzar algo en la repisa de más arriba de la
biblioteca pública. En una tercera foto estaba entrando a la casa de Clarice,
con una expresión de desánimo total en la cara. Las fotos eran granuladas,
tomadas a escondidas y en ángulos raros—pero ella aparecía claramente en todas
las fotos.
La vieja Emma había sido una experta
en mantenerse anónima e invisible, en mantener el perfil bajo para no salir
herida. La vieja Emma se habría sentido avergonzada al darse cuenta de que
alguien la había estado observando todo ese tiempo.
¿Pero la nueva Emma? La nueva Emma
estaba enfadada.
Y yo también.
Emma movió las fotos a la parte de
atrás de la pila de papeles, y hojeó el resto de las páginas. Frunció el ceño a
ver una que era simplemente una lista de números. Por un momento no sabía qué
estaba viendo. Luego reconoció uno de los números.
Era el código de alarma de los
Mercer.
Quedó boquiabierta. Bajo ese código
estaba el de los Chamberlain. Y abajo estaba otra serie de dígitos que
reconocía: 0907.
El siete de septiembre. El
cumpleaños de la Sra. Banerjee.
Nisha le había dado a Emma ese mismo
código hace casi un mes para que pueda acceder a los archivos de salud mental
del hospital. Emma apostaría que ese también era el código de la alarma de su
casa. Garrett lo había usado para entrar a la casa de Nisha, averiguar lo que
había estado escondiendo allí, pero el Dr. Banerjee lo espantó.
Sólo que ahora el Dr. Banerjee no
estaba en la ciudad.
- Ethan, - suspiró, sosteniendo la
hoja de papel. – Podemos entrar a la casa de Nisha. ¡Podemos encontrar la
evidencia!
Ethan la miraba. – Emma, tenemos que
ir derecho a la policía. Estas cosas son suficiente para poner a Garrett en la
cárcel.
- Pero no lo es, - argumentó. – No
hay nada aquí que apunte a Garrett. Está arrendado bajo un nombre falso, pagado
en efectivo—y apostaría a que no hay huellas digitales en nada de esto, -
añadió con amargor. – Lo único que conecta a Garrett con esta unidad es la
llave que encontramos, y es nuestra palabra contra la de él. Pero sea lo que
sea que Nisha tenía, era suficientemente dañino para que Garrett la asesinara
por eso.
Ethan suspiró. Miró alrededor de la
unidad, luego de nuevo a ella – Bueno. Tienes razón. Pasaremos por la casa de
Nisha y miraremos una vez más. Luego iremos a la policía y les daremos lo que
tenemos.
Asintió, la emoción estaba
burbujeando en su pecho como agua fresca en una terma. Se sentía más liviana de
lo que se había sentido en semanas. Ahora estaban tan cerca—sólo un poco más de
evidencia, y podrían demostrar lo que Garrett le había hecho a su hermana.
- Deberíamos dejar esas cosas aquí,
como las encontramos. Ahora es una escena de crimen. – Metió de vuelta las
fotos y los papeles al sobre amarillo y lo puso cuidadosamente en el suelo.
Luego recogió a Socktopus, abrazándolo una vez más antes de colocarlo junto al
sobre.
Cerraron la unidad y volvieron al
auto. Ethan entró a la autopista, conduciendo cuidadosamente pero rápido. El
desierto se extendía a ambos lados de ellos, desapareciendo a la oscuridad a
pocos pies de distancia de la calle. Emma tenía bien afirmada la llave de la
unidad de depósito en su mano.
¡Ooh
Si! Grité silenciosamente, deseando
poder darle los cinco a mi hermana. Garrett finalmente, finalmente iba a caer en picada.
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