lunes, 14 de diciembre de 2015

Cross My Heart, Hope to Die - Capítulo 1 - Madre de Paso


Emma Paxton miraba con detención a la mujer en el Buick. Al comienzo todo lo que vio fue una mujer demacrada con la cara arrugada, mejillas hundidas, y labios partidos y delgados. Pero luego se dio cuenta de que tras su apagada y manchada piel la mujer tenía una conocida cara con forma de corazón. Y si Emma entrecerraba los ojos, podía volver a ver, tras el quebradizo pelo con frizz de la mujer, un pelo brillante y negro. Y sus ojos —esos ojos. Sintió una sacudida eléctrica en su cuerpo. Nuestros ojos son nuestro mejor atractivo, Emmy, su madre siempre le decía mientras estaban frente al espejo en cualquiera que sea el deteriorado apartamento en el que estén viviendo ese mes. Son como dos zafiros, valen más que cualquier cantidad de dinero.
           Dio un grito ahogado. Era…
           - Oh dios mío. – Susurró.
           - ¿Qué dijiste, Sutton? – Thayer Vega preguntó.
           Pero Emma a penas lo escuchó. No había visto a su madre biológica en trece años, desde que Becky la abandonó en la casa de una amiga cuando tenía cinco.
           La mujer miró hacia arriba y sus ojos —dos zafiros azules —se quedaron en Emma. Sus fosas nasales se expandieron como las de un caballo asustado, luego hubo un ruido como de disparo y el auto salió disparado en una nube de humo.
           - ¡No! – Emma gritó, levantándose. Trepó el enrejado de metal que rodeaba el patio del café, arañándose el mentón en el proceso. Sintió dolor en su pierna, pero no se detuvo.
           - ¡Sutton! ¿Qué ocurre? – Thayer le preguntó, yendo tras ella.
           Ella corrió hacia el Buick mientras este aceleraba saliendo del estacionamiento y doblando hacia la izquierda en la subdivisión de los Mercer. Emma lo siguió cruzando la calle, apenas notando el tráfico que pasaba tras ella. Le tocaron la bocina enojados, y alguien incluso sacó su cabeza por la ventana y le gritó - ¿Qué demonios estás haciendo? – Tras ella, Emma escuchó el respirar cansado de Thayer y sus pasos disparejos al hacer lo posible por mantener el ritmo a pesar de su pierna herida.
           El Buick dobló por la calle de los Mercer y aumentó la velocidad. Emma se forzó a ir más rápido, sus pulmones estaban agitados. Pero el auto se alejó más y más de ella. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Estaba por perder a Becky de nuevo.
           Quizás eso sea algo bueno, pensé, aun asustada por mi casi-recuerdo —o, al menos, mi corazonada. Sea lo que sea que esté ocurriendo, tenía la sensación de que Becky no había vuelto a la ciudad para una feliz reunión familiar.
           De repente los frenos chillaron y el Buick chirrió hasta detenerse tan rápido que el olor a goma quemada impregnó el aire. Un grupo de niños jugando kickball en la calle gritaron, y un chico estaba de pie a centímetros del auto, congelado del miedo, con una brillante pelota negra en los brazo.
           - ¡Oye! – Emma llamó, apresurándose hacia el auto. Acortó camino por el jardín de los Donaldson, saltando sobre su ornamento de Kokopelli y esquivando a penas un cactus cuerno de alce. - ¡Oye! – gritó de nuevo, chocando con la parte de atrás del auto, abrazando el maletero para parar. Apoyó su mano en el vidrio trasero. El humo del tubo de escape salía caliente contra sus rodillas.
           - ¡Espera! – gritó. Sus ojos se encontraron con los de Becky en el espejo retrovisor. Su madre la miró. Su boca se abrió.
           Por medio segundo, se sintió como si el tiempo se hubiera detenido mientras Emma y su madre se miraban en el espejo, desconectadas del resto del mundo. El chico corrió hacia la acera, abrazando su pelota. Había pájaros bañándose en la fuente de los Stotler. El rugir de una podadora de pasto vibraba en el aire. ¿Becky dudaba porque pensaba que Emma era Sutton? ¿O estaba pensando en Emma, recordando los buenos momentos que compartieron? Sentadas en la cama, leyendo capítulos de Harry Potter. Jugando a disfrazarse con la ropa que Becky traía a casa del cajón de un dólar de la tienda de segunda mano. Armando una tienda con sábanas durante una tormenta. Por cinco años, había sido sólo ellas dos, madre e hija contra el mundo.
           Pero luego Becky miró a otro lado. El motor rugió una vez más, y el Buick salió disparado en una ondulada nube de tierra. Emma se tragó un sollozo. Se volteó —y se detuvo de golpe. Un auto policial había conducido silenciosamente tras ella.
           El conductor bajó la ventana, y Emma contuvo el aliento. Era el Oficial Quinlan.
           - Señorita Mercer, - Quinlan dijo ácidamente, sus ojos estaban ocultos tras sus lentes de sol de aviador. - ¿Qué sucede aquí?
           Emma se volteó mientras el Buick doblaba por la esquina. Por un segundo, tuvo la esperanza de que Becky se escapó porque la policía había llegado, y no porque quería escaparse de su hija. - ¿Era una amiga tuya? – Quinlan preguntó, también mirando hacia el auto.
           - Um, no. Pensé haberla reconocido, pero… no. – Emma se calló patéticamente, deseando que hubiera sido cualquier otro policía el que esté patrullando la calle. Quinlan sabía suficiente sobre ella de por sí —al menos él creía eso. Él tenía un archivo de doce centímetros de espesor sobre su gemela, la mayor parte era sobre peligrosas bromas que hacía con su grupo de amigas llamado El Juego de las Mentiras. Como cuando Sutton llamó a la policía para decirles que había visto un león merodeando las canchas de golf, o cuando juró haber escuchado a un bebé llorando en un basurero, o la vez que su auto se “quedó en pana” en las líneas del tren, sólo para, milagrosamente, revivir justo a tiempo para escaparse de un tren en camino.
           Mis amigas habían estado especialmente enojadas conmigo por esa. Organizaron una broma de venganza que era tan oscura, que odiaba pensar en ella incluso ahora. Un video de esa broma, el cual mostraba un asaltante con la cara oculta estrangulándome, se había filtrado a internet. Y fue ese el video que guio a Emma hacia mí.
           Quinlan entrecerró los ojos con sospecha. – Bueno, si la conoces, asegúrate de que conduzca con más cuidado. Podría herir a alguien. – Miró enfáticamente al grupo de chicos observando con interés desde la acera. Emma sintió irritación. Se cruzó de brazos. - ¿No tienes nada mejor que hacer? – preguntó con descaro.  Desafiar los límites era el modus operandi de Sutton, y se sentía liberador canalizar la actitud de su hermana a veces.
           Thayer finalmente la alcanzó, jadeando. – Buenas tardes, oficial, - dijo cuidadosamente.
           - Sr. Vega. – Quinlan parecía cansado al ver a Thayer —no confiaba mucho más en el de lo que confiaba en Sutton.
Thayer puso una mano protectora en el brazo de Emma.
           Tuve un tic. Sabía que Thayer estaba intentando apoyarla, pero me sentía celosa de todos modos. Yo no era el tipo de chica que compartía, ni siquiera con mi hermana. Especialmente no a mi novio.
           Finalmente, Quinlan movió la cabeza como negación lentamente. – Los veo por ahí, - dijo, y se fue conduciendo.
           Thayer pasó sus manos por su cabello. – Déjà Vu. Al menos nadie me atropelló esta vez.
           Emma se rio débilmente. La noche del asesinato de su hermana, Sutton y Thayer habían estado juntos en el Cañón Sabino. Él se había escapado del centro de rehabilitación en Seattle para ir a visitar a Sutton, pero lo que comenzó como una romántica caminata a la luz de la luna, pronto se convirtió en algo amargo. Primero, vieron al Sr. Mercer hablando con una mujer quien asumieron que era su amante. Luego alguien robó el auto de Sutton y lo embistió directo hacia ellos, destrozando la pierna de Thayer. La hermana de Sutton, Laurel, recogió a Thayer y lo llevó al hospital, dejando a Sutton atrás, en el cañón. Luego se encontró con el Sr. Mercer, su padre adoptivo, quien le dijo la verdad sobre la mujer con quien estaba: Su nombre era Becky, y era la hija del Sr. Mercer —y la madre biológica de Sutton.
           Pero respecto a qué pasó después, Emma no estaba segura. Todo lo que sabía era que Sutton no había sobrevivido. Emma había estado re armando esa noche en el cañón desde que llevó a Tucson. Cada pista la acercaba un poco más a la verdad, y aun así se sentía tan lejana a resolver el puzzle. Había concluido que Sutton, furiosa por la traición del Sr. Mercer había corrido de vuelta al cañón — ¿Pero a dónde fue? ¿Cómo murió?
           Emma bajó la vista y vio una franja de sangre chorreando hasta su sandalia desde el arañazo en su pierna.
           - Toma, - Thayer dijo, siguiendo su mirada. Sacó una bandana azul de su bolsillo y se arrodilló junto a sus pies, cuidadosamente secando la herida. – No te preocupes, está limpio. Lo tengo a mano solo para ofrecérselo a chicas sexys en apuros, - añadió con una sonrisa.
           Cuando el desteñido pedazo de tela se oscureció con la sangre de mi gemela, recordé algo. Vi a Thayer, sus cejas arrugadas, pasándome esa misma bandana para secar lágrimas de mis ojos. No podía recordar por qué estaba llorando, pero recordaba ocultar mi cara tras los suaves pliegues de la tela, inspirando el tibio y dulce aroma al cuerpo de Thayer que quedaba en este.
           - ¿Quién dijiste que era? – Thayer preguntó, atando la bandana ajustadamente en el tobillo de Emma para tapar la herida.
           Emma buscó una explicación, otra mentira más. Pero luego miró al chico que amaba a su hermana, sus ojos avellana lucían suaves y preocupados, y todo lo que salió fue la verdad: - Mi madre biológica.
           Thayer parpadeó - ¿En serio?
           - En serio.
           - ¿Cómo supiste que era ella? Pensé que nunca la conociste.
           - Me dejó una foto, - Emma dijo, pensando en la nota que Becky había dejado en el restaurant Horseshoe.
           Por unos cuantos horribles días, Emma había pensado que el Sr. Mercer había matado a Sutton para evitar que ella revele su aventura. Sabiendo que Sutton había visto al Sr. Mercer con una mujer en el cañón, Emma había investigado su oficina y descubrió que él le pagaba en secreto a una mujer llamada Raven. Acordó reunirse con Raven en su hotel, pero la misteriosa mujer la mandó en una búsqueda del tesoro que terminó con una nota en un restaurant. Raven había dejado una carta y una foto de sí misma —sólo que era la cara de Becky. Raven/Becky había desaparecido, pero el Sr. Mercer lo había explicado todo.
           En realidad era eso por lo que Emma le había pedido a Thayer que vayan a tomar un café. Quería decirle que el Sr. Mercer no era el que había atropellado a Thayer en el cañón Sabino la noche en que yo morí —y que la mujer que Thayer había visto con el Sr. Mercer era en realidad su madre biológica.
           - Era ella, Thayer. Sé que era ella. – Emma insistió.
           - Te creo, - dijo en voz baja.
           Tras ellos se abrió la puerta de un garaje y se hicieron a un lado para que un Lexus recién encerado pudiera retroceder hacia la calle. Se quedaron en silencio por un momento, sin decir nada.
           - ¿Vas a estar bien? – Thayer preguntó finalmente.
           Emma sintió su boca temblar. – Lucía… enferma, ¿no?
           - Tiene que estar enferma como para no querer hablar contigo. – Thayer se acercó y le apretó el brazo, luego se alejó cautelosamente, como si tuviera miedo de haber sido muy íntimo. Asintió incómodo hacia la cafetería. – Debería irme a casa. Pero Sutton – volvió a dudar. – Si quieres hablar de esto, estoy aquí para ti. Lo sabes, ¿cierto?
           Emma asintió, aun ensimismada en sus pensamientos. Él estaba a tres cuadras cuando ella se dio cuenta de que aún tenía su bandana atada en su tobillo.
           Lo vi alejarse. Quizás él y Emma estaban en lo cierto. Quizás la razón por la que Becky estaba actuando extraño era que estaba enferma.
           Pero no podía dejar de sentir como si ya hubiera enfrentado su cara antes —cuando estaba viva, antes de convertirme en la sombra silenciosa de Emma.
           Me pregunté si esa fue la última cara que vi.

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