miércoles, 30 de diciembre de 2015

Cross My Heart, Hope to Die - Capítulo 10 - Té para dos

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Al día siguiente después de clases, Emma faltó a tenis y condujo directo a casa. La casa estaba en silencio cuando llegó, el suave tickear del reloj de pie hacía eco en el recibidor. Cuando su teléfono sonó, rompiendo el silencio, saltó. Tenía un nuevo mensaje de Ethan: NO TE VI EN LA PRÁCTICA DE TENIS. ¿TODO BIEN?

SI, TRATANDO DE DESCANSAR SOLAMENTE, respondió Emma. No había dormido mucho la noche anterior, torturada por pesadillas de ser atada en una camilla de hospital.
¿CÓMO ESTÁS?
Los dedos de Emma se detuvieron sobre el teclado. Esa mañana le había contado rápidamente a Ethan sobre Becky en el pasillo, evitando entrar en mucho detalle ya que no sabía quién podría estar escuchando—dudaba de que la historia de la loca madre de Sutton Mercer fuera algo que Sutton hubiera querido que se convierta en conocimiento popular. Ethan la abrazó. – Siento mucho que hayas tenido que lidiar con eso, - dijo, y se sintió solo un poco mejor al saber que él estaba allí para ella.
ESTOY BIEN, escribió finalmente. PERO TE EXTRAÑO. NO PUEDO ESPERAR A NUESTRO PICNIC ESTA NOCHE
YO TAMPOCO, respondió. ¿NOS VEMOS A LAS 8?
Luego de que Emma respondió SI, cerró la puerta suavemente. Drake corrió hacia el recibidor, su larga cola se movía tras él. Ella acarició el suave y corto pelo alrededor de sus orejas. – Hola, amigo, - susurró.
Él levantó su cabeza para lamer su cara. Cuando ella subió las escaleras hacia la habitación de Sutton, él la siguió, sus garras sonaban fuertemente en el piso de madera.
La escalera estaba llena de fotos familiares: Imágenes de las vacaciones que los Mercer habían tomado a lo largo de años en Disneyland, Paris, Maui, además de tomas de las mañanas de navidad y ceremonias de premiación escolar. Emma se detuvo inconscientemente para enderezar una foto escolar de una Sutton de 7 años con colas de caballo. Incluso entonces la sonrisa de Sutton lucía maliciosa, como si supiera cuánto se podría salir con la suya.
Emma estaba a mitad de camino por las escaleras cuando la Sra. Mercer entró al pasillo con un canasto de ropa limpia en sus brazos. Se había quitado el ajustado traje del trabajo que llevaba esa mañana y se había puesto un par de jeans oscuros y un sweater de cachemira de mangas cortas. Cuando vio a Emma en las escaleras, lucía sorprendida. - ¡Sutton! – exclamó. - ¿Qué haces en casa?
Emma puso sus manos en la baranda. – Tengo dolor de cabeza, así que falté a tenis. – No era tan lejano a la realidad. El episodio con Becky la había sacudido profundamente.
Al ver el ceño fruncido de preocupación de la Sra. Mercer, añadió. – Estoy bien. Me tomé una aspirina y ya me siento mejor. Solo que sin ánimos para correr alrededor de una calurosa cancha de tenis. – Luego ladeó la cabeza. - ¿Qué haces en casa?
La Sra. Mercer sonrió. – Me retiré temprano del trabajo hoy. Había una reunión que no pude aguantar sentada ahí.
- Supongo que las dos estamos haciendo novillos hoy, - bromeó Emma.
La Sra. Mercer se cambió el canasto de ropa a un brazo. - ¿Por qué no te tomas un té conmigo? Estaba a punto de sentarme para tomar uno.
Emma de hecho había venido a casa para tratar de volver a enfocarse—necesitaba poder pensar lógicamente si iba a averiguar lo que realmente le había pasado a Sutton. Había estado esperando tener algo de tiempo a solas, relajándose en el cuarto de Sutton, pero no sentía como que pudiera rechazar la oferta. – Claro.
El son entraba por las ventanas de techo-a-suelo de la cocina. Emma estaba apoyada en el mesón de la isla y observaba a la Sra. Mercer mientras medía las hojas de té y las ponía en una tetera con diseño morado floreado. - ¿Recuerdas cuando jugabas a la hora del té cuando niña? – Preguntó la Sra. Mercer, sonriendo. – Traías tus peluches y los sentabas en la mesa y pretendías servirles bollos.
- ¿Bollos? – Emma rodó los ojos como se imaginó que Sutton lo haría. – No lo hice.
- Sí, lo hacías. No creo que siquiera supieras lo que eran los bollos—simplemente escuchaste la palabra en algún lado y te gustó como sonaba.
Emma sonrió. Le gustaba escuchar recuerdos tiernos de su hermana.
A mí me gustaba que mi mamá tuviera recuerdos tiernos de mí.
- ¿Cómo está Ethan? – La Sra. Mercer puso agua caliente sobre las hojas. Vapor con aroma a lavanda salió del pico de la tetera. – Está bien. – Emma no pudo quitarse la boba sonrisa de la cara. – Esta noche tendremos un picnic.
La Sra. Mercer levantó una ceja. – Qué romántico.
Emma agachó la cabeza, sintiendo el calor aumentando en sus mejillas. – Vamos a mirar las estrellas—le gusta mucho la astronomía. Iba a hornear galletas en la tarde para llevarlas.
- ¿ vas a hacer galletas? – La Sra. Mercer la miró. - ¡Ni siquiera sabes cómo encender el horno!
- Oh, estoy segura de que podré averiguarlo, - Emma lo arregló. No le sorprendía que Sutton no supiera cocinar, pero ella había estado horneando desde la pre-secundaria, haciendo galletas de chips de chocolate y avena y pasteles de mantequilla de maní para ganarse a sus variadas familias de adopción temporal. Le gustaba sentarse, escuchando su música favorita en el iPod usado que había comprado en la tienda de segunda mano, inhalando el delicioso aroma de azúcar y chocolate.
Yo sólo esperaba que no lamiera la masa de la cuchara. Sutton Mercer no tenía rollos.
- Bueno, estoy segura de que a él le encantarán, incluso si se queman un poco, - la molestó la Sra. Mercer.
- Cielos, gracias, mamá, - Emma se quejó de buena manera. Tan solo con hablar de Ethan el corazón de Emma se aceleraba. Se sentía como que su cita en el cine había sido hace años, y no podía esperar para sentir su respiración en su oído y sus labios en los suyos. Sonrió al pensar en su mensaje encriptado de esa mañana: N 32° 12’ 23.2554”, W 110° 41’ 18.3012”=<3? 8PM? Después de un momento de pensar, Emma puso las notaciones de latitud y longitud en el iPhone de Sutton. Las coordenadas eran para un sitio en el Parque Nacional Saguaro. Me envía invitaciones en forma de acertijos era otra cosa que agregar en su lista de Cosas Adorables que Hace Ethan.
La tetera comenzó a sonar, sacando a Emma de sus pensamientos – No salió muy herido en esa pelea, ¿cierto? – preguntó la Sra. Mercer.
Emma se encogió de hombros. – Creo que está bien. Tiene un ojo negro que según él lo hace lucir muy cool.
La Sra. Mercer suspiró. – No debió haber intentado pegarle a Thayer. Los chicos nunca se detienen a pensar las cosas, ¿cierto? La gente sale herida de peleas como esa—y no sólo la gente que participa en la pelea. – Luego miró a Emma. - ¿Cómo estás con todo eso, Sutton?
Emma sacó una pelusa de su falda. - ¿No lo has oído? Soy Sutton Mercer. Me encanta cuando los chicos se pelean por mí.
La Sra. Mercer se cruzó de brazos. – Nunca te había visto tan pálida como cuando esos dos comenzaron a pelearse.
El pecho de Emma se llenó de gratitud al encontrar la mirada de la Sra. Mercer Nadie más estaba dispuesto a creer que ella no disfrutaba seducir a dos chicos a la vez. – No sé qué hacer, - admitió. – Me gusta Ethan, y lo mío con Thayer está completamente terminado. Pero no logro convencer a ninguno de los dos de eso.
La Sra. Mercer bebió su té. – Sabes, Sutton, el problema no es que tú les estés dando las señales equivocadas. El problema es que vale la pena pelear por ti. No puedes culparte por eso.
Si hubiera podido poner mi cabeza en el hombro de mi madre adoptiva en ese instante, lo hubiera hecho. Desde mi muerte, Emma y yo habíamos luchado para tratar de averiguar qué había hecho yo para merecer ser asesinada. Parecía que le había dado razones para querer hacerme desaparecer a tantas personas, que el misterio en realidad era por qué alguien no lo había hecho antes. Fue un cambio bienvenido, el escuchar algo bueno de mi por fin.
La Sra. Mercer abrió un paquete de galletas de manteca y puso algunas en un plato. – Bueno, yo pienso que Ethan ha sido una buena influencia en ti. Tus notas han subido tanto desde que comenzaste a verlo, y has sido más agradable con tu hermana. – Le dio una sonrisa maternal a Emma. – O quizás mi niñita simplemente está creciendo.
Emma se movió, incómoda. – Um, ¿de dónde sacaste este set de té, mamá? – preguntó, esperando cambiar el tema de su cambio de personalidad.
La Sra. Mercer la miró extrañada por sobre los terrones de azúcar. - ¿No recuerdas? Eran de tu bisabuela, lo único que se trajo de Escocia. No sé qué tan viejo es—siempre me da la impresión de que fue heredado mucho antes.
Suprimí una sensación de tristeza—y rabia. ¿Cuántas veces había escuchado historia de mi familia y me sentí ajena al asunto porque pensaba que era adoptada? Aun no entendía por qué mis abuelos sentían que no podían decirme que esas historias también eran mis historias, que yo estaba relacionada con los antepasados que vinieron de Escocia con ese set para el té. Todo llegaba a Becky. ¿Qué había hecho ella que merecía un rechazo tan completo que yo ni siquiera pude conocer mi propio patrimonio?
Emma miró pensativa el servicio de té, pensando en lo mismo. El motor se echó a andar en la parte de atrás de su mente.
Levantó la mirada. – Mamá, ¿Te puedo hacer una pregunta? ¿Tú te… arrepientes de algo?
La Sra. Mercer lucía sorprendida. - ¿Arrepentirme?
- Ya sabes, gente con quien ya no hables, relaciones que hayas cortado. Cualquier cosa como eso. – Casi le dolió lo transparente que sonaba, pero la Sra. Mercer no pareció notarlo.
Su abuela miró su taza. – Sabes, las cosas cambian. La gente cambia. A veces tienes que dejar atrás alguien que te importa. Puede ser difícil, cariño. – La Sra. Mercer dobló y desdobló una servilleta de lino con una piña bordada. – A veces tienes que admitir que una relación no tiene arreglo. Que no importa cuánto lo quieras, no puedes confiar en algunas personas.
Algo en sus palabras envió un escalofrío por la columna vertebral de Emma. Se sirvió más té, algunas hojas sueltas se arremolinaron en el líquido caliente. Deseaba poder usarlas para ver el futuro. O mejor, el pasado.
La Sra. Mercer frunció el ceño. - ¿A que va eso, querida?
- Nada, - Emma dijo, mordiéndose el labio. – Sólo estaba pensando en cómo has estado siempre allí para mí, sin importar nada. Supongo que me estaba preguntando si alguna vez me pasé del límite. – Como Becky lo hizo, pensó, deseando que la Sra. Mercer se abra más. Vamos, abuela, dime cómo fue que Becky cruzó esa línea.
Su abuela tomó la mano de Emma a través de la mesa, sus brillantes ojos azules estaban grandes con preocupación. - ¿Estás tratando de decirme algo? ¿Estás en alguna clase de… problema?
Emma negó. – No, claro que no. Todo está bien.
La Sra. Mercer miró como buscando en los ojos de Emma por largo tiempo, luego soltó la mano de Emma y tomó su taza y platillo, la porcelana sonó suavemente. Cuando volvió a hablar su voz estaba titubeante y cuidadosa, como si siguiera formando las palabras en su mente.
- Sutton, a ti y a tu hermana las amo mucho. Haría lo que sea por ustedes dos. A veces he sido dura contigo, lo sé. Pero es porque te miro y pienso en todo el potencial que tienes, para ser exitosa y saludable y feliz, - se detuvo. – El amor de una madre es incondicional, Sutton. No hay nada que tú no puedas hacer para hacerme quererte menos. Lo prometo.
Emma bajó la mirada hacia su té. Una inconfundible tristeza se había aferrado a las palabras de su abuela. Pero la Sra. Mercer claramente no se había sentido así respecto a Becky. Y Becky ciertamente no se había sentido así respecto a sus gemelas.
Emma no sabía por qué la Sra. Mercer había aceptado a Laurel y a Sutton y no a Becky, pero sabía que no iba a sacarle ninguna información por hoy. Sólo tenía que seguir escarbando y encontrar sus propias respuestas.
Tanto por su bien como por el mío.

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