sábado, 6 de abril de 2013

Stunning - Capítulo 12: Palabras de sabiduría


Esa noche, Emily estaba de pie en el pasillo en Holy Trinity, la iglesia a la que su familia asistía. Un grupo de globos de cartulina con salmos y versos de la biblia estaban pegados en los muros. Un gran mensajero de oro se estiraba desde una orilla del pasillo hasta la otra. El aire olía como a mezcla de incienso, café pasado, y pegamento iris, y el viento silbaba ruidosamente bajo la puerta. Años atrás, Ali le había dicho que el viento silbando eran los lamentos de las personas enterradas en el cementerio atrás. A veces, Emily aun creía que era verdad.

            Una puerta al final del pasillo se abrió, y un canoso hombre se asomó. Era el Padre Fleming, el sacerdote más viejo y dulce de la iglesia. Sonrió. “¡Emily! ¡Entra, entra!”

            Por un segundo, Emily consideró darse vuelta y volver a su auto. Quizás este era un gran error. Ayer, cuando volvió de la práctica de natación, su mamá la hizo sentar en la mesa de la cocina y dijo que ella y su padre estaban considerando posponer su viaje a Texas. “¿Por qué?” Emily preguntó. “¡Lo han planeado por meses!”

            “Es que no pareces tu misma,” la Sra. Fields dijo, doblando y desdoblando un pañuelo de tela una y otra vez. “Estoy preocupada por ti. Pensé que con la beca a UNC darías la vuelta a la esquina y dejarías todo atrás. Pero aun pesa en tu mente, ¿o no?”

            Sin advertencia, lágrimas llenaron los ojos de Emily. Por supuesto que todo aun le pesaba—nada había cambiado. Incluso peor, la mujer que había querido a su bebé la había encontrado. Y si A no le contaba a todos sobre su embarazo, Gayle probablemente si lo haría. ¿Y luego qué pasaría? ¿Emily aun tendría una casa donde vivir? ¿Sus padres volverían a hablarle?

            Puso su cara en sus manos y murmuró que todo era muy difícil. La Sra. Fields le dio palmaditas en el hombro. “Está bien, cariño.” Lo cual hizo a Emily sentir aun peor—Emily no se merecía la compasión de su mamá.

            “Tengo una idea.” La Sra. Fields levantó el teléfono inalámbrico de su cuna. “¿Por qué no hablas con el Padre Fleming en la iglesia?”

            Emily hizo una cara, pensando en el Padre Fleming. Lo había conocido desde siempre. Él había escuchado su primera confesión cuando tenía siete años, diciéndole que no llame a Seth Cardiff una morsa en el patio de la escuela. Pero ¿Admitir a un sacerdote que había tenido sexo premarital? Parecía muy mal.

            La cosa era que, la Sra. Fields no tomaría un no como respuesta—de hecho, ella ya había hecho la cita con el Padre Fleming para el día siguiente sin preguntarle primero a Emily. Emily cedió, solo para asegurarles a sus padres de que estaba bien que fueran a Texas como lo planeado. Se habían ido al aeropuerto esa mañana, aunque la Sra. Fields había dejado una lista de millas de longitud de contactos de emergencia en la mesa de la cocina y habló con muchos vecinos para que vean a Emily mientras ellos no estuvieran.

            Pero ahora aquí estaba ella, dirigiéndose a la oficina del Padre Flemings. Antes de darse cuenta, estaba colgando su abrigo en el colgador con forma de una mano levantando el pulgar en la parte de atrás de la puerta, y mirando alrededor de la habitación. La decoración la tomó por sorpresa. Una cabeza de cerámica de Curly de Los Tres Chiflados miraba maliciosamente en el borde de la ventana. El santurrón predicador de Los Simpsons hacía un puchero con los labios arrugados desde el costado de una lámpara de cuello de ganso. Había montones de textos religiosos en las repisas, pero también los misterios de Agatha Christie y los thriller de Tom Clancy. En el escritorio había dos pequeñas muñecas de la preocupación de Guatemala hechas a mano.

            El Padre Fleming notó que las miraba. “Se supone que las pones bajo tu almohada y te ayudan a dormir.”

            “Lo sé. Yo también tengo algunas.” Emily no pudo ocultar la sorpresa en su voz. No pensaba que los sacerdotes fueran supersticiosos. “¿Funcionan contigo?”

            “No realmente. ¿Y contigo?”

            Emily negó con la cabeza. Había comprado seis muñecas de la preocupación en una tienda en Hollis poco después de lo que pasó en Jamaica, esperando que ponerlas bajo su almohada la ayudaría a calmarse por la noche. Pero los mismos pensamientos aun aparecían en su mente.

El padre Fleming se sentó en la silla de cuero tras su escritorio y juntó sus manos. “Entonces. ¿Qué puedo hacer por ti, Emily?”

Emily miró su esmalte de uñas verde muy salido. “Estoy bien en realidad. Mi mamá solo estaba preocupada por mi nivel de stress. No es un gran problema.”

El padre Fleming asintió con compasión. “Bueno, si quieres hablar, estoy aquí para escuchar. Y lo que sea que digas no saldrá de esta habitación.”

Una de las cejas de Emily se levantó. “No le dirás a mi mamá... ¿nada?”

“Por supuesto que no.”

Emily corrió su lengua por sus dientes, su secreto de repente se sentía como una ulcera en su interior. “Tuve un bebé,” soltó. “Este verano. Nadie en mi familia supo excepto mi hermana.” Solo decirlo en voz alta en un lugar tan sagrado la hizo sentir como el demonio.

Cuando escabulló una mirada hacia el padre Fleming, el aun tenía la misma expresión serena. “¿Tus padres no tienen idea?”

Emily asintió. “Me escondí en la ciudad por el verano para que ellos no se enteren.”

El Padre Fleming puso sus dedos en el cuello de su camisa. “¿Qué paso con el bebé?”

“La di en adopción.”

“¿Conociste a la familia?”

“Si. Eran simpáticos. Todo fue muy lisonjero.”

Emily miraba fijamente la cruz en el muro tras el escritorio del padre Fleming nerviosamente esperando que no se saliera de su base y la atraviese por mentirosa. Su bebé estaba con los Bakers, pero las cosas habían salido al opuesto de lisonjeras.

Luego de que Gayle se juntó con Emily y Aria en el café, Emily no pudo sacar la oferta de Gayle de su mente. Los Bakers parecían tan especiales, pero lo que Gayle dijo en la mesa también era especial. Aria había regañado a Emily por estar tan preocupada del dinero de Gayle, pero ella no quería que este bebé crezca del modo que ella creció, escuchando a su mamá agonizar por el dinero cada navidad, perdiéndose una salida a terreno a Washington, D.C. porque su papá estaba trabajando, ser forzada a mantenerse en un deporte que ya no le interesaba porque era su único ticket a la universidad. Emily quería decir que el dinero no le importaba, pero ya que siempre había tenido que pensar en el dinero, definitivamente si le importaba.

Dos días después, luego de su turno en el restaurant, Emily llamó a Gayle y dijo que quería conversar. Aceptaron juntarse en una cafetería cerca de Temple esa misma noche. Un poco antes de las 8 PM, Emily acortó por un pequeño parque en Philadelphia, y una mano salió de la oscuridad y acarició su estómago. “Heather,” una voz dijo, y Emily gritó. Una figura se acercó a la luz, y Emily no podía estar más sorprendida de ver la cara sonriente de Gayle. “¿Q-qué estás haciendo aquí?” jadeó. Gayle se encogió de hombros. “La noche está tan agradable, pensé que podíamos conversar afuera. Parece que alguien está asustadiza,” dijo riéndose.

Emily debería haberse dado vuelta e ido, pero en vez de eso dijo que quizás si estaba siendo asustadiza. Quizás Gayle simplemente era juguetona. Así que aceptó la taza de café descafeinado de Gayle y se quedó. “¿Por qué quieres mi bebé?” preguntó. “¿Por qué no vas a una agencia de adopciones?”

Gayle palmeó el asiento junto a ella, y Emily se sentó en la banca. “La espera con una agencia de adopciones es muy lenta,” dijo. “Y sospechamos que las madres potenciales no nos escogerían a mí y a mi marido por lo que ocurrió con nuestra hija.”

Emily levantó una ceja. “¿Qué le pasó?”

Una distante e incómoda mirada se mostró en la cara de Gayle. Su mano izquierda amasaba su muslo. “Tuvo problemas,” dijo tranquilamente. “Estuvo en un accidente cuando era más joven y nunca se recuperó.”

“Un... ¿accidente?”

De repente Gayle puso su cabeza en sus manos. “Mi marido y yo nos morimos por ser padres otra vez,” dijo con urgencia. “Por favor, déjanos tener al bebé. Podemos darte cincuenta mil dólares en efectivo por tu problema.”

Emily sintió un impacto de sorpresa. “¿Cincuenta mil dólares?” repitió. Eso podía pagar por los cuatro años de universidad. No tendría que nadar para la beca cada año. Podía tomarse un año entremedio y viajar por el mundo. O podía donarlo a caridad, para otros bebés que no tenían la oportunidad como este.

“Quizás podamos arreglar algo,” Emily dijo tranquilamente.

La cara de Gayle tiritaba. Se le salió un hurra de alegría y envolvió apretadamente a Emily. “No te arrepentirás,” dijo.

Luego saltó, habló nerviosamente de que se encontrarían en unos cuantos días, y se fue. La oscuridad se tragó completamente a Gayle. Solo su risa permanecía, una fantasmal risa que hizo eco por los arboles. Emily se quedó sentada en la banca unos cuantos minutos más, mirando la larga, brillante fila del tráfico en la autopista 76 a la distancia. No se había quedado con un sentimiento de comodidad, como había esperado. En vez de eso, se sentía...rara. ¿Qué acababa de hacer?

Una única nota de órgano hizo eco en el pasillo de la iglesia. El padre Fleming levantó un pisapapeles de jade en su escritorio y lo puso de vuelta. “Me puedo imaginar el peso que ha sido esto para ti. Pero suena como que hiciste lo correcto, entregarle la niña a una familia que realmente la quería.”

“Ajá.” La garganta de Emily picaba, una señal segura de que estaba a punto de llorar.

“Debe haber sido difícil entregarla,” El padre Fleming continuó. “Pero siempre estarás en su corazón, y ella siempre en el tuyo. Ahora, ¿y el padre?”

Emily sobresaltó. “¿Qué pasa con él?”

“¿Sabe algo sobre esto?”

“Oh mi dios, no.” La cara de Emily se sentía caliente. “Rompimos mucho antes de que yo supiera que estaba...ya sabe. Embarazada.” Se preguntó lo que el Padre pensaría si supiera que el papá era Isaac, uno de sus feligreses. La banda de Isaac había tocado en unas cuantas funciones de la iglesia.

El Padre Fleming juntó sus manos. “¿No crees que se merece saberlo?”

“No. de ningún modo.” Emily negó intensamente con la cabeza. “Me odiaría por siempre.”

“No puedes saberlo.” Levantó un bolígrafo y sacaba y guardaba la punta. “E incluso si se enoja contigo, te sentirás mejor si dices la verdad.”

Hablaron por un rato mas sobre cómo Emily había podido tener un bebé por sí misma, cómo había sido su recuperación, y sus planes para la universidad. Justo cundo el que tocaba el órgano comenzó una larga y lenta variación de Canon en D, el iPhone del padre Flemings sonó. Le sonrió amablemente. “Me temo que debo dejarte ir ahora, Emily. Tengo una junta con el consejo de administración de la iglesia como en diez minutos. ¿Crees que estarás bien?”

Emily se encogió de hombros. “Supongo.”

Él se levantó, dio palmaditas en el hombro de Emily, y la guió hacia la puerta. A medio camino del pasillo, se dio vuelta y la miró. “No es necesario que lo diga, pero todo lo que me has dicho queda entre nosotros,” dijo suavemente. “Aun así, yo sé que harás lo correcto.”

Emily asintió mudamente, preguntándose qué era lo correcto. Consideró a Isaac otra vez. Él fue tan bueno con el papá de Hanna en la junta del ayuntamiento. Quizás el Padre Fleming estaba en lo correcto. Quizás se lo debía. También era su bebé.

Con el corazón latiendo fuertemente, Emily sacó su celular y escribió un nuevo mensaje a Isaac.

            Tengo que hablar de algo contigo. ¿Podemos juntarnos mañana?

Antes de poder cambiar de opinión, presionó ENVIAR.


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