Tarde el día viernes, Spencer salió de un taxi en la
entrada de la Universidad Princeton, se subió el cierre de su chaqueta de
cuero, y miró alrededor. Estudiantes ajetreados de un lado para otro en abrigos
y bufandas lisas de Burberry. Profesores usando lentes con montura metálica y
con parches de pana en los codos daban paseos en conjunto, sin duda, teniendo
conversaciones con calidad de premio Nobel. Las campanas de la torre del reloj
dieron las seis, el sonido rebotando en los adoquines.
Un
escalofrío corrió por Spencer. Había estado en Princeton muchas veces para
competiciones de debate, salidas a terreno, campamentos de verano, y tours
universitarios, pero el campus se sentía muy, muy diferente hoy. Iba a ser una estudiante
aquí el próximo año. Iba a ser un sueño el salir de Rosewood y tener un
comienzo completamente nuevo. Incluso este fin de semana se sentía como
un nuevo comienzo. Tan pronto como el tren partió de Rosewood, sus hombros se
cayeron de sus orejas. A no estaba aquí. Spencer estaba segura...al menos por
un rato.
Miró
las indicaciones hacia el Eating Club de honor que Harper le envió. Era en la
Prospect Avenue, la cual todos en Princeton simplemente llamaban “La calle.”
Cuando giró a la izquierda y caminó por el boulevard de tres pisos, su teléfono
sonó. ¿Has hecho alguna investigación de ya-sabes-quién? Hanna escribió.
Ese
código era por Gayle. Nada que haya conducido a alguna parte, Spencer
respondió. Había explorado en internet buscando detalles de Gayle, viendo si
había alguna posibilidad de que pudiera ser A. La primera tarea era averiguar
si Gayle había estado en Jamaica el año pasado al mismo tiempo que las
chicas—quizás, del modo que supusieron que Kelsey había hecho, Gayle había
visto lo que habían hecho y entonces, más adelante, después de que Emily la
arruinó, unió los puntos y los usó contra ellas.
The
Cliffs no era el tipo de lugar en el que una elegante mujer de mediana edad se
hubiera quedado, pero Spencer llamó a unos cuantos resorts cercanos a The
Cliffs, identificándose como la asistente personal de Gayle y preguntando
cuándo había vacacionado Gayle allí. Ninguna de las asociaciones de reservas
tenía información alguna sobre Gayle quedándose en ellos—en ningún momento.
Dispersó su investigación, llamando resorts a diez, quince, incluso cincuenta
millas de distancia, pero hasta donde Spencer podía decir, Gayle nunca había estado
en Jamaica.
Entonces
¿Cómo podría Gayle saber sobre lo que le habían hecho a Tabitha? ¿Cómo podría
haber obtenido esa foto de Emily y Tabitha, o de Tabitha tirada retorcida y
rota en la arena? ¿Habría ido Gayle a Jamaica bajo un nombre falso? ¿Estaba
trabajando con alguien más? ¿Había contratado a un investigador privado,
como Aria había dicho?
Es
más, incluso si Gayle era A, el problema con Tabitha aun estaba sin
resolver. ¿Por qué había actuado tan cómo-Ali en The Cliffs? ¿Habían sido
amigas ella y Ali cuando estaban en La Reserva, y ella había estado tratando de
vengarse por la muerte de Ali? ¿O era una horrible coincidencia?
Antes
de darse cuenta, había llegado a la dirección que Harper le envió. Era una gran
casa de ladrillos estilo gótico con unas hermosas ventanas de vidrio emplomado,
arbustos podados, y una bandera Americana prominente desde el pórtico frontal.
Spencer caminó por el camino de piedras y tocó el timbre de la puerta de
enfrente, la cual hizo unos pocos bongs impresionantes de las notas
iniciales de la Quinta Sinfonía de Beethoven. Se sintieron pasos, y luego la
puerta se abrió. Harper apareció, se veía fresca con una polera morada con
mangas de murciélago, jeans ajustados, y botines de cuero. Una cobija de
cachemira azul marino estaba puesta alrededor de sus hombros.
“¡Bienvenida!”
dijo. “¡Viniste!”
Hiso
pasar a Spencer. El recibidor era fresco y olía como a una mezcla de cuero y de
perfume de jazmín. Listones rubios de madera atravesaban el cielo, y ventanas
con vitrales decoraban los muros. Spencer se podía imaginar a los ganadores del
Premio Pulitzer parados junto al ardiente fuego o sentados en las sillas,
teniendo conversaciones importantes.
“Esto
es impresionante,” dijo efusivamente.
“Si,
está bien,” Harper dijo con indiferencia. “Tengo que disculparme de antemano.
Mi dormitorio arriba es muy frio y algo pequeño.”
“No
me importa,” Spencer dijo rápidamente. Dormiría en el closet de las escobas del
club de honor si tenía que hacerlo.
Harper
tomó la mano de Spencer. “Déjame presentarte a los otros.”
Guió
a Spencer por un largo pasillo iluminado por lámparas cromadas y de vidrio
hacia una habitación más grande y más moderna en la parte de atrás de la casa.
Un muro de ventanas daba al bosque tras la propiedad. Otra sostenía una TV de
pantalla plana, libreros, una gran estatua de papel maché de la mascota tigre
de Princeton. Chicas envueltas en mantas estaban en sofás de gamuza, tocando
sus iPads y laptops, leyendo libros, o, en el caso de la única rubia, tocando
una guitarra acústica. Spencer estaba casi segura de que la chica Asiática que
jugaba con su teléfono había ganado la Orquídea de Oro hace unos años. La chica
con los jeans verde-botella junto a la ventana era el vivo retrato de Jessie
Pratt, la chica que publicó sus recuerdos de vivir en África con sus abuelos a
los dieciséis.
“Chicas,
esta es Spencer Hastings,” Harper dijo, y todas levantaron las miradas. Apuntó
a las chicas alrededor de la sala. “Spencer, ellas son Joanna, Marilyn, Jade,
Callie, Willow, Quinn, y Jessie.” Entonces era Jessie Pratt. Todas
saludaron alegremente. “Spencer es una admitida adelantada,” Harper continuó.
“La conocí en la cena en la que fui anfitriona, y creo que es natural para ser
de nosotras.”
“Encantada
de conocerte.” Quinn puso a un lado su guitarra acústica y le dio la mano a
Spencer. Sus uñas estaban pintadas en un rosado chic. “Cualquier amiga de
Harper es amiga de nosotras.”
“Me
gusta tu guitarra,” Spencer dijo, asintiendo hacia esta. “Esa una Martin,
¿cierto?”
Quinn
levantó sus rubias cejas perfectamente depiladas. “¿Sabes de guitarras?”
Spencer
se encogió de hombros. A su papá le gustaban las guitarras, y ella solía ir a
algunas de las expo vintage con él, buscando algunas nuevas para añadir a su
colección.
“¿Qué
tal eso?” Jessie Pratt dijo, apuntando el libro que Spencer llevaba. Era una
copia de V. de Thomas Pynchon.
“Oh,
es genial,” Spencer dijo, a pesar de que ni siquiera entendía el punto de la
historia. El escritor apenas usaba puntuaciones.
“Mejor
nos vamos.” Harper tomó un sweater del respaldo de uno de los sofás.
“¿A
dónde vamos?” Spencer preguntó.
Harper
le sonrió enigmáticamente. “Una fiesta en la casa de este chico, Daniel. Te
encantará.”
“Genial.”
Spencer dejó su bolso junto a la puerta principal, esperó que Harper, Jessie, y
Quinn se pongan sus abrigos y busquen sus carteras, y las siguió en la fría
noche. Caminaron fatigosamente por las veredas nevadas, cuidadosas de no
resbalarse en partes de hielo. La luna estaba allí, y además de unos pocos
autos bajando por la avenida principal, el mundo estaba muy tranquilo y en
calma. Spencer miró un corpulento SUV estacionado en la cuneta, su motor
andando, pero no pudo ver a su conductor a través del vidrio tintado.
Subieron
por la vereda de una gran mansión estilo holandesa en la esquina. Se oían bajos
rezumbando desde el interior, y sombras pasaban frente a las ventanas
iluminadas. Había un montón de autos estacionados en la entrada, y más chicos
estaban haciéndose camino hacia el jardín de enfrente. La puerta frontal estaba
abierta, y un bello chico con gruesas cejas y el cabello castaño un poco largo
estaba parado en la entrada, el comité de bienvenida oficial.
“Saludos,
señoritas,” dijo en una aduladora voz, bebiendo de un vaso plástico.
“Hola, Daniel,” Harper le sopló un beso. “Ella es Spencer. Será de primer año aquí el próximo otoño.”
“Ah,
sangre nueva.” Daniel miró a Spencer de arriba a abajo. “La apruebo.”
Spencer
siguió a Harper al interior de la casa. El living estaba lleno, y una canción
de 50 Cent sonaba fuertemente. Los chicos bebían escocés; las chicas usaban
vestidos y tacones y usaban broches de diamante en sus orejas. En el rincón,
había gente sentada alrededor de un narguile, con humo azulado flotando
alrededor de sus cabezas.
Cuando
alguien tomó su brazo y la tiró hacia él, Spencer se dio cuenta de que era un
chico lindo—habían tantos de ellos para escoger. Pero luego miró sus ojos medio
caídos, sucios dreadlocks, sonrisa torcida, y polera teñida del tour de 1986 de
Grateful Dad.
“Spencer,
¿cierto?” La sonrisa del chico se expandió. “Te perdiste un rato genial la otra
noche. El rally de Occupy Philly estuvo buenísimo.”
Spencer
lo miró bizca. “¿Disculpa?”
“Es Reefer.”
El chico levantó sus brazos en un gesto de ¡ta-da! “De la cena de
Princeton la semana pasada. ¿Recuerdas?”
Spencer
parpadeó. “¿Qué haces aquí?” gruñó.
Reefer
miró alrededor de la sala. “Bueno, un profesor me invitó a almorzar. Y luego
conocí a Daniel en el comedor, y él me dijo sobre la fiestocha de esta noche.”
Era
la cosa más absurda que Spencer alguna vez había escuchado. “¿Un profesor
te invito?”
“Si,
el Profesor Dinkins,” dijo Reefer, encogiéndose de hombros. “Está en el
departamento de física cuántica. Eso estudiaré el próximo año.”
¿Física
cuántica? Spencer miró otra vez los sucios jeans de Reefer, y sus gastados
zapatos. Él ni siquiera se veía capaz de usar una lavadora. Y ¿Era normal que
los profesores inviten futuros alumnos de primer año a una visita al campus?
Nadie de la facultad había invitado a Spencer. ¿Significaba que ella no era
especial?
“Allí
estás.” Harper tomó el brazo de Spencer. “¡Te he estado buscando por todas
partes! ¿Quieres acompañarme afuera?”
“Por
favor,” Spencer dijo, aliviada.
“Puedes
invitar a Reefer si quiere venir también,” Harper susurró.
Spencer
miró por sobre su hombro a Reefer. Afortunadamente, ahora estaba hablando con
Daniel y no le prestaba atención a ninguna de ellas. Quizás Daniel se daría cuenta
lo perdedor que era Reefer y le pediría que se vaya.
“Eh,
creo que está ocupado,” Spencer dijo, girando hacia Harper. “Vamos.”
Harper abrió la puerta de atrás y guió a Spencer por un patio de ladrillos hacia un pequeño gazebo. Muchos chicos estaban sentados alrededor de una hoguera, bebiendo vino. Una pareja se estaba besando por ahí cerca de los setos. Harper se acomodó en una banca, sacó un cigarrillo del bolsillo de su chaqueta, y lo prendió. Oloroso humo revoloteó alrededor de su cabeza. “¿Quieres?”
Le tomó unos segundos a Spencer darse cuenta de que era hierba. “Em, estoy bien. La marihuana me adormece.”
“Vamos.” Harper inhaló. “Esta es increíble. Te coloca de lo mejor.”
Snap. Una rama se quebró en el bosque. Un zumbido llenó el aire, y luego suaves y ligeros susurros. Spencer miró nerviosa. Luego de lo que había pasado el verano pasado con Kelsey, lo último que quería hacer era ser pillada con drogas.
“¿En serio crees que deberías hacer eso?” Spencer dijo, mirando la hierba. “Digo, ¿No podrías meterte en problemas?”
Harper sacudió un ´poco de cenizas de la punta. “¿Quién me va a delatar?”
Otro Snap. Spencer miró al oscuro bosque, sintiéndose más y más nervios. “Em, me estoy quedando sin que beber,” murmuró, levantando su vaso vacío.
Entró a la casa, sintiéndose aliviada tan pronto como volvió a la sobrecalentada habitación. Rellenó su vaso con Vodka con infusión de limón, entró a la pista de baile. Quinn y Jessie la invitaron a su círculo de baile, y dejó pasar tres canciones sin pensar, tratando de perderse en la música. Un chico de tercero llamado Sam se interpuso, empujando dramáticamente a Spencer. El vodka fluía por sus venas, fogoso y potente.
Cuando vio luces reflejándose en la ventana, pensó que alguien se había estacionado en la calle afuera de la casa. Pero luego, dos policías uniformados abrieron la puerta de enfrente y asomaron sus cabezas. La mayoría de los invitados ocultaron sus bebidas tras sus espaldas. La música paró de golpe.
“¿Qué ocurre aquí?” Uno de los oficiales alumbró con la linterna a la sala.
Todos se dispersaron. Las puertas se cerraron. El otro policía levanto su megáfono. “Estamos buscando a Harper Essex-Pembroke,” su voz amortiguada sonó. “¿Señorita Essex-Pembroke? ¿Está aquí?”
Se oyeron murmullos en la multitud. EN ese mismo instante Harper apareció por la puerta trasera, su cabello estaba desordenado, y con una mirada de sorpresa en su pálida cara. “Y-yo soy Harper. ¿Cuál es el problema?”
El policía se acercó y la tomó del brazo. “Nos llegó una pista anónima de que usted se encuentra en posesión de marihuana, con la intención de vender.”
La boca de Harper se abrió. “¿Q-qué?”
“Esa es una seria ofensa” La orilla de la boca del policía se hizo hacia abajo.
Todos miraron mientras Harper fue escoltada por la habitación. Quinn negaba con la cabeza con horror. “¿Cómo diablos los policías supieron que Harper tenía hierba?”
Como si hubiera oído la pregunta de Quinn, Harper se dio vuelta y miró a Spencer “Buen trabajo,” chilló. “Arruinaste esta fiesta para todos—y a ti misma.”
Los ojos de Spencer sobresaltaron. “¡Yo no dije nada!”
Harper la miró incrédula mientras los policías la escoltaron por la puerta. Jessie y Quinn miraron a Spencer. “¿Tu dijiste?” Quinn exclamó.
“¡Por supuesto que no!” Spencer dijo.
Los ojos café de Jessie estaban expandidos. “Pero tu estuviste afuera con ella, ¿o no? Ninguna de nosotras lo diría.”
“¡No fui yo!” Spencer exclamó. “¡Lo juro!”
Pero sus palabras llegaron a oídos sordos. EN segundos, todos en la fiesta la miraban sospechosamente. Spencer salió de la habitación, su cara ardía. ¿Qué rayos acababa de ocurrir? ¿Cómo de repente era culpable?
Bzz.
Sacó su celular. Un nuevo mensaje de texto de Anónimo. Miró a su alrededor a los altos arboles y las silentes estrellas. Estaba tan tranquilo afuera, aun se sentía claramente como que alguien la estaba acechando de cerca, esforzándose por no reírse. Tomando aire, miró la pantalla de su teléfono.
Solo alégrate de que no llamé a la policía por TUS secretos. —A
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