Más tarde esa
noche, Hanna pasó por la empañada puerta doble de The Pump, un gimnasio
fisicoculturista en el Mall King James. El gimnasio olía a sudor, Gatorade
derramada, y olor in-identificable pero completamente masculino a testosterona
en crecimiento que siempre hacía atorarse a Hanna. Un chico de pelo al cero
directamente del casting central de Jersey Shore estaba sentado tras el
recibidor, bebiendo una malteada proteínica y leyendo una revista de
fisicoculturismo. Frente a él había un mural gigante de un gorila levantando
pesas, sus músculos abdominales estaban bien definidos, sus bíceps abultados.
Se suponía que tenía que inspirar a la gente a trabajar más, pero ¿Quién quería
verse como un gorila?
Hanna pagó por
un pase diario y entró a la sala de ejercicios principal la cual consistía en
hileras de pesas, líneas de maquinas de empuje de pecho, y una gran banca de
espejos. Estaba el clang partidor-de-oídos de las pesas de metal
golpeando barras de acero. Junto a ellas, vestido en una polera vieja de los
Phillies con las mangas cortadas, mirando de forma soñadora algo al otro lado
de la habitación, estaba Mike.
Hanna se dio
vuelta y siguió la mirada de Mike hacia un gran salón de clases de ejercicios.
Frente a la puerta había un letrero que decía BAILE DEL CAÑO, 6:30. Un montón
de postes de metal habían sido puestos parejamente frente a los espejos. Unas
cuantas mujeres de mediana edad vestidas en mallas ajustadas, coquetas
minifaldas, e inseguros tacones altos, estaban de pie alrededor de la sala.
Posicionada justo en el centro, balanceándose perfectamente en puntiagudos
tacones de stripper, estaba Colleen.
La nueva novia
de Mike rastrilló sus dedos por su cabello. No se veía tan castaño claro hoy, y
su cuerpo se veía al mismo tiempo curvo y flexible en apretados shorts de
spandex y un corpiño amarillo. Cuando Colleen notó el reflejo de Mike, se dio
vuelta, lo saludo, y le sopló un beso. Mike le sopló uno de vuelta.
Hanna empuñó
sus manos, pensando en ellos dos juntos en la cama.
Entró
tormentosamente en el vestidor, dejó su bolso en el piso, y se metió en un peto
estampado de tigre, estilo stripper, que encontró en el mall más temprano esa
tarde. Luego de ponérsela—compró una talla más pequeña de lo normal para máximo
escote—se chequeó en el espejo. Su pelo era abundante y alocado, gracias a
toneladas de spray. Tenía el triple de maquillaje del que usaba normalmente,
aunque se detuvo antes de ponerse pestañas falsas. Y entonces estaba la pièce
de résistance: un par de increíblemente altas, increíblemente puntiagudas
sandalias plateadas de Jimmy Choo. Solo las había usado una vez antes, para la
fiesta de graduación del año pasado; Mike había pensado que eran tan sexys que
incluso la hizo usarlas para la after-party con sus jeans. Hanna se paró en
ellas y dio una vuelta. Se veían perfectas. Solo esperaba poder bailar en el
caño con ellas.
Su celular
vibró, y lo miró nerviosamente. Un nuevo mensaje de texto.
Afortunadamente, solo era de Kate, preguntándole si le gustaría ayudarla a
repartir flyers en una corrida de 10 kilómetros alrededor de Rosewood la mañana
del sábado. Claro, Hanna respondió, tratando de ignorar sus manos temblorosas
mientras escribía. Ahora que Spencer y Emily habían recibido nuevos mensajes de
A, había estado esperando todo el día por el de ella.
¿Podía
Gayle ser A? Hanna no había conocido a la mujer en el verano—Solo escuchó sobre
ella cuando Emily la contactó poco después de su cesárea—pero los mensajes que
Gayle había dejado la noche que sacaron a Emily y la bebé del hospital se habían
quedado con ella. No eran los mensajes de voz desesperados, sollozantes que la
mayoría de la gente dejaría si pensaran que podrían no recibir el bebé por el
que habían esperado y rezado—eran duros y enfurecidos. Gayle no era el tipo de
persona con la que te cruzabas, y ahora ella estaba hasta las rodillas en la
campaña del señor Marin.
Esa mañana en
el desayuno, Hanna se sentó junto a su papá en la mesa. “¿Cómo conoces a Gayle?
¿Son viejos amigos?”
El Sr. Marin
continuó enmantequillando su tostada. “De hecho no la conocía hasta hace como
una semana atrás. Ella me llamó para decir que recientemente se había mudado a
Pennsylvania y que realmente le había gustado mi plataforma. La cantidad de
dinero que prometió es asombrosa.”
“¿No hiciste un
chequeo de antecedentes? ¿Qué pasa si ella es, no sé, una devota de Satán?” La
cara de Hanna se sentía caliente. ¿O una persona loca que está acosando a tu
hija?
Su padre la
miró con curiosidad. “El marido de Gayle acaba de hacer una donación
considerable a Princeton para construir un laboratorio de investigación del cáncer.
No conozco muchos devotos de Satán que harían eso.”
Desanimada,
Hanna subió las escaleras y googleó el nombre de Gayle, pero no apareció nada incriminatorio.
Era una influencia en incontables organizaciones benéficas en New Jersey, y
había participado en una competición de adiestramiento en el Show de Caballos
Devon diez años atrás. Pensándolo bien, ¿qué podría salir? No era como
si Gayle mantuviera un blog sobre cómo estaba torturando sistemáticamente a
cuatro chicas de secundaria haciéndose llamar A.
La puerta de la
sala de lockers se abrió y una musculosa y sudada mujer entró. Hanna puso su
bolso en un locker, giró la combinación de la cerradura, y se dirigió al salón
de fitness. Mason y James detuvieron sus dominadas cuando ella pasó. Codearon a
Mike. Hanna pretendió no notar cuando él se dio vuelta y miró, moviendo sus
caderas de un lado a otro y rezando que su trasero se viera estupendo,
“¡Bienvenida!”
Una mujer en unas cortísimas mallas negras y calzas, y flequillo alto de los
ochenta saludo a Hanna cuando entró por la puerta. “Eres nueva, ¿cierto? Soy
Trixie.” La instructora hizo un gesto hacia un poste libre en el centro de la
sala, justo al lado de Colleen. “Ese caño tiene tu nombre en él.”
Hanna caminó
hacia él y le sonrió a Colleen. “¡Oh, hola!” pió con una voz simulada de
sorpresa, como si su encuentro fuera completamente accidental y Hanna no
hubiera planeado esto estratégicamente desde el momento en que oyó a los chicos
hablando sobre esto en los vestidores del colegio.
“¿Hanna?”
Colleen miró a Hanna de arriba a abajo. “¡Ohmidios! ¡Qué divertido! No sabía
que bailabas en el caño.”
“No es como si
fuera difícil,” Hanna suspiró, invocando a su Ali interior. Chequeó su reflejo
en el espejo. Sus caderas eran más delgadas que las de Colleen, pero Colleen
tenía pechos más grandes.
“Bueno, amarás
esta clase,” Colleen dijo. “Por supuesto, si bailas en el caño todo el tiempo, probablemente
lo encontrarás realmente fácil. Apuesto a que eres muy buena.” Se
acercó. “Y estamos bien con Mike, ¿cierto?”
Hanna no estaba
segura de si Colleen estaba siendo dulce de verdad o por diplomacia, así que inclinó
su nariz en el aire. “Claro,” dijo frescamente. “Mike era demasiado trabajo
para mí. Había mucha presión de verme como una anfitriona de Hooters. Y siempre
está mirando otras chicas en las fiestas—me volvía loca.” Sonrió con lástima a
Colleen. “Pero estoy segura de que no te hace eso a ti.”
Colleen abrió
la boca para hablar, se veía tan preocupada que Hanna se preguntó si se había
pasado un poquito de la raya. Justo entonces la canción “Hot Stuff” sonó en los
parlantes. Trixie caminó al frente de la clase, puso su pierna alrededor del
poste, levantó su trasero en el aire, e hizo un giro medio-obsceno,
medio-del-Cirque de Soleil. “¡Muy bien, todas!” habló en un manos libres.
“¡Comencemos con los agaches bajos!”
Doblé sus
rodillas hacia los lados y bajó hasta el piso. La clase siguió, moviéndose al
ritmo de la música. Hanna echó un vistazo a Colleen, sus agaches eran bajos,
balanceados, y perfectos. Colleen la miró y le sonrió. ¡Lo estás haciendo
genial! articuló. Hanna luchó con la necesidad de girar sus ojos. ¿Podría ser
más nauseabundamente positiva?”
Trixie las guió
en una serie de giros de cuello, levantamientos de hombros, y provocativos
movimientos de caderas. Luego, probó una serie de movimientos de baile que
incluían girar alrededor del caño como Gene Kelly en Singin’ in the Rain. Hanna
se mantuvo bien, su corazón latía fuertemente y la más pequeña cantidad de
sudor se acumulaba en su frente. Sudor sexy, por supuesto.
La siguiente
vez que Hanna miró por su hombro, los chicos estaban sentados en las alfombras
fuera del salón, mirando a las chicas como perros famélicos. Impulsada por su
presencia, se soltó el cabello y lo dejó tras su espalda, contoneando su
trasero ante ellos. James Freed se estremeció visiblemente. Mason silbó.
Colleen notó a los chicos e hizo un sexy movimiento. Los chicos se codearon
entre sí apreciativamente.
Colleen guiñó
conspirativamente a Hanna. “No pueden tener demasiado de nosotras, ¿hah?”
Hanna quería
golpearla. ¿No se daba cuenta de que estaban compitiendo?
“Solo las
estudiantes avanzadas en este próximo movimiento,” Trixie anunció mientras el
soundtrack pasó a una seductora canción de Adele. Caminó hacia el poste,
envolvió sus brazos y piernas al rededor de él, y lo escaló como un mono.
“¡Usen sus muslos para sujetarse del caño, chicas!”
Colleen
procedió a contonearse en el poste. Soltó una mano, arqueó su espalda, y se
colgó de cabeza por un momento. Los chicos aplaudieron.
Hanna apretó
sus dientes. ¿Qué tan difícil podría ser ese paso? Tomó el poste y comenzó a
escalar. Pudo mantenerse por un momento, pero luego sus muslos cedieron, y
comenzó a deslizarse hasta el piso. Se hundió más y más hasta que su trasero
besó el piso. Su reflejo en el espejo se veía ridículo.
“Buen intento,
Hanna,” Colleen dijo. “Ese paso es muy difícil.”
Hanna se
sacudió el polvo del trasero, luego miró a las otras chicas en la sala todas en
amor con sus postes. De repente dejaron de verse como strippers, solo rechonchas
mujeres de mediana edad haciéndose las tontas. Esta era la más idiota clase de
fitness que alguna vez había tomado. Había un modo mucho más fácil de tener la
atención de los chicos.
Se giró hacia
la ventana y miró a los chicos. Cuando estuvo segura de que la estaban mirando
a ella, casualmente se tiró su pequeña polera con estampado de leopardo,
exponiendo la parte más alta de su sostén rojo con tirantes de blonda.
Por las miradas
en las caras de los chicos, ella sabía que lo vieron. Sus mandíbulas caídas.
James sonreía. Mason pretendía que iba a desmayarse, Mike ni siquiera sonreía,
pero no podía quitar sus ojos de ellas. Era suficiente para Hanna, salió de la
clase, agitando sus caderas al ritmo del strip-club.
“¿No te
quedarás?” James dijo, con voz de decepción.
“Tengo que dejar algo para su imaginación, ¿no?” Hanna dijo coquetamente. Podía asegurar sin darse vuelta que Mike aun la miraba. También sabía que Colleen la estaba mirando en el espejo, probablemente un poco confundida. Pero como sea. Sabía lo que Su Ali diría si aun estuviera viva: Todo es justo en el amor y en el baile del caño.
Capítulo 10 | Capítulo 12
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