miércoles, 2 de marzo de 2016

Cross My Heart, Hope to Die - Capítulo 32 - Hola, y adiós

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            La mano de Becky se quedó en el brazo de Emma, como si le costara soltarla. Luego la soltó y dio un paso atrás. – Sutton, - dijo suavemente.

            Los músculos de Emma estaban tensos, listo para moverse. Incluso para pelear, si llegaban a eso. Pero algo la contuvo. Esta era su oportunidad de tener respuestas. Esta era su oportunidad de averiguar lo que realmente había pasado esa noche entre Sutton y Becky. Se volteó par mirar a su madre, plantando sus piernas firmemente en el suelo y cruzándose de brazos.

            Becky se había cambiado su ropa de hospital a un par de jeans y una remera de segunda mano que decía ALGUIEN EN VIRGINIA ME QUIERE. Su cara seguía demasiado flaca, con sombras en las cavidades, pero algo en ella se había suavizado. Sus ojos estaban claros, y el gesto de enfado se había ido de sus labios. Lucía casi como la joven y bella madre que Emma recordaba de hace trece años, un poco mayor, un poco más gastada, pero reconocible. En su cara había marcas de lágrimas y maquillaje secos. Miró a Emma de arriba abajo.

            - Tienes mucha valentía como para volver aquí, al cañón, - dijo Emma. Su pulso se sentía muy acelerado en su cuello. Una carga de miedo pasó por su piel, como el toque de la punta de un dedo, erizándole los pelos de su brazo completamente. Ya no podía ver la fogata de las chicas. En la subdivisión se escuchó una motocicleta acelerando y luego desapareciendo. Hizo un extraño eco en la roca del cañón.

            - Lo sé, - Becky dijo. Bajó la cabeza, moviendo sus manos frente a ella. – Pero quería verte antes de irme.

            - ¿Antes de irte? – la voz de Emma era cortante. Entrecerró los ojos. No iba a permitir que Becky se vaya hasta que pagara por lo que había hecho.

            - Emma, - protesté. Intenté afirmarla, a pesar de que sabía que era inútil.

            Pero esta vez, algo fue diferente. Mi mano no la atravesó. Esta descansó suavemente en la superficie de su piel, suave como un beso. Podía sentir sus latidos, tan tibios, tan viva.

            Emma seguía mirando a nuestra madre, con una mirada determinada. No parecía haber sentido nada. Pero yo sí. Incluso si sólo pasaba una vez, había tocado a mi hermana.

            - Ella no lo hizo, - dije, invocando todas mis fuerzas. Emma tenía que saber esto, dejar de seguir el rastro de Becky para que pueda encontrar a mi verdadero asesino. Me concentré todo lo que pude en hacerla creerme. - ¡Emma, ella no lo hizo!

            Luego Emma notó algo: Becky la había llamado Sutton. No Emma. O bien era una muy buena actriz, o de verdad no sabía que Sutton se había ido.

            Alivio y sospecha se mezclaron en su interior. Quizás Becky era inocente, o quizás Emma solo estaba tratando de mentirse, otra vez, queriendo creer en su madre a pesar de la evidencia de lo contrario. Se mordió el labio.

            - ¿A dónde irás esta vez? – preguntó.

            Becky se encogió de hombros. – No lo sé. Sólo necesito salir de Tucson. Este lugar tiene un montón de malos recuerdos para mí. Hay demasiadas personas aquí a quienes podría hacerles daño. A quienes les hago daño, - dijo, tragando saliva.

            Emma se puso tensa nuevamente. - ¿Personas a quienes dañas?

            Becky la miró, sus largas pestañas seguían húmedas con lágrimas. Tomó aire.

            - Sé que probablemente no me lo creerás, pero no recuerdo mucho del hospital. Me tenían tan drogada que no sabía lo que estaba ocurriendo. Pero recuerdo lo suficiente para saber que debo haberte asustado realmente. Lo siento. – Se puso a rodar una piedrecilla bajo su zapato. – Lamento no haber podido explicarlo antes, Sutton. Tenía mucho miedo de decirte la verdad, de mi historia, de mi enfermedad. Esa noche en que nos encontramos aquí, fue tan difícil dejarte con todas tus preguntas que casi volví a explicar, pero tenía miedo.

            Emma se volteó, caminando en un pequeño círculo, tratando de aclarar su cabeza. ¿Dejarte? ¿Volver? Sonaba como que cuando Becky se fue, Sutton seguía a salvo. ¿Pero podría creerle a la palabra de Becky? que estaba loca.

            Pero Becky lucía mucho más lúcida ahora, sus ojos enfocados, su respiración tranquila y pareja. Todos los recuerdos a los cuales Emma se había aferrado a lo largo de los años  parecieron reunirse a su alrededor. Becky cantando desafinada con la radio, enseñándole las palabras de todas las canciones de los Beatles. Becky llevándola a shows gratuitos a lo largo del centro de Vegas, su cara reflejando la luz de la fuente Bellagio. Becky quitándole el cabello de la cara, llevándola para entrar al departamento después de una tarde jugando afuera, y metiéndola a la cama. Emma pretendiendo estar dormida para poder apoyarse en el hombro de su madre. Y aquí estaba, ahora mismo, diciéndole a Emma que se había despedido de una Sutton viva en el cañón a noche que se encontraron.

            - Becky no me mató, - le susurré insistiendo. – Créele, Emma.

            Y de repente, como si me hubiera escuchado, me creyó.

            Pero sólo para estar seguras, le hizo otra pregunta a Becky. - ¿A dónde fuiste, luego de esa noche?

            Becky suspiró. – Vegas, de hecho. Tenía la sensación de que tu hermana podría estar ahí. Incluso conseguí un trabajo en el restaurant del Hard Rock, para poder quedarme por más tiempo y buscarla. Pero nunca la encontré. – Se detuvo, de repente luciendo esperanzada. - ¿Y hiciste algún avance en ubicarla?

            Vegas, pensó Emma. Si las cosas hubieran sido diferentes, Becky habría venido por ella y reunido a las gemelas por cuenta propia. Luego notó lo que significaban las palabras de Becky: Becky le había contado a Sutton sobre Emma. Ese conocimiento le trajo un nuevo arranque de tristeza. Durante las últimas horas de su vida, Sutton sabía que tenía una hermana.

            - Sí y no, - Emma dijo suavemente.

            La mano de  Becky apretó la de ella en la oscuridad. – La amaba tanto. Entregarlas a las dos fueron los errores más grandes de mi vida. Encuéntrala, Sutton. Su vida no ha sido tan fácil como la tuya. Dale las oportunidades que tú has tenido.

            Emma tomó aire. – Tienes otra hija, ¿no?

            Becky abrió los ojos, quedando boquiabierta un momento. Parpadeó varias veces, luego asintió. – Sí, - dijo suavemente. - ¿Cómo…

            - ¿Dónde está? – Emma insistió.

            - California. Con su padre. Me declararon no apta para cuidarla hace cinco años. No la he visto desde entonces.

            - ¿Cuántos años tiene ahora?

            - Doce, - dijo Becky. – Estaba embarazada de ella cuando entregué a tu hermana. – sacudió su cabeza con tristeza. – Sé que no tiene mucho sentido. Todo lo que puedo decirte es que no tenía buena salud mental. No estaba tomando mis medicamentos, y en el momento parecía una buena decisión. – Estuvo en silencio un momento. – No he dejado de sentirme culpable al respecto desde entonces.

            El corazón de Emma se retorcía en su pecho. Ella sabía que había sido abandonada por otra niña, pero era aún más difícil oír a Becky decirlo.

            Luego se imaginó la vida de Becky: Viajando de ciudad en ciudad, sin poder ir a casa, ver a la gente que quería. Sí, había sido destructiva. Estaba sola porque había herido demasiado a las personas en su vida. Pero Becky no había escogido estar enferma. Y a su propia y retorcida manera, había intentado hacer lo correcto.

            Emma dio un paso hacia Becky. La volvió a mirar de pies a cabeza. Después llamaría al hotel Hard Rock y confirmaría que Becky trabajó allí después de que Sutton murió—si estaba en Vegas, no podría haberle dejado notas de amenaza a Emma y arreglando iluminarias para que caigan sobre su cabeza. Pero ya sabía lo que dirían. Becky estaba diciendo la verdad.

            Bajo el olor a tabaco, captó un aire del mismo shampoo herbal barato que Becky siempre había usado cuando Emma era una niña, manzanilla y menta. Recordaba esa fragancia rodeándola cuando su mama se inclinaba para darle el beso de buenas noches. Sus labios temblaron, sus ojos se llenaron de lágrimas.

            - Mamá, - dijo dudosa. - ¿Viste a alguien más en el cañón esa noche? Alguien robó mi Volvo y golpeó a mi—y golpeó a Thayer con él. Necesito saber quién me odia.

            Becky frunció el ceño, diciendo que no con la cabeza – No lo creo. Papá y yo llegamos temprano en la tarde y estaba lleno de gente, pero para cuando tú y yo hablamos, estaba vacío.

            Emma dio un paso al frente y puso sus brazos alrededor de Becky en un firme abrazo. Por un momento Becky parecía estar congelada. Luego puso también sus brazos alrededor de Emma. Emma abrazó a su madre por primera vez en trece años. Entonces la investigación estaba en un callejón sin salida de nuevo. Nada de pistas nuevas, ni nuevos sospechosos. Pero al menos su madre había sido descartada de la lista. Y finalmente había obtenido algunas respuestas de su familia, de su propia historia.

            Pasaron los minutos con ellas ahí, abrazándose. Las lágrimas de Emma venían cálidas y silentes y humedecían la remera de Becky. A lo largo de los años había hecho una lista de Cosas que le Diría a Mamá si su madre apareciera otra vez. Pero ahora que Becky estaba aquí, no quería decir ninguna de ellas. Palabras de odio y enojo no resolverían nada ahora mismo.

            Me acerqué a mi madre y a mi hermana, flotando cerca de ellas para pretender que yo era parte de su abrazo también. Sabía que ninguna de las dos lo sintió, pero por un momento estuve allí con ellas, madre y gemelas reunidas después de dieciocho años.

            Luego las tres nos separamos.

            Becky se rascó incomoda el lóbulo de la oreja. – Debería irme, Sutton. Tengo que salir de aquí.

            Por un segundo Emma pensó en pedirle que se quede. Podrían ir juntas a la casa de los Mercer. Podrían hablar con la Sra. Mercer y hacerla entender. Emma podría ayudar a Becky a mejorar—la cuidaría, tal como lo hacía cuando era una niña pequeña. Se aseguraría de que se tomara sus medicamentos todos los días, y podrían irse a vivir juntas. Serían una familia.

            Pero incluso mientras se lo imaginaba, sabía que nunca podría pasar.

            Emma asintió, con su garganta seca. – Cuídate, mamá. Por mí.

            Becky sólo sonrió y se volteó, metiéndose entre las sombras, sus pasos hacían crujir el suelo hasta que estuvo fuera del alcance del oído.

            Mi madre—extraña, triste, dañada y sin arreglo—pero no mi asesina.

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