- Yo voy, - Emma gritó hacia la
cocina, tomando el dinero que el Sr. Mercer había dejado en la mesa de la
entrada. El timbre volvió a sonar. Nadie había estado de humor para cocinar la
cena, así que decidieron ordenar una piza gourmet de un lugar llamado Pie
Volador.
Toda la tarde había estado doblando
y desdoblando esa nota, mirando esa escritura enojada, pensando en la mirada de
la cara de Garrett desde esa ventana cuando la miraba. Nisha no será la única persona por quien te preocupes que muera por tu
culpa. Leyó las palabras una y otra vez. Ese pensamiento la paralizaba.
Todos, todos estaban en riesgo ahora —y el asesino estaba un paso delante de
ella en cada esquina. No podía moverse sin poner en peligro a alguien a quien
quisiera.
Desde que llegó a su casa su
teléfono no había dejado de recibir mensajes, pero lo apagó sin siquiera
revisarlos. Mads y Char, Thayer, Ethan
—la idea de hablar con cualquiera de ellos hacía que su estómago se revuela.
Especialmente Ethan. ¿Y si el mensaje era interceptado, de alguna forma? ¿Y si
el asesino se enteraba de que Ethan sabía su secreto? Su primer mensaje
amenazador había dicho No le digas a
nadie.
- Voy, - gritó, cuando el de las
entregas golpeó. Abrió la puerta. – Gracias por esper—-las palabras se quedaron
en su garganta. No era el de las pizzas.
Era el detective Quinlan.
Llevaba un traje café que le quedaba
mal ajustado, inmaculadamente limpio y planchado, y sus zapatos brillaban como
si los acabara de sacar de la caja. Su expresión era ilegible tras el bigote
guarda-sopa que colgaba de su labio superior. Sus ojos eran del color frío y
gris del granito.
- Buenas tardes, Srta. Mercer, -
dijo. – Lo siento mucho por su pérdida.
Emma le asintió temblorosamente,
luchando por mantenerse calmada. Debería haber esperado esto—los policías
tendrían preguntas, y los Mercer eran los parientes cercanos de Emma Paxton.
Mi hermana tenía que estar a la
guardia. Había pasado la mayor parte de mi vida intentando ser más astuta que
ese hombre, y no era tan tonto como lucía.
Detrás de ella, se oyeron pasos
cuando el Sr. Mercer entró a la sala. – Detective, - dijo, acercándose para
darle la mano al hombre. – Lo esperaba mañana.
- Ustedes viven en mi camino a casa.
Pensé en acercarme y ver cómo estaban.
El Sr. Mercer mostró una sonrisa
demacrada. – Un poco impactados, mayoritariamente. Entre.
El bigote de Quinlan tiritó casi
imperceptiblemente. – Muchas gracias.
El Sr. Mercer guio al detective
hacia la cocina, Emma tras ellos con el corazón martilleando en sus oídos. La
Sra. Mercer y Laurel estaban en la isla de la cocina, repartiendo platos y
servilletas para la pizza. Ambas se detuvieron de golpe cuando vieron a
Quinlan. Él sonrió con lástima. – Lamento interrumpir justo a la hora de la
cena. Sé que ha sido un día largo.
- No se preocupe, - dijo la Sra.
Mercer. Puso en la mesa la pila de platos. - ¿Puedo ofrecerle algo para beber,
detective? Puedo poner a preparar café.
- No se moleste, Sra. Mercer. – miró
a su alrededor, levantando una fuente con forma de piña del mesón y
examinándola en sus manos.
Emma caminó y se paró junto a
Laurel, quien la miró con los ojos muy abiertos, una mirada furtiva. La Sra.
Mercer hizo un gesto a Quinlan para que se siente en una de las sillas del
comedor, luego se sentó frente a él, su marido estaba parado tras ella con una
mano en su hombro.
El detective tomó un pequeño
cuadernillo del bolsillo de su pecho y lo abrió. – He estado hablando con Las
Vegas, y esto es lo que tengo hasta ahora. Emma Paxton desapareció el primero
de septiembre luego de una discusión con su familia adoptiva temporal. Nadie ha
oído de ella desde entonces. Su madre adoptiva la reportó perdida, pero ya que
no había señales de secuestro o de algo sucio, se asumió que había escapado.
Los chicos del sistema de adopción temporal se escapan todo el tiempo. Emma
estaba a pocas semanas de cumplir dieciocho, así que el departamento de
policías de Las Vegas simplemente asumió que se había adelantado en
independizarse. – cliqueó su lápiz unas cuantas veces y miró a Emma. – Lo que
estamos intentando averiguar es cómo terminó aquí. ¿Hay algo que puedas decirme
al respecto, Sutton?
Emma respiró profunda y
controladamente, intentando sofocar el pánico en aumento en su pecho. Si
estaban investigando a Emma Paxton, no tomaría mucho antes de que revisen la
cuenta de Facebook de Sutton y se enteren de que las gemelas habían estado en
contacto. Tenía que decirles tanto de la verdad como pudiera sin entregarse—o
sino la pillarían en una mentira aún más grande.
Se lamió los labios. – S-sí, -
tartamudeó. – Me mandó un mensaje en Facebook la noche antes de que
desapareció. Hicimos planes de juntarnos en el cañón al día siguiente.
Las cabezas del Sr. Y la Sra. Mercer
se giraron de golpe para mirarla. - ¿Qué? – preguntó el Sr. Mercer, sus cejas
arqueadas tan arriba como podían estar. La cara de la Sra. Mercer estaba
drenada de color. Junto a ella, Laurel resopló.
Emma se miró los pies—no se confiaba
para mirar a nadie. – Lo siento por no haberles dicho antes, - dio, inventando
rápidamente. – No estaba segura de sí era real o no. Nunca apareció donde
quedamos de juntarnos, y asumí que era alguna clase de broma. – Pensó en esa
noche—lo entusiasmada y esperanzada que había estado, lo emocionada que estaba
de finalmente conocer a su familia. El dolor se retorcía en su pecho.
Laurel pasó su brazo por el de Emma de forma
tranquilizadora. - ¿Era eso lo que estabas intentando decirnos esta tarde en la
escuela?
- Sí, - dijo Emma rápidamente,
agradecida por la explicación de Laurel. – La esperé por horas.
El lápiz de Quinlan escribía
rápidamente en el papel, el único sonido en el denso silencio. Emma miró a los
Mercer, sus caras estaban llenas de tristeza y confusión. El mechón gris en el
cabello de la Sra. Mercer parecía resaltar más pronunciadamente que lo usual,
su cara tenía líneas marcadas. Lucía extrañamente vieja.
- ¿Y no le dijiste esto a nadie? ¿No
te preocupaste por tu hermana? – dijo Quinlan escépticamente.
Emma miró a Quinlan a los ojos. En
su interior, su corazón estaba palpitante, sus nervios en llamas. Pero miró
tranquilamente al detective por un largo momento. – Todo esto ocurrió justo
después de que conocí a mi mamá biológica, detective Quinlan. ¿Sabe algo sobre
mi mamá biológica?
Quinlan miró al Sr. Mercer. Durante
la estadía más reciente de Becky en la ciudad, había sido arrestada por
mostrarle un cuchillo a un extraño durante un ataque psicótico. Emma quería
apostar a que no era su primer encuentro con la ley.
- Sí, - dijo finalmente. – Sé sobre
tu madre.
Emma podía sentir sus labios
temblando, pero mantuvo su cabeza quieta. El Sr. Mercer dio un paso hacia ella
como para confortarla, pero ella no quitó su mirada de Quinlan.
- Becky tiene problemas, - dijo. –
Se va de la ciudad cada vez que se pone un poco triste. ¿Cómo se suponía que yo
supiera que Emma no era tal como ella? – La amarguera en su voz—rabia dirigida
a Becky—era genuina. Una única lágrima bajó por su mejilla. – Y como dije, no
estaba totalmente convencida de que no fuera una broma. No quería que nadie me
viera actuando… desesperada.
La Sra. Mercer gimió entrecortadamente
y enterró su cara en sus manos. El Sr. Mercer parecía indeciso entre confortar
a su esposa o acercarse a su hija. Pero antes de que se pueda mover, Laurel
habló.
- En caso de que no lo haya notado,
- dijo bruscamente, - estamos de luto.
Un baño de gratitud hacia mi hermana
pasó por mi cuerpo.
Quinlan arrugó levemente sus labios,
anotando algo en su cuaderno, luego se devolvió algunas páginas para ver algo.
– Tueno, - dijo. – La fecha estimada de la muerte de la Srta. Paxton es entre
el treinta de agosto y el primero de septiembre. ¿Estuvieron en el cañón Sabino
entre esas fechas?
Laurel saltó, y Emma supo lo que
estaba pensando. El treinta y uno fue la noche en que Thayer y Sutton habían
estado en el cañón en una cita; cuando Thayer fue golpeado por alguien
conduciendo el auto de Sutton, y Laurel vino a llevarlo al hospital. Pero fue
el Sr. Mercer quién respondió.
- Sutton y yo estábamos ambos en el
cañón Sabino el treinta y uno de agosto. – miró a la Sra. Mercer. – Nos
encontramos con Becky allí. Fue una noche bastante emotiva. Sutton no sabía
sobre Becky hasta entonces.
Quinlan volvió su mirada de acero
hacia Emma. - ¿Esto fue antes o después de que encontraras a Emma en Facebook?
- Justo antes, - dijo. – Becky me
contó sobre Emma, ý pocas horas después recibí el mensaje de la misma Emma.
Las peludas cejas de Quinlan se
arquearon en su frente. – Qué coincidencia.
Emma se encogió de hombros. Aunque
una delgada capa de sudor había aparecido en su frente. – Asumí que Becky se había
puesto en contacto con Emma justo antes de venir a verme. Después de todo, Emma es la gemela a la que Becky crio. Yo soy la que entregó. La que no quería.
– Dejó que su voz tiemble, y luego esperó que no haya sobreactuado. – Si quería
que finalmente nos conozcamos después de todos estos años, tiene sentido que
iría primero a hablar con Emma.
Un largo e incómodo silencio siguió
después de ese discurso. La Sra. Mercer seguía con su cara oculta en sus manos,
llorando silenciosamente. Laurel parecía estar examinando el mosaico café de
las cerámicas del suelo. Emma tragó saliva.
- Bueno, - dijo Quinlan, marcando la
primera sílaba con escepticismo. – Entonces, ¿Puedes explicar por qué entraste
a la estación dos días después llamándote a ti misma Emma Paxton?
La pregunta cayó como una bomba. La
mano de la Sra. Mercer se alejó volando de su cara y se volteó para mirar a
Emma. A su lado, Laurel se puso rígida. El Sr. Mercer parpadeó mirando a
Quinlan.
- ¿Hizo qué? – preguntó, su cara blanca como un papel.
- Sip. Primer día de clases, Sutton
entró a la estación insistiendo que ella no era Sutton sino que Emma, y que
algo terrible le había pasado a su gemela. Lo desestimé como otra broma. Pero
ahora… - sacudió su cabeza. – Ahora no estoy tan seguro.
El collar de Emma de repente se
sentía como si la estuviera ahorcando. Tragó saliva, forzándose a mantener la
mirada con Quinlan.
- Bueno, sí, - dijo suavemente. –
Era una broma. Acababa de enterarme de que tenía una gemela. No es como si
supiera que algo le había pasado. Como dije, no llegó cuando se suponía que nos
encontráramos. – mantuvo su mirada, intentando canalizar un poco de la actitud
de Sutton, intentando imaginarse cómo Sutton manejaría el ser interrogada
cuando su hermana perdida acababa de morir. – Estaba enojada. Enojada con mis padres, enojada con Becky, enojada con
Emma por dejarme plantada. Esperaba que me llamara la atención por eso. Que le
dijera a mis padres, y luego sabría si Emma siquiera era real.
Le quitó la mirada a Quinlan y la
dirigió a sus abuelos. La Sra. Mercer la miraba miserablemente, sus ojos
vidriosos con lágrimas. El Sr. Mercer lucía severo por un momento, como si la
quisiera castigar, pero luego miró a otro lado, como avergonzado.
- Lo siento, - dijo el Sr. Mercer,
soplando aire fuertemente por la boca. – Estás en lo cierto, Sutton. Debimos
haberte dicho la verdad mucho antes.
Nada
mal, pensé, extrañamente orgullosa de la actuación de Emma. Hacía un buen
papel de Sutton Mercer enojada. Debo haberla estado contagiando después de
todo.
Una punzada de vergüenza atravesó el
pecho de Emma. Ahora el Sr. Mercer pensaba que él había hecho mal, cuando nada
de esto era su culpa. Espero que algún
día puedas perdonarme, pensó. Pero todo lo que dijo fue, - Ya no importa.
Quinlan estaba muy quieto sentado en
la silla, mirándola calmadamente. Dejó que el silencio dure demasiado antes de
hablar otra vez. – Tengo otra pregunta, y luego te dejo de molestar por esta
tarde. Sutton, hemos estado mirando los registros telefónicos de Nisha Banerjee
para intentar averiguar qué puede haber ocurrido las horas previas a su muerte.
Pareciera que te llamó y te mandó un mensaje... – miró sus notas— - Ocho veces
en total.
Emma asintió. Había estado esperando
esto desde el funeral. – Estaba ocupada y no le contesté. Intenté llamarla más
tarde, después de tenis, pero para cuando la llamé… - dejó de hablar con
impotencia.
El detective levantó una ceja. -
¿Entonces no tienes idea de por qué te estaba contactando?
- No. Quisiera saber. – La voz de
Emma temblaba. – Quizás la pude haber ayudado. – Laurel miró afligida a Emma y
le apretó el brazo. – Le pregunté al Dr. Banerjee, pero él tampoco sabía.
- ¿Qué tiene que ver eso con Sutton?
– preguntó el Sr. Mercer, frunciéndole el ceño a Quinlan. El detective sacudió
su cabeza.
- Probablemente nada, - dijo. – Pero
parecía inusual. Nisha no tenía el hábito de llamar a nadie tan frenéticamente.
Sólo estoy intentando asegurarme de tener toda la información. – El detective
se levantó, cerrando su cuaderno y devolviéndolo a su bolsillo. – Sutton, de
verdad necesito ver esos mensajes de Facebook. Estamos intentando armar una
línea de tiempo de lo que le pasó a Emma, y nos ayudarían. ¿Puedes venir a la
estación el viernes?
Emma quería hacerle algunas
preguntas también a Quinlan—sobre el estado del cuerpo, si había alguna
evidencia de asesinato, o pisadas cerca, o algo—pero él ya la estaba mirando
extraño, y no quería hacer sonar más alarmas en su cabeza. En su lugar, sólo
asintió. – Claro. Iré después de clases.
Quinlan se detuvo, mirando a cada
uno de ellos. Su mirada estuvo más tiempo en Emma. – Debería advertirles, esto
se hará público mañana.
- ¿Público? – Emma preguntó,
frunciendo el ceño.
- Hay una conferencia de prensa
programada para las ocho A.M. Supongo que la prensa va a querer darse un día de
picnic con el tema. Deberían estar preparados para eso.
La Sra. Mercer se levantó de su
asiento. - ¿Podemos mantenerlo en silencio? – Preguntó suplicantemente. – Ni
siquiera hemos tenido tiempo de asimilarlo.
Quinlan miró compasivamente, pero
negó con la cabeza. – Ya hay media docena de helicópteros de noticias
circulando sobre el sitio donde la encontramos. Me temo que la historia va a
sonar mucho. – Sacó su billetera de su bolsillo trasero y sacó una tarjeta de
negocios. – Voy a dejar esto aquí. Llámenme si recuerdan algo más que crean que
pueda ser útil.
- Por supuesto, - murmuró el Sr.
Mercer. – Lo acompaño afuera.
El detective siguió al abuelo de
Emma de vuelta hacia la puerta frontal. Cuando pasaron a su lado, Quinlan la
miró enfáticamente, sus ojos brillaban mucho. Luego desapareció.
Emma se abrazó apoyándose contra la
isla de la cocina, la fuerza se drenó de su cuerpo de una sola vez. Había
logrado esquivar la verdad una vez más. Pero tenía la sensación de que Quinlan
aún no terminaba con ella. ¿Por cuánto más podría cubrir su identidad, ahora
que la policía había encontrado el cuerpo de Sutton?
Los secretos de Emma—y los míos—estaban
desenmarañándose más rápido de lo que ella tardaba en armar nuevas mentiras
para cubrirlos. Y yo sabía por experiencia propia lo que ocurre al final de un
Juego de Mentiras.
Te atrapan.
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