martes, 19 de enero de 2016

Cross My Heart, Hope to Die - Capítulo 18 - Madre, interrumpida

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               En cuanto terminó la práctica de tenis, Emma condujo derecho al hospital y se subió al ascensor hacia el cuarto piso. El pesado olor a limpiador ardía en su nariz, junto con el aún más fuerte olor antiséptico. El pasillo estaba tenebrosamente silencioso, como si toda el ala estuviera sometida bajo la presión de sus propios secretos y delirios. Apretó sus dientes y caminó hacia la estación de las enfermeras, su corazón latía como un tambor en su pecho.
               El joven enfermero, quien llevaba gafas y estaba quedando calvo prematuramente, levantó la vista desde la pantalla de su computador. El reflejo de su monitor creaba dos cuadrados idénticos en las lentes de sus gafas. - ¿Puedo ayudarte? – preguntó.
               Ella apretó su puño alrededor del tirante de su bolso mensajero. – Estoy aquí para visitar a Becky—digo, Rebecca Mercer.
           Él hizo un gesto a una hoja de papel en un portapapeles. – Anótate.
           La página estaba, deprimentemente, en blanco. Emma escribió ordenadamente el nombre de Sutton. El enfermero salió de su escritorio y leyó la inscripción con una ceja levantada. – Tú eres la hija, ¿no?
           ¿Cuál era la respuesta correcta? Algo así. Solía serlo. Sólo genéticamente. En su lugar, simplemente asintió.
           - Ha estado preguntando por ti – dijo él, haciéndole un gesto con la cabeza para que la siga. Emma fue tras de él. – Eso es lo único que cualquiera de nosotros le ha podido sacar. “Quiero a mi hija.”
           ¿Cuál? Emma se preguntó.
           Había una gran sala de conversación a la izquierda, se veía una media docena de personas a través de las ventanas. Sus ojos estaban pegados a una televisión puesta en Bailando con las estrellas. Una chica en bata de baño sólo un poco mayor que Emma estaba de pie moviéndose al ritmo de la música. Una mujer de mediana edad estaba sentada junto a la ventana, con su cabeza en las manos. Uno de los pacientes que estaba frente a la televisión, un hombre con cabello gris y grasoso que caía en rizos por su cuello, miró hacia el pasillo y le guiñó el ojo a Emma. A su sonrisa le faltaban varios dientes. Emma se apresuró tras el enfermero, tragándose su casi-tangible temor. Por un momento, quiso correr de vuelta hacia el ascensor, de vuelta al auto de Sutton, y de vuelta a casa. Pero tenía que hacer esto. Tenía que hablar con Becky.
           Yo iba tras Emma, deseando poder advertirle que tenga cuidado. Este no era un buen lugar. Quizás yo era más sensible ahora que estaba muerta, o quizás simplemente estaba absorbiendo la ansiedad de Emma, pero podía sentir tristeza y rabia y miedo por todos lados. Era aún más fuerte esta vez que la primera vez que vinimos—emociones me abofeteaban desde todos lados. Me sentía como un nervio expuesto.
           - ¿Sutton?
           Una mano se puso sobre el bícep de Emma. Un grito quedó atorado en la garganta de Emma. Por un segundo estaba segura de que era el hombre de cabello gris de la sala de conversación, y un temblor de repugnancia pasó por su cuerpo. Pero luego sus ojos se enfocaron.
           - ¿N-Nisha? – preguntó.
           El uniforme de rayas rojas y blancas de Nisha era inmaculado, y su grueso cabello había sido tomado en un moño francés. A unos pies de distancia había un carrito cargado con viejas revistas y libros gastados. Sus labios se abrieron de sorpresa. - ¿Qué estás haciendo aquí?
           Emma tragó saliva. No había planeado ser vista por nadie que conociera. ¿Cómo pudo olvidar que Nisha era voluntaria aquí? Frente a ella pudo ver al enfermero calvo esperándola impacientemente afuera del cuarto de Becky. Se acercó al oído de Nisha.
           - Estoy… visitando a una amiga. Pero tiene que ser un secreto. Por favor no le digas a nadie que me viste aquí. Después te explico.
           Nisha asintió. Abrió su boca como si fuera a decir algo más, luego pareció cambiar de opinión. Emma se volteó hacia el enfermero, completamente consiente de que los ojos de Nisha estaban en ella cuando caminaba.
           La habitación de Becky no había cambiado, excepto por la adición de un pequeño jarrón lleno de irises y de rosas amarillas en el velador. Emma se preguntó si el Sr. Mercer las había traído. Una luz fluorescente parpadeaba y zumbaba en el techo, y del baño se sentía el errático plink de una llave goteando. Una bandeja de comida blanda estaba intacta en el mesón.
           Becky estaba tumbada en la cama, dormida. Estaba usando pantalones de pijama de franela y una remera ancha de los Gatos Monteses de Arizona e vez de una bata de hospital, y su cabello había sido lavado y peinado, sus uñas refregadas. Pero su aspecto seguía grisáceo y marcado con profundas sombras. Emma notó que no estaba atada a la cama—eso tenía que ser una buena señal, ¿No?
           Sentí un suave hervor de emociones agitándose en la mente de Becky. Era difícil sentir lo que ella sentía—todo estaba mezclado en su cabeza. Pero a través de la confusión, un pensamiento ardiente me llegaba más fuerte que lo demás, repetido una y otra vez como un cántico. Lo siento mucho. Lo siento mucho por lo que hice.
           - Tienes treinta minutos, - dijo el enfermero. Él asintió hacia Emma y se fue por el pasillo.
           Emma sacó el iPhone de Sutton, abrió la aplicación de grabación de voz, y presionó GRABAR, luego cerró suavemente la puerta con su pie. Los ojos de Becky se abrieron cuando escuchó el snick del cerrojo, su mirada comenzó a revolotear como un animal salvaje. Trató de sentarse, pero parecía débil y sin coordinación. Luego vio a Emma. Sus ojos saltaron.
           - Eres tú, - dijo. – Emma.
           - No, - Emma dijo suavemente. – No, mi nombre es Sutton.
           - Oh. – Los ojos de Becky se pusieron vidriosos mientras recostó su cabeza en las almohadas.
           Emma dio un paso hacia la cama. Un olor químico y medicinal salía del cuerpo de su madre. Se mordió el labio. - ¿Por cuánto has estado en la ciudad? – preguntó, manteniendo su voz baja y controlada.
           - Un tiempo, - Becky dijo arrastrando las palabras.
           - ¿Qué has estado haciendo aquí?
           Una lenta y extraña sonrisa apareció en la cara de Becky. – Observándote, por supuesto.
           Temblé, mirando hacia abajo a esa marchitada y floja cara. ¿Observándola porque ella sabía que era Emma? ¿Observándola para asegurarse de que hiciera de mí? ¿Observándola y poniendo mensajes de amenaza bajo el limpiaparabrisas de Laurel, ahorcándola en la cocina de los Chamberlain?
           Emma se afirmó de la baranda. - ¿Cuándo fue la última vez que hablamos? – preguntó. – Digo, ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos?
           La boca de Becky se puso triste. – Cuando tenías cinco años, Emma.
           La luz fluorescente parpadeó otra vez, su zumbido eléctrico se silenció. Emma se inclinó sobre la cama. – Mi nombre es Sutton, - insistió suavemente.
           Pero la cabeza de Becky rodó de lado a lado sobre la pila de almohadas, sus ojos miraban a lo lejos. – Solías amar mis búsquedas del tesoro cuando eras pequeña. ¿Te gustó la que te dejé en el hotel, Emma?
           - Soy Sutton. – Emma dijo de nuevo, pero Becky la ignoró.
           - ¿Recuerdas el vestido de princesa que te compré en la tienda de segunda mano? Solías bailar por la sala del motel. – Becky levantó sus manos como si estuviera dirigiendo un concierto que sólo ella podía oír. – Dabas vueltas y vueltas y vueltas… tan linda.
           Emma se concentró en respirar lenta y cuidadosamente. Si no lo hacía, podría gritar o ponerse a llorar.
           - Eras una buena chica, Emmy, pero también una mala chica. Eras demasiado para mí. – Una única lágrima cayó por la mejilla hundida de Becky.
           Emma apretó sus dientes. – Soy Sutton, - dijo. – Mi nombre es Sutton. Entonces, una vez más. ¿Cuándo fue la última vez que me viste?
           Becky se levantó en la almohada. – En el cañón, - dijo, su voz de repente se estabilizó, las palabras ya no se arrastraban. – Esa noche en el cañón.
           Su mano tomó el ante brazo de Emma, sus uñas se enterraban en la piel de Emma. Un grito salió de la garganta de Emma al tratar de soltarse. Los dedos de Becky se apretaron, su cara en blanco. Burbujas de espuma se acumularon en las esquinas de sus labios y bajaron por su mentón.
           - ¡Ayuda! – Emma gritó. Luchaba por quitarse los dedos de Becky, pero era como una pesadilla—el agarre de Becky se hacía más y más apretado. La puerta se abrió de golpe y los enfermeros rápidamente llenaron la habitación. El hombre que escoltó a Emma antes la ayudó a soltar su muñeca. – Está convulsionando, - le gritó a los otros al empujar a Emma hacia la puerta. Emma vio a una mujer hábilmente preparando una jeringa, golpeándola con su dedo.
           El lugar donde Becky había apretado el brazo de Emma latía, y yo también podía sentirlo. Luego, sin intentarlo, el ardor del toque de mi madre biológica floreció en un recuerdo. Un recuerdo de esa noche en el cañón, donde conocí a Becky por primera—y última—vez…

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