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Guadalupe
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por: Guadalupe
Corregido
por: Daniela y Brahms Op. 77
¿Alguna vez has mentido para salvarte? Quizá culpaste
a tu hermano por el rayón que le hiciste al Mercedes de tus padres para que aún
te dejaran ir al baile de primavera. Tal vez le dijiste a tu profesora de
álgebra que no eras parte del grupo de chicos que hicieron trampa en el examen
de mitad de trimestre, a pesar de que tú fuiste quién robó las claves de las
respuestas de su escritorio. Normalmente tú no eres una persona
deshonesta, por supuesto. Pero momentos desesperados requieren medidas
desesperadas.
Cuatro chicas lindas en Rosewood dijeron algunas
mentiras muy oscuras para salvarse a sí mismas. Una de esas mentiras incluso
involucraba el alejarse de la escena de un crimen a pocas millas de su casa. A
pesar de que se odiaron a sí mismas por escapar de la escena, pensaron que
nadie sabría de eso.
Adivina qué. Se equivocaron.
Había estado lloviendo durante ocho días seguidos al
final de Junio en Rosewood, Pennsylvania, un suburbio rico e idílico, como a
veinte millas de Philadelphia, y todos estaban más que hartos. La lluvia había
ahogado jardines perfectamente cuidados y los primeros brotes de los jardines
de vegetales orgánicos, convirtiéndolo todo en barro. Había empapado los bancos
de arena de las canchas de golf, los campos de béisbol de las ligas pequeñas, y
el Peach Orchard de Rosewood, que estaba aumentando su popularidad por su
fiesta de principio de verano. Los primeros dibujos de tiza de esta temporada
en las aceras se habían corrido hasta la alcantarilla, los carteles de “PERRO
PERDIDO” se habían convertido en masa de papel mojado, y un solo ramo marchito
en la parcela del cementerio que contenía los restos de cierta hermosa chica
que todos creían que se llamaba Alison DiLaurentis estaba lavándose. La
gente decía que una lluvia tan bíblica sin duda traería mala suerte el año que
venía. Esa no era una buena noticia para Spencer Hastings, Aria Montgomery,
Emily Fields y Hanna Marin, quienes ya habían tenido más mala suerte de la que
podían manejar.
No importa lo rápido que los limpiaparabrisas del
Subaru de Aria se deslizaban por el cristal, no podían quitar la lluvia de los
vidrios. Aria miró a través del parabrisas mientras se pasaba por Reeds Lane,
un camino retorcido que bordeaba un grueso y oscuro bosque y al Morrell Stream,
un burbujeante arroyo que seguramente se desbordaría en una hora. A pesar
de que a simple vista era altamente desarrollado, este camino era negro como la
noche, sin una sola farola para guiarlas.
Entonces Spencer señaló algo adelante.
-¿Es ahí?
Aria pisó el freno y casi derrapó hacia en una señal
de límite de velocidad. Emily, que parecía cansada —se estaba preparando para
iniciar un programa de verano en Temple— se asomó por la ventana.
-¿Dónde? Yo no veo nada.
-Hay luces cerca del arroyo.
Spencer ya estaba desabrochando su cinturón de
seguridad y saltando fuera del coche. La lluvia la empapó de inmediato, y deseó
haberse puesto algo más abrigado que una camiseta sin mangas y pantalones
cortos de entrenamiento. Antes de que Aria la fuera a buscar, había estado
corriendo en la cinta de correr, preparándose para la temporada de hockey de
campo de este año —ella esperaba ser una de las favoritas de la admisión
adelantada de Princeton, después de completar las cinco clases avanzadas que
estaba por comenzar en Penn, pero también quería ser una jugadora estelar del
equipo de hockey de Rosewood Day para obtener una ventaja extra.
Spencer saltó la barandilla y se asomó por la colina.
Cuando dejó escapar un pequeño grito, Aria y Emily se miraron entre sí, entonces
también salieron del coche. Se pusieron las capuchas de sus abrigos
impermeables y siguieron a Spencer por el dique.
Faros amarillos brillaban sobre el furioso arroyo. Una
camioneta BMW estaba estrellada contra un árbol. La parte delantera estaba
destrozada y la bolsa de aire colgaba inerte en el lado del pasajero, pero el
motor seguía zumbando. El vidrio del parabrisas llenaba el suelo del bosque y
el olor de la gasolina eclipsaba el olor a barro y a hojas mojadas. Cerca de
las luces había una figura menuda, de pelo castaño rojizo mirando aturdida como
si no tuviera ni idea de cómo había llegado allí.
-¡Hanna! -Aria gritó. Corrió por la pendiente hacia
ella. Hanna las había llamado en pánico sólo una media hora antes, diciendo que
había estado en un accidente y necesitaba su ayuda-. ¿Estás herida?
Emily tocó el brazo de Hanna. Su piel desnuda estaba resbaladiza
por la lluvia y cubierta de diminutos fragmentos de vidrio del parabrisas.
-Creo que estoy bien -Hanna secó la lluvia de sus
ojos-. Todo sucedió tan rápido. Este coche salió de la nada, golpeándome fuera
del carril. Pero no sé sobre… ella.
Su mirada se desvió hacia el coche. Había una chica
desplomada en el asiento del pasajero. Sus ojos estaban cerrados, y su cuerpo
estaba inmóvil. Tenía la piel clara, los pómulos altos y pestañas largas. Sus
labios eran lindos y en forma de lazo, y había un pequeño lunar en su barbilla.
- ¿Quién es?
Spencer preguntó con cautela. Hanna no había
mencionado que había alguien con ella.
-Su nombre es Madison -Hanna respondió, sacudiéndose
una hoja mojada que acababa de posarse en su mejilla. Tenía que gritar sobre el
sonido de la lluvia, que era tan violento como el granizo-. La conocí esta
noche, este es su coche. Estaba muy borracha, y me ofrecí a llevarla a su casa.
Ella vive en algún lugar de por aquí, supongo, me dio indicaciones por parte, y
parecía muy fuera de sí. ¿Les parece familiar a alguna de ustedes?
Todas negaron con la cabeza, con la boca abierta.
Entonces, Aria frunció el ceño.
-¿Dónde la conociste?
Hanna bajó los ojos.
-La Cabana -Parecía avergonzada-. Es un bar en South
Street.
Las otras intercambiaron una mirada de sorpresa. Hanna
no era quien para rechazar una cosmopolita en una fiesta, pero ella no era el
tipo de chica que iría a un bar sola. Por otra parte, todas necesitaban
desahogarse. No sólo habían sido torturadas el año anterior por dos acosadoras
utilizando el alias de A —primero Mona Vanderwaal, la mejor amiga de
Hanna, y luego la Verdadera Alison DiLaurentis— sino que también compartían un
terrible secreto de las vacaciones de primavera de unos meses atrás.
Todas habían pensado que la Verdadera Ali había muerto
en un incendio en los Poconos, pero que luego había aparecido en Jamaica para
matarlas de una vez por todas. Las chicas se habían enfrentado a ella en el
techo del resort, y cuando Ali se abalanzó contra Hanna, Aria había dado un
paso adelante y la había empujado por el techo. Cuando corrieron a la playa
para encontrar su cuerpo, ya no estaba. Aquel recuerdo las perseguía a cada una
de ellas cada día.
Hanna abrió la puerta del acompañante.
-Usé su teléfono para llamar a una ambulancia, estará
aquí pronto. Ustedes tienen que ayudarme a moverla al asiento del conductor-
Emily dio un paso atrás y levantó las cejas.
-Espera, ¿Qué?
-Hanna, no podemos hacer eso -dijo Spencer al mismo tiempo.
Los ojos de Hanna brillaron.
-Miren, esto no fue culpa mía. No estaba borracha,
pero sí cuidé a una borracha toda la noche. Si me quedo aquí y admito que yo
estaba conduciendo, sin duda me arrestarían. Podré haberme salvado cuando robé
y choqué un auto una vez, pero la policía no va a dejarme ir tan fácil por
segunda vez. -El año pasado, borracha, le había robado el coche a su antiguo
novio Sean Ackard y lo estrelló contra un árbol. El Sr. Ackard había decidido
no presentar cargos, y Hanna tuvo que hacer servicio comunitario en su lugar.
-Yo podría ir a la cárcel. -Hanna continuó-.
¿No se dan cuenta de cómo luciría eso? La campaña de mi padre se arruinaría
antes de que incluso comience -El padre de Hanna era candidato a senador en
otoño; su campaña ya estaba en todas las noticias-. No puedo defraudarlo de
nuevo.
La lluvia caía sin cesar. Spencer dejó escapar una tos
incómoda. Aria se mordió el labio, sus ojos se dirigieron hacia la chica
inmóvil. Emily cambió su peso.
-Pero ¿y si ella está realmente herida? ¿Y si moverla
solo empeora las cosas?
-Y entonces, ¿qué hacemos? -Agregó Aria-. Sólo… ¿abandonarla?
Eso parece tan... mal.
Hanna las miró fijamente con incredulidad. Entonces,
cuadrando la mandíbula, se volvió hacia la chica.
-No es como si fuéramos a dejarla allí durante días. Y
no creo que ella esté herida en absoluto, parece que ella sólo está desmayada,
borracha. Pero si no quieren ayudarme, voy a hacerlo yo misma.
Ella se agachó y trató de levantar a la chica por las
axilas. El cuerpo de la chica se inclinó torpemente a un lado como un pesado
saco de harina, pero aún no se movió. Gruñendo, Hanna plantó sus pies y subió a
la chica de nuevo en posición vertical. Luego comenzó a moverla desde el
otro lado de la consola central hacia el asiento del conductor.
-No lo hagas así -exclamó Emily, dando un paso
adelante-. Tenemos que mantener el cuello estable, por si hay algún daño en la
columna vertebral, Tenemos que encontrar una manta o una toalla, algo para
mantener su cuello estable.
Hanna dejó la chica de vuelta en el asiento, luego
miró hacia la parte trasera de la camioneta. Había una toalla en el piso.
Lo agarró, lo enrolló, y lo envolvieron alrededor del cuello de la chica como
una bufanda. Por un momento, Hanna miró hacia arriba. La luna había salido de
detrás de una nube y por un momento se iluminó el camino, y todo el bosque
estaba vivo con movimiento. Los árboles se balanceaban violentamente al viento.
Cuando un relámpago volvió blanco al cielo, todas juraron haber visto que algo
se movía cerca del lecho del arroyo. Un animal, tal vez.
-Probablemente será más fácil si la llevamos alrededor
del coche por fuera en lugar de tratar de cambiarla de lugar desde adentro
-dijo Emily-. Han, tú tómala debajo de sus brazos, y yo me quedo con sus pies.
Spencer dio un paso adelante.
-Yo la tomo de la cintura.
Aria miró de mala gana hacia el coche, luego tomó un
paraguas del asiento trasero.
-Probablemente no debe mojarse.
Hanna las miró a todas con gratitud.
-Gracias.
Juntas, Hanna, Spencer y Emily levantaron a la chica
del lado del pasajero del coche y poco a poco la bajaron en torno al asiento
del conductor. Aria sostuvo un paraguas sobre el cuerpo de la chica para que ni
una gota de lluvia golpeara su piel. Apenas podían ver a través de la tormenta,
sin tener que parpadear cada pocos segundos para mantener la lluvia fuera de
sus ojos.
Y luego, a mitad de camino por la parte trasera,
sucedió: los pies de Spencer deslizaron en el barro que parecía arena movediza
y perdió el control sobre la chica. Madison se inclinó violentamente hacia
adentro, golpeando su cabeza contra el parachoques. Hubo un snap —tal
vez el de una rama de un árbol, pero tal vez de un hueso—. Emily trató de
llevar el peso de Madison, pero también se resbaló, empujando aún más el blando y frágil cuerpo de Madison.
- ¡Jesús! -Gritó Hanna-. ¡Mantenla arriba!
Las manos de Aria temblaban mientras trataba de
mantener el paraguas quieto.
-¿Ella está bien?
-Yo no sé. -Exclamó Emily-. Ella miró a Spencer.
-¿No estabas mirando por dónde vas?
-¡No es como que yo haya querido hacerlo!
Spencer miró a la cara de Madison. Ese snap
resonaba en su mente. ¿Estaba el cuello de la chica ahora inclinado en un ángulo
antinatural?
Una ambulancia sonó en la distancia. Las chicas se
miraron con horror, luego comenzaron a trabajar más rápido. Aria abrió la
puerta del conductor. La llave aún estaba en el interruptor y la luz
intermitente a izquierda estaba parpadeando. Hanna, Spencer y Emily movieron a
un lado el airbag y pusieron a la chica en el asiento de cuero grasoso tras el
volante. Sus ojos aún estaban sellados, y la expresión de su rostro era
plácida.
Emily dejó escapar un gemido. -Tal vez deberíamos
quedarnos aquí.
-¡No! -Gritó Hanna-. ¿Y si sí la
lastimamos? ¡Seríamos aún más culpables ahora!
Las sirenas se hicieron más fuertes.
-¡Rápido!
Hanna agarró su cartera del asiento trasero y cerró de
golpe la puerta del lado del conductor. Spencer cerró la puerta del pasajero.
Ellas se apresuraron a la colina y se zambulleron en el auto de Aria mientras
la ambulancia aparecía en la cima. Emily entró en el coche de las últimas.
- ¡Vamos! -Gritó Hanna-.
Aria metió la llave en el interruptor del Subaru, y el
coche arrancó. Ella hizo un viraje de tres vueltas y se alejó.
-Oh, Dios mío, oh Dios mío. -Sollozó Emily-.
-Sigue conduciendo -Spencer gruñó, mirando por la
ventana trasera las luces giratorias en la parte superior de la ambulancia. Dos
paramédicos se bajaron de la ambulancia y cuidadosamente maniobraron por la
colina-. No podemos dejar que nos vean.
Hanna se dio vuelta y miró por la ventana. Todo tipo
de emociones se filtraron a través de ella. Alivio, sin duda —por lo menos
Madison recibiría ayuda—. Pero el arrepentimiento era como un tornillo de banco
alrededor de su garganta. ¿El mover a Madison lo había hecho peor? ¿Qué
acababa de ocurrir?
Un bajo gemido escapó de sus labios. Ella puso su cabeza
entre sus manos y sintió que las lágrimas venían.
Emily se puso a llorar, también. Lo mismo hizo Aria.
-Basta, chicas -Espetó Spencer, aunque las lágrimas
corrían por sus mejillas también-. Los enfermeros se harán cargo de ella. Ella
está probablemente bien.
-Pero, ¿y si no está bien? -Gritó Aria-. ¿Y si
la paralizamos?
-¡Yo sólo estaba tratando de hacer lo correcto,
llevándola a su casa! -Gimió Hanna-.
- Lo sabemos -Emily la abrazó con fuerza-. Lo sabemos.
Mientras el Subaru pasaba por las vueltas en U, había
algo más que todas querían decir, pero no se atrevían: Por lo menos nadie
iba a saber de esto. El accidente había ocurrido en un tramo desolado de la
carretera. Habían salido del accidente antes de que alguien las viera.
Ellas estaban a salvo.
Las chicas esperaron a que el accidente saliera en las
noticias: AUTO SE DESCARRILA POR DIQUE EN REEDS LANE, podían ver los titulares
en sus mentes. La historia relataría el alto nivel de alcohol en la sangre de
la chica y lo mal que el coche había quedado. Pero, ¿Qué otra cosa podrían
decir los periodistas? ¿Y si Madison sí estaba paralizada? ¿Y si se
acordaba de que ella no había estado conduciendo, o incluso recordaba a las
chicas moviéndola?
Al día siguiente, cada una de ellas estaba sentada
frente la TV, comprobando sus teléfonos por las últimas noticias y mantenían la
radio en volumen bajo, en estado de alerta. Pero la noticia no llegó.
Pasó un día, y luego otro. Todavía nada. Era como si
el accidente nunca hubiera ocurrido. En la mañana del tercer día, Hanna subió a
su coche y se dirigió lentamente hacia Reeds Lane, preguntándose si lo había
imaginado todo. Pero no, la barandilla estaba doblada. Allí estaban las marcas
de neumáticos en el barro y algunos fragmentos de cristal en el suelo del bosque.
-Tal vez su familia estaba muy avergonzada por lo que
pasó y llegó a un acuerdo con la policía de mantenerlo en secreto -Spencer
sugirió cuando Hanna la llamó para expresar su malestar por la falta de
noticias-. ¿Recuerdas a Nadine Rupert, la amiga de Melissa? Una noche, cuando
iban en último año, Nadine se emborrachó y estrelló su coche contra un árbol.
Ella estaba bien, pero su familia le rogó a la policía para mantener el
accidente en secreto, y lo hicieron. Nadine estuvo fuera de la escuela durante
un mes recibiendo rehabilitación, pero le dijo a todo el mundo que estaba en un
hotel con Spa. Más tarde, sin embargo, ella se emborrachó de nuevo y le dijo a
Melissa la verdad.
- Solo deseo saber si está herida -dijo Hanna con un
hilo de voz-.
- Lo sé -Spencer parecía preocupada-. Llamemos al
hospital.
Lo hicieron, en llamada triple, pero como Hanna no
sabía el apellido de Madison, las enfermeras no podían darles información.
Hanna colgó el teléfono, mirando al vacío. Luego fue al sitio web de Penn State
—que era la escuela a la que Madison dijo que iba— y realizó una búsqueda de
ella, con la esperanza de que encontraría su apellido de esa manera. Pero había
unas cuantas Madisons en segundo año, demasiadas para ir uno por uno.
¿Se sentiría mejor si confesara? Pero aunque explicase
que otro coche había salido de la nada, dejándola fuera de la carretera, nadie
le creería —ellos supondrían que ella había estado tan borracha como Madison.
Los policías no la felicitarían por ser honesta tampoco— ellos la arrestarían.
También se darían cuenta de que había necesitado ayuda para mover a Madison y
que había reclutado a sus amigas. Ellas estarían en problemas también.
Deja de pensar en eso, Hanna decidió. Su familia querrá dejarlo atrás, y
tú debes hacer lo mismo. Así que se fue al mall. Se bronceó en la piscina
del club de campo. Evitó a su hermanastra, Kate, y fue una dama de honor en la
boda de su padre con Isabel, usando un vestido verde horrible. Eventualmente,
dejó de pensar en Madison y en el accidente cada segundo del día. Después de
todo el accidente no había sido culpa suya, y probablemente Madison estaba
bien. No era como si Madison la conociera, de todos modos. Ella
probablemente nunca la volvería a ver.
Poco sabía Hanna que Madison estaba conectada con
alguien que todas ellas conocían muy bien —alguien que las odiaba, de hecho. Y
si ese alguien se enteraba de lo que ellas habían hecho, cosas terribles podrían
suceder. Actos de represalia. Venganza. Tortura. Esa misma persona podía
encargarse él mismo -o ella misma- y convertirse en la cosa que las cuatro
chicas más temían.
Un nuevo —y mucho más aterrador— A
desde los inicios me gusta la trama de los libros de PLL pero en estos momentos a mi parecer la historia se esta haciendo algo repetitiva
ResponderBorraresa misma sensación me ha dado últimamente... pero en fin, igual me gusta leerlos
BorrarSaludos :)