miércoles, 2 de marzo de 2016

Cross My Heart, Hope to Die - Capítulo 33 - La comida más importante del día

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            Emma se despertó a la mañana siguiente con el estómago rugiendo. La luz del amanecer entraba por las cortinas medio-cerradas. El reloj decía 5:57. Enterró su cabeza bajo la almohada, oliendo los restos de humo en su cabello y piel por la fogata de la noche anterior. No tenía que ir a clases hasta dos horas más. Cerró sus ojos, intentando volver a dormir.

            Pero su estómago rugía traidoramente, y Emma notó que había estado comiendo poco por más de una semana, desde esa primera noche en que ella y el Sr. Mercer fueron al hospital. Se bajó de la cama y fue al closet, se puso un sweater, y se pasó un cepillo por el pelo.

            La casa estaba oscura y tranquila mientras ella bajaba por las escaleras hacia la cocina. Afuera, el cielo era del oscuro color violeta que tenía justo antes de que salga el sol. A pesar de lo temprano, a pesar de que estaba de vuelta en el principio nuevamente, Emma se sentía casi animada. Becky no había matado a Sutton. Y por primera vez desde que era pequeña, Emma había podido estar junto a Becky, hablar con ella. Estaba empezando a entender su propia historia familiar. No era simple, y no era linda. Pero era suya.

            El Sr. Mercer ya estaba sentado en el desayunador, vestido con pantalones de algodón, una camisa abotonada, y una corbata Burberry de seda azul que Laurel y Emma le habían dado para su cumpleaños hace un mes. El New York Times estaba estirado en la mesa frente a él. Él siempre se levantaba temprano, por todos los años que había mantenido raros horarios de hospital. Cuando Emma entró a la habitación se levantó los lentes para leer hasta la frente y parpadeó mirándola. – Tan temprano.

            - Muero de hambre, - admitió.

            Dobló su periódico y lo hizo a un lado. – Bueno, ¿qué clase de padre dejaría que su pequeña tenga hambre? Salgamos a comer desayuno.

            Una vez que Emma estuvo al interior del SUV del Sr. Mercer, bajó el vidrio. Sacó la mano para sentir el aire mientras conducían, y movía su cabeza al ritmo de la música que había en la radio. El sol asomó su cabeza por sobre las montañas, proyectando luz naranja sobre todo. No recordaba la última vez que había visto un amanecer. Había olvidado lo bellos que podían ser.

            El Sr. Mercer la miró por el rabillo del ojo, con una sonrisa. – No te he visto así de feliz en un tiempo, - dijo.

            - Si, - admitió. – Ha sido un... mes confuso, supongo. Un año.

            Entraron al estacionamiento de un bistró de adobe. Adentro había flores rosadas frescas en cada mesa y el aroma a tocino y estofado salteaba el aire. El restaurant ya estaba lleno con el público mañanero. Media docena de ancianos  en buzos deportivos se rio fuertemente desde una mesa al final. EN una mesa había una chica universitaria con cara de sueño, quien llevaba una sudadera y gafas, cuidando una taza de café mientras escribía furiosamente en un computador, probablemente intentando terminar un ensayo a último minuto. La boca de Emma se hizo agua al ver los platos cargados con panqueques, huevos, tostadas francesas, y papas fritas caseras dando vueltas por la habitación en las manos del personal. Ella y el Sr. Mercer se sentaron junto a la ventana, donde el sol de la mañana entraba por los lados de las limpias cortinas blancas.

            El Sr. Mercer la miró por encima de la parte de arriba del menú, luego suspiró y lo bajó. Se inclinó hacia adelante, apoyando sus brazos en la mesa.

            - Sutton, - dijo cuidadosamente, - Becky se me acercó ayer.

            Emma asintió lentamente. Dobló y volvió a doblar una servilleta sobre su regazo. – Yo también la vi.

            Asintió. – Me lo imaginé. Quería saber dónde estabas. Le dije que no sabía, que podía llamarte y coordinar un encuentro—pero a Becky no le gustan las cosas muy planificadas. No le va bien cuando la gente espera cosas de ella.

            - Quizás es porque ha decepcionado tanto a las personas que cree que va a fallar, - dijo Emma.

            El Sr. Mercer ladeó su cabeza. – Probablemente eso tenga algo que ver. – El mesero vino y les sirvió una taza de café, y  el sr. Mercer añadió leche y azúcar antes de tomar un trago. - ¿Es mi imaginación, o has crecido un montón los últimos meses?

            Emma volvió a desear poder decirle la verdad a su abuelo. Se merecía saberlo. Quizás podría ayudarla a averiguar qué hacer a continuación, encontrar el asesino de Sutton y dejar que su espíritu descanse en paz.

            Pero cada vez que casi se convencía de decirle, recordaba los mensajes amenazadores que había recibido. El asesino obviamente seguía vigilándola. El asesino podría estar aquí ahora mismo, en este mismo restaurant. Sus ojos dieron una vuelta, estudiando a los meseros, la gente caminando afuera en el estacionamiento o esperando en el mesón de smoothies en el local de al lado. Emma tembló. ¿Quién sabía qué haría el asesino de Sutton si le contara al Sr. Mercer? No podía arriesgar la seguridad de su abuelo.

            El Sr. Mercer miró para el lado hacia la ventana también. – Qué bueno que Becky te encontrara, - dijo. – Sé que no quería dejar las cosas como quedaron la otra noche en el hospital, - suspiró. – Parte de mi cree que debería haberla enviado de vuelta allí, pero parecía mucho más sana anoche. Dijo que necesitaba salir de aquí, así que le di algo de dinero y le hice prometer que me llamara pronto. Sé por experiencia que no es bueno intentar forzarla a estar en tratamiento. Ella tiene que querer cuidarse.



            Emma asintió. – Me dijo que lo lamentaba. Supongo que no entiendo por qué siente que tiene que irse. ¿No puede quedarse aquí y volverlo a intentar? Podríamos ayudarla, papá. Vale la pena luchar por nuestra familia.

            Volvió a mirarla seriamente. – Oh, Sutton, por supuesto que lo vale. Por supuesto que lo vales. Y a su propia manera, Becky lo ha intentado más de lo que el resto de nosotros podríamos notar alguna vez. Incluso si no crees nada más de ella, cree eso.

            - Lo sé. Lo creo, - Emma prometió.

            EL Sr. Mercer abrió la boca, pero antes de poder hablar, la mesera apareció en su mesa para tomarles la orden. Emma tomó torpemente el menú, intentando decidir lo que quería. Se sentía tan hambrienta como para comer media docena de panqueques, pero finalmente se decidió por una tortilla de vegetales con tocino, El Sr. Mercer ordenó los huevos benedictinos, sus favoritos, luego se volteó hacia Emma y bajó la voz.

            - Sutton, querida, ¿Tu mamá te dijo algo más anoche?

            El pulso de Emma se aceleró. - ¿Cómo qué?

            Frunció el ceño mirando sus manos, luego sacudió la cabeza. – No lo sé. Me insinuó cosas muy extrañas, y no sé qué creer. El tiempo lo dirá, supongo. – revolvió su café, sus ojos miraban algún sitio a la distancia.

            Emma se preguntó qué era exactamente  lo que Becky había insinuado ¿Qué había una gemela perdida en Las Vegas? ¿Otra hija en California? ¿Algo completamente distinto? Quería que él diga más, pero se había quedado en silencio y pensativo, bebiendo de su tazón.

            Mi hermana seguía en tanto peligro—y junto a ella, toda le gente que yo amaba. Estaba feliz de que Becky haya quedado descartada. Pero Emma necesitaba seguir investigando la noche en que morí. El caso se estaba enfriando. Ni siquiera sabíamos dónde estaba mi cuerpo, y no teníamos nueva evidencia, nuevas pistas. Todo lo que teníamos era a mi asesino, observando cada movimiento de Emma.

            - ¿A dónde crees que irá esta vez? – preguntó Emma suavemente.

            Una triste sonrisa se formó en la boca del Sr. Mercer. – Ni siquiera sé si ella lo sabe. Me dijo que me avisaría cuando llegue a algún lado. Espero que lo haga. Por difíciles que sean las cosas, la extraño cuando desaparece.

            Emma asintió. Entendía ese sentimiento más de lo que pudiera decirle.

            - Agradezco que hayas tenido a Ethan a lo largo de todo esto, - el Sr. Mercer dijo, y Emma lo miró sorprendida. – Parece un buen joven. ¿Quizás podrías invitarlo a cenar esta noche? Tu mamá va a hacer sus enchiladas especiales.

            Emma sonrió. – Parece una buena idea.

            El mesero llegó con platos con comida humeante. Emma escarbó el queso de cabra derretido al centro de su tortilla. Miró por la ventana una vez más. Una bandada de palomas recogía migajas invisibles de la acera. Más allá del estacionamiento, se extendía el campus de la universidad, las tejas rojas de los techos brillaban por el sol de la mañana.

            Ahora Becky podría estar en cualquier lado—camino a California, Las Vegas, o algún nuevo lugar, algún lugar donde podría empezar de nuevo. Emma se imaginó a Becky conduciendo a través del desierto, recibiendo el amanecer con los ojos cansados. Bebiendo una taza de café de una parada camionera, y moviendo la radio hasta encontrar una estación que tocara música alegre y ruidosa. La vida de Becky había estado llena de errores y malas decisiones; parecía inocente esperar que cambiaría de repente, así que Emma se conformó con esperar que Becky sobreviva. Siempre y cuando lo haga, siempre y cuando esté viva, siempre estaría la oportunidad de seguir creciendo. Siempre estaría la oportunidad de que vuelvan a ser una familia algún día.
 

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