Más tarde ese día, Emma estacionó el
Volvo de Sutton en un sitio afuera de la estación policial para su entrevista
con Quinlan. El Sr. Mercer había ofrecido encontrase con ella aquí, pero ella
le dijo que no. Ya les había mentido suficiente a los Mercer; no quería que él
además presencie esto.
A estas alturas, el apagado edificio
gris le era familiar. Aquí fue donde intentó reportar por primera vez que
Sutton estaba perdida, sólo para que la acusen de gritar lobo. Aquí también era
a donde la trajeron después de que la arrestaron por robar, cuando leyó por
primera vez el archivo de Quinlan sobre su gemela.
Cada vez que había estado aquí antes, una
sensación adormecida, silenciada, permeaba el aire, casi como si la estación
estuviera bajo el agua. Pero ahora los oficiales caminaban rápidamente y con
resolución a través del laberinto de escritorios tras el área de recepción. Los
teléfonos sonaban en cada rincón, con tonos sólo ligeramente distintos entre
sí, así que sus tonos chocaban dolorosamente. Una TV de pantalla plana había
sido instalada en la pared en el área de espera, estaban puestas las noticias
nacionales. El sonido estaba apagado, pero los titulares aparecieron
rápidamente a lo largo de la orilla de debajo de la pantalla. Tuvo un
sobresalto cuando notó que el reportero de cabello plateado del CNN estaba
parado afuera del centro de visitas del Cañón Sabino. Sus labios se movían
silenciosamente. SE ENCONTRÓ EL CUERPO DE UNA CHICA EL MIÉRCOLES, decían las
letras cuadradas bajo su atractiva cara. LA POLICIA DE TUCSON AUN NO ENTREGA
UNA CAUSA OFICIAL DE MUERTE.
Así
que ahora es nacional, pensó con seriedad. Con razón la estación lucía más
elegante de lo usual.
Tras ella se abrió y se cerró la
puerta, un rayo de luz atravesó rápidamente la sala y luego desapareció otra
vez. Alejó su mirada de la TV y jadeó.
Travis Lambert, su antiguo hermano
adoptivo, estaba parado allí luciendo adulador como nunca, aunque obviamente
había intentado vestirse bien. Llevaba una camisa abotonada que se abultaba en
su cintura, donde estaba metida dentro del pantalón, y se había afeitado la
patética línea de pelo sobre su labio superior.
A su lado, había un hombre de
mediana edad que se estaba quedando calvo, vestido con un traje gris a la
medida. Llevaba un maletín, moviéndolo hacia adelante y atrás, como si fuera un
tipo de arma. Caminaron hacia el mesón de recepción, donde una oficial con
delgadas cejas dibujadas estaba sentada escribiendo en un computador que parecía
milenario.
- Mi cliente está aquí para ver al
detective Ostrada, - dijo lenta y claramente el hombre con el maletín. La
oficial los miró escépticamente, sin ser impresionada, luego tomó un teléfono y
apretó un botón.
- ¿Ostrada? El testigo que llamaste
está aquí.
Emma dio unos pasos hacia atrás y se
sentó en la baja banca del área de espera, intentando lucir como cualquier otro
ciudadano esperando hablar con un policía. Cálmate,
se ordenó a sí misma. No te ha visto. E
incluso si te ve, eres Sutton Mercer. No tienes idea de quién diablos es él.
Suavizó su mirada para poder mirar como si estuviera mirando al espacio, pero
manteniendo a Travis en su periferia. Lo último que quería era hacer contacto
visual.
La oficial colgó el teléfono y se
paró. – Pueden seguirme, - dijo, sonando como si no le importara realmente si
lo hacían o no. Abrió la reja que separaba el mesón de recepción del resto de
la estación, y el abogado pasó por ahí.
Travis se quedó atrás por un momento,
con su mano en la reja. Sigue, Emma
le insistió. Derecho por la reja y fuera
de mi vista. Pero en vez de eso, se volteó lentamente, sus pupilas
brillaron al reconocerla cuando sus ojos se fijaron en la banca. Emma luchó por
mantener su cara neutral, actuar como si él simplemente fuera alguien para
quien una chica como ella no tendría tiempo. Ella era Sutton Mercer ahora—no la
pobre, incapaz Emma Paxton, con un diario entero titulado Respuestas que debí haber dicho. Pretendió estar cautivada por un
poster en la pared tras la cabeza de Travis, con McGuau el Perro del Crimen
mirando sospechosamente sobre la solapa de su abrigo.
- ¿Travis? – dijo el abogado,
sonando medianamente impaciente. – Vamos, tenemos una reunión.
- Voy, - dijo en voz cantada. Luego,
mirando directo a Emma, juntó sus labios para lanzar un beso en su dirección
antes de pasar por la reja y desaparecer hacia la parte de atrás.
Su estómago se retorcía en nudos,
una sensación de enfermedad y tiritones se había apoderado de Emma. Por su
puesto que ella seguía siendo la pobre e incapaz Emma. Siempre y cuando el
asesino siguiera jugando con ella como si fuera su marioneta, siempre y cuando
tuviera que esconder la verdad a todos quienes quería, seguiría siendo tan
incapaz de controlar su propio destino como había sido cuando estaba bajo la
tutela del estado en Vegas.
Emma des-cruzó y cruzó sus piernas en
la banca, acomodándose, preguntándose por qué siquiera estaba aquí Travis. Quizás
sólo querían que alguien más identifique el cuerpo. Quizás estaba aquí para mentir
más sobre Emma, de lo loca y pervertida que era.
Sus pensamientos fueron
interrumpidos por el detective Quinlan, quien ahora estaba parado en la reja,
abriéndola para ella. – Gracias por venir, Señorita Mercer. Por favor sígame.
Mientras Quinlan la guiaba a través
de los montones de escritorios, estaba intensamente consciente de todos los
ojos que los seguían. Todos en la oficina parecían saber quién era ella y por
qué estaba allí. Un oficial barrigón con el pelo rapado la miró boquiabierto
sin ocultarlo cuando pasó. Una mujer cuyo cabello negro estaba enrollado en un
alto tupé le tomó una foto a escondidas con un teléfono celular.
Quién
sabía que la fuerza policial sería tal como un montón de niños de secundaria,
pensé con amargura.
Quinlan guio a Emma a lo largo de un
pasillo de linóleo hacia una sala de interrogación al final de la estación.
Como todo lo demás en este edificio, la habitación era apagada y de un color
gris industrial. Una higuera de seda desteñida
estaba en un macetero plástico en una esquina, con una gruesa capa de polvo en
sus hojas falsas. Miró nerviosa a Quinlan. - ¿Por qué estamos en una sala de
investigación? – preguntó, intentando sonar como si estuviera bromeando. -
¿Necesito, eh, un abogado?
El bigote de Quinlan tembló
levemente. – No, no, Señorita Mercer. No se preocupe. Esta es sólo una
conversación casual. – Se movió al otro lado de la mesa, y luego puso dos
sobres amarillos en la mesa, lado a lado. La etiqueta del sobre más grueso
decía SUTTON MERCER. La otra decía EMMA PAXTON.
Emma miró el sobre delgado con su
nombre. ¿Qué podría estar posiblemente allí adentro? La única vez que se había
metido en problemas con la ley en su vieja vida, fue la noche en que ella y
Alex se pasaron del toque de queda para ver un show punk en el campus de la
UNLV, y el oficial ni siquiera las anotó—simplemente las llevó a casa y las
entregó a la furiosa madre de Alex, lo cual fue suficientemente malo. ¿Acaso el
archivo sólo contenía información sobre el cuerpo que encontraron en el cañón?
Sus dedos se urgían por abrirlo, pero eso obviamente era imposible con Quinlan
justo frente a ella.
Quería ver el interior tanto como
Emma—especialmente si había información sobre mi cuerpo en su archivo. Cada vez
que intentaba imaginar mi cadáver, una sensación abrumante de curiosidad se
aferraba a mí. Nunca me gustaron las cosas raras cuando estaba viva—no veía
películas gore ni dramas médicos ni nada como eso. Pero la necesidad de ver mi
cuerpo era como una picazón fuera de mi alcance. No se iría hasta rascarme.
Quinal, mientras tanto, estaba
ocupado haciendo algo con una grabadora digital que había puesto en la mesa. -
¿Puede por favor decir su nombre y fecha de nacimiento, Srta. Mercer?
Emma repitió el nombre de Sutton y
su cumpleaños, y luego repitió la grabación para asegurarse de que estuviera
funcionando. Juntó sus dedos y los puso sobre la mesa. – Todo bien. ¿Puede
decirme de nuevo qué sabe de Emma Paxton?
Emma tragó saliva. La grabadora la hizo sentir
a la vez mejor y peor—no le gustaba pensar que las mentiras que tendría que
decir serían grabadas en voz propia, pero por otro lado, también documentaría
cualquier cosa que Quinlan diga. Él no podría hacerle bullying o intimidarla si
quería para usar las grabaciones como cualquier tipo de evidencia.
- Bueno, como le dije. – Dijo
lentamente, - conocí a mi madre adoptiva por primera vez en el Cañón Sabino el
treinta y uno de agosto. Me dijo que tenía una gemela llamada Emma. Esa misma
noche recibí un mensaje en Facebook de una chica llamada Emma Paxton. Su foto
lucía exactamente como yo. Nos escribimos un poco, y nos organizamos para
encontrarnos a la tarde siguiente en Sabino. Fui allí la siguiente noche para
conocerla, y nunca apareció, así que fui a la fiesta de Nisha Banerjee. No
volví a pensar realmente en ella después de eso—asumí que o bien los mensajes
de Facebook eran una triste broma de mis amigas, o bien Emma no era de fiar
igual que mi mamá biológica.
- ¿Puedes mostrarme esos mensajes de
Facebook? – preguntó Quinlan. Asintió, sacando su iPhone y poniéndolo sobre la
mesa. La noche anterior se había sentado a mirar su conversación de Facebook
con Sutton, intentando ver si había algo incriminatorio que no hubiera notado.
Hasta donde podía ver, los mensajes eran seguros.
Los ojos de Quinlan parpadearon para
encontrarse con los de ella. – ¿“No le digas a nadie quién eres hasta que
hablemos— ¡Es peligroso!”? – Leyó en voz alta. - ¿De qué se trata eso?
La garganta de Emma se sentía seca.
– Quería sorprender a mis padres con ella, - dijo, en su frente se estaban
formando gotas de sudor. – Tenía miedo de que alguien la encontrara antes que
yo y pensara que ella era yo. No quería que ella lo revele.
La ceja de Quinlan tembló, pero
aparte de eso, su cara esta inmóvil. En algún lado sobre sus cabezas el aire
acondicionado comenzó a funcionar, y una ráfaga de frio enfrió su sudor.
- Qué rara coincidencia, - dijo
Quinlan. – ¿La noche que te enteraste de ella fue la noche en que te mando un
mensaje?
Emma asintió, encogiéndose de
hombros. – Si. Sé que es raro; yo también lo pensé. Pero como ya dije, Becky es rara. Quizás ella estaba en
contacto con Emma también.
Quinlan devolvió el teléfono por
sobre la mesa. Emma lo puso en su bolsillo, su piel se erizaba bajo la mirada
de Quinlan. Estaba observándola atentamente, sus ojos grises eran directos y
destellaban. Intentó no sonrojarse al hacer contacto visual.
- ¿Sabes algo sobre su familia
adoptiva? – preguntó entonces. Dijo que no con la cabeza.
- Los vi ayer en la TV, pero no me
dijo nada de ellos. – Frunció el ceño levemente. – Creo haber visto a su
hermano adoptivo— ¿Cuál es su nombre, Travis? —afuera en el área de espera.
¿Sabe algo de lo que le pasó a mi hermana?
La esquina de la ceja de Quinlan
tembló otra vez, pero además de eso su cara no se movió. – Esperamos que pueda
ayudarnos con una línea de tiempo, - dijo. Tomó el archivo de Emma, abriéndolo
cerca de su pecho. Ella se esforzó para poder ver por sobre la parte de arriba
de la hoja, pero él la mantuvo en un ángulo cerrado hacia su pecho.
- Bueno, ahora, ¿Qué puedes decirme
sobre Nisha Banerjee? – la voz de Quinlan era casi conversacional, su cara
neutral y seria, pero un escalofrío subió por la columna de Emma. Se quedó
mirándolo en blanco.
- ¿Qué de ella? – preguntó. Luchaba
por mantener sus uñas fuera de su boca, poniéndolas bajo su trasero en la silla
en su lugar. Quilan la miró de forma falsamente curiosa.
- Bueno, los registros de su teléfono
muestran que te llamó una y otra vez el día en que murió. Aparentemente tenía
algo muy importante que decirte. ¿Qué era tan urgente?
Emma se encogió de hombros,
intentando lucir más nostálgica que aterrorizada. – Ya le dije, desearía
saberlo. Murió antes de poder decirme. ¿Pero qué tiene que ver eso con Emma?
- No lo sé, Sutton. Dímelo tú. –
Quinlan cerró el archivo y lo bajó, luego se cruzó de brazos. La miró por un
largo momento, como esperando que ella de más información voluntariamente.
En mi cabeza empezaron a sonar
alarmas. Yo conocía bastante bien este juego. Quinlan y yo habíamos jugado al
gato y al ratón a lo largo de los últimos años. Su radar de mentiras se
activaba sagazmente con nada. Emma tenía que actuar muy cuidadosamente.
Quinlan se apoyó contra el respaldo
de su silla y entrelazó sus dedos detrás de su cuello. – Sabes, cuando oí esto
por primera vez, estaba seguro de que era una broma. Sutton no puede tener una gemela, pensé—una de ti es más que
suficiente. Aun así, algo no calza.
Emma se enderezó en su asiento. Sus
manos temblaban, pero se puso el cabello sobre el hombro. – Gracias por grabar
esto. Agradezco que quien sea que vaya a escuchar esto vaya a oírlo hostigando
a una adolescente de luto sin sus padres en la misma habitación.
Eso pareció alarmarlo. Miró la
grabadora, y luego a ella de nuevo. – Mira, yo sólo digo, por tu historia, todo
el asunto parece un poco disparatado.
- Si, bueno, yo no escribí mi propia
vida, - dijo Emma cortantemente. Eso era
suficientemente verdadero, pensó. – Lamento que no le guste la trama.
Quinlan levantó sus manos a la
defensiva. – Bueno, lo siento. Estás en lo cierto. – suspiró. - ¿Pero me puedes
hacer un favor?
- ¿Qué? – preguntó, entrecerrando
sus ojos.
- ¿Puedo tomar una muestra de tu
saliva? – Emma frunció el ceño, pero él persistió. – No quiero entrar en
detalles, pero el cuerpo de tu hermana no estaba en buena forma cuando lo
encontramos. Sólo queremos asegurarnos de que es tu gemela biológica. Un rápido
test de ADN va a resolver todo esto.
Emma se mordió el labio. Había algo
en eso que no le gustaba—la trepidante seguidilla de preguntas de Quinlan la
había dejado sintiéndose vulnerable y confundida. Pero no había modo de que un
test de ADN pudiera incriminarla—ella y Sutton serían idénticas, y negarse
parecería sospechoso. Asintió.
Quinlan extrajo un hisopo de un tubo
plástico transparente de su maletín. Ella abrió la boca bien grande, y él pasó
el hisopo por el interior de su mejilla, mirando su boca como un dentista.
Luego, rápidamente puso el hisopo de vuelta en el tubo y cerró con fuerza su
maletín.
- Espera aquí, - dijo. – Volveré en
solo unos minutos.
En eso, se volteó hacia la puerta y
desapareció.
Una sensación incómoda descendió
sobre mí con el silencio que quedó tras su salida. Yo no confiaba en Quinlan.
Él era casi tan hábil como yo había sido. Y ahora no estaba a la vista. Pero
eso también significaba que Emma estaba sola—y él había dejado los archivos en
la mesa. Finalmente era tiempo de ver cómo morí.
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