martes, 26 de abril de 2016

Seven Minutes in Heaven - Capítulo 17 - El cuerpo de la evidencia




            Emma contó hasta diez, aguantando la respiración para poder oír los movimientos de Quinlan mientras caminaba por el pasillo. Una puerta a la distancia se abrió y se cerró, y entonces hubo silencio. Cuando estuvo segura de que se había ido, tomó el archivo que tenía su nombre.

            Lo abrió—e inmediatamente lo dejó caer. El archivo se cayó sobre la mesa frente a ella, abierto. Afirmada con un clip, había al interior una foto de un esqueleto.
            La garganta de Emma se secó. Sabía que probablemente habría fotos post-mortem en el archivo, pero no se había detenido a imaginar cómo lucirían. No podía tragar su saliva; su tonga se sentía como una lija al interior de su boca. Pero tomó aire y enderezó sus hombros. ¿Y si había pistas que la policía no había sabido buscar? Tenía que ver esas fotos.
            Los agujeros de los ojos vacíos en el cuerpo miraban derecho al cielo. Hojas de colores brillantes lo cubrían parcialmente, en colores rojo, dorado, y café. Restos de piel aún se mantenían pegados a los huesos, y su largo cabello estaba extendido por detrás, seco y desteñido a rojo por el sol y la exposición. La terrible sonrisa del cráneo daba un extraño contraste  con la sudadera rosada  aun cerrada alrededor del torso del cadáver.
            Miré la foto, sin poder quitar los ojos de encima a lo poco que quedaba del cuerpo que había dejado. Mirando al cráneo, pude trazar el recuerdo de mis propias facciones—allí estaban mis mejillas altas, mi mentón delgado. Pero no sentía mucha conexión con los cuerpos de la foto. Ya no tenían nada que ver conmigo. De forma extraña, el cuerpo de Emma se sentía más mío que el mío propio.
            Había otras fotos afirmadas con un clip tras la primera, captando el cuerpo desde distintos ángulos. Lucía como que Sutton había usado shorts de algodón amarillo la noche en que fue al cañón. Tomas de cerca revelaban huesos fracturado, y una mostraba un agujero abrupto cerca de la coronilla del cráneo.
            Mientras más veía las fotos, más extraña se sentía Emma. Había sabido por meses que su hermana estaba muerta. Entre el asesino asfixiándola en la cocina de Charlotte, y dejando caer una luz del teatro junto a ella en el auditorio de la escuela, y lo más reciente, lo que le pasó a Nisha, no había espacio realmente para dudarlo. Pero aun así, aun así, había una pequeña parte de ella con esperanzas de que Sutton volvería a la ciudad algún día, riéndose del éxito de su mejor broma del Juego de las Mentiras. Pero al mirar las fotos del cuerpo, no había sitio para esperanzas ni fantasías.
            Esto era lo que le ocurrió a su hermana. Esto era todo lo que quedaba de ella.
            Por supuesto, todos pensaban que este era el cuerpo de Emma. No había nada para diferenciarlas—ni siquiera el ADN en sus huesos. Mirar el cuerpo muerto de Sutton era como mirar fotos de ella misma muerta.
            Un seco espasmo la azotó, y empezó a juntarse bilis en su boca. Fue al bajo basurero de metal y escupió en él, deseando desesperadamente haberle pedido un vaso de agua a Quinlan antes de que se fuera.
            Volvió a la mesa y se sentó de nuevo, temblando levemente, luchando para suprimir sus nauseas. Al otro lado de la carpeta había un montón de formularios y reportes, ordenados y corcheteados. Tomó el bosquejo de una reconstrucción facial que mostraba las facciones de una mujer joven, desde el frente y luego desde el perfil. Era casi más tenebroso que los restos reales—había algo asombroso en ver su propia cara, dibujada por alguien que ella nunca había visto, pero que había construido la imagen a partir de los huesos de su hermana. Todos los detalles estaban bien. El artista había captado las facciones perfectamente, pero había algo raro en los ojos y labios. Claro, esas serían las partes más difíciles de imaginar con sólo un esqueleto como guía.
            Luego recogió un diagrama de la escena del crimen, bosquejada desde distintos ángulos, que mostraban tanto la distancia desde el cuerpo hasta el camino como el sitio donde los investigadores pensaron que era de donde había caído, bien arriba. Su respiración se detuvo cuando reconoció el área del mapa: Sutton se había caído desde un precipicio muy cercano al lugar donde las chicas habían hecho su sesión espiritista falsa hace solo unas semanas.
            Recordó la débil voz que escuchó en su cabeza esa noche, tan familiar en su oído. Le había dicho que corra. Sonaba como si viniera de muy, muy lejos. Pero quizás había venido de más cerca de lo que creía.
            Había venido de mí.
            Finalmente, el reporte del coronel. El examinador médico había enumerado las lesiones de Sutton, y la lista era larga. En una página había bosquejado las ubicaciones de las heridas y fracturas en un perfil esquemático de su cuerpo.
            La víctima tiene más de una docena de moretones distintos y trece laceraciones en sus extremidades y torso. La tibia de la víctima y tres costillas están fracturadas, y el hombro izquierdo está dislocado. La víctima también sufrió de una profunda fractura craneal directamente sobre su ojo derecho, causando  hematomas subdurales y una masiva hemorragia.
            Emma se mordió con fuerza el interior de su boca, su sangre se sentía salada y metálica en su lengua. Su hermana había muerto con mucho dolor, y una nota lateral mencionaba que parecía que algún tipo de animales salvajes habían “perturbado” el cuerpo. Emma no quería pensar en eso. Volteó la página.
            Estas heridas son todas consistentes con una caída accidental.
            Las palabras la congelaron en su asiento. ¿Caída accidental?
            Yo también me congelé. ¿Pensaban que fue un accidente? ¿Cómo era posible? Busqué frenéticamente en mi memoria para conjurar la última imagen que tenía de esa noche en el cañón. Una vez más, sentí la mano de Garrett en mi hombro, su voz en mi oído. Me insistí en darme vuelta, mirarlo a la cara y averiguar qué me había hecho—pero el recuerdo se puso negro. Todo lo que pude conseguir fue esa enfermante sensación de vértigo que tuve la primera vez que Quinlan anunció que me había caído. Garrett debe haberme empujado por la orilla—pero tenía que haber una pista, alguna indicación de que lo había hecho a propósito. Lo que me había ocurrido—lo que desde entonces les había pasado a Emma y a Nisha—no había sido ningún accidente.
            La cabeza de Emma daba vueltas como loca. Era tal como la muerte de Nisha, había sido cubierta y hecha lucir como accidental.
            Luego, al final del reporte, dos líneas en negrita llamaron su atención.
            CAUSA DE MUERTE: CONTUSIÓN CEREBRAL CAUSADA POR TRAUMA OCASIONADO POR UN OBJETO SIN FILO.
             FORMA DE MUERTE: SIN DETERMINAR.
            Parpadeó. Sin determinar. Así que quizás no estaban muy seguros de que haya sido una caída “accidental” después de todo.
            Siguió revisando la carpeta. Un montón de tomas de un granulado video de vigilancia estaban corcheteadas junto a unos emails impresos que venían del centro de visitas del Cañón Sabino, dirigidos a Quinlan. Estamos dispuestos a ayudar de cualquier forma que podamos, había escrito el emisor. La cámara toma una foto cada hora en punto. La instalamos hace tres años luego de una avalancha de vandalismo en el estacionamiento—no está configurada para monitorear actividad en los senderos. Emma rápidamente pasó su dedo índice por las fechas en las fotos hasta que encontró las que habían sido tomadas la noche del treinta y uno. Sus ojos buscaron algún auto familiar, alguna persona conocida. Cualquier pista que no hubiera pillado antes.
            Por las fotos parecía que no había habido casi nadie en el cañón esa noche, y no reconoció ninguno de los autos. El Volvo de Sutton no estaba a la vista. Quizás el asesino ya lo había robado para cuando la foto fue tomada, o quizás ella y Thayer se habían estacionado en algún lugar más apartado.
            Foto tras foto, hora tras hora, el estacionamiento se vaciaba. En un punto había dos nuevos autos—autos que ella conocía. El SUV del Sr. Mercer y el malgastado Buick café de Becky. Eso debe haber sido cuando Sutton se encontró con su padre y luego, no mucho después de eso, con Becky. Una hora más tarde los autos se habían ido. Quizás el asesino había caminado desde algún sitio, o lo había dejado un taxi, tal como Emma hizo al día siguiente.
            Volteó la página, y sentí un shock eléctrico a través de mi ser. Allí, a media noche, bajo la luz amarilla de un poste de la calle, había un familiar Audi plateado. A penas podía ver el sticker en el parachoques. ¿QUÉ ES DE LA VIDA SIN GOLES? La letra O en GOLES era reemplazada por un balón de fútbol.
            Yo conocía ese auto. Conocía la oscura mancha con forma de riñón en el asiento del copiloto donde yo había botado una taza de café. Conocía la cursi manta como de oveja en el asiento trasero, en donde había apoyado mis pies y moví un dedo, llamando al conductor para que se acerque por un beso. Conocía la abolladura que había dejado en la puerta del conductor una noche cuando le dije que había bebido demasiado, cuando me negué a pasarle las llaves. Incluso ahora podía ver su pierna, musculosa por el fútbol, volando hacia la puerta, arrugando la fibra de vidrio con su talón.
            Era el auto de Garrett. Y ahora eso no era todo lo que podía ver. Sentí el recuerdo avecinarse antes de llevarme. Se acumuló como una resaca, y me succionó bien, bien, bien abajo—de vuelta hasta los últimos momentos de mi vida.


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