“Las horas de visita se han acabado,” dijo una
enfermera en una fresca bata medica, asomando su cabeza en la sala de visitas. “Si
quieres anotar otra visita para mañana, eres bienvenida entre medio día y las 2
P.M.”
Emily se mordió el interior de la mejilla. Tenían
escuela mañana. “¿hay modo de que podamos hablar llamar a Kelsey?” preguntó. “Tenemos
una rápida pregunta para ella. Es importante.”
La mujer tocaba la insignia que colgaba de su
chaqueta. “Lo siento, pero las llamadas están prohibidas para los pacientes.
Queremos que se concentren en el trabajo que hacen aquí dentro, y no lidiar con
nada del mundo exterior. Pero como les dije, si quieren visitar otra vez…” Abrió
la puerta que guiaba al hall que eventualmente llevaba al recibidor.
No había nada que hacer aparte de obedecer. Emily
siguió a Spencer, Hanna, y Aria por el pasillo, su mente era un enjambre. La
carta de Kelsey a Spencer era desconcertante, y su carta a Emily era
absolutamente desgarradora. ¿De verdad Kelsey no había visto lo que le hicieron
a Tabitha… o era solo otro de sus juegos mentales de A? Si ella no sabía, ¿Qué quiso decir Kelsey en la
cantera cuando dijo que Emily era una persona terrible? Quizás simplemente era porque Emily guardó el secreto de lo
que Spencer le hizo. Kelsey había confiado en Emily, después de todo.
“¿Entonces qué hacemos?” Emily susurró. “¿La visitamos
otro día?”
“Supongo,” Spencer dijo. “Si ella quiere.”
Las chicas caminaron lentamente por el corredor, el
cual estaba iluminado con molestas luces fluorescentes en el tejado y delineada
con puertas ligeramente cerradas. “Miren,” Aria chilló, deteniéndose en una
pequeña alcoba que tenía una fuente de agua.
En las paredes interiores, había docenas de nombres garabateados en lápices
de diferentes colores. PETRA. ULYSSES. JENNIFER. JUSTIN.
“Ella era mi compañera de cuarto,” Hanna
susurró, apuntando al gran IRIS escrito en marcador rosado. “La que pensé
que era A.”
Luego Emily vio algo en un rincón, una firma
tan agobiantemente familiar que sintió sus rodillas tambalear. COURTNEY, decía, en plateadas letras redondeadas. Era
la misma caligrafía que estaba en el mural de sexto grado donde todos
estamparon sus manos y escribieron unos cuantos adjetivos sobre ellos mismos.
Era una caligrafía muy similar también a la de la verdadera Courtney, la chica
que Emily siempre había conocido como Ali. Emily se imaginó a Su Ali escribiendo
su nombre al comienzo de un test de vocabulario, la e en DiLaurentis tan
redonda como esta e en Courtney, las letras se inclinaban
ligeramente hacia delante de la misma forma. Courtney quería ser tal como Ali
hasta el último detalle—y lo fue.
Las otras chicas siguieron la mirada de Emily.
“Así que de verdad estuvo aquí,” Spencer dijo tranquilamente.
Hanna asintió. “Verlo lo hace tan real.”
Emily miró la firma una vez más, luego miró
el pasillo aburrido, limpísimo de La Reserva. ¿Cómo debe haber sido para la
Verdadera Ali estar aquí sin que nadie le crea que ella era quien ella decía
que era a lo largo de cuatro miserables años? Ali debe haberse quemado con odio
porque su hermana haya hecho el cambio. Debe haber estado furiosa con rabia
hacia Emily, Aria, Spencer y Hanna por estar en el lugar equivocado en el
momento correcto. Mientras al interior de estas paredes, ella planeaba su
regreso, orquestó el asesinato de su hermana, compuesto sus planes como A, e incluso con una mente maestra, había ingeniado el incendio en
Poconos.
Y, si las entrañas de Emily sentían lo
correcto, ella aun estaba afuera. Viva.
Emily se dio vuelta hacia sus tres viejas
mejores amigas, preguntándose si debería decirles el secreto que había guardado
por más de un año. Si iban a comenzar de nuevo con el pie derecho, y ser
cercanas de verdad otra vez, tendría que salir al aire alguna vez, ¿cierto?
Pero entonces Hanna suspiró y salió por la
puerta de salida al final del corredor. Spencer la siguió, luego Aria. Emily le
echó un último y largo vistazo al interior de la facilidad. Una sutil, y aguda
risa hizo eco en sus oídos. Saltó, girando. Pero, por supuesto, no había nadie
allí.
Las chicas caminaron por el terreno hacia el
estacionamiento. Un jardinero estaba arrodillado, sacando el pasto seco de una
de los parterres de flores. Una bandera del estado de Pennsylvania flameaba en
un poste haciendo un sonido de golpes en el aire. Por primera vez en un buen
tiempo, mientras caminaban tranquilamente en fila, Emily no se sentía incomoda
cerca de sus viejas amigas. En vez de eso, se sentía cómoda. Aclaró su
garganta. “Quizás podríamos juntarnos después esta semana,” dijo suavemente. “Tomar
un café o algo.”
Aria levantó la vista. “Me gustaría eso.”
“Y a mí,” Hanna dijo. Spencer sonrió y golpeó
la cadera de Emily. Una tibia sensación de satisfacción cayó sobre Emily como
una gruesa frazada. Al menos una cosa buena había salido de todo esto. No se
había dado cuenta de cuan desesperadamente había extrañado a sus viejas amigas.
Pasaron una banca forjada de metal junto al mástil
de la bandera. Debe haber sido instalada recientemente; la base del cemento se veía
como puesta de hace poco. Una brillante placa de cobre descansaba frente a la banca,
un buqué de lirios estaba junto a ella. Emily miró la placa vagamente, sus ojos
pasaron por las letras pero sin realmente leerlas. Luego, se detuvo de golpe y
las leyó otra vez. “Chicas.”
Las otras, ahora unos cuantos pasos más
adelante, se devolvieron. Emily apuntó al letrero en el piso.
Todas miraron las recientemente marcadas
letras. ESTA
BANCA ES DEDICADA A TABITHA CLARK, ANTIGUA PACIENTE DE LA RESERVA EN
ADDISON-STEVEN. DESCANSE EN PAZ. Sus años de nacimiento y muerte estaban
inscritos bajo el mensaje. Eran los mismos de la Verdadera Ali.
“Oh mi dios,” Spencer susurró. Aria puso su
mano sobre su boca. Hanna tomó un gran paso atrás.
“¿Tabitha estuvo aquí?” Spencer dijo.
“¿Por qué esto nunca salió en los artículos noticiales?”
Aria negó con la cabeza.
Emily miró a las otras, haciendo una
escalofriante conexión. “¿Creen que ella conocía a…Ali?”
Todas intercambiaron miradas horrorificadas.
El viento soplaba, llevando una pizca de hojas secas por encima del nombre de
Tabitha. Luego el celular de Aria hizo beep. Segundos después, el teléfono de
Spencer, guardado al fondo de su cartera, sonó. El celular de Hanna hizo un
sonido de chillido de serpiente, y el teléfono de Emily vibró en su bolsillo, haciéndola
saltar.
Emily sabía de quien era el mensaje sin tener
que mirar. Miró a sus amigas, confundida. “Chicas, Kelsey no puede hacer
llamadas desde el interior de La Reserva. No tiene celular.”
“Entonces…” Hanna miró el teléfono. “¿Quién
escribió este?”
Con las manos temblando, Emily presionó LEER. Y luego cerró sus ojos, dándose cuenta de
que no se había acabado. Para nada.
Busquen todo lo que quieran, perras. Pero
NUNCA me encontrarán. —A
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