Spencer tocó el timbre en la casa Ivy, luego se
devolvió y examinó su reflejo en el vidrio junto a la puerta. Era la tarde del domingo,
unos pocos minutos después de la hora que Harper le había dicho que llegue para
la Olla común, y estaba lista. Se las había arreglado para secar su cabello con
el secador de mala calidad en el motel y se maquilló en el espejo roto. La
plancha había trabajado en quitar las arrugas del vestido que se compró y, lo más
importante, estaba sosteniendo tres sartenes de empalagosos brownies de hierba
chocolate en sus manos.
La puerta se abrió, y Harper, usando
un vestido punteado y tacones altos de cuero real, le sonrió con frescura.
“Hola, Spencer. Lo conseguiste.”
“Sip, y traje brownies.” Spencer
ofreció las sartenes de aluminio. “Doble chocolate.” Con un toque de hierba,
quería añadir.
Harper parecía complacida. “Los
brownies son perfectos. Ven adentro.”
Spencer se imaginó que la olla común
solo estaría llena con postres—brownies de marihuana, específicamente. Pero
cuando Harper la guió hasta una enorme cocina con tecnología de punta, completa
con una enorme cocina de ocho quemadores marca Wolf, un refrigerador masivo, y
una isla más grande que la mesa del comedor de los Hastings, había toda clase
de platos. Cacerolas de Quínoa, Quiche, Ziti horneados, con vapor saliendo de
la bandeja. Había un gran bowl lleno de un liquido rojizo con trozos de manzana
flotando. Una bandeja de queso con Brie, Manchego, y Stilton.
Suspiró ante la variedad. ¿Cómo se la habían arreglado
todos para meter drogas en todo eso? Había sido una lucha para Spencer
simplemente hornear los brownies; el horno en la cocina del motel había
sido un regalo caído del cielo. Le rogó al tipo en el escritorio del turno de
noche para que la deje usarlo, mezclando la masa en su balde de hielo y
desmigajando la hierba a último minuto. Se quedó dormida en el sofá de cuero
falso en el lobby mientras se estaban cocinando, despertándose solo cuando el
timbre sonó. No tenía idea de si estarían buenos o no, pero no importaba—lo había
conseguido.
Las palabras de reprimenda de Reefer se repetían en su
cabeza ¿Realmente necesitas de un estúpido club para saber que eres genial?
Pero probablemente el había dicho todas esas cosas menospreciativas sobre el
Ivy porque el sabia que él nunca entraría a algo tan prestigioso. Perdedor.
“Los platos y el servicio están por
allí.” Harper le hizo señas a una mesa.
Spencer rondó la comida, sorprendida
de que cada cosa contuviera una substancia ilegal. No quería comer nada.
Murmuró algo sobre no tener hambre y siguió a Harper hacia la sala.
La sala estaba llena con chicos
bien-vestidos con corbatas y kakis, y chicas en vestidos. Sonaba música clásica
de fondo, y una mesera estaba paseando alrededor con copas de mimosa. Spencer
escuchó conversaciones sobre un compositor de quien nunca había oído nada, lo
innato versus lo adquirido, política extranjera en Afganistán, y vacaciones en
San Barts. Esto era por qué quería pertenecer al Ivy—todos hablaban en
unas voces adultas tan inteligentes e informadas sobre temas sofisticados. A la
mierda Reefer y su actitud moralista.
Harper se había incorporado a Quinn y a Jessie. Las
chicas miraron sorprendidas a Spencer, pero luego le sonrieron con cautela y le
dijeron hola cordialmente. Todas se sentaron en un sofá de cuero y continuaron
su conversación sobre una chica llamada Patricia; aparentemente, su novio la había
embarazado en el receso.
“¿Va a quedarse con el bebé?” Harper
preguntó, sacando un bocado de ensalada de macarrones.
Jessie se encogió de hombros. “No lo
sé. Pero está aterrorizada con decirles a sus padres. Sabe que se enojarán
mucho.”
Quinn negó con la cabeza en
compasión. “Los míos también lo harían.”
Era desconcertante que las chicas
estuvieran hablando sobre un tema que era tan cercano al corazón de Spencer.
Mirando objetivamente la situación de Emily, fue una locura que Emily
haya escondido su embarazo de casi todos a quienes conocía. Fue aun más loco
que había escabullido al bebé del hospital y lo haya dejado en la entrada de
alguien. Aun peor, A—Gayle—había averiguado exactamente lo que había ocurrido.
¿Iba Gayle a contarlo? No solo sobre eso, ¿pero sobre todo lo demás que habían
hecho?
Miró a su plato vacío, deseando que
tuviera algo que hacer con sus manos.
“Spencer, quedaron muy ricos,”
Harper dijo, apuntando un brownie que había cortado de una de las sartenes de
Spencer. “Prueba.”
Acercó el brownie a la boca de
Spencer, pero Spencer retrocedió. “Estoy bien.”
“¿Por qué? ¡Están increíbles!”
Quinn entrecerró los ojos. “¿A menos
que seas anti-azúcar también?”
Las chicas la miraron tan
curiosamente que Spencer comenzó a sentirse insegura. Se preguntó si era un requerimiento
comerse la comida, como un rito de paso de Ivy. Quizás no tenía elección.
“Gracias,” dijo, aceptando un bocado. Harper estaba en lo correcto: El brownie
estaba empalagoso y delicioso, y Spencer ni siquiera podía sentir la marihuana.
Su estomago rugió en respuesta; no había comido desde la noche anterior. Un
pequeño brownie no haría daño, ¿o sí?
“Está bien, me convenciste,” Spencer
dijo, levantándose de su asiento para sacar un pedazo de brownie para ella.
Cuando volvió, ya se había comido
casi todo el brownie al momento en que se sentó, las chicas estaban hablando
sobre que querían hacer una película para entrar al Concurso de Películas de
los Estudiantes de Princeton. “Quiero hacer una sobre los trompos, tal como
Charles y Ray Eames lo hicieron,” Quinn dijo.
“Estaba pensando en hacer una película
sobre Bethany. ¿Recuerdan que les conté sobre ella? La chica muy gorda que se
sienta frente a mí en Introducción a la Psicología?” Jessie giró los ojos. “Se
podría llamar Chica que Come Donuts.”
Spencer tomó un mordisco de brownie
y deseó ser suficientemente valiente para decirle a Jessie que ella no era
exactamente una sílfide. Por alguna razón, la palabra Sílfide de repente
le pareció divertida. Las grandes pecas en las mejillas de Jessie también eran
algo divertidas. Jessie la miró de forma extraña. “¿Qué?”
“Eh, no lo sé,” Spencer dijo,
sacando otro pedazo del brownie. Unas cuantas migajas cayeron a su regazo, recordándole
popó de jerbo. Comenzó a reírse otra vez.
Harper se levantó, mirando a Spencer
como diciendo Eres una rara sin esperanzas. “Voy a buscar otro
brownie. Chicas, ¿alguien quiere?”
“Saca uno por mí,” Quinn dijo.
Jessie asintió también.
Los brownies. Eso era
por qué Spencer encontraba todo tan divertido. Solo había fumado marihuana dos
veces antes, ambas en las fiestas de la casa de Noel Khan, pero las sensaciones
familiares volvieron rápidamente. Su pulso bajó. Sus tendencias usualmente
obsesivas pasaron a segundo plano. Se inclinó hacia atrás y sonrió a los bellos
chicos a su alrededor, asombrándose ante sus vestidos de colores brillantes y
corbatas de seda. Sus párpados se sintieron pesados, y sus extremidades se
relajaron en el sofá.
De repente, se despertó. Una pareja
estaba besándose al otro lado de la habitación, las manso de cada uno estaban
completamente encima del otro, sus lenguas se agitaban. Otra pareja se estaba
besando junto al piano de cola. Estaban tan concentrados que se apoyaron en las
teclas, un campaneo de sonidos se escuchó. Había una masa de chicos mirando un
gabinete de vidrio de loza de porcelana en el rincón, remarcando lo
impresionantes que eran los diseños de los platos. Quinn estaba de pie junto a
la entrada, contando una historia de cuando su ama de llaves siempre decía acruzar
en vez de cruzar con una voz arrogante de la-gente-del-aseo-es-tan-baja.
Los ojos de Jessie estaban vidriosos y rojos, y estaba contorneando sus uñas
frente a su cara como si fueran asombrosas.
Spencer se rascó los ojos. ¿Cuánto
tiempo había estado ida?
“¡Nudista!” alguien gritó, y un
chico con una boina de Princeton y nada más, corrió por la sala, con un brownie
a medio comer en su mano. Un par de chicos se quitaron la ropa y lo siguieron
por el pasillo.
Harper apareció sobre Spencer y la
levantó. “Únete, ¡Dormilona!”
Spencer se sacó su vestido de
algodón torpemente, se sentía desnuda en su ropa interior. Siguieron la fila de
estudiantes por la biblioteca, el comedor, y luego la cocina, una bandeja de
nachos estaba de cabeza en la mesa, y, por alguna razón, un rollo de papel higiénico
estaba enredado en el candelabro sobre la isla. Su bandeja de brownies estaba
casi vacía. Spencer sacó el último trozo y se lo metió a la boca.
Cuando volvieron a la sala, aun mas
chicos estaban besándose, y un grupo estaba jugando una versión de Twister
nudista, usando la grande alfombre en el centro de la habitación como tablero.
Spencer volvió a hundirse en el sofá. “¿Soy yo, o esta fiesta de repente se
puso bien loca?” le preguntó a Harper.
“¿No es genial?” Los ojos de Harper
brillaban. “Todos se están volando, ¿cierto?”
Uh, ¿no es esa la idea?
Spencer quiso decir, pero Harper ya se había dado vuelta y estaba mirando la
ventana. “Hey, ¿sabes que quiero hacer?” Dijo emocionadamente. “¡Hacerme un
vestido de cortinas tal como Scarlett O’Hara lo hizo en Lo que el viento se
llevó!”
Brincó a la orilla de la ventana y
arrancó las cortinas de los fierros antes de que alguien pudiera detenerla.
Luego, sacando un abrecartas de un escritorio cercano, rompió la tela en largas
tiras. Spencer se medio rió, medio apenó. Probablemente esas eran valiosas
cortinas antiguas.
Quinn sacó su celular. “Esto es
genial. ¡Debería ser nuestra película para el festival!”
“¡Y quiero que todas nostras seamos
las estrellas!” Harper dijo efusivamente, tropezándose en las silabas. Miró a
Spencer. “¿Puedes grabarnos con tu celular?”
“Está bien,” Spencer dijo. Buscó la
función de video en su iPhone y comenzó a grabar. Harper tiró aun más las
cortinas y sacó el relleno de los cojines del sofá de cuero, parecía loca.
“¡Sí!” Daniel, el chico que había
dado la fiesta el viernes, tomó una franja de la tela de la cortina y la
envolvió alrededor de su cuerpo desnudo—él había sido parte del desfile
nudista—como una toga. Unos cuantos otros chicos los imitaron, y todos
marcharon en un círculo gritando “¡To-ga! ¡To-ga! ¡To-ga!”
Mientras pasaban desfilando, Spencer vio de reojo a un
chico con cabello largo oscuro. ¿Era Phineas? No lo había visto desde
antes de su encuentro con la ley en Penn el año pasado. Pero cuando parpadeó,
se había desvanecido, como si nunca hubiera estado allí. Presionó sus dedos en
su frente e hizo muchos círculos lentamente. Estaba tan volada.
Spencer le dio la espalda a Harper. Aparentemente
se había aburrido de arruinar las cortinas y ahora estaba tirada en la alfombra
con las piernas en el aire. “Me siento tan...viva,” decía. Luego miró a
Spencer. “Hey. Tengo algo que decirte. ¿Conoces a ese chico, Raif—Reefer? Está
enamorado de ti.”
Spencer gruñó. “Qué perdedor, ¿Cómo
entró a Princeton, de todos modos? ¿Es tradición académica?”
Los ojos de Harper se ampliaron.
“¿No lo sabes?”
“¿Saber qué?”
Harper puso sus dedos en su boca y
rió. “Spencer, Reefer es, como, un genio. Como Einstein.”
Spencer se rió “Eh, no lo creo.”
“No, hablo en serio.” De repente
Harper se parecía completamente sobria. “Obtuvo una beca completa. Inventó un
proceso químico que, como que, convierte plantas en energía renovable realmente
barata. Recibió una subvención MacArthur Genius.”
Spencer resopló. “Em, ¿estamos
hablando de la misma persona?”
La expresión de Harper aun estaba
seria. Spencer se apoyó hacia atrás en sus codos y dejó que esto se procese.
Reefer era... ¿inteligente? ¿Ridículamente inteligente? Pensó sobre l
que le dijo ayer en su casa. No juzgues a un libro por su portada.
Comenzó a reír. La risa se vino de golpe y comenzaron a salir lagrimas de sus
ojos y apenas podía respirar.
Harper comenzó a reír también. “¿Qué
es tan divertido?”
Spencer negó con la cabeza, ni
siquiera segura. “Me he comido muchos brownies de hierba, creo. Soy fácil de
embriagar.”
Harper frunció el ceño. “¿Brownies
de hierba? ¿Dónde?”
Los músculos en la boca de Spencer se sentían
pegajosos y sueltos. Estudió muy cuidadosamente a Harper, preguntándose si esto
también era una alucinación. “Cociné hierba en los brownies que traje,” dijo en
una voz de ¿no-es-obvio?
La boca de Harper formó una O.
“No te creo,” susurró, dándole esos cinco a Spencer. “Esa es la mejor idea de
todos los tiempos.” Comenzó a reírse de verdad. “¡Por eso me siento tan
alegre! ¡Y yo pensé que alguien había aliñado el ponche con absenta!”
Spencer se rió nerviosamente.
“Bueno, no es necesariamente por mis brownies, ¿o sí?” Harper había
comido todos los tipos de platos, después de todo. Quién sabía lo que los
demás habían cocinado en los platos.
Cuando notó la mirada confundida en
la cara de Harper, todo se puso de cabeza. Quizás ninguno de esos otros platos
tenía substancias ilegales en su interior. ¿Y si eran los brownies de Spencer
los que estaban poniendo tan locos a todos?
Miró a su alrededor. En un rincón había
una chica alimentando a otra con un bocado de algo empalagoso que parecía
brownie. Dos chicos junto a la ventana comían brownies como si fueran su última
comida. Los brownies estaban por todas partes. En platos dejados en mesas. En
las manos de la gente mientras tragaban ponche. EN las mejillas y bajo las uñas
y entre las fibras de la alfombra. Una bandeja a medio comer sobre la mesa.
Otra se balanceaba en el radiador. Spencer miró a la cocina. Sus tres bandejas
de brownies aun estaban allí, con el fondo un poco arañado. ¿Alguien más
había traído brownies o ella había traído cinco en vez de tres? Su mente se
sentía tan dispersa ahora que no podía pensar claramente.
Su piel cosquilleaba. Harper parecía
emocionada por la broma del brownie-de-hierba. Pero era una cosa si sus
brownies eran una de muchas comidas ilegales en la fiesta, y otra si eran la única
poción secreta que hizo que todos actúen como locos.
Las paredes se sentían como si se
estuvieran acercando. “Ya vuelvo,” le murmuró a Harper, parándose. Esquivó un
grupo de chicos haciendo ángeles de nieve en la alfombra y a un par de chicos
en duelo con espadas antiguas sacadas de ganchos en la pared y tomó su abrigo
de una pila cerca de la cocina. Frente a ella había una puerta pesada que
guiaba al patio; pasó por ella y se quedó de pie en el fresco aire de final de
invierno. Para su sorpresa, solo una delgada línea de luz solar brillaba entre
los árboles. Debían haber pasado horas desde que llegó.
Spencer salió del patio, tomando
profundas bocanadas de frio aire. Los edificios de la Universidad brillaban en
el horizonte. Una cartelera se veía en cielo, sosteniendo una foto de un bebé recién
nacido y las palabras ESCOJA EL HOSPITAL DE PRINCETON PARA SUS MOMENTOS MÁS
VALIOSOS.
Hizo que Spencer piense en el día
que se reunió con Emily en el hospital para su cesárea. Para cuando llegó ahí,
aun desconcertada por la noticia de Emily, Aria y Hanna estaban de pie a su
lado. La mandíbula de Spencer se abrió de golpe cuando divisó la barriga
hinchada de Emily. Su corazón subió de ritmo cuando vio la borrosa imagen del
bebe en el monitor junto a la cama de Emily. Era real.
“¿Emily?” Una enfermera había dicho,
asomando la cabeza por la puerta. “Están listos para que vayas. Es tiempo de
que tengas tu bebé.”
No había duda de que Spencer y las
otras estarían allí para la cirugía de Emily. Se vistieron con batas azules y
siguieron la camilla hacia una sala de operaciones. Emily estaba aterrorizada,
pero las tres le sostuvieron sus manos todo el tiempo, diciéndole que ella era
fuerte e impresionante. Spencer no tuvo las agallas para mirar sobre la cortina
para ver a la obstetricia cortar el abdomen de Emily, pero en minutos, gritó feliz.
“¡Una saludable niñita!”
El doctor levantó una criatura
pequeña, perfecta, sobre la cortina. Tenía piel roja y arrugada, enanos ojos
cerrados, y una gran boca gritando. Los ojos de todas se llenaron de lagrimas.
Era impresionante y triste, todo a la vez. Apretaron con fuerza las manos de
Emily, agradecidas de haber podido compartir esto con ella.
Afortunadamente, el bebé no necesitó
ir a la Unidad de cuidados intensivos neonatal, lo que significaba que las
chicas pudieron seguir con su plan de escabullir a la mamá y al bebé afuera del
hospital esa misma noche. A media noche, cuando había cambio de turno de
enfermeras, las chicas ayudaron a Emily a bajarse de la cama y a ponerse su
ropa. Vistieron a la bebé tan tranquilamente como pudieron y salieron de
puntillas de la sala de Emily. La sala de maternidad estaba silenciosa y
tranquila. Había enfermeras cuidando recién nacidos en la sala de bebés. Cuando
una doctora dio vuelta a la esquina, Spencer la distrajo preguntándole como
llegar a la cafetería. Las otras llevaron a Emily y a la bebe al ascensor. Una
vez que todas estaban en el primer piso, nadie las miró dos veces.
Se desplazaron hasta el
estacionamiento, las luces de Philadelphia centelleaba a su alrededor. Pero
mientras se subieron al auto de Aria, un revuelo de actividad tras una de las
vigas de concreto captó la mirada de Spencer. Los nervios invadieron su
estómago. ¿Era ilegal sacar un bebé del hospital antes de que sea dado de alta?
Se quedó de pie por un momento, esperando que quien sea que sea se revele, pero
nadie lo hizo. Se imaginó que solo estaba cansada, aunque ahora no estaba tan
segura. Quizás A había estado allí. Quizás A lo había visto todo.
Snap.
Spencer volvió al presente con un sobresalto. Arboles
oscuros la rodeaban. Las ramas rasgaban su piel. La corteza de los arboles daba
vueltas psicodélicamente; las estrellas estaban gigantes y brillantes en el
cielo, como una pintura de Van Gogh. ¿Qué rayos tenía esa marihuana?
Había un sonido de alguien caminando entre las hojas.
Spencer se rascó los ojos. “¿Hola? ¿Quién está allí?”
No hubo respuesta. El crujido se hacía más y más
fuerte. Spencer parpadeaba, buscando el camino de vuelta a la casa Ivy, pero su
visión estaba distorsionada y borrosa. “¿Hola?” gritó otra vez.
Una mano tocó su hombro, y gritó. Agitó
sus brazos, tratando de ver quién era, pero sus sentidos estaban muy confusos,
la noche muy oscura. Sus piernas cedieron, y se sintió cayendo, cayendo, cayendo.
Lo último que recordaba haber visto fue una silueta oscura de pie junto a ella,
mirándola. Quizás quería herirla. Quizás quería deshacerse de ella para
siempre.
Y entonces todo se puso negro.
Gran trabajo! Gracias.
ResponderBorrarGracias :)
BorrarGracias por el capitulo :)
ResponderBorrarGracias por el capi :)
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