Traducido
por: Daniela
Corregido
por: Brayan.
La mañana siguiente, la verdadera Alison
DiLaurentis vio el sol salir entre las persianas de maple en su antiguo
dormitorio. Bandas de luz iluminaban el tocador que había rogado a su mamá para
que se lo compre en quinto grado, las manijas de cristal azul en su armario, y
los cajones de la cómoda, la delgada capa de polvo en el monitor de pantalla
plana y la tv. Esta habitación incluso olía igual, como a jabón de manos
de vainilla. Se sentía como su hogar.
Por fin.
El aroma a café destilándose en la cocina
entró por sus fosas nasales. Cuando miró por sobre el enrejado, su familia ya
estaba despierta. El Sr. Y la Sra. DiLaurentis estaban sentados en la mesa de
la cocina, mirándose entre sí adormecidos. Jason paseaba por el pasillo,
parecía preocupado.
Sólo un miembro de la familia faltaba,
aunque Ali ciertamente no la extrañaría.
Se miró a sí misma en el espejo. Sus ojos
siempre habían sido más azules que los de su hermana, sus mejillas en su cara
con forma de corazón más pronunciadas. Era la gemela más bella, la correcta
abeja reina de Rosewood Day. Ahora era tiempo de reclamarle su trono a esa
perra. Solo pensar en ella, imaginarse su cara, aún llenaba a Ali con rabia.
Cómo se atrevió a salir en sexto grado y pretender que era alguien quien
no era. Cómo se atrevió a aparecerse en la Reserva durante esas visitas
y mirar su perfecta manicura o mensajear a sus amigas mientras sus padres
trataban de crear conversaciones. Esa perra se merecía todo lo que
recibió. Y ahora Ali nunca tendría que volver a preocuparse por ella.
Bajó las escaleras, con la cabeza en alto.
Pero cuando entró a la cocina, su familia la miró y empalideció como si
hubieran visto un fantasma. La Sra. DiLaurentis dio un paso al frente y le tocó
el brazo. – Creo que deberías volver a subir, Courtney.
Ali se detuvo bruscamente. – Ya te dije. No
soy Courtney. Soy Ali.
Sus padres intercambiaron una mirada de
preocupación. Una delgada franja de miedo comenzó a hacerse camino en el
cerebro de Ali. Ella conocía esa mirada. Va a volver a ocurrir.
Y ahora su otra hija estaba perdida.
La noche anterior, cuando volvió a casa,
Ali no había esperado que su padre esté despierto—o que su madre esté en
casa—pero aún pensaba que hoy lo sacaría adelante. Ambos la pillaron mientras
subía las escaleras y gritaron su nombre—su verdadero nombre.
- Hola mamá, hola papá, - dijo
frescamente, quedándose en las sombras para que no vean su cabello desordenado
o el moretón en su mejilla. – La pijamada fue un desastre. Nos peleamos. Me voy
a la cama.
Llegó a su antiguo dormitorio y cerró la
puerta. Una vez al interior, se restregó las manos y se cepilló el cabello. Su
cerebro se había agitado, tratando de pensar en sobre qué se habían peleado
ella y sus amigas. Parecía que su hermana estaba tratando de hipnotizarlas o
algo, ¿cierto? Pero Spencer no estaba de acuerdo. Y entonces sus hermana y
Spencer se pusieron a pelear estúpidamente por Ian Thomas afuera del
granero—Ali lo escuchó todo.
Luego sonó un golpe en su puerta.
Saltó y les dio a sus padres, quienes
estaban de pie nerviosos en el pasillo, una sonrisa retorcida. Sus miradas se
dirigieron al dedo índice de Ali, el cual, por supuesto, no tenía su anillo de
la inicial. Luego miraron su muñeca. Estaba desnuda; nada de brazalete de hilo
de Lo de Jenna. Mierda.
- ¿Courtney? – La Sra. DiLaurentis preguntó
dudosamente. - ¿Cariño, estabas afuera?
- No soy Courtney, - Ali dijo
frunciendo el ceño. – Soy Ali. ¿Ves? Por eso no quería que la traigan a casa.
Es tan confuso.
Trató de cerrar la puerta, pero el Sr.
DiLaurentis puso su mano en la manija antes de que lo logre. – Esta no es tu
habitación, Courtney, - dijo con autoridad.
Y tú no eres mi papá, Ali quiso
decir.
- Sí, lo es, - dijo en su lugar, y luego le
miró. – Y por favor no me llamen Courtney. Es insultante.
La Sra. DiLaurentis parecía confundida. -
¿Estabas tratando de juntarte con tu hermana y sus amigas? ¿Fuiste al granero
de Spencer?
Ali se encogió de hombros. – Sí, estuve en
el granero de Spencer—Soy Ali. Pero la pijamada fue un asco. Nos peleamos,
y todas nos fuimos a casa. Ya te lo dije.
La Sra. DiLaurentis parpadeó con fuerza. -
¿Entonces ya no hay nadie en el granero?
- Claro. Se fueron a casa.
Luciendo como que no le creía tanto, la
Sra. DiLaurentis caminó rápidamente hasta la ventana del baño, la cual ofrecía
una vista hacia los patios traseros. Ali ya sabía que las ventanas del granero
estaban oscuras. Segundos después, su mamá volvió al cuarto de Ali. - ¿Dónde
está tu hermana?
- ¿Courtney? – Ali la miró inocentemente. –
No tengo idea. ¿No está en su cuarto?
La Sra. DiLaurentis asomó su cabeza en el
oscuro cuarto de huéspedes, luego negó con la cabeza.
Ali abrió más sus ojos. - ¿Se escapó? ¿No
la estabas vigilando? ¡Es lo único que te pedí que hicieras! – Hizo que su voz
suba y baje, del mismo modo en que su hermana lo hacía cuando se enojó con su
madre cuando se enteró de que Ali había conocido a sus amigas.
Rendida, la Sra. DiLaurentis pasó sus manos
por su cabello – Lo averiguaremos. – Tocó el brazo de su hija. – Buenas noches…Ali.
– El sonido salió de manera extraña por su boca, como si nunca lo hubiera dicho
en su vida.
- Buenas noches, - dijo Ali, sacando
pijamas del cajón superior. A su hermana el gustaban los boxers rosados de
Victoria’s Secret—qué patético. Pero obedientemente se los puso, sintiendo una
avalancha de triunfo. Puede que sus padres hayan estado un poco confundidos al
comienzo, pero se lo compraron al final. Iba a dormir en su antiguo cuarto. Sí.
Pero esta mañana, con sus padres mirándola
y llamándola Courtney, la duda trepó hasta su mente. Quizás su pánico había
parecido muy actuado. Quizás había tomado un par de pijamas que su hermana
nunca hubiera escogido. Quizás se habían quedado pensando en ese anillo con la
letra A faltante. Y ella los había oído en el primer piso hasta altas
horas de la noche, paseando, murmurando al teléfono, abriendo la puerta frontal
y cerrándola otra vez. Los oyó moviéndose por allí a la media noche, y luego a
las dos, y luego a las cuatro, y luego a las cinco y media. Puede que no hayan
dormido para nada.
- Sube, ¿está bien? – La paciencia de la
Sra. DiLaurentis se estaba acabando. – Spencer y las otras chicas vendrán
pronto. Me gustaría hacerles preguntas sin explicar nada.
Ali aceleró su respiración como si
estuviera asustada. - ¿Entonces Courtney sí se fue? ¿Ves? ¡Por esto es
por lo que no la quería de vuelta! Ella es una loca total, mamá. Por eso es que
la encerraron. ¡Quién sabe lo que va a hacer ahora! ¿Y si trata de hacerme
daño?
La Sra. DiLaurentis miró lastimeramente al
su marido. El Sr. DiLaurentis la miró impotentemente. Se dio vuelta hacia Ali.
– Sólo sube hasta que aclaremos todo esto.
Suspirando dramáticamente, Ali subió las
escaleras, tratando de aguantar. Pero una vez en su antiguo dormitorio, se dejó
caer de rodillas, su mente tamborileaba. ¿Por qué no estaba funcionando esto?
¿Por qué no le creían? Necesitaba una coartada impenetrable. Si esas chicas
iban a venir, probablemente iban a preguntarle a dónde fue la noche anterior, y
cuándo. Probablemente habían unos veinte minutos sin explicación—sus padres le
preguntarían dónde estuvo. Hablando por teléfono, podría decir. Caminando,
desahogándose.
Pero se suponía que simplemente le creyeran.
No se suponía que la hicieran a un lado o interroguen a esas chicas sin ella
presente.
El timbre sonó. La puerta se abrió, y los
sonidos de las voces de la Sra. DiLaurentis y de las chicas se oyeron en el
recibidor. Hubieron pasos, y luego el raspar de las sillas siendo arrastradas
para que todos se sienten. Ali salió de su cuarto y se escurrió hasta el fondo
de las escaleras. Las cuatro chicas estaban sentadas en la misa, mirando sus
manos. Todas estaban tranquilas, como si estuvieran ocultando algo. Emily se
picaba las cutículas. Spencer hacía sonar sus dedos contra la mesa. Aria
inspeccionaba un sujetador de servilletas con forma de piñón, y Hanna masticaba
vorazmente una goma de mascar.
- Alison no ha venido a casa, - La Sra.
DiLaurentis dijo.
Todas las chicas levantaron la mirada,
sorprendidas. Ali puso una mano sobre su boca junto a las escaleras. ¿Cómo
es que esto estaba ocurriendo?
- Ahora, yo no sé si ustedes tuvieron una
pelea o qué, pero ¿les dio alguna pista de a dónde puede haber ido? – La Sra.
DiLaurentis continuó.
Hanna daba vueltas un mechón de cabello
alrededor de su oreja. – Yo creo que esta con sus amigas de hockey sobre pasto.
La Sra. DiLaurentis negó con la cabeza. –
No. Ya las llamé. – Aclaró su garanta. - ¿Alguna vez Ali les habló sobre
alguien molestándola?
Las chicas se miraron entre sí, y luego a
otro lado. – Nadie lo haría, - Emily dijo. – Todos adoran a Ali.
- ¿Alguna vez les pareció triste? – La Sra.
DiLaurentis presionó.
Spencer arrugó la nariz. - ¿Como deprimida?
No. – Pero entonces una mirada afligida pasó por su rostro. Miró
inconscientemente por la ventana.
- ¿No sabrían dónde está su diario de vida,
sí? – La Sra. DiLaurentis preguntó. – Lo he buscado por todos lados, pero
no puedo encontrarlo.
- Yo sé cómo se ve, - Hanna ofreció. -
¿Quiere que subamos y lo busquemos?
Alison subió la mitad de las escaleras,
imaginándose el diario en su cabeza. Ella sabía dónde estaba—en un sitio
muy, muy seguro. Pero no iba a decirlo.
- No, no, está bien así, - La Sra. DiLaurentis
respondió.
- En serio. – Hanna echó para atrás su
silla. Hubo pasos en el pasillo. – No es problema.
- Hanna, - la mamá de Ali dijo, su voz de
repente se puso fría y severa. – Dije que no.
Hubo una pausa. Ali deseaba poder ver las
miradas en las caras de todos, pero su vista estaba obstruida. – Está bien, -
Hanna dijo tranquilamente. – Lo siento.
Después de un rato, las chicas se fueron.
La Sra. DiLaurentis cerró la puerta tras ellas y se quedó de pie en el pasillo
por un momento, simplemente mirando. Ali se agachó tras la pared en el segundo
piso, apenas respirando. Tenía que pensar—y rápido. Necesitaba convencer
a todos de que era la verdadera Ali.
Corrió a la ventana de su antiguo
dormitorio y miró a las amigas de su hermana de pie en círculo en el jardín.
Parecían preocupadas, quizás incluso culpables—especialmente Spencer. Emily se
puso a llorar. Hanna se devoró nerviosamente un puñado de Cheez-It’s. Parecía
que estaban discutiendo, pero Ali no estaba segura. ¿Debería salir y hablarles?
Quizás podría decirles la verdad—que habían gemelas, que la otra chica era una
loca impostora de Ali, que había salido anoche pero sus padres estaban
confundidos y pensaron que las chicas habían intercambiado lugares. Necesitaba
que esas perras estúpidas convencieran al mundo, tal como su hermana las usó un
año y medio atrás.
Comenzó a bajar las escaleras, pero de
repente hubo un gruñido ensordecedor en el patio trasero, era la excavadora. Se
dirigió hacia el agujero, sus enormes neumáticos arruinando el pasto.
- Justo lo que necesitamos ahora, - La Sra.
DiLaurentis se quejó. – Esa cosa es tan ruidosa que apenas me puedo
escuchar mis pensamientos.
- ¿Quieres que les diga que se detengan? –
El Sr. DiLaurentis preguntó.
Las palabras se propagaron en Ali. Un
horrible pensamiento hizo eco en su cerebro. Sus padres no podían salir.
¿Y si veían a su hermana al fondo de ese agujero? Había tirado un montón de
tierra sobre ella, pero estaba oscuro—quizás no había sido suficiente.
Fue corriendo hacia la ventana en el baño y
miró hacia afuera. Había hombres de pie alrededor del agujero, posicionando un
conducto que conectaba desde un camión de cemento hasta un punto al interior.
Nadie miró abajo al agujero. No hubo gritos de terror o pasos hacia atrás de
sorpresa. Ali pensó otra vez en los puñados de tierra que le había tirado al
cuerpo, luego en la persona que la ayudó. Estaba agradecida de que su cómplice
haya aparecido, tal como había pedido. Por unas semanas, no había estado segura
de sí iba a ocurrir.
La mezcladora comenzó a girar. Cemento gris
bajó por el conducto hacia el agujero, llenándolo lentamente. Los hombres
estaban de pie a su alrededor, fumando cigarrillos. Uno de ellos dijo un
chiste, y unos cuantos otros rieron. Ali siguió esperando que se volteen hacia
el agujero y de repente griten de terror, pero nadie lo hizo. La mezcladora
daba vueltas y vueltas. El fangoso cemento bajaba por el conducto. Ali evaluó
sus sentimientos, pero no sabía lo que sentía. Alivio, un poco. Pero también
preocupación.
Alguien golpeó la puerta del baño, que
estaba junta. La Sra. DiLaurentis estaba de pie en el pasillo, jugando con el
borde de su remera. – Tienes que decirnos lo que sabes, cariño, - rogó, con los
ojos llenos de lágrimas.
Ali se encogió de hombros. - ¿Por qué
creerías que yo sabría algo?
La Sra. DiLaurentis parpadeó. Ali miró
hacia abajo, tratando de mantenerse en calma, y alcanzó el celular de su
hermana, el cual había encontrado en el césped anoche. Pero luego escuchó la
mezcladora apagarse. Estaba acabado. El agujero estaba lleno. Su hermana estaba enterrada. Ida. Acabada.
Sus dedos comenzaron a temblar
incontrolablemente.
Metió
sus manos bajo sus muslos. Luego pilló un vistazo de su expresión de terror en
el espejo. Cuando miró hacia arriba, la boca de la Sra. DiLaurentis estaba
abierta. Toda la sangre se había drenado de su cara. En un instante, Ali supo
que ella supo.
La
Sra. DiLaurentis juntó sus labios. – Empaca. Ahora.
Ali parpadeó. - ¿Por qué?
La Sra. DiLaurentis se dio vuelta hacia las
escaleras. - ¿Kenneth? – chilló. – Kenneth, te necesito.
El Sr. DiLaurentis subió rápidamente las
escaleras. La Sra. DiLaurentis se dio vuelta y apuntó temblorosamente a Ali. –
Cariño, ella… Alison… ella… - y luego se puso a llorar.
El Sr. DiLaurentis se dirigió a Ali como si
hubiera planeado esa movida por horas. Antes de que Ali supiera lo que estaba
ocurriendo, la habían encerrado al interior del cuarto de huéspedes y cerrado
el cerrojo desde afuera. - ¿Qué diablos? – Ali chilló. - ¿Qué sucede? ¿Por qué
ustedes dos actúan como locos?
Podía oír sus voces en el pasillo,
murmullos bajos. Hizo algo. No sé qué, pero algo horrible ha ocurrido.
Tenemos que sacarla de aquí.
La columna de Ali se estremeció. ¿Sacarla
de aquí? No se referían a…La Reserva ¿O sí? Pero no podían. De ningún modo.
El corazón de Ali comenzó a latir con fuerza con sólo pensarlo Había pasado
dieciocho tortuosos meses en ese lugar. Horas al interior de ese cuarto oscuro.
Días encerada en su cabeza, tan drogada por esas enfermeras indiferentes. Y los
doctores, oh, los doctores, eran aún peor. Crueles. Negligentes. Olvidaban
su nombre. Olvidaban su situación. Cuando dijo, con lágrimas, Soy Ali, soy
Ali, la miraron como si no fuera nada más que un número, un caso de
estudio.
Momentos después, cuando sus padres
volvieron a entrar al cuarto, la Sra. DiLaurentis levantó la maleta del piso y
comenzó a meter remeras y ropa interior adentro. – Mamá, - Ali dijo
temblorosamente. – No sé lo que estás haciendo, pero—
- No hables, - La Sra. DiLaurentis la
interrumpió. Su marido estaba al teléfono. Luego de un momento, una voz
respondió tan ruidosamente que Ali pudo oírla por el receptor. – Buenos días,
La Reserva en Addison-Stevens, ¿en qué puedo ayudarle?
Lágrimas de miedo bajaron por los ojos de
Ali. Trató de tomar el teléfono de la mano de su padre, pero él se alejó. - ¡No
pueden enviarme de vuelta allí! – gritó. - ¡No hice nada!
La Sra. DiLaurentis puso sus manos contra
los hombros de Ali con una fuerza sorprendente, empujando a Ali de vuelta a la
cama. – Deja de mentir, - le advirtió, sus ojos llenos de lágrimas. - ¡Sólo
deja de mentir!
Ali gritó y trató de bajarse del colchón,
pero entonces el Sr. DiLaurentis apareció y la tomó de la cintura. Sus pies
daban patadas mientras ellos la arrastraban por las escaleras. Gritaba tan
ruidosamente que estaba segura de que los trabajadores en la parte de atrás
vendrían corriendo, pero nadie lo hizo.
- ¡Ustedes no entienden! – gimió a sus
padres. - ¡Soy Ali!
Pero no escucharon. Pilló vistazos de cosas
mientras la arrastraron al auto: la escritura caligráfica del diploma de
séptimo grado de su hermana en la isla de la cocina, el bastón de hockey sobre
pasto de su hermana colocado en el rincón del cuarto de lavado, la mezcladora
dando vueltas en el patio. El cielo estaba tan perfectamente azul, el pasto tan
prístinamente podado.
- ¡Soy Ali! – aulló otra vez en el garaje,
una súplica desesperada a los Cavanaughs, los Vanderwaals, incluso los
Hastings. Pero nadie vino a recatarla. Su padre la metió en el asiento trasero,
y su cabeza golpeó la ventana opuesta con fuerza. Trató de salir por la puerta
otra vez, pero sus padres ya se habían metido al auto y puesto seguro para
niños en las puertas. Luego el motor rugió. Luego fueron en reversa. La visión
de Ali estaba borrosa con lágrimas ahora. Su garganta dolía de gritar. Miró por
la ventana a las impasibles casas por toda la calle. A nadie le importaba ella.
Odiaba a todos en esa estúpida calle.
Y así, se fueron. – No entienden, yo soy Ali,
- repitió unas cuantas veces más, pero cuando salieron de la salida de autos,
se dio cuenta de que era inútil. Ellos no le creían. Le había
salido el tiro por la culata. Ella nunca, jamás volvería a ser Alison
DiLaurentis.
Y peor, de algún modo habían averiguado lo
que había hecho. Quizás pensaban que estaban siendo generosos. Podrían haber
llamado a la policía, podrían haberla encerrado en la cárcel.
Pero no le parecía generoso a ella. Ella
habría preferido estar en la cárcel. Al menos habría tenido un juicio.
Al menos habría tenido de vuelta su nombre.
La
cara del Sr. DiLaurentis estaba manchada mientras él maniobraba hacia la
derecha y comenzó a salir por la calle. Aturdida, Ali giró su cuello hacia el
costado y miró cómo el camión de cemento finalizaba el agujero, nivelándolo con
el resto del terreno. Ella está enterrada por siempre. Las palabras de
su hermana daban vueltas en su cabeza: Yo sólo quiero una hermana otra vez.
Eso es todo lo que siempre he querido. La había detenido, al menos por un
momento. Pasaron la casa de los Hastings. Spencer estaba de pie en el pórtico,
mirando con preocupación el terreno—quizás había oído los llamados de Ali. – Baja,
- El Sr. DiLaurentis ladró, bruscamente empujando la cabeza de Ali hasta el
fondo del auto justo cuando Spencer notó el auto.
Luego de pasar, Ali se sentó levantada otra
vez y miró la espalda de Spencer. Ella era la hermana de Ali también.
Excepto que todo lo que Ali sentía por ella era odio. Cuando lo pensabas bien,
todo esto era culpa de Spencer—y de Aria, Emily, y Hanna. Ellas habían
sido las que interceptaron a su hermana en el patio ese día hace un año y
medio. Ellas eran las que facilitaron el ascenso de Courtney en el reino
de Ali. Una nueva tanda de odio recorrió su cuerpo. Ya no era su hermana con
quien estaba enojada. Era con ellas.
El Sr. DiLaurentis puso su la intermitente
en la esquina. La Sra. DiLaurentis dejó escapar una aspiración atormentada
cuando giraron hacia la calle principal, dejando su quieta, feliz, pequeña
calle atrás. Ali miró por la ventana trasera, preguntándose si alguna vez la
volvería a ver. Lo haría, decidió. Encontraría un modo de volver aquí,
para limpiar su nombre. Y una vez que lo hiciera, obtendría su venganza—de
verdad esta vez. Haría que esas perras paguen. Les haría desear nunca haber
sido amigas de Alison DiLaurentis en primer lugar. No sabía cómo, y no sabía
cuándo, pero al menos tenía a una persona con quien podía contar para hacerlo.
Juntos, iban a hacer que sucediera.
Incluso si la mataba.
Capítulo 33
Porfavor podrias dejar un link de descarga
ResponderBorrarPobre Courtney :( y malditos padres de Ali no saben identificar a sus hijas :(
ResponderBorrarme encanto!!!!
ResponderBorrarQuien ayudo a ali a matar a la falsa ali?
ResponderBorrarYo creo que fue aria o ian
En Deadly lo revelan :)
BorrarGracias por la traducción!! Me encantó!! Ahora mismo continúo Deadly ��
ResponderBorrarMaldita alison como no pudo tener compasión por su hermana.
ResponderBorrarPodre ali... Bueno ahora se que no era tan mala. Hubiera sido bueno sus amigas supieran esto desde antes tal vez la hubieran ayudad. Después de todo era su ali.