sábado, 16 de abril de 2016

Seven Minutes in Heaven - Capítulo 9 - Policía malo, policía malo

            - Yo voy, - Emma gritó hacia la cocina, tomando el dinero que el Sr. Mercer había dejado en la mesa de la entrada. El timbre volvió a sonar. Nadie había estado de humor para cocinar la cena, así que decidieron ordenar una piza gourmet de un lugar llamado Pie Volador.
            Toda la tarde había estado doblando y desdoblando esa nota, mirando esa escritura enojada, pensando en la mirada de la cara de Garrett desde esa ventana cuando la miraba. Nisha no será la única persona por quien te preocupes que muera por tu culpa. Leyó las palabras una y otra vez. Ese pensamiento la paralizaba. Todos, todos estaban en riesgo ahora —y el asesino estaba un paso delante de ella en cada esquina. No podía moverse sin poner en peligro a alguien a quien quisiera.
            Desde que llegó a su casa su teléfono no había dejado de recibir mensajes, pero lo apagó sin siquiera revisarlos. Mads y Char, Thayer, Ethan —la idea de hablar con cualquiera de ellos hacía que su estómago se revuela. Especialmente Ethan. ¿Y si el mensaje era interceptado, de alguna forma? ¿Y si el asesino se enteraba de que Ethan sabía su secreto? Su primer mensaje amenazador había dicho No le digas a nadie.
            - Voy, - gritó, cuando el de las entregas golpeó. Abrió la puerta. – Gracias por esper—-las palabras se quedaron en su garganta. No era el de las pizzas.
            Era el detective Quinlan.
            Llevaba un traje café que le quedaba mal ajustado, inmaculadamente limpio y planchado, y sus zapatos brillaban como si los acabara de sacar de la caja. Su expresión era ilegible tras el bigote guarda-sopa que colgaba de su labio superior. Sus ojos eran del color frío y gris del granito.
            - Buenas tardes, Srta. Mercer, - dijo. – Lo siento mucho por su pérdida.
            Emma le asintió temblorosamente, luchando por mantenerse calmada. Debería haber esperado esto—los policías tendrían preguntas, y los Mercer eran los parientes cercanos de Emma Paxton.
            Mi hermana tenía que estar a la guardia. Había pasado la mayor parte de mi vida intentando ser más astuta que ese hombre, y no era tan tonto como lucía.
            Detrás de ella, se oyeron pasos cuando el Sr. Mercer entró a la sala. – Detective, - dijo, acercándose para darle la mano al hombre. – Lo esperaba mañana.
            - Ustedes viven en mi camino a casa. Pensé en acercarme y ver cómo estaban.
            El Sr. Mercer mostró una sonrisa demacrada. – Un poco impactados, mayoritariamente. Entre.
            El bigote de Quinlan tiritó casi imperceptiblemente. – Muchas gracias.
            El Sr. Mercer guio al detective hacia la cocina, Emma tras ellos con el corazón martilleando en sus oídos. La Sra. Mercer y Laurel estaban en la isla de la cocina, repartiendo platos y servilletas para la pizza. Ambas se detuvieron de golpe cuando vieron a Quinlan. Él sonrió con lástima. – Lamento interrumpir justo a la hora de la cena. Sé que ha sido un día largo.
            - No se preocupe, - dijo la Sra. Mercer. Puso en la mesa la pila de platos. - ¿Puedo ofrecerle algo para beber, detective? Puedo poner a preparar café.
            - No se moleste, Sra. Mercer. – miró a su alrededor, levantando una fuente con forma de piña del mesón y examinándola en sus manos.
            Emma caminó y se paró junto a Laurel, quien la miró con los ojos muy abiertos, una mirada furtiva. La Sra. Mercer hizo un gesto a Quinlan para que se siente en una de las sillas del comedor, luego se sentó frente a él, su marido estaba parado tras ella con una mano en su hombro.
            El detective tomó un pequeño cuadernillo del bolsillo de su pecho y lo abrió. – He estado hablando con Las Vegas, y esto es lo que tengo hasta ahora. Emma Paxton desapareció el primero de septiembre luego de una discusión con su familia adoptiva temporal. Nadie ha oído de ella desde entonces. Su madre adoptiva la reportó perdida, pero ya que no había señales de secuestro o de algo sucio, se asumió que había escapado. Los chicos del sistema de adopción temporal se escapan todo el tiempo. Emma estaba a pocas semanas de cumplir dieciocho, así que el departamento de policías de Las Vegas simplemente asumió que se había adelantado en independizarse. – cliqueó su lápiz unas cuantas veces y miró a Emma. – Lo que estamos intentando averiguar es cómo terminó aquí. ¿Hay algo que puedas decirme al respecto, Sutton?
            Emma respiró profunda y controladamente, intentando sofocar el pánico en aumento en su pecho. Si estaban investigando a Emma Paxton, no tomaría mucho antes de que revisen la cuenta de Facebook de Sutton y se enteren de que las gemelas habían estado en contacto. Tenía que decirles tanto de la verdad como pudiera sin entregarse—o sino la pillarían en una mentira aún más grande.
            Se lamió los labios. – S-sí, - tartamudeó. – Me mandó un mensaje en Facebook la noche antes de que desapareció. Hicimos planes de juntarnos en el cañón al día siguiente.
            Las cabezas del Sr. Y la Sra. Mercer se giraron de golpe para mirarla. - ¿Qué? – preguntó el Sr. Mercer, sus cejas arqueadas tan arriba como podían estar. La cara de la Sra. Mercer estaba drenada de color. Junto a ella, Laurel resopló.
            Emma se miró los pies—no se confiaba para mirar a nadie. – Lo siento por no haberles dicho antes, - dio, inventando rápidamente. – No estaba segura de sí era real o no. Nunca apareció donde quedamos de juntarnos, y asumí que era alguna clase de broma. – Pensó en esa noche—lo entusiasmada y esperanzada que había estado, lo emocionada que estaba de finalmente conocer a su familia. El dolor se retorcía en su pecho.
             Laurel pasó su brazo por el de Emma de forma tranquilizadora. - ¿Era eso lo que estabas intentando decirnos esta tarde en la escuela?
            - Sí, - dijo Emma rápidamente, agradecida por la explicación de Laurel. – La esperé por horas.
            El lápiz de Quinlan escribía rápidamente en el papel, el único sonido en el denso silencio. Emma miró a los Mercer, sus caras estaban llenas de tristeza y confusión. El mechón gris en el cabello de la Sra. Mercer parecía resaltar más pronunciadamente que lo usual, su cara tenía líneas marcadas. Lucía extrañamente vieja.
            - ¿Y no le dijiste esto a nadie? ¿No te preocupaste por tu hermana? – dijo Quinlan escépticamente.
            Emma miró a Quinlan a los ojos. En su interior, su corazón estaba palpitante, sus nervios en llamas. Pero miró tranquilamente al detective por un largo momento. – Todo esto ocurrió justo después de que conocí a mi mamá biológica, detective Quinlan. ¿Sabe algo sobre mi mamá biológica?
            Quinlan miró al Sr. Mercer. Durante la estadía más reciente de Becky en la ciudad, había sido arrestada por mostrarle un cuchillo a un extraño durante un ataque psicótico. Emma quería apostar a que no era su primer encuentro con la ley.
            - Sí, - dijo finalmente. – Sé sobre tu madre.
            Emma podía sentir sus labios temblando, pero mantuvo su cabeza quieta. El Sr. Mercer dio un paso hacia ella como para confortarla, pero ella no quitó su mirada de Quinlan.
            - Becky tiene problemas, - dijo. – Se va de la ciudad cada vez que se pone un poco triste. ¿Cómo se suponía que yo supiera que Emma no era tal como ella? – La amarguera en su voz—rabia dirigida a Becky—era genuina. Una única lágrima bajó por su mejilla. – Y como dije, no estaba totalmente convencida de que no fuera una broma. No quería que nadie me viera actuando… desesperada.
            La Sra. Mercer gimió entrecortadamente y enterró su cara en sus manos. El Sr. Mercer parecía indeciso entre confortar a su esposa o acercarse a su hija. Pero antes de que se pueda mover, Laurel habló.
            - En caso de que no lo haya notado, - dijo bruscamente, - estamos de luto.
            Un baño de gratitud hacia mi hermana pasó por mi cuerpo.
            Quinlan arrugó levemente sus labios, anotando algo en su cuaderno, luego se devolvió algunas páginas para ver algo. – Tueno, - dijo. – La fecha estimada de la muerte de la Srta. Paxton es entre el treinta de agosto y el primero de septiembre. ¿Estuvieron en el cañón Sabino entre esas fechas?
            Laurel saltó, y Emma supo lo que estaba pensando. El treinta y uno fue la noche en que Thayer y Sutton habían estado en el cañón en una cita; cuando Thayer fue golpeado por alguien conduciendo el auto de Sutton, y Laurel vino a llevarlo al hospital. Pero fue el Sr. Mercer quién respondió.
            - Sutton y yo estábamos ambos en el cañón Sabino el treinta y uno de agosto. – miró a la Sra. Mercer. – Nos encontramos con Becky allí. Fue una noche bastante emotiva. Sutton no sabía sobre Becky hasta entonces.
            Quinlan volvió su mirada de acero hacia Emma. - ¿Esto fue antes o después de que encontraras a Emma en Facebook?
            - Justo antes, - dijo. – Becky me contó sobre Emma, ý pocas horas después recibí el mensaje de la misma Emma.
            Las peludas cejas de Quinlan se arquearon en su frente. – Qué coincidencia.
            Emma se encogió de hombros. Aunque una delgada capa de sudor había aparecido en su frente. – Asumí que Becky se había puesto en contacto con Emma justo antes de venir a verme. Después de todo, Emma es la gemela a la que Becky crio. Yo soy la que entregó. La que no quería. – Dejó que su voz tiemble, y luego esperó que no haya sobreactuado. – Si quería que finalmente nos conozcamos después de todos estos años, tiene sentido que iría primero a hablar con Emma.
            Un largo e incómodo silencio siguió después de ese discurso. La Sra. Mercer seguía con su cara oculta en sus manos, llorando silenciosamente. Laurel parecía estar examinando el mosaico café de las cerámicas del suelo. Emma tragó saliva.
            - Bueno, - dijo Quinlan, marcando la primera sílaba con escepticismo. – Entonces, ¿Puedes explicar por qué entraste a la estación dos días después llamándote a ti misma Emma Paxton?
            La pregunta cayó como una bomba. La mano de la Sra. Mercer se alejó volando de su cara y se volteó para mirar a Emma. A su lado, Laurel se puso rígida. El Sr. Mercer parpadeó mirando a Quinlan.
            - ¿Hizo qué? – preguntó, su cara blanca como un papel.
            - Sip. Primer día de clases, Sutton entró a la estación insistiendo que ella no era Sutton sino que Emma, y que algo terrible le había pasado a su gemela. Lo desestimé como otra broma. Pero ahora… - sacudió su cabeza. – Ahora no estoy tan seguro.
            El collar de Emma de repente se sentía como si la estuviera ahorcando. Tragó saliva, forzándose a mantener la mirada con Quinlan.
            - Bueno, sí, - dijo suavemente. – Era una broma. Acababa de enterarme de que tenía una gemela. No es como si supiera que algo le había pasado. Como dije, no llegó cuando se suponía que nos encontráramos. – mantuvo su mirada, intentando canalizar un poco de la actitud de Sutton, intentando imaginarse cómo Sutton manejaría el ser interrogada cuando su hermana perdida acababa de morir. – Estaba enojada. Enojada con mis padres, enojada con Becky, enojada con Emma por dejarme plantada. Esperaba que me llamara la atención por eso. Que le dijera a mis padres, y luego sabría si Emma siquiera era real.
            Le quitó la mirada a Quinlan y la dirigió a sus abuelos. La Sra. Mercer la miraba miserablemente, sus ojos vidriosos con lágrimas. El Sr. Mercer lucía severo por un momento, como si la quisiera castigar, pero luego miró a otro lado, como avergonzado.
            - Lo siento, - dijo el Sr. Mercer, soplando aire fuertemente por la boca. – Estás en lo cierto, Sutton. Debimos haberte dicho la verdad mucho antes.
            Nada mal, pensé, extrañamente orgullosa de la actuación de Emma. Hacía un buen papel de Sutton Mercer enojada. Debo haberla estado contagiando después de todo.
            Una punzada de vergüenza atravesó el pecho de Emma. Ahora el Sr. Mercer pensaba que él había hecho mal, cuando nada de esto era su culpa. Espero que algún día puedas perdonarme, pensó. Pero todo lo que dijo fue, - Ya no importa.
            Quinlan estaba muy quieto sentado en la silla, mirándola calmadamente. Dejó que el silencio dure demasiado antes de hablar otra vez. – Tengo otra pregunta, y luego te dejo de molestar por esta tarde. Sutton, hemos estado mirando los registros telefónicos de Nisha Banerjee para intentar averiguar qué puede haber ocurrido las horas previas a su muerte. Pareciera que te llamó y te mandó un mensaje... – miró sus notas— - Ocho veces en total.
            Emma asintió. Había estado esperando esto desde el funeral. – Estaba ocupada y no le contesté. Intenté llamarla más tarde, después de tenis, pero para cuando la llamé… - dejó de hablar con impotencia.
            El detective levantó una ceja. - ¿Entonces no tienes idea de por qué te estaba contactando?
            - No. Quisiera saber. – La voz de Emma temblaba. – Quizás la pude haber ayudado. – Laurel miró afligida a Emma y le apretó el brazo. – Le pregunté al Dr. Banerjee, pero él tampoco sabía.
            - ¿Qué tiene que ver eso con Sutton? – preguntó el Sr. Mercer, frunciéndole el ceño a Quinlan. El detective sacudió su cabeza.
            - Probablemente nada, - dijo. – Pero parecía inusual. Nisha no tenía el hábito de llamar a nadie tan frenéticamente. Sólo estoy intentando asegurarme de tener toda la información. – El detective se levantó, cerrando su cuaderno y devolviéndolo a su bolsillo. – Sutton, de verdad necesito ver esos mensajes de Facebook. Estamos intentando armar una línea de tiempo de lo que le pasó a Emma, y nos ayudarían. ¿Puedes venir a la estación el viernes?
            Emma quería hacerle algunas preguntas también a Quinlan—sobre el estado del cuerpo, si había alguna evidencia de asesinato, o pisadas cerca, o algo—pero él ya la estaba mirando extraño, y no quería hacer sonar más alarmas en su cabeza. En su lugar, sólo asintió. – Claro. Iré después de clases.
            Quinlan se detuvo, mirando a cada uno de ellos. Su mirada estuvo más tiempo en Emma. – Debería advertirles, esto se hará público mañana.
            - ¿Público? – Emma preguntó, frunciendo el ceño.
            - Hay una conferencia de prensa programada para las ocho A.M. Supongo que la prensa va a querer darse un día de picnic con el tema. Deberían estar preparados para eso.
            La Sra. Mercer se levantó de su asiento. - ¿Podemos mantenerlo en silencio? – Preguntó suplicantemente. – Ni siquiera hemos tenido tiempo de asimilarlo.
            Quinlan miró compasivamente, pero negó con la cabeza. – Ya hay media docena de helicópteros de noticias circulando sobre el sitio donde la encontramos. Me temo que la historia va a sonar mucho. – Sacó su billetera de su bolsillo trasero y sacó una tarjeta de negocios. – Voy a dejar esto aquí. Llámenme si recuerdan algo más que crean que pueda ser útil.
            - Por supuesto, - murmuró el Sr. Mercer. – Lo acompaño afuera.
            El detective siguió al abuelo de Emma de vuelta hacia la puerta frontal. Cuando pasaron a su lado, Quinlan la miró enfáticamente, sus ojos brillaban mucho. Luego desapareció.
            Emma se abrazó apoyándose contra la isla de la cocina, la fuerza se drenó de su cuerpo de una sola vez. Había logrado esquivar la verdad una vez más. Pero tenía la sensación de que Quinlan aún no terminaba con ella. ¿Por cuánto más podría cubrir su identidad, ahora que la policía había encontrado el cuerpo de Sutton?
            Los secretos de Emma—y los míos—estaban desenmarañándose más rápido de lo que ella tardaba en armar nuevas mentiras para cubrirlos. Y yo sabía por experiencia propia lo que ocurre al final de un Juego de Mentiras.
            Te atrapan.

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