Esa noche, Emily estaba de pie en el pasillo en Holy
Trinity, la iglesia a la que su familia asistía. Un grupo de globos de
cartulina con salmos y versos de la biblia estaban pegados en los muros. Un
gran mensajero de oro se estiraba desde una orilla del pasillo hasta la otra.
El aire olía como a mezcla de incienso, café pasado, y pegamento iris, y el
viento silbaba ruidosamente bajo la puerta. Años atrás, Ali le había dicho que
el viento silbando eran los lamentos de las personas enterradas en el cementerio
atrás. A veces, Emily aun creía que era verdad.
Una puerta al final del pasillo se abrió,
y un canoso hombre se asomó. Era el Padre Fleming, el sacerdote más viejo y
dulce de la iglesia. Sonrió. “¡Emily! ¡Entra, entra!”
Por un segundo, Emily consideró
darse vuelta y volver a su auto. Quizás este era un gran error. Ayer, cuando
volvió de la práctica de natación, su mamá la hizo sentar en la mesa de la
cocina y dijo que ella y su padre estaban considerando posponer su viaje a
Texas. “¿Por qué?” Emily preguntó. “¡Lo han planeado por meses!”
“Es que no pareces tu misma,” la
Sra. Fields dijo, doblando y desdoblando un pañuelo de tela una y otra vez.
“Estoy preocupada por ti. Pensé que con la beca a UNC darías la vuelta a la
esquina y dejarías todo atrás. Pero aun pesa en tu mente, ¿o no?”
Sin advertencia, lágrimas llenaron
los ojos de Emily. Por supuesto que todo aun le pesaba—nada había cambiado.
Incluso peor, la mujer que había querido a su bebé la había encontrado. Y si A
no le contaba a todos sobre su embarazo, Gayle probablemente si lo haría. ¿Y
luego qué pasaría? ¿Emily aun tendría una casa donde vivir? ¿Sus padres
volverían a hablarle?
Puso su cara en sus manos y murmuró
que todo era muy difícil. La Sra. Fields le dio palmaditas en el hombro. “Está
bien, cariño.” Lo cual hizo a Emily sentir aun peor—Emily no se merecía la
compasión de su mamá.
“Tengo una idea.” La Sra. Fields
levantó el teléfono inalámbrico de su cuna. “¿Por qué no hablas con el Padre
Fleming en la iglesia?”
Emily hizo una cara, pensando en el
Padre Fleming. Lo había conocido desde siempre. Él había escuchado su primera
confesión cuando tenía siete años, diciéndole que no llame a Seth Cardiff una
morsa en el patio de la escuela. Pero ¿Admitir a un sacerdote que había tenido
sexo premarital? Parecía muy mal.
La cosa era que, la Sra. Fields no
tomaría un no como respuesta—de hecho, ella ya había hecho la cita con el Padre
Fleming para el día siguiente sin preguntarle primero a Emily. Emily cedió,
solo para asegurarles a sus padres de que estaba bien que fueran a Texas como
lo planeado. Se habían ido al aeropuerto esa mañana, aunque la Sra. Fields había
dejado una lista de millas de longitud de contactos de emergencia en la mesa de
la cocina y habló con muchos vecinos para que vean a Emily mientras ellos no
estuvieran.
Pero ahora aquí estaba ella, dirigiéndose
a la oficina del Padre Flemings. Antes de darse cuenta, estaba colgando su
abrigo en el colgador con forma de una mano levantando el pulgar en la parte de
atrás de la puerta, y mirando alrededor de la habitación. La decoración la tomó
por sorpresa. Una cabeza de cerámica de Curly de Los Tres Chiflados miraba
maliciosamente en el borde de la ventana. El santurrón predicador de Los
Simpsons hacía un puchero con los labios arrugados desde el costado de una lámpara
de cuello de ganso. Había montones de textos religiosos en las repisas, pero también
los misterios de Agatha Christie y los thriller de Tom Clancy. En el escritorio
había dos pequeñas muñecas de la preocupación de Guatemala hechas a mano.
El Padre Fleming notó que las
miraba. “Se supone que las pones bajo tu almohada y te ayudan a dormir.”
“Lo sé. Yo también tengo algunas.”
Emily no pudo ocultar la sorpresa en su voz. No pensaba que los sacerdotes
fueran supersticiosos. “¿Funcionan contigo?”
“No realmente. ¿Y contigo?”
Emily negó con la cabeza. Había
comprado seis muñecas de la preocupación en una tienda en Hollis poco después
de lo que pasó en Jamaica, esperando que ponerlas bajo su almohada la ayudaría
a calmarse por la noche. Pero los mismos pensamientos aun aparecían en su
mente.
El padre Fleming se sentó en la silla de cuero tras su
escritorio y juntó sus manos. “Entonces. ¿Qué puedo hacer por ti, Emily?”
Emily miró su esmalte de uñas verde muy salido. “Estoy
bien en realidad. Mi mamá solo estaba preocupada por mi nivel de stress. No es
un gran problema.”
El padre Fleming asintió con compasión. “Bueno, si
quieres hablar, estoy aquí para escuchar. Y lo que sea que digas no saldrá de
esta habitación.”
Una de las cejas de Emily se levantó. “No le dirás a
mi mamá... ¿nada?”
“Por supuesto que no.”
Emily corrió su lengua por sus dientes, su secreto de
repente se sentía como una ulcera en su interior. “Tuve un bebé,” soltó. “Este
verano. Nadie en mi familia supo excepto mi hermana.” Solo decirlo en voz alta
en un lugar tan sagrado la hizo sentir como el demonio.
Cuando escabulló una mirada hacia el padre Fleming, el
aun tenía la misma expresión serena. “¿Tus padres no tienen idea?”
Emily asintió. “Me escondí en la ciudad por el verano
para que ellos no se enteren.”
El Padre Fleming puso sus dedos en el cuello de su
camisa. “¿Qué paso con el bebé?”
“La di en adopción.”
“¿Conociste a la familia?”
“Si. Eran simpáticos. Todo fue muy lisonjero.”
Emily miraba fijamente la cruz en el muro tras el
escritorio del padre Fleming nerviosamente esperando que no se saliera de su
base y la atraviese por mentirosa. Su bebé estaba con los Bakers, pero las
cosas habían salido al opuesto de lisonjeras.
Luego de que Gayle se juntó con Emily y Aria en el
café, Emily no pudo sacar la oferta de Gayle de su mente. Los Bakers parecían
tan especiales, pero lo que Gayle dijo en la mesa también era especial. Aria había
regañado a Emily por estar tan preocupada del dinero de Gayle, pero ella no
quería que este bebé crezca del modo que ella creció, escuchando a su mamá
agonizar por el dinero cada navidad, perdiéndose una salida a terreno a
Washington, D.C. porque su papá estaba trabajando, ser forzada a mantenerse en
un deporte que ya no le interesaba porque era su único ticket a la universidad.
Emily quería decir que el dinero no le importaba, pero ya que siempre había
tenido que pensar en el dinero, definitivamente si le importaba.
Dos días después, luego de su turno en el restaurant,
Emily llamó a Gayle y dijo que quería conversar. Aceptaron juntarse en una
cafetería cerca de Temple esa misma noche. Un poco antes de las 8 PM, Emily
acortó por un pequeño parque en Philadelphia, y una mano salió de la oscuridad
y acarició su estómago. “Heather,” una voz dijo, y Emily gritó. Una figura se
acercó a la luz, y Emily no podía estar más sorprendida de ver la cara
sonriente de Gayle. “¿Q-qué estás haciendo aquí?” jadeó. Gayle se encogió de
hombros. “La noche está tan agradable, pensé que podíamos conversar afuera.
Parece que alguien está asustadiza,” dijo riéndose.
Emily debería haberse dado vuelta e ido, pero en vez
de eso dijo que quizás si estaba siendo asustadiza. Quizás Gayle
simplemente era juguetona. Así que aceptó la taza de café descafeinado de Gayle
y se quedó. “¿Por qué quieres mi bebé?” preguntó. “¿Por qué no vas a una
agencia de adopciones?”
Gayle palmeó el asiento junto a ella, y Emily se sentó
en la banca. “La espera con una agencia de adopciones es muy lenta,” dijo. “Y
sospechamos que las madres potenciales no nos escogerían a mí y a mi marido por
lo que ocurrió con nuestra hija.”
Emily levantó una ceja. “¿Qué le pasó?”
Una distante e incómoda mirada se mostró en la cara de
Gayle. Su mano izquierda amasaba su muslo. “Tuvo problemas,” dijo
tranquilamente. “Estuvo en un accidente cuando era más joven y nunca se
recuperó.”
“Un... ¿accidente?”
De repente Gayle puso su cabeza en sus manos. “Mi
marido y yo nos morimos por ser padres otra vez,” dijo con urgencia. “Por
favor, déjanos tener al bebé. Podemos darte cincuenta mil dólares en efectivo
por tu problema.”
Emily sintió un impacto de sorpresa. “¿Cincuenta mil
dólares?” repitió. Eso podía pagar por los cuatro años de universidad. No
tendría que nadar para la beca cada año. Podía tomarse un año entremedio y
viajar por el mundo. O podía donarlo a caridad, para otros bebés que no tenían
la oportunidad como este.
“Quizás podamos arreglar algo,” Emily dijo
tranquilamente.
La cara de Gayle tiritaba. Se le salió un hurra de
alegría y envolvió apretadamente a Emily. “No te arrepentirás,” dijo.
Luego saltó, habló nerviosamente de que se
encontrarían en unos cuantos días, y se fue. La oscuridad se tragó completamente
a Gayle. Solo su risa permanecía, una fantasmal risa que hizo eco por los
arboles. Emily se quedó sentada en la banca unos cuantos minutos más, mirando
la larga, brillante fila del tráfico en la autopista 76 a la distancia. No se había
quedado con un sentimiento de comodidad, como había esperado. En vez de eso, se
sentía...rara. ¿Qué acababa de hacer?
Una única nota de órgano hizo eco en el pasillo de la
iglesia. El padre Fleming levantó un pisapapeles de jade en su escritorio y lo
puso de vuelta. “Me puedo imaginar el peso que ha sido esto para ti. Pero suena
como que hiciste lo correcto, entregarle la niña a una familia que realmente la
quería.”
“Ajá.” La garganta de Emily picaba, una señal segura
de que estaba a punto de llorar.
“Debe haber sido difícil entregarla,” El padre Fleming
continuó. “Pero siempre estarás en su corazón, y ella siempre en el tuyo.
Ahora, ¿y el padre?”
Emily sobresaltó. “¿Qué pasa con él?”
“¿Sabe algo sobre esto?”
“Oh mi dios, no.” La cara de Emily se sentía caliente.
“Rompimos mucho antes de que yo supiera que estaba...ya sabe. Embarazada.” Se
preguntó lo que el Padre pensaría si supiera que el papá era Isaac, uno de sus feligreses.
La banda de Isaac había tocado en unas cuantas funciones de la iglesia.
El Padre Fleming juntó sus manos. “¿No crees que se
merece saberlo?”
“No. de ningún modo.” Emily negó intensamente con la
cabeza. “Me odiaría por siempre.”
“No puedes saberlo.” Levantó un bolígrafo y sacaba y
guardaba la punta. “E incluso si se enoja contigo, te sentirás mejor si dices
la verdad.”
Hablaron por un rato mas sobre cómo Emily había podido
tener un bebé por sí misma, cómo había sido su recuperación, y sus planes para
la universidad. Justo cundo el que tocaba el órgano comenzó una larga y lenta
variación de Canon en D, el iPhone del padre Flemings sonó. Le sonrió
amablemente. “Me temo que debo dejarte ir ahora, Emily. Tengo una junta con el consejo
de administración de la iglesia como en diez minutos. ¿Crees que estarás bien?”
Emily se encogió de hombros. “Supongo.”
Él se levantó, dio palmaditas en el hombro de Emily, y
la guió hacia la puerta. A medio camino del pasillo, se dio vuelta y la miró.
“No es necesario que lo diga, pero todo lo que me has dicho queda entre
nosotros,” dijo suavemente. “Aun así, yo sé que harás lo correcto.”
Emily asintió mudamente, preguntándose qué era
lo correcto. Consideró a Isaac otra vez. Él fue tan bueno con el papá de Hanna
en la junta del ayuntamiento. Quizás el Padre Fleming estaba en lo correcto. Quizás
se lo debía. También era su bebé.
Con el corazón latiendo fuertemente, Emily sacó su
celular y escribió un nuevo mensaje a Isaac.
Tengo que hablar de
algo contigo. ¿Podemos juntarnos mañana?
Antes de poder cambiar de opinión, presionó ENVIAR.
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