La tarde siguiente, Emma estaba
parada frente al espejo en el baño compartido de Sutton y Laurel con un tubo de
brillo labial en una mano, mirando sus propios ojos azul marino. Era surreal,
verse al espejo y verse a sí misma. Había sido otra persona por tanto tiempo. Y
después de todo por lo que había pasado, ya no estaba muy segura de quién era
su yo real.
Más temprano ese día habían ido
todos al mercado para escoger un árbol navideño juntos. Ahora podía oír a la
Sra. Mercer y a la abuela Mercer en el living en el primer piso, moviendo los
muebles para hacer espacio para las decoraciones. Arriba, crujían los pasos del
Sr. Mercer y Laurel en el ático mientras buscaban cajas de adornos. Todo el día
una agradable tranquilidad había permeado la casa—no un silencio incómodo, sino
que uno pacífico. Era la tranquilidad de las heridas comenzando a sanarse, de
la profunda tristeza que necesitaba espacio para respirar.
Los ojos de Emma vieron la postal
que había puesto en la esquina del espejo, junto a todas las fotos de los
amigos de Sutton y las entradas de concierto y los recortes de revistas de moda
que su gemela había colgado allí. La postal tenía una foto del Alamo al
atardecer, y decía SALUDOS DESDE SAN ANTONIO en letra cuadrada. En la parte de atrás,
una mano temblorosa y sucia había escrito solamente estoy bien—B. Había llegado el día anterior, dirigida al Sr. Mercer.
Él la había dejado junto al plato de Emma en la mesa de desayuno.
Becky aún no sabía la verdad—que
Sutton estaba muerta, que Emma ahora estaba aquí en Tucson con los Mercer. Pero
era un alivio saber que Becky estaba a salvo. A Emma le gustaba imaginarse distintas
versiones de una nueva vida para su madre. Se imaginaba a Becky fuerte y
saludable, recuperando el peso en su esquelética figura para que la apariencia severa
y encantada se desvanezca de su cara. Se la imaginaba pintando casas de colores
brillantes, o vendiendo fruta en un stand en el costado de la calle, o
aprendiendo a guiar un esquife por un río
con un mentor paciente y amable. Más que nada, quería creer que Becky
podría cambiar. Quería creer que todos podían hacerlo, si querían.
Sus ojos volvieron a su propio
reflejo al levantar el brillo labial hacia su boca. Pero lo que vio en el
espejo la hizo dejar caer el tubo asustada, y este rebotó en el lavamanos,
olvidado. Por menos de un latido de corazón, la vio allí, un brillo, un
parpadeo. Sutton.
Su gemela estaba parada junto a
ella. Llevaba puesto el mismo polerón rosado y shorts de tela de toalla en los
que había muerto, su cabello en largas y sueltas ondas alrededor de sus
hombros. Sus ojos se encontraron en el espejo. El fantasma de una sonrisa en
sus labios… y luego desapareció.
- ¿Sutton? – Emma se dio vuelta para
mirar tras ella. Pero incluso al darse vuelta, supo que no vería a nadie allí.
Se volteó de nuevo hacia el espejo, a ver sus pómulos pronunciados, su nariz respingada.
El límite entre Emma y Sutton había sido tan borroso por tanto tiempo. ¿Dónde
terminaba la vida de su gemela y comenzaba la suya?
Mi hermana tendría el resto de su vida
para averiguar quién era. Pero yo tenía la sensación de que siempre sería parte
de ella—de que de alguna forma, nos habíamos hecho cambiar.
Un suave golpe sonó en la puerta. –
Adelante, - dijo suavemente Emma. Laurel abrió la puerta. Fijó sus ojos en Emma
por largo rato.
- ¿Qué sucede? – preguntó Emma.
Laurel sacudió su cabeza. – Sigue siendo
tenebroso. Lo siento. Sé que probablemente estás cansada de oírlo. Es como que
ere Sutton, pero… no. – Se acercó y se paró junto a Emma, pasándose un cepillo
por su cabello rubio miel.
- No, tienes razón. También es
tenebroso para mí, - dijo Emma, mirando de nuevo al espejo. Estaba usando su
polera vintage de Tootsie Pop[1]
de 1970 y una falda de mezclilla artesanal que había hecho a partir de un par
de jeans viejos. Se había trenzado el pelo flojamente a la espalda y se había
recortado la chasquilla. Había estado en sus ojos desde que llegó a Tucson. –
Estas cosas ya no se sienten como para mí. Pero la ropa de Sutton tampoco.
Laurel se amarró el cabello en un
moño suelto. – Bueno, eso sólo significa que pronto tendremos que tener un
viaje de compras de crisis de identidad. Quizás esta semana vayamos a La Encantada.
- Eso suena genial, - dijo Emma. Sus
ojos se encontraron en el espejo, y ambas sonrieron.
- Como sea, - Laurel dijo, sonrojándose
de felicidad, - Creo que están esperándonos para empezar con el árbol. ¿Estás
lista para bajar?
Emma tomó aire. Esto era con lo que había
soñado por tanto tiempo. Una navidad familiar. Ahora que estaba aquí, se sentía
extrañamente nerviosa. ¿Y si no era lo que se esperaba? Quizás los Mercer se resentirían
porque ella estaba aquí. Quizás no querían que baje y ayude.
- ¿Crees que estaría bien? –
preguntó mordiéndose el labio.
Laurel levantó una ceja. – Sobreviviste
chantaje, secuestro, y ataque, ¿Y estás preocupada por arreglar el árbol? Vamos. – Pasó su brazo por el de Emma y
la apretó para alentarla. Juntas, bajaron las escaleras.
La Sra. Mercer ya había colgado una guirnalda
en la baranda de la escalera, y el aroma a vainilla y canela flotaba por la
casa. En el living habían movido un sillón para hacer espacio para el abeto verde-plateado.
Alguien ya había colocado pequeñas luces parpadeantes alrededor de sus ramas.
Bing Crosby sonaba en el estéreo surround, y había una bandeja de galletas
sobre la tapa del piano. Drake—llevando cuernos de reno de peluche—levantó su
nariz para olfatear con esperanzas la bandeja.
Los Mercer ya estaban allí, el fuego
ardía en la chimenea. La Sra. Mercer estaba sentada moviendo cosas en una caja
de decoraciones en el suelo, mientras que el Sr. Mercer estaba parado mirando pensativamente
el árbol, usando un gorro de santa rojo brillante. La abuela Mercer también estaba
allí, su cabello estaba perfectamente ondulado, y lleva perlas alrededor del
cuello y garganta. Emma tragó saliva. La abuela aun no le había hablado más de
lo absolutamente necesario.
- Oh dios, ya están tocando Blanca
Navidad, - se quejó Laurel, rodando sus ojos, pero Emma sabía que le gustaba en
secreto. La Sra. Mercer sonrió satisfecha.
- Es cierto, - dijo. – Y después de
esto tenemos que soportar a John Denver y a Judy Garland también.
Laurel pretendió ahogarse, y Emma se
rio. Siempre le había gustado la música navideña—era una de esas cosas que podías
disfrutar gratis durante las festividades. Se había pasado varias festividades
caminando por la franja de Vegas[2],
escuchando el show de la fuente del Bellagio tocar “It’s the Most Wonderful
Time of the Year” y mirando los árboles navideños exuberantemente decorados que
ponían los casinos. Ahora, tarareando la canción, tomó una galleta de la
bandeja y la mordió.
La abuela Mercer miró al Sr. Y a la
Sra. Mercer, con arrugas de ansiedad en los costados de sus ojos. El Sr. Mercer
le puso una mano en el hombro, una especie de comunicación silenciosa ocurrió
entre ellos. Él le asintió seriamente, como motivándola. El corazón de Emma se
saltó un latido.
La Abuela Mercer tragó saliva y se
volteó hacia Emma. Sus ojos escanearon la cara de Emma, asimilando las
facciones tan parecidas a las de Sutton. Se aclaró la garganta. – Hay algo que
me gustaría que tengas, Emma.
Las orejas de Emma se levantaron al oír
su nombre. Era la primera vez que la abuela Mercer lo había dicho en voz alta.
Miró a Laurel, quien sonreía, la fogata bailaba en sus brillantes ojos verdes.
Luego la mujer mayor le puso una pequeña caja en la mano a Emma.
Ella la sostuvo por un momento, sin
poder llevarse a perturbar el bello y pequeño envoltorio. La caja era como de
joyas, atada con una cinta de satín. Podía contar con una mano el número de
regalos que había recibido en su vida como ella misma. Ahora apenas sabía qué
hacer.
- Anda, - dijo la abuela, su voz tenía
un tono de emoción exasperada. – Ya ábrela.
Emma tomó la cinta con las manos y
la tiró. Adentro había un ornamento, una simple estrella de cinco puntas en
plata esterlina. En la parte del frente estaba grabado su nombre en letra
cursiva. Bajo eso estaba su fecha de nacimiento.
- Eso es lo que le di a cada una de
las chicas para sus primeras navidades, - dijo la abuela, una sonrisa triste
apareció en su cara. – Sutton y Laurel. Y también a la pobre Becky, años atrás.
Pensé… pensé que te gustaría una también.
Emma no podía hablar. Miró hacia
abajo al pequeño ornamento en su mano, sus labios se separaron. La estrella se
hizo borrosa al llenarse sus ojos con lágrimas. Por primera vez en un largo
tiempo, no eran lágrimas de miedo, de pena, o de frustración. Estaba llorando
con felicidad.
De repente se dio cuenta de que
todos en la habitación la estaban observando. El Sr. Y la Sra. Mercer estaban sonriendo
suavemente, y Laurel se abrazaba las rodillas hacia su pecho en el sofá, mirando
pensativa. La abuela le sonrió temblorosamente, con preocupación. Emma se secó rápidamente
los ojos, mirándolos a todos a su alrededor. – Gracias, - susurró. – Es bello.
- Pensamos que este año… podrías
ayudarnos colgando el de Sutton también, - dijo el Sr. Mercer, su voz temblaba
un poco.
Emma asintió, su garganta estaba
apretada con emoción mientras el Sr. Mercer le entregaba la otra estrella. Por
un momento estuvo fría y dura, y luego lentamente se entibió en su piel. Las
sostuvo, una en cada mano, grabadas con la misma fecha. Luego se volteó hacia
el árbol y cuidadosamente las colgó lado a lado, para que sus puntas se
tocaran.
Las
estrellas de la hermana, pensó. Finalmente
juntas.
Los miré a todos unos minutos más.
Mi mamá estaba cantando “Noche de Paz,” riéndose cuando se equivocaba en las
palabras. Mi papá ponía su brazo alrededor de la abuela Mercer, quien tenía lágrimas
en sus ojos cuando encontró el adorno que yo había hecho en primer grado con mi
foto de la escuela. Laurel levantó su calcetín, preguntando en voz alta si pensaban
que era suficientemente grande. Drake, bajo el piano, astutamente abriendo la
servilleta arrugada que contenía la galleta olvidada de Ema. Y Emma. Emma,
desempacando los adornos, uno a uno, pasando sus manos cariñosamente por ellos.
Preguntándose por la historia tras cada uno—de dónde venía, qué significaba,
quién lo había escogido. Pero habría tiempo para aprender todo eso, tiempo para
oír las historias de su familia y convertirse en parte de ellos.
Y entonces me sentí a la deriva, lentamente
separándome del mundo que siempre había conocido. Por un instante sentí pánico.
No estaba lista. No quería dejarlos. Pero luego mis árboles se fijaron en el árbol,
en nuestras pequeñas estrellas plateadas. Laurel había colgado la de ella justo
bajo la de Emma. Entonces entendí. Éramos una constelación. Siempre estaríamos juntas.
Me volteé hacia Emma, la hermana
gemela que nunca pude conocer en persona, quien había vivido mi vida y me había
traído paz, a pesar de que le había costado casi todo. – Gracias, - susurré.
En el reflejo de las estrellas, vi
mi propia silueta destellando en un radiante plateado-dorado, haciéndose más y
más brillante hasta que ya no podía siquiera mirarme a mi misma. Me estaba convirtiendo
en energía, pura y vibrante. Le di un último vistazo a mi familia, mi
constelación, bella y brillante.
- Recuérdenme, - dije, sabiendo que
lo harían. Y entonces, tan rápido como una estrella fugaz, desaparecí.
**FIN**
[1] Tootsie Pop: Marca de
caramelos.
[2] La franja de vegas: Parte famosa
de Las Vegas donde hay muchos resorts y casinos.
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